lunes, 30 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 13 - EL TORNEO

Llegó septiembre y, con él, el torneo benéfico de baloncesto. Se trataba de un evento donde se podían inscribir equipos, profesionales o no, de toda la comarca para reunir dinero para varias asociaciones benéficas durante tres días. Me apunté como voluntaria, tal y como había hecho en años anteriores, aunque esta vez no tuviera el respaldo de Dean.
El primer día siempre era el más ajetreado, en el que más partidos se jugaban y, por tanto, cuando había más expectadores. Habíamos colocado varios stands para vender recuerdos del evento: camisetas de varios equipos, chapas, libros y todo lo que se había podido conseguir para recaudar dinero.
Las gradas se estaban llenando y los visitantes ojeaban nuestros puestos.
- Catherine, ¿puedes traer del almacén más camisetas? - Me dijo el supervisor. - Se están vendiendo más rápido de lo que pensaba.
- Claro. - Me dirigí hacia el pasillo de los vestuarios. Los jugadores se estaban preparando para el partido y sus ruidosas voces retumbaban en las paredes. Mantuve la cabeza baja al darme cuenta que la puerta estaba entornada.
Al final del pasillo a la derecha había una sala en la que ponía "Solo personal autorizado". Giré el pomo y observé las cajas que había arrinconadas. La de las camisetas estaba en la estantería de arriba. Miré a mi alrededor en busca de una escalera o una banqueta pero no la encontré así que me puse de puntillas y alcancé la parte inferior de la caja con las puntas de los dedos. Tras varios intentos y dando pequeños saltos conseguí tirar de ella hacia mi, ya casi la tenía entre mis manos cuando otras más grandes me ayudaron.
- Gracias. - Entre los dos bajamos la caja y la apoyé en mi vientre. Al alzar la vista me encontré con los ojos azules de Nigel y sentí que me ruborizaba. No nos habíamos vuelto a ver desde el cumpleaños de Jack y, aunque había estado más de una vez a punto de hacerlo, tampoco le había hablado por el chat. Una media sonrisa se dibujó en sus labios y sentí que yo sonreía también.
- Así que eres voluntaria. - Señaló el carnet de voluntariado que tenía colgado en mi cuello. Asentí.
- No sabía que participabas en eventos como este. - Le dije al verle con la equipación de baloncesto. Se encogió de hombros.
- Todavía te queda mucho por conocer de mi. - Se inclinó hacia mi oido y noté como la caja se interponía entre nosotros, clavándoseme en el estómago. - Y a mi de ti. - Nuestras manos se rozaron en el cartón. - Déjame que te ayude. - Me quitó la caja de las manos antes de que fuera capaz de reaccionar.
- Oh, no hace falta, no pesa. - Salió al pasillo con paso decidido pero lento y le seguí. La equipación era verde oscuro y blanca y llevaba el número 6 en su espalda. El de Dean era el 14, por lo menos en eso no coincidían.
- ¿Dónde la dejo? - Me preguntó.
- En esa mesa, por favor. - Le señalé. Saqué una camiseta de la caja. - ¿Quieres una? Es por una buena causa. - Le puse mi mejor cara de vendedora.
- Tal vez luego, ahora tengo un partido que ganar.
- Suerte entonces.
- No la necesito. - Se tiró de la camiseta con gesto chulesco y salió corriendo en dirección a la cancha.
- Creído... - Murmuré en voz baja.
Efectivamente, no la necesitaba, su equipo ganó el partido y, además, gracias a él. Sus movimientos eran ágiles y sólo falló dos tiros de los seis que hizo. No podía evitar compararlo con Dean. Este también era bastante bueno en la cancha, se movía entre los jugadores del equipo contrario con facilidad y hacía unos mates impresionantes.
Al dirigirse hacia los vestuarios, el equipo de Nigel pasó junto a mi puesto y este me guiñó el ojo de forma casi imperceptible. Sonreí y bajé la mirada, mordiéndome el labio. De esto no podía salir nada bueno, aún así, no quería que acabara lo que fuera que teníamos.
El resto del día transcurrió con normalidad. Nigel se había marchado con su equipo mientras los otros seguían compitiendo en la pista.


Al día siguiente, llegué al polideportivo más animada que el día anterior recordando mi encuentro con Nigel.
- Parece que alguien está de buen humor. - Dijo Barney, uno de los voluntarios, al verme.
- Hay que empezar el día con una sonrisa, ¿verdad?
Minutos antes de abrir la puerta al público ya habíamos recolocado todo en los stands. Hoy jugaban los equipos que no lo habían hecho ayer y los ganadores competirían entre ellos mañana, el último día del torneo.
Los equipos fueron llegando, al igual que los espectadores y posibles compradores. Recibí un mensaje de Anne diciendo que se pasaría por aquí algo más tarde.
- ¿Cuánto cuesta esa camiseta? - Me preguntó un cliente. Guardé el móvil.
- 5 euros. - Al volverme hacia él me encontré con Nigel. Le miré sorprendida, no esperaba verle hoy.
- Aquí tienes. - Me tendió el billete. Reaccioné y metí la camiseta en una bolsa de plástico.
- Gracias. - Se la di. - Pensaba que hoy no tenías partido.
- Y no lo tengo. He venido a comprarte una camiseta, tal y como te dije ayer, y, además, a conocer a la competencia.
- Pero si es un partido benéfico, el objetivo es disfrutar y entretener al público.
- Lo sé, pero, ¿te cuento un secreto? - Apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia adelante en plan confidencial y yo hice lo mismo. - No me gusta perder. Cuando me propongo algo lo consigo, cueste lo que cueste. - Paseó su mirada por mi rostro. Sin saber qué pensar, me incorporé.
- Pues está a punto de empezar el partido, no te lo vayas a perder. - Sentía calor en mis mejillas, seguramente estaba roja. Se alejó, no sin antes echarme una penetrante mirada y una sonrisa enigmática. ¿Se podía estar incómoda con una persona y a la misma vez querer tenerla más cerca? Sacudí la cabeza, centrándome en mis labores como voluntaria.


Terminó el tercer descanso del partido y mi móvil vibró en el bolsillo. Era un mensaje de Nigel: "Ven al almacén. No tardes." Parecía urgente. Un visitante me pidió una chapa de recuerdo y se la vendí.
- Marianne, ¿te importa quedarte tú sola un momento? - Le pregunté a mi compañera. - Enseguida vuelvo.
- No te preocupes, la cosa está tranquila ahora. - Le sonreí y me dirigí hacia la puerta del almacén, que estaba entreabierta.
- ¿Nigel? - Susurré abriéndola despacio y entrando. No parecía haber nadie allí. La puerta se cerró de golpe detrás de mi y me dí la vuelta sobresaltada.
Nigel estaba en la puerta y me observaba de una manera que hizo que se me pusiera la piel de gallina.
- ¡Me has asustado! - Me llevé una mano al pecho, notando los latidos alterados de mi corazón. - ¿No deberías estar estudiando a la competencia? - Le pregunté.
- Ya lo he hecho y no tienen nada que hacer contra mi equipo, y mucho menos estando yo en él. - añadió, caminando lentamente hacia mi.
- ¿Te han dicho alguna vez que eres un poco creído? - Suavicé la verdad. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
- ¿Solo un poco? - Me besó con delicadeza, como con temor a que me apartara. Al ver que no lo hacía, sus labios se movieron con furia y me pegó a su cuerpo. Una de mis manos fue a parar a su nuca, la otra a su espalda.
Nos movimos por el polvoriento almacén, tropezando con más de una caja. Me apoyó en la pared, apartó mi pelo y empezó a darme besos en el cuello, recorriendo mi cuerpo con sus manos. Le respondi con más besos y caricias. Me levantó la camiseta a la misma vez que yo le quitaba la suya. Recorrí la suave piel de su espalda con mis dedos. Sus labios se deslizaron por mi clavícula y continuaron bajando, hasta llegar a mi vientre. Me desabrochó el pantalón con agilidad.
- Espera. - Le dije, poniendo una mano en su mejilla. - ¿Aquí, en el almacén?
- ¿Por qué no? La puerta está cerrada y no pasa nadie por aquí. - Cerré los ojos mientras él volvía a besar mi cuello. Había numerosas razones en contra pero, por alguna razón, no lograba recordarlas en ese momento, ni siquiera podía pensar algo coherente.
Miró a nuestro alrededor y despejó una vieja mesa de madera que estaba a un lado del almacén, tirando ruidosamente todos los objetos que estaban sobre ella al suelo. Alargó una mano hacia mi y la acepté sin titubear. La madera crujió al sentarme en la mesa y Nigel continuó recorriéndome a besos.
Se escuchó un golpe en la puerta, alguien forcejeaba con la cerradura. Nos quedamos quietos, pegados el uno al otro. Volvieron a llamar con más fuerza.
- ¿Hay alguien ahí? - Dijeron desde el otro lado. Me pareció que era el supervisor del grupo de voluntarios.
Nigel se llevó un dedo a los labios y me miró. Asentí y escuché atentamente.
- ¿Qué pasa? - Preguntó una voz femenina.
- He escuchado un ruido ahí dentro pero no se abre la puerta. - Explicó el otro. - Por mucho que giro la llave, el picaporte no funciona. Vamos a tener que desatornillar la cerradura.
Miré a Nigel con cara de pánico, él negó con la cabeza con una sonrisa tranquilizadora.
- ¿Te corre mucha prisa? Quiero decir, el partido está a punto de acabar y sabes como se pone el bar, necesitamos a todos los voluntarios posibles.
- Tienes razón, me ocuparé de esto luego. - Dieron unos golpecitos en la puerta, dejando claro a qué se refería. Nos quedamos en silencio, escuchando sus pasos alejarse.
Cuando se dejaron de oir reí, escondiendo la cabeza en el hombro de Nigel.
- Creo que vamos a tener que dejarlo para otro momento. - Le dije. Me tomó la cara entre ambas manos.
- ¿En serio? - Preguntó. Me dió un beso lento y saboreé sus labios. Me miró con intensidad.
- Tenemos que irnos de aqui antes de que vuelvan. - Dije con dificultad. Me bajé de la mesa, apartándole con suavidad. Me recoloqué la ropa y el pelo. Abrí el pestillo que nos mantenía encerrados.
- ¿No vienes? - Le pregunté al ver que no me seguía.
- Ahora voy. - Salí al pasillo mirando antes a ambos lados. Me dirigí al puesto que me habían asignado sin poder dejar de sonreir.
- Por fin apareces. - Me dijo Marianne. - Hace falta personal en el bar, ¿vas tú o prefieres quedarte aquí?
- Voy yo. - Aún notaba la adrenalina por mi cuerpo y necesitaba estar en movimiento.
- Eh, te falta un pendiente. - Observó. Me llevé una mano a la oreja.
- Ah, se me debe haber caído en alguna parte. - Traté de disimular una sonrisa.

El bar no era demasiado grande y estaba dentro del mismo polideportivo. La gran cantidad de clientes que había venido de golpe se fue dispersando y ahora llegaban de forma intermitente por lo que había más tranquilidad detrás de la barra. Anne, John e Isabelle llegaron acompañados por Darren y sus tres amigos. Les saludé y me acerqué a ellos.
- ¿Qué pasa, chicos? - Les pregunté. - ¿Os ha gustado el partido?
- No está mal, pero sigo prefiriendo el fútbol. - Contestó Anne. Les conté por encima.
- Lo sé. Por aquí, seguidme. - Junté dos mesas y les acerqué siete sillas. - ¿Qué queréis tomar?
Apunté sus pedidos en la libreta que llevaba en el bolsillo del delantal.
- Enseguida os lo traigo.
- Te echaré una mano. - Se ofreció Anne. Rozó a Darren al levantarse de su lado y este la siguió con la mirada embobado.
Levanté la tabla de madera, poniéndome tras la barra.
- Le tienes loquito. - Le dije. Anne se sonrojó ligeramente.
- ¿Tú crees? - Le miró con una sonrisa tímida, mordiéndose el labio. - A mi si que me tiene loca.
Sonreí, sirviendo las bebidas.
- Tengo novedades sobre Nigel. - Se volvió hacia mi con una mueca de asco que ocultó enseguida. Sabía que no le caía bien pero necesitaba contárselo. - Nos hemos besado.
Soltó un pequeño grito de sorpresa. Le hice una seña con las manos para que bajara la voz.
- ¿Cuándo ha sido eso?
- En el cumpleaños de Jack. - dije.
- Y me lo cuentas ahora... ¡Mala!
- No he podido hablar contigo antes. - Hice una pausa. - Y hay más.
- ¿Más? - Sentí que enrojecía.
- Pero no grites más, por favor. - Anne asintió, mirándome expectante. - Casi lo hacemos en el almacén del polideportivo.
Ahogó un grito pero aún así un fino sonido salió de su garganta. Le mandé callar. Parecía más nerviosa que yo.
- ¿Con lo de hacerlo te refieres a...? - Preguntó para asegurarse que no había malinterpretado mis palabras. Asentí.
- Sí, a eso mismo.
- ¡Qué fuerte! - Fue capaz de decir. - ¿Y cómo...? Quiero decir, ¿así porque sí? - Terminé de servir las siete copas.
- Ya te contaré con más detalle.
- No hace falta que me des muchos detalles, y menos con ese. - Hizo un movimiento de repulsión con la mano.
- No me refería a esa clase de detalles. - Coloqué las copas en la bandeja.
- ¡Qué fuerte! No me lo esperaba. ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga? - Me señaló con un dedo acusador. Reí.
- No sé que me pasa, es verlo y no soy capaz de controlarme. - Cogí un cuenco rectangular y eché frutos secos en él.
- ¿Te has dado cuenta? - Dijo tras una pausa. - Yo con Darren, tú con Niggie, John con Charlotte...
- ¿Están ya juntos? - Le pregunté, mirando hacia la mesa. Estaban sentado el uno junto al otro y hablaban entre ellos, sonriéndose mutuamente. Charlotte movía de forma nerviosa un mechón de su pelirrojo cabello entre sus dedos.
- Están a punto, John le va a pedir una cita.
- ¡Qué monos! ¿E Isabelle? - Anne se encogió de hombros.
- ¿Con Jack?
- ¿Si? No parece muy interesada en él.
- No te creas, hace un momento me ha preguntado si lo había visto.
- ¿En serio?
- Como te lo estoy contando. - Cogí la bandeja y nos dirigimos a la mesa.
- Parece que después de tanto insistir, Jack ha conseguido hacerse un hueco en el corazón de Isabelle. La verdad es que harían una buena pareja. - Pensé en voz alta.

martes, 24 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 12 - EL CUMPLEAÑOS DE JACK

- Entonces fuimos a dar un paseo por la playa. Me entró frío, tú sabes lo friolera que soy, - recalcó Anne - me abrazó por la espalda y me dijo al oído: eres mi novia. - Soltó un suspiro de enamorada y se dejó caer en mi cama. Tenía la vista fija en el techo, sumergida en sus recuerdos. Había empezado a salir con Darren hacía casi dos semanas, más o menos tres días después de que Dean y yo rompiéramos oficialmente.
Era 29 de agosto, lo que significaba que era el cumpleaños de Jack, uno de los mejores amigos de Dean. Después de mucho dudar y de escuchar repetidamente la frase "salir te vendrá bien" por parte de mis amigos y mi familia, acepté ir a la fiesta que celebraba en su casa a partir de las siete de la tarde. Me estaba terminando de preparar.
- ¿No vas a llevar biquini? - preguntó Anne, que se había sentado en mi cama. La casa de Jack tenía un gran jardín con piscina.
- No creo que haga falta. Solo voy a estar un rato allí, le daré mi regalo y volveré tan pronto como pueda.
- ¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? - Asentí y me até las sandalias.
- Va a ser entrar y salir. Además, ¿no habías quedado hoy con Darren?
- Sí, pero podría quedar más tarde con él. - Negué con la cabeza. - ¿Sabes? Le vamos a decir a John que se venga con nosotros y a Charlotte también. Parece que se gustan pero necesitan un empujoncito para dar el paso.
- Es una buena idea. Una cita doble. - Siempre había querido tener una pero ninguno de mis amigos había tenido pareja cuando estaba con Dean. Suspiré para mis adentros al pensar en él. Metí el móvil en el bolso y me lo colgué.
- ¿Qué tal estoy? - Le pregunté.
- Sencilla pero genial. - Le sonreí. Llevaba unos pantalones cortos celestes y una camiseta de tirantes blanca. Levanté la bolsa con el regalo de Jack y la mirada de Anne fue a parar al objeto que había debajo. - ¿Y esto? - Lo cogió, era el albúm personalizado que le había regalado a Dean por nuestro aniversario, el mismo que recogí de su habitación cuando todos le dábamos por muerto.
- Catherine... - Su tono era una mezcla de reproche y comprensión. Se lo quité de las manos y lo dejé en su hueco de la estantería.
- Debí dejarlo fuera al limpiar la habitación. - Me excusé.
- Y voy yo y me lo creo. - Desvié la vista. - Tienes que dejar el pasado atrás. Los dos estábais de acuerdo en dejarlo, ¿no? Pues ahora toca seguir adelante.
- Es muy difícil olvidar todos los momentos que he vivido con él. - Se levantó y me dio un abrazo.
- Lo sé, pero lo superarás. El tiempo lo cura todo. - Le respondí al abrazo.

Llegué a casa de Jack. Ya desde el exterior se podía apreciar lo grande que era. Con dos plantas más sótano y desván, garaje interior y espacio suficiente en el jardín delantero para dos o tres coches más y una enreversada verja que los aislaba del mundo. Llamé al timbre y me abrió Vicky, una cotilla chica a la que conocía de vista del instituto y que había ido a la fiesta de vuelta a casa de Dean, antes de las navidades.
- ¡Hola, Cath! - Me saludó con familiaridad, como si fuéramos viejas amigas, cosa que no éramos. Miró a mi alrededor. - ¿Y Dean? ¿No viene contigo? - Me extrañó su pregunta, los rumores de nuestra ruptura deberían haberse extendido ya.
- No. - dije sencillamente, no pensaba darle más explicaciones. - ¿Dónde está el cumpleañero? Tengo un regalo para él. - Le enseñé la bolsa. Era la cuarta entrega de su videojuego favorito, siempre hablaba de él y, que yo supiera, no lo tenía todavía.
Jack siempre había sido muy amable y atento conmigo. Después del accidente de Dean, cuando todos le dábamos por muerto, me había llamado varias veces para saber cómo me encontraba, incluso tras nuestra ruptura me había invitado a su cumpleaños. Al contrario que Peter, de quien no había vuelto a saber nada desde hacía mucho y, aunque esperaba que siguiera siendo así, sabía que me lo iba a encontrar ahí, después de todo, él también era amigo de Jack.
Vicky me dejó paso y coloqué el regalo sobre una mesa junto al resto de paquetes envueltos. El interior de la casa era enorme y espacioso, con muebles modernos y de tonos claros. Había globos colgados sobre las columnas que adornaban la entrada del patio trasero, me dirigí hacia allí. La piscina brillaba con el reflejo de la luna creciente y las luces artificiales que la rodeaban, y la música se oyó más fuerte nada más cruzal el umbral. Estaba claro en qué parte de la casa se celebraba la fiesta. Miré entre los invitados, buscando a Jack. Mi plan era quedarme hasta la entrega de regalos y luego marcharme, esperaba que no tardara mucho en llegar esa parte. Vislumbré un cabello rubiazco acercándose a mi y me alegró ver una cara conocida.
- ¡Felicidades! - le dije a Jack, dándole dos besos en las mejillas.
- Gracias, pensaba que al final no ibas a venir. - Parecía contento de verme. Me dio un abrazo. - ¿Cómo estás? - Me encogí de hombros.
- Rara... - Hice una pausa.- ¿Tú... has hablado con él o sabes algo? - No hizo falta nombrarle, Jack sabía a quién me refería. Negó con la cabeza.
- No quiere hablar con nadie, parece como si se estuviera aislando de todas las personas que conoce. - Asentí.
- La última vez que hablamos quería encontrarse a si mismo, parece que esa es su forma de hacerlo, apartarse de todos. - Noté un tono amargo en mi voz y Jack me volvió a abrazar.
- Volverá, siempre lo hace. - Su optimismo y su cálida sonrisa me tranquilizó. - Oye, ¿e Isabelle, Anne y el resto? - Preguntó algo tímido. Trataba de disimular que le gusta Isabelle pero no se le daba muy bien.
- Isabelle ha ido al pueblo de su padre, para hacerle una visita a sus abuelos, y Anne y John no podían venir hoy. - Dije simplemente, sabía que lo que verdaderamente le interesaba era que viniera Isabelle.
Un grupo de chicas llamó a Jack a gritos.
- Te reclaman, chico del cumpleaños. - Le dije.
- No me gusta dejarte sola.
- No estoy sola, hay mucha gente por aquí. Estaré bien, ve. - Le indiqué con un movimiento de manos que se marchara y obedeció.
Tomé aire y miré a mi alrededor. A la mayoría los conocía de vista, eran amigos de Jack y alumnos del instituto pero no había hablado con ninguno de ellos y no estaba de humor para hacer nuevos amigos. Cerca de la puerta había una zona rectangular cubierta con un techo en la que había una gran mesa rodeada por sillas en la que había bebidas, frutos secos, patatas, sandwiches... y en el centro una amplia tarta, también rectangular, todavía sin tocar. Me acerqué y me serví agua en un vaso, sentía la boca seca.
- Siempre tan sana, solo agua... - dijo una voz que me resultaba familiar a mi lado. Observé la botella de cerveza que tenía en su mano.
- Ojalá pudiera decir lo mismo de ti, Peter. - Le sostuve la mirada. Nunca nos habíamos llevado especialmente bien y ahora menos que nunca. Él me odiaba por haber engañado supuestamente a Dean.
- Qué extraño que no estés tonteando con nadie. Ahora que estás oficialmente libre deberías aprovechar, total, ya lo has hecho antes, y teniendo novio... - Recalcó. De nuevo, esa punzada de culpabilidad en el pecho. No había engañado a Dean, nunca lo había hecho, no había llegado a besar a Nigel, solo habíamos bailado y hablado. Ya estaba cansada de repetírselo, no me iba a creer dijera lo que le dijera así que decidí contraatacar.
- ¿Te me estás insinuando? No me lo esperaba de ti, aunque debí haberlo sospechado, del odio al amor hay solo un paso, ¿no? - Hizo una mueca de asco. No se lo esperaba.
- Qué más quisieras, niñata... - murmuró antes de irse golpeándome con el hombro al pasar. Respiré hondo. No había venido aquí a discutir sino por Jack, me recordé. Solo un rato más y estaré en casa, me repetí.

La gente reía y bailaba, Jack estaba siempre ocupado atendiendo a sus invitados y, aunque se habían formado pequeños grupos, todos ellos se conocían entre sí, lo que me hacía sentir más aislada y sola.
Junto a la piscina, separada por un camino de piedras, había una larga barandilla que daba al mar, una de las ventajas de tener una casa junto a la playa. Me alejé de esas personas que ni siquiera reparaban en mi presencia y fui hacia allí. Sentí que me observaban y giré la cabeza. Entre la multitud y la tenue luz pude ver unos ojos brillantes observándome. Sentí que el corazón me latía con fuerza y tuve el impulso de desviar la mirada pero no hizo falta, porque una de las personas que estaban junto a él se había movido y le había tapado con la cabeza. Continué mi camino hacia la barandilla. Indudablemente se trataba de Nigel, aunque su cara apenas estaba iluminada por la luz habría reconocido esa mirada y esa sonrisa pícara en cualquier parte.
Observé las olas romper en la orilla y retroceder sobre sus pasos para volver a caer en la trampa de la corriente y desaparecer de nuevo. Apenas se podía escuchar su ruido debido a la música pero disfruté del olor a salitre y de la humedad en mi piel. Observé por el rabillo del ojo cómo Nigel se acercaba con su natural gracia y soltura y se acodaba en la barandilla a unos pocos pasos de mi. Traté de mantener mi vista al frente y de tranquilizarme. Notaba su mirada y mi objetivo de mantenerme calmada me parecía cada vez más imposible. Por fin me volví hacia él. Tenía una sonrisa de diversión en los labios, como si yo fuera su nuevo juguete.
- No sabía que conocieras a Jack. - le dije al ver que no decía nada. Adoptó una pose chulesca.
- Conozco a mucha gente. - Ya me doy cuenta, pensé. - ¿Estás sola?
- Ya no. - le miré significativamente. Dio un paso hacia mi con una pequeña sonrisa, parecía que le había gustado mi respuesta.
Se escuchó un chapoteo a nuestro lado, los invitados se habían quedado en traje de baño y se tiraban a la piscina.
- ¿Te apetece darte un baño? - Me tendió la mano con caballerosidad. Me mordí el labio recordando la primera vez que bailamos. Él inclinándose ante mi, con la mano extendida.
- No he traido bañador. - Arqueó una ceja.
- ¿Vas a una fiesta en la piscina y no traes bañador?
- Solo voy a estar un rato por aquí.
- De todas formas, no te hace falta para meterte en la piscina, la ropa interior puede servir. - Me miró con travesura. Crucé los brazos sobre el pecho, sintiendo que enrojecía.
- Sigue soñando. - Se encogió de hombros.
- Tenía que intentarlo. - Se quitó la camiseta y se lanzó en bomba al agua, salpicando a los que estaban a su alrededor. El reflejo de la luz en el agua hicieron que sus ojos se vieran más azules todavía. Me hizo una seña con la mano para que me acercara pero negué con la cabeza, puso un puchero y saltó sobre otro chico, tratando de zambullirle.

Jack apagó las velas y aplaudimos. Fue abriendo los regalos uno a uno y los flashes de las cámaras no paraban de saltar. Llegó el turno de abrir mi regalo, sus ojos se iluminaron y se volvió hacia mi.
- ¡Es el único que me faltaba! ¡Gracias! - Lo miró deseoso pero lo dejó a un lado para continuar con los regalos de los demás.
Cortó la tarta y la repartió entre sus invitados. Me tendió un trozo y se sentó a mi lado.
- Gracias, eres un buen anfitrión. ¿Te ha gustado el juego? No estaba segura de si te lo habías comprado ya.
- Me ha encantado. Lo he buscado por todas partes pero no lo encontraba, ¿cómo lo has hecho?
- Tengo mis contactos... - dije haciéndome la interesante. - Es broma, lo compré en Internet.
Sonrió. Seguimos charlando mientras nos terminábamos el dulce. Se levantó y dejó el plato sobre la mesa.
- ¿Vienes? - me preguntó señalando la piscina. Negué.
- Se me ha olvidado traer el bañador.
- Menuda memoria tienes. - rió y se metió en el agua.
Conforme iban terminando de comer, los invitados hacían lo mismo. En la piscina cada vez había menos espacio y habían subido el volumen de la música. Un grupo de cinco estaba reunido junto a la barandilla y otro más numeroso sentado en las sillas, junto a la mesa de aperitivos. Me puse en pie, alejándome de los altavoces, y saqué mi móvil, había llegado la hora de marcharme. Pasé junto a las columnas que estaban en la entrada del patio y vi a Nigel apoyado en una de ellas con pose seductora.
- Te veo un poco aburrida. - Iba en bañador, con el pecho al descubierto y tenía el cabello despeinado y húmedo aunque el resto de su cuerpo ya se había secado.
- Ya me iba.
- ¿Tan pronto? - Me encogí de hombros. - Todavía queda mucha noche para divertirse, eso es que estabas con la compañía equivocada.
- ¿Tú me puedes dar una compañía mejor? - Pregunté incrédula.
- ¿Por qué no? - Presté atención a la canción que estaba sonando, era la misma que había sonado en mi graduación la primera vez que había bailado con Nigel. Se acercó, tomó mi mano entre la suya y la acercó a su pecho. Su otra mano descansaba en mi espalda y giramos lentamente, la música parecía venir de muy lejos. ¿Se acordaría él de que esta era la primera canción que habíamos bailado?
- Tranquila. - Me susurró al oído. Parecía como si estuviera reviviendo ese momento. Habían ocurrido muchos cambios en estos dos últimos meses. - Por cierto, - nuestras miradas se cruzaron - ¿qué ha pasado al final con Dean?
Desvié la vista y apoyé la cabeza en su hombro, cerrando los ojos.
- Ya no estamos juntos. - Susurré. No hacía falta alzar la voz, mis labios estaban lo suficientemente cerca de su oreja como para oirme respirar y tampoco era algo para gritar a los cuatro vientos.
- Ahora es cuando se supone que tengo que decir que lo siento, ¿verdad? - dijo al cabo de un rato. Le miré.
- No tienes por qué. Lo nuestro no avanzaba desde hacía un tiempo, lo que pasa es que hemos tardado en darnos cuenta.
- ¿Y cómo estás?
- Me siento extraña, como si me faltara una parte de mi, lo peor es que me sentía de la misma forma estos últimos meses, aún estando Dean a mi lado. - Me encogí de hombros. - ¿Quién sabe? Puede que la ruptura sea lo mejor.
Alcé la vista y me volví a cruzar con sus ojos.
- Me alegra que te lo tomes así. - Habíamos dejado de bailar pero aún sostenía mi mano en la suya. Había ternura y comprensión en su mirada pero también un brillo atractivo y retador. Su vista se desvió fugázmente a mis labios para volverla a subir hasta mis ojos, como si me estuviera pidiendo permiso. Se inclinó hacia mi con lentitud, me puse de puntillas y nuestros labios se rozaron, primero con delicadeza y después con ansias, como si hubiéramos estado esperando este momento desde el primer día que nos vimos, que, prácticamente, había sido así. Le rodeé el cuello con los brazos y sentí sus manos en mi espalda y mi pelo. Nos separamos con la respiración agitada.
Antes de poder decir una palabra sonó mi móvil, que había guardado en el bolsillo trasero de mi pantalón.
- ¿Si? - mi voz sonó débil, carraspeé.
- Cariño, ¿cómo va todo? - Era mi madre. - ¿Te lo estás pasando bien? - Sonreí y me alejé un poco de Nigel.
- Si, mejor de lo que pensaba. ¿Sabes? Creo que incluso me voy a quedar un rato más, ya te avisaré si hace falta que me recojas.
- De acuerdo. Ten cuidado y disfruta.
- Descuida. - Miré a Nigel, que me observaba con una sonrisa ladeada. Colgué el teléfono.
- Parece que al final te he logrado convencer para que te quedes. - Colocó sus manos en mi cintura.
- ¿Qué te hace pensar que me quedo por ti? - Su sonrisa se hizo más amplia.
- ¿Por quién sino? - Caminé unos pasos hacia atrás, noté la pared a mi espalda y me apoyé en ella. Recorrió mi cuello con sus labios y su barba de tres días me hizo cosquillas.
- ¿Por Jack? - bromeé distraida. Nigel rió y su aliento me puso la carne de gallina. Busqué sus labios y esta vez el beso fue más intenso. Pegó su cuerpo al mio y sentí que me ruborizaba. Dean había sido el primer y único chico al que había besado, me sentía extraña entre los brazos de Nigel aunque realmente cómoda.
Se separó y noté frío donde antes había estado él. Miró a nuestro alrededor, estábamos casi completamente ocultos tras las columnas, la luz más cercana era la de los faroles de metal que estaban junto al arco de la puerta.
- Tengo que volver con mis amigos. - Dijo. Colocó ambas mano en la pared junto a mi cabeza y me atravesó con la mirada. Me besó, dejándome con ganas de más y se acercó a un par de chicos que acababan de salir de la piscina.

Nigel pasó por mi lado y cruzamos una mirada de complicidad sin decirnos nada. Jack me presentó a algunas personas y la noche se hizo más amena. Los invitados se fueron marchando y Jack los acompañaba hasta la puerta, agradeciéndoles su visita. Decidí quedarme para ayudarle a limpiar. En la piscina flotaban unos vasos de plástico y me pareció ver algunos trozos de comida en el fondo. Hice una mueca de asco y cogí un recoge-hojas para piscinas que había en un armario junto a la mesa. Conocía bien esa casa, sobre todo ese jardín. Mientras Dean y yo estábamos juntos, Jack nos había invitado en numerosas ocasiones, incluso conocía a sus padres, sorprendéntemente aún más bajos que él pero igual de simpáticos.
Los vasos se me resistían, así que me incliné un poco más. Perdí el equilibrio y caí al agua. Miré a mi alrededor, había un puñado de chicas junto a la puerta del jardín, que rieron ante mi torpeza. Sentí que enrojecía y salí de la piscina lo más rápido que pude.
- ¿Te ayudo? - Se ofreció Nigel, inclinándose ante a la escalera.
- No hace falta. - Rechacé su mano y bajé la vista al suelo, avergonzada. Ya en suelo firme, me aparté el pelo mojado de la cara, la ropa me pesaba y se me pegaba a la piel.
- Al final sí que te has dado un chapuzón. - Se burló. - Me lo hubieras dicho y te hubiera acompañado.
Me estrujé el pelo y le mojé con el agua que salió.
- Se puede decir que ya lo has hecho. - Reí.
- Ahora verás. - Corrió hacia mi y huí sin parar de reir. Me agarró por la cintura y saltó a la piscina, arrastrándome con él. Traté de zambullirle pero era más fuerte que yo y fue él el que me hundió a mi. Cerré los ojos y sentí una ligera presión en los labios, salí a la superficie y le miré perpleja. Seguía sujetándome por la cintura, se acercó a mi oido y tuve que apoyarme en él para mantenerme a flote.
- ¿Es la primera vez que te besan bajo el agua? - Preguntó de forma retórica. Le empujé con suavidad, alejándole de mi y subí la escalera por segunda vez. Cogí la parte baja de la camiseta y la estrujé para librarme del exceso de agua. Nigel acababa de salir de la piscina, la camiseta blanca se le transparentaba y pegaba al cuerpo, lo que lo hacía aún más sexy que si no la llevara puesta. Me recorrió con la mirada y fui consciente de que también se transparentaba la mia, crucé los brazos sobre el pecho, tapándome. En ese momento llegó Jack.
- ¿Pero qué ha pasado aquí? - Desvió la mirada cuando se fijó en mi camiseta.
- Esta chica... - dijo Nigel en tono cansado y colocó una mano sobre mi hombro. - La he tenido que salvar, por poco se ahoga en la piscina. - Le miré boquiabierta y le dí un pequeño empujón.
- ¡No es verdad! ¡No me estaba ahogando!
Un grupo de chicas pasó por nuestro lado riéndose y señalándome descaradamente. Me cubrí aún más con los brazos.
- Os traeré una toalla. - dijo Jack.
- Qué idiotas... - masculló Nigel en voz tan baja que tardé unos segundos en entender lo que había dicho.
Jack volvió con una gran toalla y nos secamos con ella. El móvil de Nigel sonó y se alejó de nosotros.
- Ya verás cuando llegues a casa con esas pintas. - me dijo Jack riendo.
- Espero que mi madre no se altere demasiado. Por lo menos no hace frío, hubiera sido peor. - La sonrisa de Jack tembló y se removió el pelo de forma nerviosa.
- ¿Va todo bien? - Le pregunté.
- Dean ha llamado. - Respondió tras un momento de duda. Me miró, analizando mi reacción. Desvié la mirada y volví a sentirme culpable por lo de Nigel.
- ¿Y qué quería?
- Felicitarme. - Era lógico. - Dice que le gustaría estar aquí pero que el aire del pueblo le está sentando bien.
- Me alegro por él. - Dije con sinceridad. Nigel volvió y se puso frente a mi.
- Vamos, te llevaré a casa. - Señaló con la cabeza la salida.
- ¿Estás seguro? ¿Y tus amigos, no vas con ellos?
- Acabo de hablar con ellos, se las apañarán sin mi, aunque me echarán mucho de menos. - Le miré a los ojos, de un pálido tono azul a la luz de la luna, tratando de averiguar sus intenciones.
- Gracias. - Ignoré su comentario engreído.
- Id ya, yo me las apaño con esto. - Dijo Jack señalando los pocos platos que quedaban sobre la mesa.
- ¿No te importa? - Negó.
- Es mi fiesta, yo la organizo, yo la desmonto. - Me sonrió. Le devolví la toalla y me despedí de él.
Nigel me guió hasta su coche.
- ¿Por qué haces esto? ¿Quieres un plus por taxista? - Me quedé de espaldas a la puerta del copiloto.
- ¿Por qué tengo que tener una razón? - Me encogí de hombros, se inclinó ante mi y noté como el pulso se me aceleraba, cerré los ojos, esperando el beso. En vez de eso, me abrió la puerta del coche, rozándome con su brazo. - Me apetece llevarte a casa, ¿tan malo es?
Negué con la cabeza, sintiéndome algo decepcionada y ridícula y me senté. Cuando llegamos a mi casa le di las gracias y abrí la puerta. Me cogió suavemente de la muñeca.
- ¿No me das un beso de despedida? - Preguntó, mirando mis labios con una media sonrisa. Sin pensarlo dos veces me acerqué. Sus besos eran apasionados y salvajes pero aun así delicados.
- Ya nos veremos. - Le dije con una sonrisa mientras bajaba del coche.

martes, 17 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 11 - ¿QUERER O DESEAR?

Tras dejar pasar dos largos días para que Dean aclarase sus pensamientos, necesitaba hablar con él, arreglar lo nuestro. Los siguientes tres días traté de contactar con él. Le había dejado cientos de mensajes y le había llamado sin éxito. Probé a llamar una vez más a su casa.
- ¿Diga? - respondió Priscilla.
- ¿Está Dean?
- Un momento. - Esperé con el auricular en la mano, sabiendo lo que vendría ahora pero manteniendo la esperanza de que hoy volviera a escuchar su voz.
- Lo siento, ha salido. - La chispa de esperanza se apagó y tuve miedo de que no volviéramos a estar juntos nunca más. - ¿Quieres que le dé algún mensaje de tu parte?
- No. - suspiré. - Bueno, sí. Dile que le quiero y que no dejaré de llamarle y enviarle mensajes hasta que consiga hablar con él.
Priscilla también suspiró.
- Se lo diré.
- Gracias. - Aparté lentamente el auricular de mi oreja.
- Catherine, ¿sigues ahí?
- Si, dime. - Noté que la chispa volvía a crecer en mi interior.
- Sabes que Dean te sigue queriendo.
- No estoy tan segura de ello.
- Hablaré con él. Te prometo que haré lo que esté en mi mano para que entre en razón.
- Muchas gracias, Priscilla. Eres la mejor suegra que alguien puede tener.
- No hace falta que me hagas la pelota, cielo. - Noté una sonrisa tímida en su voz. - Entrará en razón, ya lo verás.
Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Y si no lo hacía? Colgué el teléfono y fui a mi habitación. Me puse los auriculares y subí el volumen de la música. Me tumbé en la cama hecha un ovillo y con los ojos húmedos. Mañana iría a su casa y tendría que hablar conmigo por fuerza, quisiera o no.
Mi móvil se iluminó y me precipité sobre él, quitándome de forma brusca los auriculares. Alguien me hablaba por el chat, no reconocí el número. La alegría que me había invadido segundos antes me abandonó. No era Dean, a no ser que se hubiera cambiado de teléfono. Sopesé esa idea.
- Hola. - Me puso el desconocido.
- Hola, ¿quién eres? - Limpié una lágrima que se me había derramado en la pantalla del móvil.
- Soy Nigel. - Un hormigueo me recorrió todo el cuerpo. Notaba mis dedos temblar mientras se deslizaban rápidamente por el teclado.
- ¿Cómo has conseguido mi número?
- Tengo mis contactos... - Puso una cara sonriente guiñando un ojo. Suspiré.
- ¿Qué quieres? - No estaba de humor para aguantar tonterías de alguien que se divertía jugando con los demás.
- ¿Estás en casa?
- Si, ¿por qué?
- En 20 minutos estoy allí.
- ¿Y si no quiero que vengas?
- Pues estaré el tiempo que haga falta en tu puerta hasta que me abras. Acamparé toda la noche si es necesario. - Sonreí ante la absurda idea de Nigel en una tienda de campaña en mi jardín.
- No seas idiota.
- No lo soy, soy encantador. Hasta ahora. - Cerré la ventana del chat. Con una oleada de energía que no sabía que tenía me levanté de la cama. Sustituí el viejo pantalón de algodón que llevaba puesto por unos vaqueros cortos, fui al espejo y me pasé el peine por el pelo. Cogí el lápiz de ojos. ¿Pero qué estaba haciendo? Lo dejé a un lado y miré mi reflejo.
- Quieres a Dean, no lo olvides. - Me recordé a mi misma. ¿Entonces por qué actuaba así?

Llamaron a la puerta y abrí. Nigel iba vestido con unas bermudas vaqueras, enseñando sus atractivas pantorrillas y una camisa de manga corta roja.
- Me has abierto a la primera. - Me observó con una media sonrisa y sus ojos tenían ese brillo retador que tanto me frustraba y atraía a la vez.
- Es lo menos que podía hacer después de haberme traido a casa la otra noche. - Me apoyé en el marco de la puerta. - ¿Qué es lo que querías?
- ¿Dónde está tu educación? ¿No me invitas a pasar? - Miró por encima de mi hombro.
- No tientes tu suerte. - Crucé los brazos sobre el pecho y esperé.
- He pensado en lo que dijiste. Nunca lo había visto de esa forma, yo no pretendo hacer daño a nadie.
- Me alegra oir eso. Por lo menos esa noche sirvió para algo. - Le señalé el banco colgante de madera del porche y nos sentamos. Balanceé el columpio, observando su coche rojo aparcado junto a la acera. - Te has acordado de mi calle.
- Tengo buena memoria para lo que quiero. - Su mirada me intimidó y bajé la vista. Él sonrió sin dejar de mirarme.
- ¿Qué pasa? - Dije incómoda.
- Siempre haces eso cuando te miro. ¿Te pongo nerviosa?
- No digas tonterías. Solo es que me cuesta mantener la mirada a los que tienen los ojos claros... - me excusé.
- ¿Ah, sí? - Le miré y mantuvo sus pupilas fijas en las mias. No iba a dejar que tuviera poder sobre mi así que alcé la barbilla y observé el azul-verdoso de sus ojos. En realidad, sus ojos en sí no eran nada del otro mundo, era su forma de mirar, esa mirada que hacía que me ruborizara, que me hacía sentir deseada, que me decía que esperaba algo de mi aunque no supiera el qué.
No pude aguantarlo más y aparté la vista. Soltó una risita y le di un golpecito en el brazo.
- No te rías de mi. - me quejé.
- No me río de ti, me río contigo.
- Pues a mi no me hace gracia.
- ¿No? ¿Y esa sonrisa? - Me llevé una mano a los labios, tenía razón. Le volví a dar en el brazo.
- ¿Eso es lo único que sabes hacer? - me picó.
- No, también se hacer cosquillas. - Tanteé por su vientre con los dedos.
- Buena suerte, no tengo. - Le di en el costado y pegó un brinco. Reí.
- ¿Ah, no? ¿Y esto? - Seguí moviendo los dedos y sus manos apartaron las mias. Conseguí soltar una y volvió a saltar en el asiento al rozarle las costillas. Me la volvió a sujetar, esta vez con más fuerza. Forcejeé sin lograr liberarme. Dejé de intentarlo y miré nuestras manos entrelazadas, notando la suavidad de su piel.
- ¿Tregua? - Me preguntó. Asentí. Me soltó lentamente, observándome desconfiado. Alcé las manos en señal de paz todavía riéndome.
- Tienes una risa muy bonita. - me dijo.
- Gracias, últimamente no suelo reírme mucho.
- ¿Es por Dean?
- Sobre todo. - Suspiré, pensando también en lo de mi padre. - Desde que volvió de Afganistán no es el mismo.
- Espera, entonces, ¿son ciertos los rumores? ¿Fue a la guerra? - Asentí.
- Incluso le dieron por muerto, afortunadamente se equivocaron. - Sonreí durante un momento. - Me alegro mucho de tenerlo aquí de nuevo pero ya no parece el mismo. Está muy reservado, con la mirada perdida y autocompadeciéndose de forma melancólica. Le entiendo - me levanté bruscamente del banco colgante, que balanceó ante mi movimiento - y comprendo que necesite tiempo para acostumbrarse a su nueva vida pero está siendo más duro de lo que pensaba y parece como si él no quisiera recuperarse o, por lo menos, no parece que se esfuerce demasiado. - Me apoyé de espaldas en la barandilla del porche. - Pasa demasiado tiempo en sus recuerdos y poco en el mundo real. Además, - tragué saliva - parece que ya no me quiere como antes. - Se me quebró la voz por las lágrimas y bajé la cabeza avergonzada.
Nigel se puso en pie y se acercó a mi con los brazos extendidos. Di un paso atrás y alargué la mano para evitar su compasión pero él la apartó con delicadeza y me pegó contra su pecho. Las lágrimas salieron con más fuerza y me repudié por llorar delante suya.
La mirada de ternura que me dirigió cuando conseguí calmarme fue odiosamente adorable y me pregunté una vez más qué quería de mi. Nos volvimos a sentar en el banco y charlamos de otros temas.
El viento dejó de soplar y, aunque estábamos a la sombra, hacia un calor insoportable.
- ¿Te apetece un helado? - le pregunté.
- Vale.
- ¿De qué sabor lo quieres? - Me levanté y abrí la puerta. - ¿Quieres entrar? No creo que a mi madre le importe.
- ¿Está en casa? - Asentí y él negó con la cabeza.
- ¿Qué ocurre? ¿Ahora resulta que eres tímido? - Arqueé una ceja. - ¿Dónde está el chico extrovertido que saca a bailar a completas desconocidas?
- Eso es distinto. Además solo suelo bailar con chicas que conozco o con las que se acercan a mi.
- ¿En serio? - Se metió las manos en los bolsillos, repentinamente incómodo. - ¿Y por qué me sacaste a bailar entonces?
- Tú no te lanzabas así que tuve que hacerlo yo. - Nuestras miradas se cruzaron cuando él alzó la vista y un agradable calor recorrió todo mi cuerpo desde el estómago. Sus labios se torcieron en una sonrisa ladeada.
Me puse un mechón de pelo detrás de la oreja con un movimiento de muñeca y tamborileé en la puerta con las uñas, nerviosa.
- ¿De qué sabor quieres el helado? - retomé el tema. Se encogió de hombros.
- Sorpréndeme.

Le llevé un cono helado de vainilla y chocolate esperando que le gustase.
- ¿Así que nunca has tenido novia formal? - Le pregunté retomando nuestra anterior conversación.
- Estuve 6 meses con la misma chica. ¿Eso cuenta?
- ¿Se lo contaste a tus padres o se la presentaste? - Negó con la cabeza. - Entonces creo que no.
Tomé un poco de mi helado.
- Tienes un poco de... - Pasó su dedo lentamente por la parte superior de mi labio, limpiándome. - Ya está.
- Gracias. - Desvié la mirada de su rostro, que estaba cada vez más cerca. No podía hacerle esto a Dean. Me apoyé en el respaldo del asiento y seguí comiéndome el helado como si nada hubiera pasado.
Continuamos hablando hasta que empezó a oscurecer.
- Qué rápido pasa el tiempo. - dije entrecerrando los ojos ante la luz del atardecer.
- Sobre todo cuando te estás divirtiendo, ¿no? - Otra vez esa sonrisa pícara. Asentí. - Tengo que irme.
Se levantó y le acompañé hasta su coche.
- Gracias por venir. Ha estado bien hablar contigo.
- Pues cuando quieras repetir, ya tienes mi número. - Nos miramos mutuamente en silencio, como esperando algo más. Tenía ganas de abrazarle, resistí ese impulso y me llevé las manos a la espalda.
- Ten... cuidado con... los coches. - Me sentí estúpida.
- No te preocupes. - Me guiñó el ojo y se montó en su deportivo. Le vi desaparecer calle abajo.
Al entrar en casa me encontré con la mirada interrogante de mi madre.
- Era el chico que me sacó a bailar en mi graduación, Nigel. - le expliqué antes de que dijera nada.
- ¿Y qué pasa con Dean?
- No estábamos haciendo nada malo, solo hablar. - Me defendí. - Además, Dean no quiere saber nada de mi.
- Cariño, piensa bien en lo que haces. Hay una sabia frase que dice: no cambies lo que más quieres en la vida por lo que más deseas en el momento, porque los momentos pasan, pero la vida sigue.
- Sé lo que hago, mamá. Mañana iré a casa de Dean y no tendrá más remedio que escucharme.

Al día siguiente me dirigí a su casa y me abrió una sorprendida Priscilla.
- ¡Catherine! No sabías que ibas a venir.
- Quería hablar con Dean y ya que no me coge el teléfono...
- Está arriba, ven, pasa. - Saludé a Vincent, sentado como de costumbre en su sillón, cerveza en mano. Priscilla tocó con los nudillos la puerta cerrada de su habitación.
- Te he dicho que no quiero nada especial para comer, mamá. - Dijo Dean con voz cansada desde el otro lado de la puerta.
- Catherine ha venido, quiere verte. - Hubo un silencio.
- Dile que no estoy. - Sentí una punzada de dolor en el pecho. Priscilla bajó la vista avergonzada.
- Dean, estoy aquí al lado. - Dije. Otro silencio. - Tenemos que hablar, no puedes esconderte de mi para siempre.
- Venga, Dean, escúchala. - Añadió Priscilla.
- Por favor, una vez que aclaremos esto no te volveré a molestar si es lo que quieres. - Tras una pausa, se escuchó el crujir de los muelles de la cama y unos pasos acercándose. El ruido paró y luego se abrió la puerta, mostrando un Dean con rostro cansado y pelo revuelto.
- Os dejaré a solas. - Priscilla desapareció escaleras abajo.
- Habla. - Me incitó Dean. No sabía por donde empezar.
- ¿Cómo estás? - Puso los ojos en blanco.
- ¿Tú que crees? - Desvié la vista. Me sentía incómoda en el pasillo, observada por los extraños cuadros que había colgados en la pared.
- ¿Puedo pasar? - Abrió la puerta totalmente y se hizo a un lado, extendiendo un brazo indicándome que pasara. La habitación estaba desordenada, las sábanas enrolladas a los pies de la cama y una consola junto al televisor encendido, mostrando el menú de pausa de un juego de fútbol.
- ¿Por qué no respondes a mis mensajes ni a mis llamadas? - dije al fin.
- Ya no importa, estás aquí, dime lo que me quieras decir. - Estaba apoyado en el marco de la puerta. Aparté el mando de la consola y me senté al filo de la cama.
- ¿No quieres arreglar lo nuestro? - le pregunté.
- ¿Seguimos teniendo algo? Desde que volví no es lo mismo, y lo sabes.
- Eso no significa que se tenga que acabar. Podría ser una nueva fase de nuestra relación.
- Lo sé. - Se sentó junto a mi, manteniendo un espacio entre ambos. - Pero es difícil, siento como si fuéramos dos desconocidos. He estado hablando con mi psicólogo y dice que primero debo acostumbrarme a mi nuevo yo, volverme a gustar y entonces los demás me aceptarán y me volverán a querer.
- Los demás te aceptan y te quieren. Eres tú el que no lo hace.
- También necesito estar un tiempo a solas - ignoró mi comentario - por eso me voy al pueblo con mis tíos. - Le miré sorprendida. El pueblo donde vivían sus tíos era pequeño, no llegaba a los 100 habitantes y la mayoría de ellos vivían de sus granjas. - Nada de móviles, ni nuevas tecnologías, solo trabajo duro y la naturaleza.
- ¿Y qué pasa con nosotros? - dije con un hilo de voz.
- ¿Tú me quieres? - preguntó.
- Claro, ¿y tú a mi?
- Más de lo que he querido a nadie en toda mi vida. - Mi corazón latió con fuerza ante la sinceridad de sus palabras.
- Entonces, ¿qué hacemos teniendo esta conversación de por qué no estamos juntos?
- A veces el amor no basta. - Bufé.
- ¿Eso también te lo ha dicho tu psicólogo? - Sentía lágrimas de rabia acumulándose en mis ojos.
- No, es que nunca voy a estar a gusto conmigo mismo si tengo que competir con otros para que te quedes a mi lado.
- No tienes que competir con otros. - Él también parecía estar a punto de llorar. - ¿Lo dices por Nigel? No hay nada entre nosotros.
- ¿Entonces qué hacía en tu casa? - Me quedé sin palabras. - Os vi. Ayer mi madre me convenció de que fuera a hablar contigo, que te escuchara, ¿y con qué me encuentro? Con vosotros dos tan felices en tu porche. - Sentí un nudo de culpabilidad en el estómago. - Le deseas, le miras igual que me mirabas a mi antes. Bailaste con él aún estando yo delante.
- ¡Tú me dejaste hacerlo! - Me puse de pie.
- Porque te vi dudar, vi ese brillo en tus ojos, esa sonrisa con la que le miras.
- Es solo atracción. - dije bajando la voz.
- Puede ser pero así se empieza. - Fui a rechistar pero me calló. - No sigamos por ese camino. Antes de la noche del chiringuito las cosas entre nosotros no estaban bien y lo sabes. Seamos sinceros.
Suspiré.
- Lo sé. Hemos estado separados mucho tiempo, demasiado. A lo mejor incluso hemos cambiado, nos tenemos que acostumbrar a nuestros nuevos 'yos'.
- Pero primero tengo que encontrarme a mi mismo. - puntualizó.
- Entonces, ¿estamos rompiendo? - Me rodeé los brazos con las manos, incómoda ante esa idea.
- Digamos que nos estamos dando un tiempo. - Compuso una sonrisa que se borró enseguida. Se mordió el labio inferior. - Si quieres podemos ser amigos, seguir hablando...
- Eso es lo que siempre se dice... - Consideré esa idea pero finalmente negué con la cabeza. - Creo que lo mejor será cortar por lo sano. Ya va a ser bastante duro de por sí.
- Tienes razón. - Se levantó apoyando el peso sobre su pierna sana y se acercó lentamente a mi. Nos quedamos el uno frente al otro, sin saber de qué manera despedirnos. - Un beso en los labios sería extraño en este momento, ¿verdad? - bromeó.
- Un poco. - admití. Le besé en la mejilla. - Suerte con encontrarte a ti mismo.
- Gracias. Te irá bien hagas lo que hagas, Catherine, lo sé de sobra. - Sonreí, él siempre había tenido más seguridad en mi misma de la que yo sentía. Me alejé de él lentamente y me dirigí hacia la puerta.
- Adiós, Dean. Espero que nos volvamos a ver algún día. - Me sonrió.
- Yo también.
Salí de su casa despidiéndome rápidamente de sus padres y di un largo paseo antes de entrar en la mia.

viernes, 13 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 10 - EL CHIRINGUITO (SEGUNDA PARTE)

Me sequé los ojos maquillados, intentando no parecer un mapache, aunque en realidad no importaba. Sacudí la arena de mi vestido y respiré hondo. Volví a entrar en el chiringuito y localicé a mis amigos sentados alrededor de una mesa alta, junto al chico del pan y su grupo.
- Cath, este es Darren. - Me lo presentó Anne. - Y ellos son Leeroy, Nathan y Charlotte. Ella es Catherine.
Leeroy era rubio con unos pequeños ojos color avellana ocultos tras unas gafas. Nathan era moreno de piel y alto, de pelo oscuro y ojos negros. Charlotte era pelirroja, con la piel llena de pecas, unos labios gruesos y mofletes redondeados.
- Encantada. - Les dije. Me dejé caer en un taburete libre.
- ¿Estás bien? - Me preguntó Isabelle. Asentí fingiendo una sonrisa. No les engañaría por mucho tiempo pero sabía que no insistirían.
Darren y Anne hablaban sin parar, no sabía cómo se podían escuchar mutuamente con la música tan alta. Sus amigos parecían un poco tímidos, sobre todo Leeroy, que se le notaba incómodo en este ambiente, pero poco a poco se fueron soltando. Charlotte parecía haber hecho buenas migas con John y Nathan y Leeroy, sobre todo Nathan, charlaba con nosotras.
Apenas podía concentrarme en la conversación, me limitaba a sonreir y asentir en los momentos adecuados. Como si algo hubiera llamado mi atención, dirigí mi vista a la pista. Nigel acababa de terminar de bailar con una chica rubia y caminaba entre la muchedumbre con paso orgulloso. Parecía como si cada vez que levantaba la cabeza él estuviera ahí, sobresaliendo entre los demás.
- Tengo que hacer una cosa, ahora vuelvo. - Me levanté de mi asiento y cogí del brazo a Nigel. - ¿Puedo hablar contigo? - Tiré de él antes de que le diera tiempo a responder.
Nos alejamos de la música, quería que me escuchara bien. Le solté. Me miraba con una sonrisa traviesa.
- ¿Has cambiado de opinión? - Me evaluó con la mirada. Ignoré su pregunta.
- ¿Estás contento? Ya has conseguido lo que querías.
- ¿Qué quieres decir?
- Dean y yo nos hemos peleado.
- Yo no quería eso. - Bufé.
- ¿Ah, no? ¿Entonces qué es lo que querías?
- Yo solo... quería pasármelo bien.
- Pues espero que hayas disfrutado mucho. - Crucé los brazos sobre el pecho y volví a paso rápido con mi grupo. No quería estar allí ni un minuto más.
- Chicos, estoy cansada. Me voy a casa.
- ¿Y Dean? - Preguntó Anne.
- Hemos... - No quería dar explicaciones delante del francés y sus amigos. - Se ha tenido que marchar.
- ¿Cómo te vas a ir? - Esta vez era Isabelle quien preguntaba.
- Andando, hace una buena noche.
- ¿Te llevo? - Se ofreció John. Negué con la cabeza.
- Daré un paseo, me vendrá bien. Encantada de conoceros. - Le dije a los recién llegados. Me di media vuelta antes de que pudieran convencerme para que me quedara.
- ¡Ten cuidado!
- Sí, no os preocupeis. - Me despedí con la mano y salí de allí.
Recorrí el camino de madera que conducía al paseo marítimo. Se había levantado algo de viento y me cubrí los brazos con las manos para entrar en calor. Había sido una mala idea ir al chiringuito, tenía el presentimiento de que me encontraría con Nigel y aun así le insistí a Dean para que viniéramos. Suspiré. Me esperaba un buen trecho hasta llegar a casa.
- ¡Catherine! - Miré hacia mi derecha y vi a Nigel en un coche rojo brillante, las lunas traseras estaban tintadas de negro, como no. Volví mi vista hacia el frente y aceleré el paso, intentando no darle importancia al hecho de que se acordaba de mi nombre. Él conducía despacio, siguiendo mi ritmo. - Catherine, ¿no me vas a hablar? - no respondí. - ¿Te acerco a dónde quiera que vayas?
- No me subo a coches de desconocidos. - respondí sin mirarle.
- Pero si me conoces...
- ¿De haber bailado contigo unas cuantas veces? - Me paré y me giré hacia él. - Sí, se puede decir que somos íntimos. - Puse los ojos en blanco y continué andando.
- ¿No confías en mi? - parecía ofendido.
- Me apetece andar. - esquivé la pregunta. No sabía si confiaba en él o no, apenas nos conocíamos aunque me sentía segura cuando estaba a su lado.
- Pues con esos tacones no vas a llegar muy lejos.
- Me los quitaré.
- ¿Para que te claves algo o pises algún bicho? - Un desagradable escalofrío recorrió mi columna al imaginar una cucaracha aplastada bajo mi pie. - Además una chica sola, en mitad de la calle, con ese vestido y ese rostro ingenuo... - Continuó. - ¿No crees que algún depravado se podría aprovechar de ti? - Bajé el ritmo. ¿Rostro ingenuo? ¿Depravado? ¿Pero de qué iba este chico?
- ¿Y cómo se que tú no eres un depravado? - Le miré y se encogió de hombros.
- Tendrás que arriesgarte. Venga, sube, te prometo que seré bueno. - paró el coche y puso cara de inocencia.
- Seguramente me arrepentiré de esto. - murmuré para mí ocupando el asiento del copiloto.
- ¿Dónde te llevo? - Preguntó con una sonrisa de satisfacción.

Condujo hasta mi casa, la música de fondo de la radio ayudó a que el silencio no fuera tan incómodo.
- Gracias por traerme. - Me quité el cinturón de seguridad y miré las luces apagadas de mi casa. Mi madre debía de estar dormida.
- No hay de qué. - Miré mis manos, que descansaban en mi regazo.
- He sido injusta contigo. Te debo una disculpa.
- ¿Por qué?
- Por lo de Dean. Nuestra relación estaba pasando por un bache y tú solo apareciste en el momento menos adecuado. Pero me gustaría saber una cosa, ¿qué es lo que querías de mi? - Volví la vista hacia él, me observaba pensativo.
- No lo sé. ¿Tal vez besarte? - Dijo en tono de broma.
- ¿Y después qué? - se encogió de hombros. - ¿Te diviertes ilusionando a las chicas, haciéndoles creer que son únicas y preciosas cuando en realidad hay una gran fila detrás de ellas esperando impacientes su turno para que las hagas sentir especiales?
- Yo no hago eso. - se defendió, frunciendo el ceño.
- Deberías pensar en los sentimientos de los demás y en las consecuencias que puede tener lo que haces. - Apretó el volante entre sus manos y me arrepentí por decirle lo que pensaba. - Perdona, no pretendía juzgar tu forma de ser. No soy nadie para darte consejos. Mejor me voy. - Abrí la puerta.
- Espera. - Me sujetó por la muñeca. - No era mi intención que os peleáseis.
- Lo sé. - Me bajé del coche. - Lo arreglaremos, es cuestión de tiempo. - Soné más segura de lo que me sentía.
- Suerte. - Me deseó. Cuando llegué a mi puerta escuché las ruedas alejándose por el asfalto.

jueves, 12 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 10 - EL CHIRINGUITO (PRIMERA PARTE)

Nos paramos frente al chiringuito y observé la pequeña cola que había para entrar. Dean llevaba una camisa de un suave tono azulado con los puños un poco remangados, tapando sus quemaduras, y unos pantalones largos, para ocultar su pierna ortopédica.
- ¿Vamos? - le animé. Asintió y entramos. Lo notaba nervioso, seguía acomplejado por sus heridas pero ya había pasado un mes desde su regreso y su psicólogo le había recomendado salir y volver a hacer lo que hacía antes de ir a la guerra, e ir a bailar era una de esas cosas.
- Te aviso que no me podré mover como antes. - Me encogí de hombros.
- No me importa, mientras estés a mi lado es suficiente. - Le acaricié la mejilla. Apenas se le notaba la cicatriz, era una fina línea rojiza que le daba oscuridad a su rostro.
Al entrar nos encontramos con Jack y Peter y Dean se puso a hablar con ellos. Peter me miraba con dureza. Poco después de haber bailado la segunda vez con Nigel descubrí que se conocían, tenían una foto juntos. El día en el que casi nos besamos él estaba en la discoteca y sabía que podría contárselo a Dean en cualquier momento aunque no debía sentirme mal, en aquel momento habían dado a Dean por muerto y al final entre Nigel y yo no había pasado nada. Me disculpé y fui a por algo de beber, no podía aguantar su mirada ni un minuto más.
Mientras esperaba a que me atendieran en la barra miré a mi alrededor, esperando ver a Anne, John e Isabelle pero al que vi fue a Nigel. Andaba con su característica seguridad y elegancia entre la gente, su cabeza sobresalía entre las de los demás y noté un peso de culpabilidad en mi estómago al darme cuenta de que me había alegrado al verle. Volví mi vista hacia el camarero que me estaba sirviendo las bebidas y centré mis pensamientos en Dean. Él ya estaba aquí, había vuelto, él era mi chico y los demás no importaban.
Cogí los vasos y esquivé los movimientos de los que estaban bailando a mi alrededor logrando llegar hasta Dean.
- Aquí tienes. - Al levantar la cabeza me percaté de que estaba hablando con otro chico. Ahogué un grito de sorpresa y agarré los vasos con fuerza para evitar que se me cayeran.
- Hola. - me dijo Nigel con una sonrisa, sus ojos seguían teniendo ese brillo provocador.
- Hola. - apenas se me escuchó con el volumen de la música. Me dió dos besos ante la mirada desconcertada de Dean. - ¿Os conocéis? - Les pregunté elevando la voz. Mi mirada pasaba de uno a otro, observando las sutiles diferencias entre ambos y la escalofriante igualdad de sus perfiles.
- Si, estábamos en el mismo equipo de baloncesto. - respondió Dean. Cogió el vaso que le estaba tendiendo. - ¿Recuerdas el palizón que les dimos a esos tipos de la capital?
- Ya ves, no se lo esperaban. - Nigel soltó una carcajada. - ¿Cuándo vamos a echar otro partido?
Dean puso mala cara, todavía no podía jugar en condiciones debido a su pierna.
- Creo que más adelante. Me he tomado un tiempo de descanso. - Dean bajó su vista hacia mi y noté su mano en mi cintura. - ¿Y vosotros de qué os conocéis? - Miré a Nigel y luego a él.
- De mi graduación, es primo de una chica de la otra clase, de la de ciencias. - Respondí nerviosa y tomé un sorbo de mi bebida.
- Sí, y también nos volvimos a ver en la fiesta de la graduación del Rodríguez Ayala, ¿no te acuerdas? - Sentí la mirada de ambos puesta en mi y tuve que hacer un esfuerzo para no atragantarme con el líquido.
- Ah, si, es verdad. - Como para olvidar esa noche. - Sí, que me "presentaste" - dibujé las comillas en el aire con los dedos - a tu prima. - Me mordí la lengua, había sonado rencorosa. ¿Se acordaría acaso de mi nombre? Lo dudaba mucho.
Vi a mis amigos entrar en el chiringuito.
- Mira, ahí están Anne y los demás. - Les saludé agitando la mano en el aire. - Ahora vuelvo. - Le di un beso rápido a Dean y observé por el rabillo del ojo la expresión de Nigel. Me complació ver una pizca de celos en su mirada y me alejé de esa incómoda situación antes de que pudiera ponerse peor.
Saludé a Anne, John e isabelle. Anne se agarró de mi brazo y me habló al oido.
- ¿El que está hablando con Dean no es...? - le interrumpí, sabiendo lo que continuaba.
- Exactamente. Imagínate mi cara al verlo.
- ¿De qué se conocen?
- Del baloncesto. - Asintió.
- ¿Todavía no se lo has contado a Dean? - Negué con la cabeza.
- No había vuelto a ver a Nigel desde esa noche y no sabía cómo sacar el tema. Además, entre nosotros no pasó nada. - Cambié el rumbo de la conversación. - ¿Y tu franchute, va a venir?
- Me dijo que a lo mejor, que lo tenía que hablar con su familia. Pero que lo más seguro es que se pase.
Nos reunimos con Dean, que había vuelto a reunirse con Jack y Peter. Nigel ya se había ido. Mientras Dean saludaba a mis amigos Peter se acercó a mi.
- ¿Cuándo se lo vas a decir?
- No entiendo a qué te refieres.
- No te hagas la tonta. Es cuestión de tiempo que se entere de lo tuyo con Nigel. - Solté una carcajada.
- No hay nada entre él y yo. Lo nuestro no ha pasado de un par de bailes.
- Eso es lo que tú dices. - insinuó.
- Lo que digo es la verdad. - Traté de controlar el volumen de mi voz. - Sí, estuve a solas con él pero no ocurrió nada. ¿Acaso él va contando algo distinto? - Negó con la cabeza. - Entonces, no hay más que hablar.

- ¿Te lo estás pasando bien? - Le dije a Dean en el oido mientras dábamos vueltas agarrados, sin seguir el ritmo de la música.
- Mejor de lo que esperaba. - Me besó y apoyé la cabeza en su hombro. - Oye, antes, cuando has visto a Nigel... - se quedó en silencio. Levanté la cabeza.
- ¿Si? - Traté de aparentar tranquilidad.
- Parecía como si... No sé. ¿Tú y él...?
- Solo bailamos, no pasó nada más. - Le aclaré y me sentí más aliviada al contárselo.
- Me alegra oir eso. - Me hizo girar y volvió a pegarme a él.
- ¿Sabes? - Continué. - Cuando le vi por primera vez creía que eras tú. Tenéis un perfil muy parecido, ¿te has dado cuenta? - Negó con la cabeza. No parecía muy contento con mi comentario y temí haber metido la pata. - Pero Dean solo hay uno. - Le abracé notando la tensión en su cuerpo.
Dejamos de bailar en pareja y me centré en mis amigos. Jack trataba de cortejar a Isabelle sin éxito y Peter se había ido con otros amigos hacía ya un rato. Pusieron varias canciones buenas seguidas y bailamos en corro, la noche no podía ir mejor. Los ojos de Anne se abrieron más de lo normal y me cogió por el codo.
- Mira. - señaló con la cabeza hacia Dean, Nigel le estaba diciendo algo al oído. Dean le miró con cara de pocos amigos y Nigel le dijo algo más, señalándome. Intercambié una mirada con Anne y fingí no haberme fijado en ellos.
- Oye, Anne, ¿ese no es tu Darren? - Traté de pronunciar su nombre con acento francés con pésimos resultados. Acababa de entrar en el chiringuito un chico delgado con rizos castaño claro y acompañado por dos chicos y una chica. Anne siguió mi mirada pero antes de poder decir nada Dean tiró con suavidad de mi mano y me acercó a él.
- ¿Quieres bailar con Nigel? - Le observé desconcertada y luego a Nigel.
- ¿Qué? - No entendía por qué me preguntaba eso.
- ¿Quieres o no? - Me volvió a preguntar. Nigel se acercó a mi otra oreja.
- ¿Bailamos? - Su aliento me hizo cosquillas y la piel del brazo se me erizó cuando su mano rozó la mía. Me mordí el labio. Dean soltó mi otra mano y se apartó algunos pasos de nosotros. No sabía cómo reaccionar, dejé que Nigel me colocara en posición de baile alejándonos de él y mis amigos.
- ¿Ya ha pasado el tiempo que necesitabas? - Levanté la vista encontrándome con su mirada.
- Estoy con Dean. - Sonrió.
- Ya me he dado cuenta. - ¿Eran celos lo que notaba en su voz o tal vez indignación? ¿Estaba enfadado porque no se lo había contado antes? - ¿Lleváis mucho?
- Dos años y medio. - Sonreí sin darme cuenta.
- Vaya. - Abrió los ojos, sorprendido. Me dejé llevar por la música y noté su cuerpo pegado al mio. Me aparté discretamente dándome cuenta de lo que estaba pasando. Busqué a Dean con la mirada, no estaba junto a los demás. ¿Dónde se había metido?
- ¿Y qué has decidido? - Volví mi cabeza hacia él.
- ¿Con qué? - Me miró como si fuera obvio de lo que hablaba, con una sonrisa de suficiencia. - Ah, ya te lo he dicho, estoy con Dean.
- ¿Y? - Fruncí el ceño.
- Tengo novio, Nigel.
- ¿Y qué haces bailando conmigo, entonces? - Me hice la misma pregunta y me paré. Esquivé su mirada. - Te pongo nerviosa. - Me acarició el brazo con lentitud.
- Yo s-siempre estoy nerviosa. - El tartamudeo no ayudó en absoluto y el subir y bajar de sus dedos por mi piel tampoco. Su rostro se acercó y me esforcé por no mirar sus labios.
- Puedes besarme si quieres. - Inclinó su cabeza hacia mi y escondí la barbilla, alejándome de él.
- Quiero a Dean. - Dije con voz segura. Me acerqué a mis amigos y les pregunté por él.
- Creo que ha salido fuera. - Respondió John.
- Voy a buscarle.
Paseé mi vista por el paseo marítimo y por la playa. Vi una figura conocida sentada frente al mar. Me quité los tacones y sentí la frialdad de la arena bajo mis pies.
Dean observaba las olas romper en la orilla con mirada ausente, la luna iluminaba su rostro y realzaba el contraste de la negrura de sus cejas y su cabello con la blancura de su piel. Sus ojos se veían más azules a la luz de la luna. Caminé más despacio, sabía que me había visto ir hacia él y me senté a su lado sin decir nada. Traté de descifrar su expresión pero no lograba saber si estaba enfadado o no. Suspiré.
- No siento nada por él. - aclaré.
- He visto como le miras. - Su tono era neutro, sin reproches ni celos, simplemente me informaba. - Así es como me mirabas antes a mi.
- Te quiero a ti. - Le miré aunque él mantenía la vista fija en el horizonte.
- Él puede bailar bien, jugar al baloncesto y te daría el cariño que necesites.
- No digas tonterías. Me da igual como baile, si juega al baloncesto o no y dudo mucho que me pueda dar el cariño que tú me das.
Se quedó en silencio, pensativo.
- Deberíamos darnos un tiempo. - Dijo con lentitud. El corazón me dejó de latir durante un segundo.
- Dean, se que esto es duro, pero lo superaremos. Juntos. - Le agarré la mano pero la apartó.
- Por favor, no hagas esto más difícil. - La fría máscara en que se había convertido su cara se estaba resquebrajando.
- No lo hagas tú. Es una tontería que discutamos por él. - Ni siquiera merecía la pena mencionar su nombre.
- No es solo por él, es todo. No podrás seguir con tu vida de la forma en la que querías si tienes que estar siempre pendiente de mi, soy una carga. Me cuesta mucho hacer todo, me paso todo el dia en casa, sin hacer nada, incapaz de dar un paso sin ayuda y, ¿qué te podría dar en el futuro? Una vida de quejas, llantos y de silencios incómodos cada vez que me preguntas en qué pienso. No creo que quieran a un cojo en ningún puesto de trabajo, además, no sé hacer nada, soy un inútil. Lo único que podía hacer era estar en el campo de batalla y ahora ya ni eso.
- Sabes hacer más que eso, Dean. Solo tienes que encontrar algo que te guste y se te de bien. Un lugar en el que encajes y te sientas a gusto.
- ¿Cómo el baloncesto? - Preguntó irónicamente.
- Habrá más cosas que se te den bien.
- Si en todos estos años no he descubierto ninguna otra cosa, no creo que la encuentre ahora que mis capacidades están más limitadas. - Se señaló la pierna.
- Solo necesitas tiempo para recuperarte. - Puse una mano en su brazo y esta vez no se alejó.
- Tienes razón. Necesito tiempo. - Se puso en pie con dificultad y le imité. - Ambos lo necesitamos. Más vale que Nigel te cuide mejor de lo que he hecho yo. Adiós. - Me dió la espalda. No me lo podía creer.
- ¿Ya está? ¿Así van a acabar dos años y medio de relación? ¿Con un 'adiós'? - Retuve las lágrimas en los ojos aunque mi voz me delató. - Además, no necesito que nadie me cuide y mucho menos ese estúpido creído de Nigel. - Se acercó y me dio un tierno beso en la frente. Le acerqué a mi y le abracé sin intención de soltarle, al principio se resistió pero después se relajó.
- Quiero que continúes con tu vida, que conozcas a otras personas, que tengas el futuro que quieras.
- Mi futuro está a tu lado. - Me sujetó por los brazos con delicadeza y me separó de él. - Piénsatelo, por favor. - Le supliqué.
- Tengo que irme. Te deseo lo mejor, Catherine. - Caminó como pudo por la arena hasta desaparecer de mi vista. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas y sentí un dolor en el pecho mayor del que había sentido cuando dieron a Dean por muerto. Ahora me estaba dejando por voluntad propia, porque él lo había querido así. Me hice un ovillo en la arena, con las rodillas pegadas al pecho, sollozando en silencio.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 9 - TARDE DE CHICAS

- ¿Cómo te va con Dean? - Me preguntó Anne mientras ibamos de camino hacia la tienda de caramelos. Hacía dos semanas que Dean había reaparecido milagrosamente y no me solía separar de él. Este era la primera vez desde su vuelta que quedaba con Anne.
El sol descendía, aunque todavía había luz. Habíamos ido de compras y ahora tocaba un aperitivo.
- La verdad es que está siendo más duro de lo que pensaba. Ha perdido parte de la movilidad de su cuerpo, tiene constantes pesadillas y sigue sin contarme lo que pasa por su cabeza. Lo noto más inseguro que antes, ni siquiera quiere salir de su casa. Pasamos todo el día tirados en el sofá o jugando a videojuegos en su habitación.
- Bueno, eso puede ser una ventaja. Supongo que habrá más acción en esa habitación aparte de la que ocurre en los juegos, ¿no? - Sonrió con picardía, traté de componer una sonrisa pero se borró enseguida.
- Ya no quiere ni tocarme.
- Pero si está loquito por ti.
- Quiero decir que no pasamos de los besos, en cuanto la cosa empieza a ir a más, él se aleja y busca una excusa.
- A lo mejor está acomplejado por sus quemaduras.
- Será eso, o puede que ya no le resulte atractiva. De todas formas eso no importa. Lo peor es que ya apenas hablamos. Hay tanto de lo que no quiere hablar que soy la única que dice algo y nuestras conversaciones se convierten en monólogos.
- Se arreglará, ya lo verás. - Me rodeó los hombros con un brazo. - Solo necesita tiempo.
Suspiré.
- Supongo que tienes razón. - Me apretó contra ella y sonreí para que no se preocupara. - Oye, y el chico de la panadería, ¿qué?
Una sonrisita tímida apareció en sus labios. Hacía un par de días, cuando fue a comprar pan, le atendió un precioso chico con rizos castaños y ojos verdes con acento extranjero.
- Hoy he ido a la tienda otra vez y allí estaba. ¡Qué sonrisa tiene! La dueña se había ido así que estábamos los dos solos.
- ¿Te dijo algo?
- No, bueno, no más que "aquí tienes el cambio" y un "hasta luego" con su acento sexy, pero cuando me lo dijo me miró de una forma que... - Se quedó sin palabras. - ¡Ay! No sé como explicarlo.
- Deberías preguntarle su nombre o de dónde es o algo.
- La próxima vez que vaya le preguntaré.
El timbre de la tienda de caramelos sonó dos veces cuando pasamos, indicando nuestra llegada. A la izquierda de la entrada estaba el mostrador de la dependienta y la estancia estaba dividida por tres estantes con distintas golosinas. El que estaba más cerca de las neveras de bebidas tenía todo tipo de regaliz; el del centro, piruletas, chupa-chups y similares; y el último gomitas y todo tipo de golosinas blandas. Al fondo estaban los paquetes de patatas, palomitas, altramuces, etc.
- Qué mal, se han acabado las piruletas... - Me quejé. Miré a Anne, que mantenía la vista fija en un punto con los ojos muy abiertos. Seguí su mirada y vi a un chico de pelo rizado con una camiseta de rayas de espaldas, estaba observando unas golosinas en forma de cereza.
- ¿Es...? - Anne asintió antes de que pudiera terminar mi pregunta. - Ve, vamos. - Le susurré y le empuje hacia el pasillo donde estaba él.
- Mira, cerezas, tus preferidas. - Dije en voz lo suficientemente alta para que se me escuchara. El chico se volvió hacia nosotras con la mirada perdida, miró al frente y de nuevo a Anne, como si no la hubiera visto la primera vez. Le dirigió una sonrisa.
- Hola. - Dijo con acento francés.
- Hola. - Dijo Anne nerviosa.
- Tú eres la chica de la boulangerie. - Pronunció la última palabra en tono de pregunta.
- Panadería. - Tradujo ella, asintiendo con la cabeza. Desaparecí del pasillo en silencio, dejándoles a solas.
Anne apareció a mi lado al cabo de un rato.
- Hablando del rey de Roma... - Le dije. - ¿Qué te ha dicho? - Me hizo una seña con la mano para que me callara. Cuando el chico se fue, no sin antes delicarle una mirada a mi mejor amiga, nos acercamos al mostrador para pagar.
- Se llama Darren, está pasando el verano en casa de unos amigos de su familia y de paso les ayuda en su panadería y aprende el idioma. ¿A qué es mono?
- Si... para ti. - En cuestión de chicos no compartíamos gustos.
- ¡Qué sonrisa! ¿Has visto? - Seguimos hablando de él. Ella me describía sus gestos, su mirada, la forma de su espalda y de sus brazos, la tenía encandilada.
- Oye, ¿por qué no le dices que se venga este viernes con nosotros al nuevo chiringuito?
- No sé...
- Dile que se lleve a sus amigos, que le vendrá bien para conocer el entorno en el que vive. - Se rió.
- Para conocer la fauna del lugar, ¿no?. - Reí también.
- Tú díselo. - Le insistí.

martes, 10 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 8 - UNA INESPERADA SORPRESA

Pasé una página del fascinante libro de fantasía que me estaba leyendo. No lograba concentrarme en la historia, tenía que releer varias veces el mismo párrafo para saber de qué hablaban, así no podía disfrutar de la lectura. Seguía pensando en mi padre, no habíamos vuelto a saber de él y en parte era mejor así.
Además, Nigel también rondaba por mi cabeza. No le había vuelto a ver desde aquella noche y, aunque me había demostrado que no merecía la pena pensar en él, no quería creérmelo del todo. Apenas le conocía, tal vez no fuera realmente así. Me gustaba su forma de tratarme, dulce y galante, aunque odiaba pensar que también trataba así a las demás chicas. Podría cambiarle, a lo mejor si me conociera mejor le gustaría de verdad y dejaría de tontear con otras. Sacudí la cabeza. ¿Pero en qué estaba pensando? No iba a cambiar, no quería que cambiara. Yo no era su tipo de chica, ¿acaso una chica como yo le gustaría? ¿Y qué más daba si yo le gustaba o no? Él buscaba lo que buscaba y yo... bueno, yo no sabía lo que quería.
Marqué la página que estaba leyendo y cerré el libro. Apoyé la cabeza en el reposabrazos del sofá, alargué la mano para dejar el libro sobre la mesa del salón y cogí mi móvil.
- Hola. - Le escribí por chat a Anne. - ¿Qué tal va todo por allí? - Se había ido de vacaciones con su padre durante una semana. Hacía solo un par de días que se había marchado y ya la echaba de menos.
- Hola. Muy bien. Estoy en el mirador. ¡Las vistas son preciosas! - Sonreí. - Mañana visitaré el museo de El Greco. - Lo habíamos estudiado este año en la asignatura de historia del arte y nos habíamos quedamos maravilladas con su obra.
- ¡Qué bien!
- ¿Alguna novedad por ahí? ¿Has vuelto a ver a Niggie? - Me hacía gracia que llamara así a Nigel.
- No, y prefiero no verlo.
- ¿Y eso? - Preguntó junto a una cara de sorpresa.
- Me como demasiado la cabeza. Además, tontea con todas. No merece la pena, aunque en realidad no le conozco... - Ya habíamos comentado muchas veces este tema, tendría que estar cansada de escucharme hablar de él y aún así me seguía escuchando, aconsejando y haciéndome reir con sus comentarios.
- Lo que tienes que hacer la próxima vez que le veas es responderle borde, a este le va la caña. Fíjate cuando le dije lo de que no me había oido hablar. Sonrió y me dio dos besos. Si lo hubiera sabido no hubiera dicho nada.
- Hiciste muy bien en responderle de esa forma pero yo no soy así. Si ni siquiera me salen las palabras cuando le tengo en frente.
- ¿Y si le das celos? Baila con otro chico. - Ya se me había pasado por la cabeza pero había descartado la idea al momento.
- No, no merece la pena. Lo mejor es que me olvide del tema.
- Mejor. Dean le daba mil vueltas a ese tio. Es tan creído, tan... puaj. - Sentí una punzada en el pecho al leer el nombre de Dean.
- Pero si tu decías que Dean no te gustaba para mi, que me merecía a alguien mejor.
- Y lo sigo pensando pero se esforzaba por merecerte, me encantaba la forma en que te trataba, además, hacíais muy buena pareja.
- Dean al principio también era como Nigel.
- No tanto. En cuanto empezó a salir contigo dejó de ser tan creído y ligón.
- A lo mejor a Nigel le pasaría igual... - Me contradecía a mi misma. ¿Quería estar con Nigel o no?
- A lo mejor. Me tengo que ir. Te quiero.
- ¡Pásatelo muy bien! Yo también. - le puse el icono de una carita lanzando un beso.
- Gracias. - me escribió la misma carita. Se desconectó del chat y yo hice lo mismo. Dejé el móvil encima del libro y suspiré. Me quedé mirando el techo dándole vueltas a la cabeza. Sonó el teléfono.
- Voy yo. - Le dije a mi madre poniéndome en pie. Era el número de la casa de Dean. - ¿Si?
- ¿Está Catherine? - Era la madre de Dean.
- Si, soy yo. - Hacia un par de meses que no hablaba con ella. Lo último que supe era que Vincent y ella se estaban planteando el divorcio. Su hijo era lo único que les mantenía unidos y, ahora que ya no estaba, sus discusiones no hacían más aumentar y Vincent se tiraba dias enteros fuera de casa, haciendo solo él sabía qué.
- Oh, me había parecido la voz de tu madre. La teneis tan parecida...
- Si, pasa a menudo. ¿Qué tal? ¿Ocurre algo?
- Todo va bien, cielo. Tengo una sorpresa que darte. ¿Te puedes pasar por mi casa un momentito? - parecía contenta.
- Claro. ¿Qué pasa?
- Es una sorpresa, no te lo puedo decir. - notaba su sonrisa a través del teléfono.
- Qué misteriosa. ¿Cuándo quieres que vaya?
- Cuando puedas, si quieres ahora mismo. - Miré el reloj, todavía no eran ni las cinco de la tarde.
- Vale, en media hora estaré allí.
- Bien, hasta ahora.
- Hasta luego. - Colgué el auricular desconcertada. ¿Una sorpresa? Hacia mucho que no la notaba tan alegre.
- ¿Quién era? - me preguntó mi madre.
- Priscilla. Dice que quiere que vaya a su casa, que tiene una sorpresa para mi.
- Hace tiempo que no llamaba. ¿Está bien?
- Si, me ha dicho que todo va bien. Voy a cambiarme.
- ¿Te llevo?
- No hace falta, hace un día muy bueno, me vendrá bien andar.

¿Qué le podría decir a Nigel la próxima vez que le viera? ¿Cuánto tiempo? No, vaya a pensar que le he echado de menos. ¿Tenemos un beso pendiente? Ni hablar, me alegraba no habérselo dado aunque por otra parte... Suspiré.
El sol iluminaba cada rincón de la calle y una brisa fresca agitaba las hojas de los árboles. ¿De qué iria esa sorpresa? Debería haber llamado a Priscilla más a menudo, durante estos años había sido muy amable conmigo, era una alegría tenerla como suegra y debería corresponderle de alguna forma. Llamé a la puerta.
- ¡Catherine! - Pricilla me abrazó con una gran sonrisa. - Pasa, pasa.
Vincent estaba al pie de la escalera. Me pareció raro, siempre solía estar sentado en su sillón del salón, viendo la televisión con una cerveza en la mano.
- Buenas tardes. ¿Qué era eso tan urgente? - les pregunté.
- No pongas esa cara, no es nada malo. Ven, vamos. - Priscilla me puso las manos en la cintura y me condujo al salón, que estaba más oscuro que de costumbre. Miré a Vincent, había algo diferente en su malhumorado rostro, parecía ¿una sonrisa?
Dirigí mi vista al frente. Ahogué un grito y me llevé las manos a la boca. Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir. No podía creer lo que estaba viendo, tenía que ser un sueño. Un individuo alto, moreno y con ojos claros se hallaba de pie en la sala de estar. Noté la calidez de mis lágrimas al resbalar por mis dedos, que seguían apretados contra mi cara.
- Dean. - Susurré. Me abalancé hacia él con las piernas temblorosas y le abracé con fuerza. Perdió el equilibrio y tuvo que retroceder algunos pasos. Le sujeté la cabeza con ambas manos y le besé las mejillas, la frente, los labios... - Me dijeron que habías muerto.
- Se equivocaron. - Sonrió y me besó con dulzura. - Te quiero. - Me envolvió con sus brazos y sentí que una parte de mi había vuelto a la vida. Escuché como la puerta corredera del salón se cerraba a mi espalda, nos estaban dando intimidad.

Tomé aire con una amplia sonrisa y me sequé las lágrimas que se me habían derramado de alegría. Nos sentamos en el sofá y observé a Dean con detenimiento, memorizando cada detalle de su rostro. Estaba casi completamente rapado, sus mejillas conservaban esa forma redondeada que le daba aspecto de niño aunque ahora una de ellas estaba surcada por una cicatriz. Sus ojos azules me miraban con cautela, había cierta tristeza y nostalgia en ellos. Sus orejas seguían siendo las de siempre. Se las acaricié y pegó su mejilla buena contra mi mano.
- ¿No vas a decir nada? - me preguntó, besando mi palma.
- No hay palabras para explicar como me siento. - Sonrió timidamente. - ¿Qué te pasó? - Acerqué un dedo hacia su cicatriz pero no me atreví a tocarla. Su sonrisa se borró, apartó su cara de mi mano y miró al suelo. - No tienes por qué contármelo, solo era curiosidad. - Cambié de tema. - Qué oscuro está, ¿por qué están las cortinas cerradas? Hace un día precioso. - Me levanté para abrirlas pero Dean me cogió de la mano y volví a sentarme.
- Espera, te tengo que contar algo. - Se frotó las manos pensativo, puse la mia sobre las suyas.
- No quiero que te sientas obligado, está bien si no quieres hablar todavía. - Sacudió la cabeza.
- La guerra, ese día... - parecía no saber qué palabras escoger. Suspiró. - La de la cara no es la única herida. Hay más y peores.
- ¿Peores?
- Abre las cortinas. - Me pidió. La luz entró, iluminando toda la habitación. Me volví hacia Dean, cabizbajo se remangó la camisa y se puso de pie para que le observara mejor. Su brazo izquierdo estaba completamente ileso, en cambio el derecho tenía una serie de quemaduras. - Tengo un 33% de mi cuerpo quemado. Mi uniforme prendió en llamas y no tuve una idea mejor que tratar de arrancármelo, llevándome la piel del brazo. - No pude evitar hacer una mueca. - Y en las piernas es aún peor. El torniquete me salvó la vida pero no mi pierna.
- ¿Qué quieres decir? - le pregunté tragando saliva. Se sentó y se levantó la pernera del pantalón hasta la rodilla. En lugar de una pierna de carne y hueso había una estructura de metal. No sé que cara puse pero Dean asintió bajando la mirada. - Lo sé, doy asco. - dijo en voz baja.
- No me das asco. - Dije cuando recuperé el aliento tratando de no derramar ninguna lágrima. Me senté a su lado y le sujeté la mano. - Estás muy equivocado si piensas eso.
- Mis padres y mis superiores piensan que debo visitar a un psiquiatra para contarle mis maravillosas experiencias en la guerra creyendo que eso me va a hacer sentir mejor. - Bufó. - He visto cosas que preferiría no tener que revivirlas. Demasiados muertos en mi cabeza. - Puso su otra mano sobre la mia. - Catherine, no soy el mismo Dean que conociste. Hay algo horrible en mi, una parte que ni siquiera yo sabía que existía.
- No digas tonterías.
- He esquivado a la muerte demasiadas veces mientras veía como los demás caían. - Soltó mi mano y se tapó la cara. - Debería estar muerto.
- ¡Ni se te ocurra decirlo! - Le cogí la cara entre ambas manos y le obligué a que me mirara. - Escucha, durante 6 meses he pensado que estabas muerto. Tu tumba está en el cementerio, ¿sabes? - Me miró con los ojos enrojecidos y húmedos. - No sabes lo duro que ha sido para mi, para tus padres, para todos. Es un milagro que sigas vivo y no quiero volver a oirte hablar de esa forma. Si estás aquí es por algo, no desaproveches esta oportunidad que te ha dado la vida. - La vista se me había nublado por el llanto, parpadeé. Nos abrazamos en silencio.
No sabía cuanto tiempo nos habíamos pasado así pero no tenía intención de moverme. Había deseado volver a verle tantas veces que parecía un sueño.
- Te quiero, Dean. - dije con sinceridad.
- ¿Incluso con pata de palo? - preguntó con la cara húmeda por las lágrimas. Asentí.
- Con pata de palo incluida. Así en Carnavales podrás ir de pirata. - Sonrió y le sequé el rostro.

lunes, 9 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 7 - EL PROBLEMA DE TOM

Llegué temprano a casa después de dar una vuelta con Anne, John e Isabelle. Cada vez estaba más confusa con lo de Nigel y eso que no le había vuelto a ver. Se oyó el crujir del suelo de madera en el piso de arriba. Me sobresalté. Mi madre estaba trabajando a esta hora. Agucé el oído y se volvió a escuchar un ruido. Cogí las llaves del cuenco donde las acababa de dejar y subí las escaleras con ellas en alto, dispuesta a defenderme con su extremo en el caso de que fuera necesario.
Caminé sin hacer ruido, mirando atenta a mi alrededor. La puerta de mi habitación estaba entornada, de ahí provenía un sonido de cajones abriéndose y cerrándose. Me asomé por el umbral y alcé las llaves. Había una figura masculina de espaldas a mi, registrando mi cómoda. El corazón me latió con fuerza y retrocedí, con la intención de llamar a la policía, pero la puerta se movió y las visagras chirriaron. El hombre se volvió hacia mi.
- ¡Papá! - Exclamé aliviada. - Menudo susto me has dado.
Me llevé una mano al pecho, tenía la respiración agitada.
- ¿Qué haces aquí? - Le pregunté extrañada. Él vivía en un piso alquilado, no muy lejos de casa, y, aunque mi madre le había dejado una copia de las llaves para casos de emergencia, no solía usarlas, o al menos eso pensaba.
- Estaba... - se interrumpió con nerviosismo. - Quería darte una sorpresa. - Se metió una mano en el bolsillo del pantalón.
- ¿Y qué hacías rebuscando entre mis cajones? - Ahora que la impresión de que hubiera alguien en mi casa se me había pasado, mi mente trataba de asimilar lo que estaba viendo.
- Yo... - Murmuró. Fui hacia la cómoda y busqué entre mi ropa, con una terrible sospecha. - Creo que me tengo que ir.
Cerré el cajón de golpe, mi padre se paró en seco de camino hacia la puerta.
- ¡Dámelo! - Se giró.
- No sé de qué estás hablando.
- No te hagas el tonto y devuélvemelo. - Dudó. - ¡Ya! - Extendí el brazo hacia él, impaciente. Sacó la mano del bolsillo y casi le arranqué el objeto de sus dedos.
Acaricié el reverso del reloj de mano, notando su inscripción: "Siempre contigo" y lo pegué a mi cuerpo. Lo había cogido de entre las pertenencias de Dean, su compañero de batalla, David, se lo había dado poco antes de morir para que se lo diera a su familia, cosa que Dean no había hecho por temor a las represalias, y ahora nunca podría devolvérselo.
- ¿De quién es? - Preguntó curioso. Le miré con frialdad.
- No es asunto tuyo. ¡¿Se puede saber qué hacías con mis cosas?!
- Debo irme. - Salió rápidamente de mi habitación y le seguí escaleras abajo.
- Sí, huye. Es lo que se te da mejor. ¡Qué sea la última vez que entras en mi cuarto! ¡¿Me oyes?! - La puerta de la calle se cerró tras él. Continué farfullando sola, con ganas de llorar pero sin saber si era de rabia, tristeza, decepción, nostalgia o a saber de qué otra emoción.

Cuando llegó mi madre del trabajo se lo conté. Llamó a mi padre para hablar con él esa misma tarde. Nos sentamos los tres en el salón, como las personas civilizadas que se suponía que éramos.
- Creo que os debo una explicación. - Empezó mi padre.
- Oh. ¿Eso crees? - Dije irritada. Mi madre me dió unos golpecitos en la mano para que me tranquilizara. Le indicó a mi padre que continuara con una inclinación de cabeza.
- Pensaba que tendríais algún objeto que no necesitarais y, al ver ese reloj tan antiguo pensé que no era valioso para ti. - Me mordí la lengua para no soltar alguna barbaridad.
- ¿Y para qué lo querías? - Preguntó mi madre.
- Pagan bien por las antiguallas.
- ¿Y no podrías simplemente preguntarnos? - Mi padre bajó la cabeza.
- No quería que supieseis que necesito dinero. - Solté una carcajada.
- ¿Y pensaste que era mejor robarnos? - Moví la cabeza, incrédula. No era la primera que lo hacía pero pensaba que había cambiado.
- ¿Para qué necesitas el dinero? Creía que ya tenías un trabajo... - dijo mi madre.
- Y lo tengo, solo que no es suficiente. - aclaró él.
- ¿Y en qué te gastas tanto dinero? Estás metido en problemas otra vez, ¿no? - Suspiró ella.
- No digas tonterías. - dijo con voz temblorosa. - He cambiado, ya te lo he dicho.
- Pues no lo parece. - intervine yo.
- Necesitas ayuda, ayuda profesional. - recalcó mi madre. - Tienes un problema con el juego y hasta que no lo admitas... - Se levantó y extendió la palma de su mano hacia mi padre. - Dame las llaves.
- Pero...
- Tom, por favor. - Se puso en pie, sacó su copia y la tiró sobre la mesa del salón.
- Como veas.
- Y no voy a dejar que te acerques a Catherine hasta que no pongas solución a tu problema.
- ¿Qué? - dijo él. No lo había hablado con mi madre pero me parecía una estupenda idea.
- No te acercarás a ella hasta que me demuestres que estás totalmente recuperado. Lo digo en serio. - La voz de mi madre era firme e indiscutible.
- Catherine ya es mayor de edad, puede hacer lo que quiera. - Respondió mi padre mirándome.
- ¿Crees que te quiero volver a ver después de esto? Si hubiera sido por mí ni siquiera te hubiera abierto la puerta la primera vez que apareciste en esta casa.
- Como queráis... - Dijo tras un silencio y desapareció dando un portazo. Mi madre se acercó a la ventana y apartó las cortinas con discreción, observando cómo se iba.
- Lo siento. - Le dije al ver su triste mirada.
- No es culpa tuya. Nunca debería haber dejado que volviera a nuestras vidas.
- El único culpable es él. - Mi madre negó con la cabeza.
- No, él también es una víctima. Es una adicción y no puede controlarla. - Bajé la mirada, pensando que, tal vez, había sido demasiado dura con él.

domingo, 8 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 6 - SEGUNDO BAILE

Último dia de Selectividad, salí del examen de geografía, el último examen, con un gran peso quitado de encima. Hacía un día espléndido. John, que estaba en un curso inferior a mi aunque tenía un año más que yo, nos hizo una visita escaqueándose de la clase de Filosofía. A Isabelle y Samantha todavía les quedaba un examen por hacer, el de economía, les deseé suerte. Me extrañó que Samantha, con lo curiosa que era, no me preguntara sobre el chico que me sacó a bailar en la graduación, ya que ella no estaba delante y seguramente se lo habrían contado. Cuando entraron en el pabellón de gimnasia, donde se hacía el examen de Selectividad, se nos acercó a Anne, John y a mi dos antiguos compañeros de clase.
- ¿Qué? ¿Cómo os ha ido? - Nos preguntó Fran.
- Bien, pensaba que iba a ser más difícil pero ha sido más fácil que los exámenes que hacemos en clase. - le respondió Anne.
- Oye ¿qué tal la graduación? - me dijo Drew con una sonrisa pícara. - Me han dicho que ligaste. - Me quedé boquiabierta.
- Como corren los rumores, ¿no? - respondí.
- Hay que ver, fíjate, Catherine ligando. - Colaboró Fran. ¿Pero ellos a qué se referían con lo de ligar?
- Solo me sacó a bailar. - aclaré.
- Y se dieron un beso y todo. - añadió Anne.
- Mírala que lista. - dijo Drew.
- ¡Pero en la mejilla! - Aclaré. Le di un pequeño empujón a Anne. No quería que se tergiversaran las cosas.
- Yo no he dicho donde, ya eso vosotros lo imaginais. - Se defendió Anne.
- ¿Cómo lo has sabido? ¿Quién te lo ha dicho? - interrogué a Drew.
- Lo escuché de... - se interrumpió. - Bueno, no sé, lo escuché por ahí. - Parecía no querer inculpar a nadie.
- Pues eso, solo fue un baile. - dejé claro. Cambiamos de tema y seguimos hablando hasta que ellos tuvieron que volver a clase.
Anne y yo decidimos volver a casa andando junto a otra de mis compañeras de clase, Déborah, una chica sonriente y divertida con el pelo largo y negro y la piel ligeramente más morena que la mia.
- ¿Vais a ir a la graduación del instituto Rodríguez Ayala? - Nos preguntó Déborah.
- Yo si, mi prima se gradúa. - dijo Anne.
- ¿Y a la fiesta de después? Es en la misma discoteca que la de nuestra graduación, incluso sirven las mismas entradas. - Anne y yo intercambiamos una mirada, ambas teníamos ganas de ir de fiesta y más después de tanto estudiar.
- Vale. - dijimos a la vez. Sonreímos, eso nos pasaba a menudo.
- Bueno, pues entonces os veré allí. Yo vivo por aqui. - señaló una calle a la derecha. - ¡Hasta luego!
- ¡Hasta luego!
- Adios.

La madre de Anne nos llevó a la discoteca. Llegamos temprano, acaban de abrirla y estaba casi vacía. Esta vez la sala redondeada estaba cerrada y solo se podía usar la sala rectangular, la más pequeña. Vi a algunos chicos de Bachillerato de ciencias. Peter, el mejor amigo de Dean, estaba con ellos, le sonreí como saludo. No había hablado con él desde el funeral de Dean y no tenía ganas ni motivos para hacerlo.
Poco a poco se fue llenando el local y nos encontramos con Déborah, su novio y más personas de nuestra clase. Bailamos sin parar y me entró sed. Me compré un refresco y volví con el grupo. Me sentí observada y vi que Nigel, el chico que me había sacado a bailar, estaba cerca nuestra, mirándome de reojos. Noté los nervios extenderse por mi cuerpo, agarré el vaso con fuerza, temiendo que se cayera. Saludó a Michael, un chico simpático de casi dos metros que había dado el discurso de graduación.
- ¡¿Conoce a Michael?! - Le dije incrédula a Anne.
- Por lo visto. - Me respondió igual de sorprendida que yo. Nigel me volvió a mirar y me ignoró deliberadamente. Se puso a hablar con el novio de Déborah. ¿Ah si? Pues ahora iba a hablar yo con ella. Me volví hacia Déborah y me acerqué a su oido.
- El chico que está hablando con tu novio me sacó a bailar en la graduación.
- ¡¿Qué?! - con el ruido de la música no se escuchaba nada.
- Que ese chico me sacó a bailar. - repetí.
- ¡¿Quién?! - dijo demasiado alto. Nigel estaba a mi lado.
- Yo. - dijo, arrogante. Traté de matar con la mirada a Déborah por ser tan escandalosa. Nigel tiró de mi brazo con suavidad apartándome del grupo y me observó con detenimiento.
- ¿A ver? - Sin saber por qué, giré sobre mi misma para que viera el precioso vestido azul y blanco que llevaba puesto. Me sentía incómoda siendo el centro de su atención aunque a la misma vez me gustaba. Me acerqué a él y nos colocamos en posición de baile. Todavía tenía el vaso en mi mano así que una mano le quedó libre. Se acercó a mi refresco y lo olió.
- ¿Qué es? - me preguntó.
- Coca-cola. - se extrañó.
- ¿Solo Coca-cola?
- Si, soy una chica sana. - le respondí.
- Yo también. - le miré arqueando una ceja.
- Claro. - dije sin estar muy convencida. No parecía el tipo de chico adecuado para mi, aunque se pareciera a Dean. Era un creído, aunque no había hablado mucho con él seguramente no tendríamos nada en común y, para colmo, me daba la impresión de que era un mujeriego, el típico chico que está con una, o más chicas, cada noche. Seguimos bailando.
- ¿Conoces a Laurel? - Por mi cabeza pasó la imagen de una chica de la otra clase, no la conocía mucho pero parecía directa, y eso me gustaba.
- Si.
- Es mi prima. - Le observé con detenimiento, pensando que estaba bromeando. Por eso se habían extendido los rumores tan pronto, él se lo habría contado a su prima y ella a los demás. Físicamente no se parecían en nada. Él, de piel clara, ojos claros y pelo castaño. Ella, piel morena, ojos marrones y pelo negro.
- Ah. - Dudé en si decirlo o no, pues mi inseguridad me hacía pensar que él me iba a responder borde. Opté por callarme. Me sonrió ligeramente. Cruzó sus manos en mi espalda y acercó su cara a mi cuello. Al hacerlo mi propio pelo se movió y me hizo cosquillas. Le apreté contra mi con el brazo libre, respondiéndole a ese extraño abrazo.
- Bueno, pues... - se encogió de hombros y nos alejamos. Cogía a una chica, bailaba con ella y la soltaba, no hacía nada malo si estaba soltero, el problema era cuando la chica se creía sus ilusiones de afecto. Esta vez me costó más soltarle. Mi mano seguía en su espalda y la quité cuando me di cuenta de ello. Le vi alejarse con esos hombros tan perfectos y ese polo azul que le sentaba como un guante.
- Es un creido. - Escuché a mi derecha. Aparté la vista de Nigel y le miré, era el novio de Déborah, Joseph.
- Se ve, se ve. - Conseguí decir, notaba la boca seca y tomé un sorbo de mi refresco. No debía caer bajo su hechizo de atracción, aunque puede que ya fuera algo tarde para eso. Ni hablar, no iba a ser una más de sus chicas.
- Así que Nigel... - me dijo Déborah.
- Me sacó a bailar en la graduación... - parecía que era lo único que sabía decir. - Dice que es el primo de Laurel. - Déborah asintió.
La noche continuó y nos sentamos en unos reservados que habían dejado abierto a todo el público. Consisitía en un espacio junto a la pista de baile, dos escalones más alto que esta, con unos cómodos sillones blancos con dos mesas bajas frente a ellos. Tenía dolorida las plantas de los pies de tanto bailar. Al rato, vi a Nigel acercarse al reservado desde la pista, me miró y se apoyó de espaldas en la barandilla que lo rodeaba, sin llegar a subir los escalones.
- Ay, Nigel, Nigel... - murmuró Jason, que estaba sentado a mi lado. Era bajito y regordete, estuvo en mi clase hacía dos años, y se graduó conmigo con la única diferencia de que era de la modalidad de ciencias. Ahora todo el mundo conocía a Nigel, ¿o qué?
- Si... - Luché contra la vagueza y la molestia de los tacones y fui hacia él. Respiré hondo y le di un toque con los dedos en el hombro izquierdo, poniéndome a su derecha. Cayó en mi broma y miró hacia la izquierda, creyendo que encontraría a alguien en ese lado. Giró la cabeza hacia mi y me apoyé en la inestable barandilla.
- ¿Aburrido? - le pregunté por encima del ruido de la música. Se encogió de hombros.
- Un poco.
- Entonces Laurel es tu prima. No os pareceis mucho. - dije tratando de entablar una conversación.
- Me lo dicen mucho. - Se dió media vuelta y nos quedamos uno frente al otro, con la barandilla en medio. Al cruzar nuestras miradas de nuevo me quedé sin palabras. - ¿Por eso me miraste como si no me creyeras?
- Si, bueno, no es que no te creyera, es que me pareció raro. No sé, no esperaba que fueras su primo. - Balbuceé nerviosa. Me miré mis manos temblorosas. ¿Por qué me costaba tanto hablar con él? ¿Por qué hacia esto? ¿Acaso me había olvidado tan pronto de Dean? Esta conversación no parecía llevar a ninguna parte.
- Hay mucho ruido aquí, ¿vamos a un sitio más tranquilo? - asentí y le hice una seña a Anne indicándole que volvería enseguida.
Le seguí entre la multitud, él miró hacia atrás y me sonrió. Caminamos el uno junto al otro hasta llegar a la zona al aire libre situada en la parte trasera del pub. Había algunas sillas repartidas por el sitio y la mayoría de los que estaban allí tenían un cigarro en la mano. Nos paramos en un rincón alejado. Las estrellas brillaban en el cielo y solo se escuchaban los murmullos de los que estaban allí y el sonido de la música amortiguado. Mis oidos lo agradecieron.
- Mejor, ¿verdad? - dijo Nigel.
- Mucho, así no tengo que gritar para hablar. - Hice una pausa, pensando en qué decir. - ¿Eres de aquí? Nunca te había visto antes.
- Pues llevo toda mi vida aquí, bueno, casi toda, me mudé cuando tenía seis años.
Me contó que jugaba al baloncesto, aunque ahora mismo lo había dejado de lado por un tiempo por los estudios. Era un año mayor que yo y también estaba estudiando bachiller, con la diferencia de que había repetido dos cursos.
- Entonces el año que viene será tu graduación.
- Si es que no repito también... - Alzó una ceja y miró al suelo, algo avergonzado. - ¿Y tú vas a ir a la universidad o algo?
Una corriente de aire entró por el hueco donde debería estar el techo y revolvió mi pelo.
- Todavía no estoy segura, si fuera a la universidad me tendría que ir de la ciudad y - apartó un mechón que me caía sobre los ojos y me lo puso con suavidad detrás de la oreja. - no me lanzo.
- ¿Por qué no? Es lo que todo el mundo quiere, terminar bachiller y largarse a otro sitio para probar la vida universitaria. - Cada vez que me miraba parecía que quería que le sorprendiera, como si esperara algo de mi. Bajé la vista.
- Entonces no soy como todo el mundo. - Sonreí timidamente. - Soy de las que prefieren la seguridad de su casa y estar tranquila leyendo un libro o con el ordenador antes que ir de fiesta y beber hasta no saber lo que haces. - Me estaba desviando del tema pero no podía pensar con claridad. No con él tan cerca.
Tomó mis manos entre las suyas. Su mirada pasaba de mis ojos a mis labios. Notaba la boca seca y tragué saliva. Me rodeó la cintura y se acercó. Mantuve mi vista baja, sin saber qué hacer.
- No te pongas nerviosa. - Murmuró acercándose a mi oido. Me hacía sentir vulnerable, manejable entre sus brazos, y a la misma vez segura y deseada, de una forma en la que no me había sentido desde hacía mucho tiempo.
Alcé la cabeza y me perdí en su mirada, cerré los ojos dejándome llevar. Entonces, vi el rostro de Dean en mis párpados, como si estuviera grabado con fuego en mi retina. Me aparté antes de que nuestros labios se rozaran.
- Espera. - dije con un hilo de voz.
- ¿Qué pasa? - el tono de enfado en su voz desapareció al ver la humedad en mis ojos. - ¿Estás bien? - Asentí. - ¿Entonces?
El aire pasaba entre nosotros aunque sus manos seguían en mi cintura y las mias en su pecho.
- No lo sé.
- ¿No te gusto? - Noté una cierta inseguridad en su voz, casi incredulidad. Aguanté una carcajada, ojalá fuera eso.
- ¿Crees que estaría aqui contigo si no me gustaras? - Negó con la cabeza.
- ¿Tienes novio? - Sentí una punzada en el pecho.
- Ya no. - Dije con un hilo de voz. Se quedó en silencio, escrutándome con la mirada.
- Entonces, ¿cuál es el problema?
- No lo sé. - Repetí, no podía levantar la vista hasta sus ojos. - Necesito un poco de tiempo.
- De acuerdo. - Añadió tras una pequeña pausa. Me besó en la mejilla y apartó sus manos de mi. Me acompañó hasta la mitad de la pista y volví hacia donde estaban Anne y los demás.
- Eso no me lo esperaba de ti. - Me dijo con una sonrisa cuando me senté a su lado.
- Yo tampoco, lo he hecho sin pensar. - Sentí remordimientos. Aunque no había llegado a pasar nada, esto no estaba bien. Dean aún seguía en mi cabeza y en mi corazón pero, de alguna forma, ese chico aliviaba mi pérdida, me ayudaba a olvidarle, aunque fuera por un momento.

Sonó una canción típica del verano de hace unos cuantos años, Anne y yo nos levantamos enseguida y empujamos a los demás a que hicieran lo mismo, Jason se apuntó. Michael estaba ya en la pista, rondando de un lado para otro del local. Sus mofletes estaban adquiriendo un tono rojizo debido al alcohol y tenía una gran sonrisa en los labios. Estábamos bailando en corro cuando alcé la vista y le ví. Otra vez Nigel, levantó el brazo y me señaló. Sus dedos estaban demasiado cerca de mi cara.
- ¿Qué? - Vocalicé con los labios bajándole la mano. Volvió a desaparecer. ¿Pero qué quería?
Déborah y mis otras compañeras de clase se levantaron de los cómodos sillones del reservado y vinieron hacia la pista. Les vi saludar a otra chica, era Laurel, la prima de Nigel, me empecé a poner nerviosa. Recordé que, días antes, al entregar Anne y yo los formularios para selectividad nos cruzamos con ella, y estábamos hablando de la graduación y de su primo, de lo inesperado que fue todo y de cómo gracias a que Anne me dio ánimos, bailé con él. Afortunadamente, no dijimos su nombre en ningún momento pero si Laurel había oido parte de la conversación y atado cabos sabría que estábamos hablando de su primo y se lo podría haber dicho a él, lo que le haría sentir aún más superior de lo que se creía.
- Hola. - Nos saludó a Anne y a mi con dos besos. Se puso a hablar con Déborah y seguimos bailando en círculo.
Al rato Nigel se acercó a nuestro grupo. Ambos primos estaban justo en frente mía, Anne estaba a mi derecha y las otras chicas formaban un círculo sin cerrar, casi una "u". Él tiró de la mano de su prima como un niño pequeño, me señaló y dijo:
- Esa es la chica con la que bailo. - Asentí sin saber qué decir. Menos mal que estaba oscuro porque mis mejillas debían de estar rojas, quería que la tierra se me tragase. Una de ellas dirás, pensé. Ella volvió su vista hacia mi con sus grandes ojos marrones, mantuve mi mirada fija en ellos, no era capaz de mirarle a él.
- Me parece muy bien. ¿Qué quieres que te diga? - Parecía algo incómoda también, aunque si algo sabía de ella era que de tímida no tenía nada.
Nigel fue saludando con dos besos en las mejillas a todas las chicas puestas en fila. Seguramente se estaba sintiendo el más importante del mundo rodeado por tantas mujeres y, encima, alineadas para poder besarlas a gusto. Cuando llegó el turno de Anne se paró.
- Y a ti no te quiero escuchar más. - le dijo.
- ¿Tú me has escuchado hablar acaso? - respondió Anne de forma cortante. Nigel sonrió, no sabía si porque le gustó su respuesta o porque se sintió amenazado ante una chica que no caía en sus encantos. Sentí rabia. Debería elegir solo a una chica de cada grupo, la primera vez intentó sacarla a bailar y ahora trataba de tontear con ella. Llegó mi turno. Era incapaz de mirarle a la cara, dudé en si dejarle darme dos besos o apartarme pero no iba a montar un numerito, y mucho menos por él, así que dejé que me besara en la mejilla.
Estaba en su naturaleza, él era así, me odiaba a mi misma por haberle visto de otra forma. No era Dean, no sabía ni cómo se me había pasado ese pensamiento por la cabeza. Se volvió a ir sin echar un vistazo hacia atrás. Me alegré de no haberle besado momentos antes, en la zona al aire libre, no sabía qué se me había pasado por la cabeza para desearlo siquiera.
En esta ocasión no me lo pasé tan bien como en mi graduación. Estaba cansada, decepcionada, enfadada y echando mucho de menos a Dean.