martes, 30 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 4 - EL CHICO BIÓNICO

El tiempo pasaba lento e imperturbable. Estábamos en la segunda semana de diciembre y aún no había hecho nada útil con mi vida. La convivencia con Catherine era maravillosa pero había momentos en los que pasar casi las 24 horas del día juntos me agobiaba y discutíamos por tonterías así que llegamos a un acuerdo: ya no iría a recogerla a la universidad como si fuera una niña pequeña, palabras textuales salidas de su boca, excepto en casos puntuales y repartiríamos el tiempo entre nosotros y nuestros amigos. Sonaba estupendo, el problema era que yo me pasaba toda la tarde encerrado en casa sin hacer nada mientras ella salía con sus compañeros de universidad, entre los que se encontraban Katy y Sam. A su favor, habría de aclarar que ella me había invitado varias veces pero yo me había negado.
Los chicos del baloncesto me habían avisado varias veces para jugar pero cada vez que lo hacía la pierna se me resentía y temía que se me rompiera la prótesis por el esfuerzo, así que siempre encontraba alguna excusa para darles. Ahora mis días se resumían en escuchar música deprimente, jugar a videojuegos de tiros, buscar información en internet sobre amputaciones y consecuencias psicológicas, físicas y psiquiátricas de los conflictos bélicos y ver películas y documentales sobre guerras, ya fuera la primera, la segunda, la de Vietnam o la de Irak, daba igual. En esos momento estaba sentado en el sofá tomando una cerveza y viendo un reportaje sobre la Guerra de los Diez Años, por la independencia de Cuba contra el dominio español. Las llaves repiquetearon en la cerradura y la puerta se abrió.
- Ya estoy aquí. - Canturreó Catherine, guardándose las llaves de nuevo en el bolso. - He traído alitas de pollo que se que a ti te gustan. - Llevó el recipiente que las contenía a la cocina.
- Gracias. - Alcé la cabeza y ella se inclinó para darme un beso por encima del sofá, de esta forma su barbilla quedaba a la altura de mi nariz. Su cabello me acarició el rostro al retirarse.
- ¿Te gusta? - Acababa de volver de la peluquería y se tocó las puntas, que le llegaban a la altura del cuello. Me preguntaba cuándo se dejaría el pelo largo de nuevo.
- Estás preciosa. - Respondí con sinceridad. De ambas formas estaba igual de guapa. Murmuró un "gracias" y rodeó el sofá. Tomó un sorbo de mi cerveza e hizo una mueca.
- Nunca me acostumbraré a su sabor. - Se sentó. - ¿Qué ves? - Extendí el brazo y se acomodó en mi pecho. Cogí la carátula del DVD.
- "Diez años por la libertad" - Leí el título.
- ¿Otro documental sobre guerras? - Suspiró y se apoyó contra el respaldo del asiento, volviendo la cabeza hacia mi. - ¿Por qué te haces esto?
- No me estoy haciendo nada.
- Estás hurgando en la herida y no vas a parar hasta que sea demasiado tarde. - Cogió el mando y le dio a la pausa. - Si te apetece ver películas sobre guerras hay bastantes, y menos truculentas que estos documentales.
- Primero, la información es poder. ¿Sabías que a la mayoría de los militares que vuelven de la guerra se le diagnostican trastorno por estrés postraumático? ¿Que casi 700 veteranos de la guerra de Afganistán tienen amputadas alguna extremidad? ¿Y que las lesiones craneoencefálicas son comunes entre los afectados por explosiones de guerra, siendo el 77% de ellas leves por durar menos de 24 horas? - Me daba por aludido en todos los casos, excepto el último, del que no estaba muy seguro, pues pasé bastante tiempo inconsciente tras la explosión por la rústica amputación de pierna que me hicieron en el escondite al que me llevó Faheema, la niña afgana. Me preguntaba qué habría sido de ella. Hice una pausa para tomar aire y retomarlo por donde lo había dejado. - Y segundo, - le quité el control remoto de las manos - las películas bélicas están llenas de inexactitudes y de escenas románticas que no me interesan.
Presioné el botón de "play" y mantuve mi vista fija en la pantalla, sin prestar realmente atención a lo que decían.
- Pues no tendrás escenas románticas durante un tiempo. - Farfulló Catherine, levantándose bruscamente de mi lado. Dio un portazo al meterse en nuestra habitación. Cerré los ojos y me pasé la mano por la cabeza. Mi móvil sonó, expulsé todo el aire que pude de mis pulmones y miré la pantalla, era Jack. Le quité el sonido al documental y me llevé el teléfono a la oreja.
- Hey, pero que sorpresa. - Le respondí. - ¿Por fin has sacado algo de tiempo libre para hablar con tu viejo amigo? - Noté su sonrisa al otro lado de la línea.
- No hagas que me arrepienta. - Sonreí a mi vez. - ¿Cómo va todo por Villa Paraíso?
- Creo que he sido expulsado temporalmente del Jardín del Edén. - Estiré el cuello y vi que la puerta de Catherine seguía cerrada. Retuve un suspiro. - ¿Y a ti qué tal te va?
- El sol brilla reluciente sobre el azul del cielo.
- ¡Qué poético estás! Lo que hace el amor...
- Pues sí. - Escuché un sonido que me era familiar, como el de un beso amortiguado, y una voz de fondo. Abrí los ojos, sorprendido.
- ¿No me digas que me estás llamando agarrado a Isabelle?
- Bueno, agarrado, lo que se dice agarrado...
- ¿Qué te apuestas a que tienes ahora mismo el brazo sobre su hombro? - Hizo una pausa antes de contestar.
- ¿Has puesto cámaras en mi casa? - Fingió escepticismo.
- Sí, es que, ya sabes, me apetecía verte andar en bolas por ahí.
- En serio, ¿dónde las tienes escondidas? - Arqueé una ceja.
- En serio, - dije imitando su tono - ¿te has vuelto más estúpido desde que no estoy allí? - Soltó una carcajada y reí también. - Te echo de menos, tío.
- Yo también. - Nos quedamos en silencio un segundo. - Ahora es cuando nos acercamos corriendo a cámara lenta y nos damos un beso con lengua, ¿verdad?
- Eso resérvatelo para tu novia, Jack. - Respondí.
- Vale. - Casi podía escucharles intercambiar saliva, o tal vez fuera mi imaginación. - Me lo ha dicho Dean. - Le dijo a Isabelle.
- Deja de hacerte el gilipollas y cuéntame qué es de tu vida. - Seguía viviendo en la pequeña ciudad de la que tanto Catherine como yo proveníamos. Me contó que estaba bastante contento con la carrera que había elegido y que tenía mucha suerte de que Isabelle no se hubiera mudado tampoco para hacer sus estudios universitarios.
- Vendrás dentro de poco, ¿no?
- Sí, en algo más de una semana me tendrás ahí.
- No podría pasar una Navidad sin tí, ¿preparo ya el muérdago?
- Tío, estás obsesionado. Dile a tu chica que te baje el calentón o lo haré yo mismo de un guantazo.
- Se lo diré inmediatamente.
- No quiero detalles.
- Adios, chico biónico. - Fue extraño, pero no me molestó que se dirigiera a mi de esa forma. Debía de extrañarle demasiado.
- Adios, prototipo de duende. - Lo último que oí antes de colgar fue su risa.
Después de la pelea que tuvimos Peter y yo la Nochevieja pasada, Jack era mi único amigo. Conocía a más personas, obviamente, pero esos eran antiguos compañeros de clase o conocidos cualquiera con los que no tenía el nivel de confianza que con Jack.
Miré el móvil y vi que Roderic estaba conectado.
- ¿Echamos unas canastas? - Le pregunté, necesitaba despejarme. Del grupo, era con el que me llevaba mejor.
- Michael y James están en la boda de su tía pero se lo diré a Lukas. En 1 hora en las pistas. - Respondió enseguida.
- Allí estaré.
Fui hacia la puerta del dormitorio, que seguía cerrada. Llamé con los nudillos.
- Cath, voy a dar una vuelta. - Silencio. - ¿Me dejas coger algo de abrigo? - Abrió, echándose a un lado. No sabía qué había hecho pero ella todavía parecía molesta. Me cambié la vieja sudadera que llevaba por una en mejores condiciones con capucha y me puse la cazadora de cuero encima. Me incliné para besarla pero bajó la cabeza, alejando sus labios de mi, así que le dí un beso en un lateral de su recién arreglada cabellera. Permaneció inmóvil.
- Ten cuidado. - Dijo mientras salía de la habitación.
- No te preocupes. - Abrí la puerta de la calle y le guiñé un ojo. Pude ver un amago de sonrisa antes de cerrar la puerta.

Caminé tranquilamente, disfrutando del aire fresco en mi rostro, ya que llegaba con tiempo de sobra. El campo de baloncesto estaba a poco más de media hora del piso, lo que para mi significaba casi tres cuartos de hora. Aunque hacía mis ejercicios de fisioterapia a diario, mi pierna había decidido revelarse y hacerse notar con unos ligeros dolores que trataba de ignorar pero que cada vez iban a más. Tal vez me vendría bien un ejercicio más fuerte que los estiramientos de musculatura que me habían mandado.
Roderic apareció tan puntual como siempre. Le choqué la mano.
- Lukas dice que no puede, tiene clases de autoescuela.
- Es verdad, se presentaba al examen la semana que viene. - Asintió.
- ¿Te sigue apeteciendo jugar?
- Claro. - Sacamos el balón de su escondite, un hueco en la pared que estaba junto a la escalera de las gradas, tapado por una chapa metálica. - ¿Quién lo escondió aquí?
- Ni idea. - Respondió Rod, encogiéndose de hombros. - Siempre ha estado ahí.
Calentamos echando unos tiros libres. Entre lanzamiento y lanzamiento charlábamos.
- ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en la ciudad? - Le pregunté.
- Desde los 13 años, me dieron una beca por mis grandes aptitudes con el clarinete.
- Debes de ser muy bueno. - Lanzó el balón pero este rebotó en el tablero. Recibí el desvío, di dos pasos y salté, haciendo un mate con un simple giro de muñeca. Al apoyar los pies de nuevo en el suelo noté una leve punzada en la pierna.
- Tú si que eres bueno. Es una pena que lo hayas tenido que dejar. - Le pasé el balón.
- Una de las desventajas de esto. - Me levanté la pernera del pantalón y le mostré mi prótesis. Alzó las cejas y mantuvo una expresión serena.
- Guau. - Me miró entrecerrando los ojos. - ¿Tienes una pierna robótica y no me lo cuentas hasta ahora? - No sabía qué reacción esperaba pero desde luego no era esa. - ¿Te duele?
- No. - Solo siento como si me estuvieran haciendo presión con ambas manos, pensé.
- Guay. ¿Sabes? Además de un músico superdotado y jugador aficionado de baloncesto soy un friki de los robots y de los comics.
- ¿De los videojuegos no? - Bromeé.
- Ah, sí, también. Pero eso lo daba por sabido. - Se agachó, dejó la pelota en el suelo y me pidió con un gesto que volviera a levantarme el pantalón. - ¿Puedo? - Asentí.
Tocó la superficie de la pierna ortopédica con admiración.
- ¿Notas algo? - Negué con la cabeza.
- Nada de nada. - Se levantó y sus ojos quedaron más altos que los míos.
- ¿Y qué paso? Si puedo preguntarlo, claro. - Habló con rapidez. - No, espera. Deja que lo averigüe. ¿Naciste así? No, qué tontería, si has dicho que dejaste el baloncesto por eso. - Se frotó la barbilla, pensativo. - Tuviste un accidente de coche. No, se te quedó la pierna bajo una roca cuando fuiste de excursión a la montaña. - Escudriñó mi rostro, le miré perplejo. - No es eso... ¿Una enfermedad? - Negué con la cabeza. - Vale... - Alzó un dedo, ocurriéndosele una nueva idea. - Ah, ya se. Le salvaste la vida a alguien y te llevaste la peor parte. - Por segunda vez en un mismo día, y estando despierto, recordé a Faheema y a su hermano, que murió sin que yo pudiera hacer nada, en cómo la protegí con mi cuerpo y en cómo ella me salvó también.
- Es eso, ¿verdad? - Continuó Roderic.
- Algo así. - No quería seguir hablando del tema. - ¿Dices que te gustan los videojuegos? ¿Has jugado a Shot or Die?
- Sí, pero no tiene profundidad, y la trama no tiene sentido. Aunque está bastante entretenido. - Admitió finalmente. Recogí el balón del suelo e hice canasta sin moverme del sitio.

Cuando llegué a casa, Elaine estaba tumbada en el sofá viendo una serie de comedia que estaban retransmitiendo.
- Hola. - Le saludé.
- Hola, grandullón. - Sin mirarme levantó el DVD de "Diez años por la libertad". - ¿Esto es tuyo?
- Sí, es mío. - Fui a cogerlo pero apartó la mano. Se sentó y me miró.
- ¿De dónde sacas esos rollazos de documentales? ¿Los compras? El otro día me encontré uno sobre la Guerra Civil.
- Son... instructivos y no, los alquilo en el videoclub de aquí enfrente. ¿Me lo das? - Se puso de rodillas y apoyó los codos en el respaldo del sofá, cogiendo el DVD con ambas manos y mirando la carátula.
- ¿Te los tragas enteros? - Me preguntó frunciendo el labio superior. - He intentado ver un poco de este y por poco me duermo.
- Sí, sino no me los traería. - Intenté recuperarlo pero lo volvió a apartar.
- Vamos, admítelo. - Puse los ojos en blanco.
- Vale, la verdad es que no son muy divertidos...
- Son lo más aburrido del mundo. - Me cortó.
- Ya.
- Entonces, ¿por qué los ves? - Me hice la misma pregunta. ¿Para sentir que estaba de nuevo allí? ¿Porque lo echaba de menos? No podía ser eso. ¿Para no olvidarme de lo horrible que es la guerra? ¿Para recordarme que había peores finales que el mio? No tenía respuesta. - Vale, no me lo digas si no quieres. Toma. - Me lo devolvió finalmente y siguió viendo la televisión. Sacudí la cabeza y me dirigí a la habitación. Debía examinarme la pierna, me la notaba extraña y el dolor no se me quitaba.
- Ya lo se, Anne, pero aún sigue obsesionado con la guerra. Eso no puede ser bueno. - Escuché decir a Catherine a través de la puerta cerrada del dormitorio. Estaría hablando por teléfono. - No se cómo podría ayudarle... - Me dirigí al cuarto de baño.
Cerré la puerta detrás de mi y eché el pestillo. Me examiné el muslo, estaba algo hinchado. Me quité la pierna, las cicatrices del muñón estaban enrojecidas y el roce del encaje de silicona, que hacía de intermedio entre mi piel y la estructura metálica, no ayudaba. Necesitaba echarme la pomada que me habían mandado para hidratármelo. Me volví a colocar la prótesis con una mueca. Ahora la molestia era aún peor, me vestí y salí del baño.
La puerta de la habitación estaba entornada y Catherine no estaba dentro. Cerré a mi espalda sin hacer ruido, cogí la crema del cajón de la mesita de noche y me bajé los pantalones.
- ¡Em, Dean! - Casi gritó una voz femenina a mi lado. Miré a mi alrededor, buscando su origen. Provenía del ordenador del escritorio. Era Anne, la mejor amiga de Catherine, estaban haciendo una videollamada. Me abroché precipitadamente los pantalones y tiré la pomada disimuladamente sobre la cama.
- Ho-hola. - Lo que me faltaba, que Anne también me viera desnudo. - No te había visto.
- No hace falta que lo jures... - Murmuró.
- ¿Cómo te va todo?
- Bien, con ganas de veros. De eso estaba hablando con Catherine, dicen que van a montar una feria ambulante en el pueblo estas vacaciones y nos va a pillar a todos allí. - Ella también se había ido fuera para continuar sus estudios. - Podríamos ir y pasar el rato.
- Claro, - me senté en la cama - así nos pondríamos al día.
- Ya lo he encontrado. - Dijo Catherine, entrando en la habitación con una bolsa en la mano. - Hola, cari. ¿Qué tal tu vuelta?
- Bien, he estado con Roderic. - Puso un brazo en jarras.
- ¿Otra vez has estado jugando al baloncesto? - Preguntó aun sabiendo la respuesta.
- ¿Qué llevas ahí? - Señalé la bolsa, intentando cambiar de tema.
- Ah, verás, Elaine, nuestra compañera de piso, - le aclaró a Anne - ha ido de compras y dice que esto no le gusta cómo le queda y que no es precisamente su estilo. - Sacó un vestido gris del interior como si fuera algo frágil. - Así que me lo va a dar a mi, obviamente se lo pagaré, si es que me queda bien. - Se lo pegó al cuerpo. - Que creo que sí.
Se quitó la ropa y se lo probó. Era de mangas cortas y la tela parecía abrigada.
- ¿Qué os parece? - Giró sobre si misma pero la falda del vestido apenas se movió. Se miró en el espejo. - No tiene vuelo pero me gusta el corte que tiene en la cintura, tampoco es completamente ajustado pero así me puedo mover mejor.
- Es precioso. - Dijo Anne. - ¿Y no te molesta en el cuello? - Catherine se llevó las manos al escote, recorriendo la línea casi recta que hacía la tela de clavícula a clavícula.
- No, es muy cómodo. - Se puso de perfil y se observó en su reflejo. - Adjudicado entonces. Ya tengo conjunto para la feria. - Le dijo a la cámara del portátil. - ¿Y tú que te vas a poner, Anne?
- Faltan casi dos semanas para la feria, aun no lo tengo pensado. - Soltó una carcajada.
- Si me disculpáis... - Me levanté apoyándome en la pierna buena, cogí la crema y el protector de ducha. - Voy a ducharme. Un placer volver a verte, Anne.
- Lo mismo digo. Hasta luego.

Abrí los ojos en mitad de una pesadilla pero no era eso lo que me había despertado sino un tirón en la pierna. Apreté los dientes y me masajeé el muñón. Poco a poco el dolor fue disminuyendo. A pesar de solo haber logrado dormir dos horas, no tenía nada de sueño. Miré a Catherine, dormía plácidamente, por una vez no la había despertado. Me quedé observándola, luego al techo. Escuchaba las agujas de mi reloj de muñeca en la mesita de noche marcando los segundos, los minutos, las horas... No pude aguantarlo más.
Me puse la pierna, me vestí y cerré la puerta de la calle en silencio. Me detuve ante el ascensor, era demasiado ruidoso para esas horas de la madrugada, así que tomé aire y descendí los escalones despacio y ayudándome con el pasamanos. Al fin llegué a la planta baja y salí al exterior.
Me estremecí, hacía más frío que por la tarde. Me subí la capucha de la sudadera, agradeciendo el calor en mis orejas. Las calles estaban desiertas. Tras caminar durante media hora tuve que descansar en un banco. Notaba un latido en mi muslo y un calor poco normal. Consulté en mi móvil el centro de salud más cercano, estaba solo a dos calles de allí. Me incorporé y seguí el mapa de mi teléfono. Me indicó con un pitido que le quedaban pocos minutos de vida, por suerte ya había llegado.
Era un frío edificio blanco con letras verdes que olía a vendas, jeringuillas y lejía. Me dirigí al mostrador y vi a una señora vestida de blanco fregando el suelo, eso explicaba que el olor fuera tan fuerte.
- Buenas noches. - Saludé.
- Buenas noches, enseguida te atenderán. El chico ha ido un momento al servicio. - Asentí y me apoyé las manos en el mostrador, estaba húmedo, las retiré y me las sequé en el pantalón. Al rato apareció un hombre con una mecha rubia en su cabello oscuro, de entre 25 y 30 años.
- Te voy a tener que pisar, reina. - Le dijo a la limpiadora.
- No te preocupes, chico, si ya estoy acostumbrada... - Respondió ella sacudiendo la cabeza.
- Hola. - Me saludó el recepcionista. - Buenas noches, muchacho. - Me miró de una forma que no me gustó. - ¿Qué te ocurre?
- Noto calor en el muslo y creo que está hinchado.
- ¿Sabes de qué ha podido ser?
- Me hago una idea. - Esperó a que continuara pero como no añadí nada más habló él.
- El doctor está ahora mismo con otro paciente pero enseguida te atenderá. Siéntate, si quieres. - Asentí y me senté en una de las sillas de plástico que había pegadas a la pared.
El hombre me lanzaba miradas de vez en cuando y yo estaba cada vez más incómodo. Saqué el móvil y, aunque ya se me había apagado, fingí que estaba haciendo algo interesante. Después de un momento que se me hizo eterno, se me acercó y dijo:
- Ya puedes entrar, ojos azules. - Me señaló una sala, murmuré un "gracias" y fui hacia donde me había indicado.
Aunque estaba abierta, toqué en la puerta antes de entrar.
- Tome asiento, por favor. - Dijo el doctor. Le obedecí. Tendría unos 50 años, una nariz más grande que la de Jack y un lunar verrugoso en la parte baja de su mejilla derecha. - Dígame.
Le expliqué mi problema. Asintió mientras escribía en el ordenador.
- Veamos esa pierna. - Me bajé los pantalones hasta la rodilla, vigilando que el recepcionista no apareciera por allí. - Está bien. - Me los abroché y volví a tomar asiento. - Por lo que me cuentas ha podido ser una reacción al sobreesfuerzo que has hecho. - El lunar verrugoso se movía mientras hablaba, no podía dejar de mirarlo. - Así que vas a tener que dejar de hacer deporte durante unas semanas y tomarte unos anti-inflamatorios.
La impresora empezó a hacer ruido.
- Durante cinco días, después del desayuno y de la cena. - Dos largos pelos negros sobresalían de su verruga, era asquerosa. - Te recomiendo que consultes a tu médico y se lo comentes. Puede que no tenga importancia pero es mejor no arriesgarse.
Me entregó la receta, volviéndome a repetir cuantas veces me lo tenía que tomar al día y durante cuanto tiempo. Me estrechó la mano.
- De acuerdo. Gracias.
- Adiós.
Doblé el papel y me lo guardé en el bolsillo.
- ¿Cómo ha ido? - Me preguntó el recepcionista cuando pasé por su lado.
- Bien, nada importante.
- No sabes cuánto me alegro. - Me sonrió.
- Gracias. - Le dije mientras me dirigía a la puerta.
Me puse la capucha de nuevo y empecé a andar. Cuando volviera al pueblo iría a mi médico particular, de todas formas tenía que ir a la revisión rutinaria. Me paré en una farmacia de camino.
- Buenas noches. - Dijo una mujer tras el cristal blindado.
- Hola. - Le tendí el papel. - Quiero esto, por favor.
- Ah. - Murmuró sorprendida y se marchó, volviendo con una caja en las manos. - Normalmente los chicos de tu edad que pasan a estas horas por aquí solo quieren... - Comentó mientras le quitaba el código de barras. - Olvídalo. Aquí tienes.
Afortunadamente, siempre llevaba algo de dinero conmigo. Le pagué. Me tomé una de las pastillas bebiendo agua de una fuente y fui a casa. Estaba demasiado cansado para subir las escaleras, además subirlas resultaba más difícil que bajarlas, llamé al ascensor y, a su ritmo, llegué al tercer piso. Los anti-inflamatorios me estaban empezando a hacer efecto, el dolor había disminuido notablemente.
Antes de que me diera tiempo a meter las llaves en la cerradura la puerta se abrió. Catherine estaba en pijama y con el móvil en la mano.
- Dean, ¿cómo se te ocurre irte sin decir nada? - Me dejó paso. - ¿Y qué le pasa a tu móvil? ¿Va todo bien? ¿Dónde estabas? - Soltó una pregunta tras otra sin darme tiempo a responder. Se lanzó a mis brazos y la recibí aún perplejo. - Creía que te había pasado algo.
Me miró con ojos llorosos y le sujeté el rostro con ambas manos.
- He tenido que convencerla para que te esperara en casa, quería salir a buscarte. - Hasta ese momento no me había dado cuenta de que Elaine también estaba despierta y en pijama, de pie junto al sofá. - Bueno, ya que veo que no te han secuestrado ni cortado en trocitos para vendérselos a una fábrica de comida para perros, me vuelvo a la cama. - Bostezó. - Me alegra que estés de un pieza. - Abrió los ojos al darse cuenta de lo que había dicho. - Sabéis a lo que me refiero. A lo que iba, buenas noches.
Entró a su habitación y centré mi atención en Catherine.
- Estaba preocupada, ¿por qué no me has dejado ni siquiera un mensaje? - Una lágrima se escapó de sus ojos y descendió por su mejilla. - Te he estado llamando pero me saltaba el buzón de voz.
- Pensé que estaría de vuelta antes de que te dieras cuenta. - Le limpié la mejilla con un dedo. - El móvil se me quedó sin batería. Lo siento, no volverá a pasar. - Le abracé.
- ¿Qué es esto? - Ella se apartó cuando notó el bulto de la medicina en el bolsillo central de mi sudadera.
- Anti-inflamatorios para mi pierna. - Se lo enseñé. - Lleva unos días doliéndome más de lo normal y tenía el muslo enrojecido e hinchado.
- ¿Has ido al médico solo?
- Sí.
- ¿Por qué no me has dejado que te acompañe?
- No lo tenía planeado, me dolía, fui y ya está.
- Y ya está... - Repitió. Conocía ese tono y esa expresión, estaba enfadada. - Te lleva doliendo la pierna unos días y no me lo cuentas, y estoy segura de que si no me hubiera despertado y dado cuenta de que no estabas tampoco me hubiera enterado, porque no pensabas decírmelo, claro.
- No quería preocuparte. - Bufó. - De todas formas no es nada, te hubieras estado comiendo la cabeza y buscando diagnósticos en internet por una simple inflamación por sobreesfuerzo. - Parecía que iba a decir algo pero se lo pensó mejor. - Te conozco, ya lo has hecho otras veces. Te preocupas demasiado y en internet siempre se ponen en lo peor. Y si tú estás intranquila, yo también y me siento mal por darte estas preocupaciones cuando no tendrías por qué tenerlas si estuvieras con cualquier otro tío que no fuera yo.
Me sentí mucho mejor al decirlo en voz alta y el rostro de Catherine se relajó. Me acarició la mejilla con la mano y recorrió el borde de mi oreja con los dedos.
- No me arrepiento de estar contigo. Eres la mejor decisión que he tomado y lo mejor que me ha pasado.
- ¿Sabes? Todos esos meses en la guerra... La idea de volver a verte era lo que me daba fuerzas cada día para seguir adelante. - Me perdí en sus ojos, cerca de su pupila eran de un marrón castaño y conforme te ibas alejando los tonos verdes se acentuaban. Nos besamos.
- Te quiero, Cath. - Dije sin alejarme de su rostro.
- Yo también te quiero, Dean. Y la próxima vez me avisas antes de marcharte así. - Mi nariz rozó la suya cuando asentí.

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