Mi cabeza está llena de escenas románticas,
galanes de libro y película y pajaritos de múltiples colores. Este hecho ha
dado lugar a una errónea idea que no corresponde con la realidad. Durante mucho
tiempo he pensado: quiero conocer a una persona especial que me lleve a lugares
que no conozco, una persona que me enseñe cosas que no sabía, de la que aprenda
algo nuevo, que me ponga a prueba, que me rete a hacer cosas que nunca me había
atrevido a hacer, que me demuestre que hay más dentro de mí de lo que yo misma
creía... Y he llegado a la conclusión de que, ya que esa persona no aparece y
me niego a estar esperando de brazos cruzados a que haga una aparición divina,
debo ser yo la que me ponga retos, descubra el mundo por mí misma, me quiera
con mis fallos, imperfecciones e inseguridades y me demuestre de lo que soy
capaz de hacer.
Porque no hace falta un príncipe azul para
sentirte una princesa, un novio para sentirte querida o una persona a la que
gustar para ponerte guapa, porque cuando menos lo busques y menos lo quieras,
aparecerá. Y, si no aparece, pues a aprovechar el tiempo y a aprender a disfrutar
del momento.