miércoles, 30 de diciembre de 2015

VISTA ATRÁS DEL 2015

Lo rápido que se me ha pasado este año y la de cosas que han ocurrido en él... Siento que en estos 12 meses he crecido de tal forma que no siento que todavía tenga 21 años, los mismos que hace diez meses cumplí, sino que ese número debería subir un par de unidades (aunque no tengo prisa porque así sea).

He visitado nuevos lugares, pasado un fin de semana fuera de casa con mis amigos, comido una de las mejores pizzas que he tenido el placer de probar y reído como nunca mientras intentábamos descifrar uno de los acertijos más difíciles que he oído.

La adquisición de mi adorado Ford Fiesta, que llevaba queriendo desde mucho antes de sacarme el carnet, me ha dado una mayor independencia.

A lo largo del año me he dado cuenta de la verdadera personalidad de ciertas personas y eso me ha ayudado a resignarme y aceptar que son así y que no puedo esperar más de lo que hay. No les pienso dejar de lado pero tampoco ir detrás.

Tener mi primer trabajo. Esa, sin duda, ha sido la experiencia que más me ha marcado este año. Durante esos seis meses me he relacionado con gente maravillosa, conocido mis límites y sorprendido a mí misma ante respuestas que no esperaba dar o situaciones en las que no me había encontrado antes.
Por otra parte, también me he cruzado con personas con las que prefiero no volverme a encontrar y recibido, en ocasiones, un trato que no merezco. A pesar de esto último, no me arrepiento en absoluto de mi paso por allí.
Tanto he crecido con esta experiencia que no soy capaz de transmitir con palabras el cambio que siento en mí.

No se cuál va a ser mi objetivo final profesionalmente hablando pero sí se el siguiente paso que voy a dar y tengo varios planes B en la manga por si el A me falla.

Y, como no, por último pero no por ello menos importante, mencionar que en breves tendré un rol familiar más además de ser hija, hermana, sobrina, nieta y prima... ¡¡¡Voy a ser tita!!!

Con un poco de mayor seguridad en mi misma, acumulando mimos para darle a esa criatura y los ojos abiertos, aunque con la cabeza aun a ratos en las nubes, me despido del 2015, para mí un año de novedades.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Sorpréndete

No hay mejor sensación que sorprenderte a ti misma. Sorprenderte por ser capaz de decir las cosas claras y con respeto. Por hacer frente a los demás sin gritar y con conocimiento de causa. Sorprenderte por emocionarte por cosas que antes te resbalaban y por mantener la mente fría en ocasiones en las que el cuerpo te habla.


Sorprenderte por la facilidad de hablar con personas que no conoces y también de molestarte por cosas nimias. Por no poder retener las caras y nombres de todas las personas que conoces y confundirlas en más de una ocasión. Por congeniar con una persona con la que ya te habías cruzado antes y pensabas que te iba a caer mal. Sorprenderte de lo contradictoria que puedes llegar a ser en un mismo día. Sorprenderte por la rapidez de respuesta en situaciones que antes no hubieras dicho nada.

No hay mejor sensación que sorprenderte cada día y sentir que has crecido como persona, siendo feliz contigo misma.

Complicidad

Echo de menos la complicidad, el contarnos todo. El hablar de todo y de nada. Ahora las conversaciones se resumen a cosas superficiales, hechos que nos han ocurrido y poco más.

Quiero volver a tener una de esas conversaciones en las que desnudabas tu alma y te comprendían. Que conforme avanzaba la charla ibas asentando tus ideas y llenándote del punto de vista del otro. Que te sentías tan cómoda que te sincerabas y contabas algo que nadie más sabía, y la otra persona no juzgaba, solo escuchaba, como los buenos amigos hacen.


Echo de menos a mis mejores amigos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Buscadores de amor

Me he dado cuenta que todo el mundo busca al amor: los que tienen rollos de una noche, los que no, los románticos, los que transmiten una simpatía y calidez tan grandes que no te das cuenta que su gran corazón está pidiendo a gritos que le amen de verdad. Los que tontean sin llegar a ninguna parte pero tienen en la mente y corazón a una única persona. Los que parecen fríos pero sienten más profundamente que el resto.
Todo el mundo busca ese amor sentido, el que hace que se te encoja el estómago y te tiemblen las manos, que se te sonrojen las mejillas o que se te trabe la lengua. Esas ganas de hablar con la otra persona, aunque sea un minuto. Esa calidez cuando le ves y ese vacío hueco cuando se va. Buscan ese amor sano y equilibrado o, tal vez, el loco y apasionado que quema y desgasta tanto como llena.
Cada uno ama y lo demuestra de una forma pero en definitiva es lo mismo: todos buscamos amar y ser amados, lo difícil es encontrar a la persona que nos llegue hasta el alma.

sábado, 9 de mayo de 2015


Mi cabeza está llena de escenas románticas, galanes de libro y película y pajaritos de múltiples colores. Este hecho ha dado lugar a una errónea idea que no corresponde con la realidad. Durante mucho tiempo he pensado: quiero conocer a una persona especial que me lleve a lugares que no conozco, una persona que me enseñe cosas que no sabía, de la que aprenda algo nuevo, que me ponga a prueba, que me rete a hacer cosas que nunca me había atrevido a hacer, que me demuestre que hay más dentro de mí de lo que yo misma creía... Y he llegado a la conclusión de que, ya que esa persona no aparece y me niego a estar esperando de brazos cruzados a que haga una aparición divina, debo ser yo la que me ponga retos, descubra el mundo por mí misma, me quiera con mis fallos, imperfecciones e inseguridades y me demuestre de lo que soy capaz de hacer.
Porque no hace falta un príncipe azul para sentirte una princesa, un novio para sentirte querida o una persona a la que gustar para ponerte guapa, porque cuando menos lo busques y menos lo quieras, aparecerá. Y, si no aparece, pues a aprovechar el tiempo y a aprender a disfrutar del momento.

miércoles, 11 de febrero de 2015

CAPÍTULO 17 - FIN DE LOS EXÁMENES

El viento había apartado las blancas nubes y el cielo era de un agradable azul claro. Cerré los ojos detrás de las gafas de sol y disfruté del calor en el rostro. Me levanté del banco del patio delantero de la universidad junto a un delgaducho árbol al ver a Catherine y me quité las gafas. Bajó los escalones que nos separaban con rapidez, hoy hacía el último examen del cuatrimestre y ahora tendría una semana libre, sin tener que ir a clases siquiera.
- ¿Qué tal te ha ido? - Se lanzó hacia mi, rodeándome el cuello con los brazos y rozando su mejilla contra la mia. Le respondí al abrazo y disfruté de su calidez.
- Mejor de lo que pensaba. - Me miró con una gran sonrisa. Se frotó la cara. - Pinchas. - No me afeitaba desde hacía tres días.
- ¿No te gusta? - Pregunté extrañado. Me besó, aun con los brazos alrededor de mi cuello.
- Me encanta. - Sonreí. Nos dimos un corto beso más y caminamos el uno junto al otro.
- ¿Cómo te sientes ahora que ya has acabado tus exámenes?
- Liberada. Siento como si me hubiera quitado un gran peso de encima. - Habló con alegría y gesticulando con las manos. - Aunque todavía me queda saber las notas. - Sacudió la cabeza. - Aun así, estoy tranquila. No me lo creo, ¡por fin ha acabado mi encierro! - Se dio media vuelta y caminó de espaldas, mirándome. - ¡Soy libre! - Giró sobre si misma con el rostro hacia el cielo y después me abrazó de nuevo.
- Eso hay que celebrarlo y se de un sitio que te va a encantar, dicen que tiene las mejores alitas de pollo de la ciudad.
- ¿En serio? - Sonrió.
- Habrá que comprobarlo. No está lejos, pero te llevaré con una condición. - Levanté el dedo índice.
- ¿Cuál?
- Que me dejes invitarte. - Me miró entrecerrando los ojos y fue a rechistar pero se lo pensó mejor.
- Vale. - Cedió. Le pasé el brazo por los hombros y le di un beso en la cabeza.
Se trataba de un pequeño restaurante situado entre dos edificios, uno de ellos lleno de placas identificativas de abogados, dentistas particulares y un podólogo. Elegimos una mesa tranquila al fondo del local y le pedimos al camarero media ración de ensaladilla rusa, una de alitas de pollo y otra de palitos de mozarella, además de dos refrescos.
- ¿Sabes? Creo que mi madre va en serio con Roger. Oficialmente llevan dos meses, desde Navidad más o menos. Pero según mis cálculos, están juntos desde hace más, tal vez tres meses o incluso puede que cuatro. - Comentó Catherine mientras esperábamos la comida.
- Roger Cross, agente inmobiliario. - Pronuncié su nombre con voz grave. - Parece un buen tipo. Por cierto, ¿cómo se conocieron?
- Fue todo un poco de película. - Sonrió. - Él quería reclutar nuevo personal y necesitaba un sitio donde reunirlos a todos y darles la charla de cómo ser un buen agente inmobiliario así que preguntó en el hotel donde trabaja mi madre si podría utilizar alguna de sus salas para eso. Se estuvieron reuniendo varios días para llegar a un acuerdo sobre el precio, los materiales que les proporcionaría el hotel y todo eso. Entonces, justo antes de cerrar el acuerdo, él le dijo que firmaría solo si le permitía invitarla a cenar, aunque solo fuera una noche, donde ella quisiera. Mi madre se quedó perpleja, no está acostumbrada a que intenten ligar con ella, pero como le pareció simpático y agradable, aceptó.
- ¿Quién le iba a decir a tu madre que sin moverse de su lugar de trabajo encontraría novio? - Catherine asintió.
- Desde luego. - Aun seguía sonriente y tenía la misma mirada romanticona que ponía tras ver su comedia romántica preferida, una de un chico al que se le da increiblemente bien vender y ligar y que finalmente se da cuenta de que está profundamente enamorado de la chica con parkinson con la que había acordado mantener una relación exclusivamente sexual, sin amor. La había visto varias veces con ella, abundaban las escenas de desnudos, aunque realmente no se les veía nada, y las entrelazaban con la trama de forma que, conforme avanzaba la historia, había menos desnudos y más romanticismo. Su mirada soñadora ahora estaba puesta en mi. - Nuestra historia también es de película.
- ¿Tú crees? - Le pregunté y le cogí la mano que tenía sobre la mesa. - La chica va a ver a su primo jugar a baloncesto, el chico la ve en las gradas y tiene un flechazo por ella. Posteriormente la sigue viendo en cada partido y descubre que es prima de su compañero, el primo hace de celestina y el amor surge.
- Exacto, y la historia continúa. El chico va a la guerra, se le da por muerto y la chica queda destrozada. Aparece un tercer personaje para crear un triángulo amoroso, el chico vuelve de la guerra, la pareja rompe, el tercer personaje desaparece para no volver, pasan los meses y, tras ese paréntesis, el chico y la chica hacen las paces y vivieron felices y comieron perdices.
El camarero dejó los platos sobre la mesa.
- O alitas de pollo en nuestro caso. - Le corregí señalándolas. Se mordió el labio, mirándolas con deseo y cogió una. Yo me llevé una pinchada de ensaladilla a la boca.
Primero probó un pequeño bocado y luego dos más. Puso los ojos en blanco y señaló la alita que sostenía en una mano con la otra.
- Están riquísimas. - Dijo aun masticando. Terminó con esa. - Mmm... En serio, como no te des prisa no va a quedar ninguna.
Las devoraba con facilidad, no eran muy grandes pero estaban bien hechas y tenían una salsa que acentuaba su sabor. Terminamos de comer, ella se había comido un poco más de la mitad de las alitas, los palitos de mozarella los dividimos a partes iguales y la ensaladilla me la terminé comiendo yo.
Se apoyó en el respaldo del asiento y respiró hondo.
- Estoy llenísima. - Se limpió los dedos pringados por las alitas en una servilleta. - Quien sea que te haya recomendado este sitio tiene razón, las mejores alitas que he probado en mi vida.
- Fue Roderic.
- Pues dale las gracias a Roderic. - Dijo levantando su vaso. - Vendremos aquí en más de una ocasión. - Bebió. - ¿Me lo vas a presentar algún día o tendré que seguir imaginándomelo como un chico con un clarinete en una mano y una pelota de baloncesto en la otra?
- Vente un día de estos con nosotros a jugar, te presentaré a los chicos. - Asintió.
- Ah, por cierto, esta noche Sam y Katy han dicho de salir a celebrar nuestra recién adquirida libertad, ¿vendrás? - Me quedé pensativo. Después de mis celos infundados por Sam, quería conocerle en persona para juzgarle con mis propios ojos.
- Vale. - Catherine sonrió y se incorporó en el asiento.
- Espera, ¿he escuchado bien? ¿Has dicho que sí? - Preguntó para cerciorarse.
- Tú conoces a mis amigos, yo conozco a los tuyos, es lo justo. - Juntó las manos y aplaudió en silencio. El camarero se nos acercó.
- ¿Van a tomar postre? - Inquirió enseñándonos la carta. Catherine asintió y señaló uno de ellos.
- Tomaré este. - La miré.
- ¿No decías que estabas llena? - Arqueé una ceja.
- Siempre hay hueco para el postre. - Aclaró con una sonrisita golosa.

Hacía una noche fría aunque el viento había amainado. Catherine llevaba una blusa blanca con estampado de pájaros en negro y una falda de vuelo de cintura alta granate bajo su abrigo negro. Yo me había puesto una camisa de cuadros roja sobre una básica negra, unos vaqueros que aun no había estrenado y mi cazadora de imitación de cuero. Caminamos agarrados de la mano hasta el punto de encuentro, es decir, una plazoleta que había junto al pub. Sam y Katy no tardaron en aparecer.
- Hola, chicos. - Les saludó Catherine con dos besos en la mejilla a cada uno. - Os presento a Dean. - Me señaló. - Ella es Katy y él es Sam. - Recalcó. Les saludé mientras me decía sus nombres.
- Encantado. - Murmuré.
- Por fin te conocemos, Dean. Un placer. - Dijo Katy. Tenía el cabello castaño suelto, con los rizos cayéndole sobre los hombros, y los ojos color miel, perfilados a conciencia para la ocasión. El cabello rubio de Sam relucía bajo la luz de las farolas y sus ojos verdes me evaluaban con disimulo.
- ¿Adam va a venir al final? - Preguntó mi chica.
- Dice que se pasará un poco más tarde. - Respondió Sam. Asintió y entramos.
Buscamos un sitio tranquilo, dentro de lo que cabe teniendo en cuenta que era un pub, junto a unas mesas. Cuando Catherine se deshizo del abrigo, Sam la devoró con la mirada. Al ver que yo le había pillado desvió la vista y se apartó el flequillo de la frente con un movimiento de cabeza. Katy me preguntó algo que no había entendido y me incliné para escucharla mejor.
- ¿Que qué te parece la ciudad? - Repitió.
Intercambiamos unas cuantas frases más hasta que la charla murió debido, en gran parte, al volumen de la música. No era el sitio más adecuado para intentar mantener una conversación.
Los tres se pusieron a bailar sin alejarse del lugar en el que habíamos dejado los abrigos y los bolsos de las chicas y yo movía los brazos y la cabeza en un intento de seguirles el ritmo. Katy miraba de vez en cuando hacia la puerta de entrada del pub. Trataba de disimular dando la vuelta sobre si misma o sacudiendo la cabeza al compás de la melodía, pero resultaba evidente. Sam, en cambio, lo único en lo que parecía estar interesado era en Catherine, y eso no tenía nada que ver con mi celosa imaginación. La observaba mientras ella bailaba y trataba de llamar su atención con ridículos movimientos a los que mi novia respondía con una sonrisa de cortesía o incluso, a veces, los ignoraba acercándose más a mi.
Al cabo de un rato, se acercó un chico moreno con un pendiente negro en la oreja y un tatuaje en el cuello y les saludó. Catherine le dijo algo al oido y me señaló, después se acercó a mi.
- Este es Adam. - Le estreché la mano. - Ahora conoces oficialmente a mis compañeros de clase más cercanos. - Me sonrió.
Se unió a nosotros y me fijé en la forma en que Katy le miraba e intentaba que Adam bailara con ella. Él le seguía el juego pero pronto se alejaba.
- Voy a por una copa, ¿vosotros vais a tomar algo? - Preguntó el recién llegado. Katy asintió. Después de experimentar mi primera resaca no me apetecía repetir la experiencia pero tenía ganas de beber algo. Me recordé que la clave estaba en la moderación. Antes de que pudiera responder, Catherine habló por mi.
- Todavía no. - La miré y me devolvió la mirada. - Alguien tiene que quedarse con nuestras cosas.
- ¿Y tú, Sam? - Negó con la cabeza como respuesta. Adam se dio media vuelta y Katy lo siguió a través de la pista, poniéndole una mano en el hombro.
- ¿No bebes? - Le pregunté al rubio.
- Tengo que conducir. Alguien tiene que ser el responsable. - Respondió con mal disimulado orgullo. Me contuve para no contestarle.
- Me voy a sentar un rato. - Dije en su lugar. Catherine y Sam se quedaron en el mismo sitio hasta que la canción cambió. Mi chica se balanceaba sin mucha motivación, le murmuró algo a Sam y se sentó a mi lado.
- ¿Te duele la pierna? - Dirigió su mirada hacia mi rodilla y de nuevo la subió hasta mis ojos. Sam se quedó de pie, apoyado en la pared junto a la mesa, parecía que se le hubieran quitado las ganas de bailar.
- Ahora mismo no. - Catherine se había alisado el pelo y le enmarcaba el rostro llegándole hasta el cuello.
- ¿Cómo te lo estás pasando?
- Bien. - Respondí sin mucha convicción. En realidad me estaba aburriendo. Sus ojos se desviaron momentáneamente hacia mis labios.
- La noche acaba de empezar, dale tiempo a que mejore. - Nos besamos. - Y siento haber hablado por ti antes.
- Querías que Katy y Adam estuvieran a solas, ¿verdad?
- ¿Tan evidente es? - Se sorprendió. - Yo tardé varios meses en darme cuenta.
- Bastante. ¿Adam le corresponde?
- Ni idea. - Se encogió de hombros. - ¿A ti qué te parece, señorito observador?
- No estoy seguro, pero la primera impresión es que no.
- Pobre Katy... - En ese momento llegaron y Cath y yo nos quedamos sentamos observando los pequeños detalles que les delataban a ambos: un roce de hombros por parte de Katy, la mirada de Adam paseando por todas partes pero sin detenerse en ella, el que ella se pegara a Sam esperando una reacción por su parte sin resultado alguno...
- Pobre Katy. - Repitió mi novia. Me dio unas palmaditas en la rodilla buena. - ¿Vamos a la barra?
Asentí, se lo comentó a los demás y, tal y como había hecho Adam hacía un momento, me abrí paso mientras Catherine se quedaba a mi espalda, sin soltarse de mi mano. Entre la multitud vi a Elaine bailando entre dos chicos justo en el momento en que el que estaba detrás se restregaba contra su trasero. Elaine nos vió también, les mumuró algo y se acercó a nosotros.
- ¿Pero qué ven mis ojos, vosotros en un pub? - Parecía sorprendida.
- Celebrando el final del cuatrimestre. - Aclaró Catherine alzando la voz por encima de la música.
- Así me gusta, chica. Por cierto... - Se le acercó, le rodeó el cuello con los brazos y le habló al oido. Pensé que le iba a contar lo de nuestro beso pero pronto lo descarté, ella había sido la primera en no querer contárselo. Cath asintió, sonrió y luego la que le habló al oido fue ella.
Los dos chicos se nos acercaron. El que se había restregado con Elaine llevaba una camisa azul estampada y el otro, más ancho y alto, llevaba una camiseta de manga corta con cuello en uve, marcando músculo. El primero le dio unos golpecitos en el hombro a Elaine.
- ¿Dónde está tu educación, cielo? No seas zorra y preséntanos a tus amiguitos. - Le reprochó.
- Perdona, reinona, no sabía que te tuviera que presentar a todos con los que hablo. - Replicó ella.
- A todos no, él quiere conocer solo a los guapos. - Intervino el de los músculos, mirándome. Me sentí incómodo. Elaine puso los ojos en blanco.
- Chicos, estos son Catherine y Dean. - Nos presentó y me saludaron con dos besos en las mejillas.
- ¡Qué bien hueles! - Susurró el de la camisa estampada al alejarse.
- Y aquí tenéis a Fay - el de estampados - y Leandro. - El musculitos.
Fay gritó, llevándose una mano al pecho.
- ¡Ay, me encanta esta canción!
- ¿Puedes ser un poco menos gay, por favor? - Le criticó Leandro. - Después te quejas de los estereotipos.
- Lo que me tienes es envidia, porque soy una diva y tú no. - Fay cogió a Elaine de la muñeca. - Vamos, nena.
- Pasadlo bien. - Nos dijo nuestra compañera y le guiñó un ojo a Catherine. Se despidió de nosotros con la mano que tenía libre y siguió bailando con sus amigos.
- ¿Qué te ha dicho? - Pregunté. Catherine sonrió enigmática y tiró de mi mano hasta llegar a la barra. Pedí nuestras bebidas y me volví hacia ella. - ¿No me lo vas a decir?
- Todavía no. - Volvió a sonreir y me besó. - Por cierto, has triunfado entre los amigos de Elaine. - Soltó una carcajada.
- No me lo recuerdes, ¿te has fijado en cómo me ha mirado Fay? - Reprimí una mueca.
Volvimos a la mesa y el grupo había crecido. Adam había traido a algunos de sus amigos y nos los presentó.

Habían pasado dos horas desde que habíamos entrado y el pub estaba cada vez más lleno. Fui hacia el servicio, aguantando los empujones de los que bailaban y dando unos cuantos para despejar el camino. Por fin me encontraba ante la puerta de los lavabos, se abrió y salió Elaine, recolocándose la parte baja de su camiseta gris oscura de tirantes, en la que había un tigre rugiendo, sobre unos ajustados pantalones rojo oscuro. Miré el cartel, pensando que me había equivocado, pero no, era el servicio de los chicos.
- Hey. - Me saludó con un asentimiento de cabeza con total naturalidad. Leo salió detrás de ella, metiéndose la camisa por dentro de sus vaqueros. Fue a decirle algo pero entonces me miró.
- Espera, yo te conozco. - Se volvió hacia Elaine. - ¿No es el tipo con el que estabas en el restaurante cuando nos conocimos?
- El mismo. - Dije.
- Yo soy Leo. - Me tendió la mano.
- Dean. - Se la estreché un poco asqueado. A saber lo que había estado haciendo con esa mano... Hubo un silencio incómodo. - Bueno, sigo con lo mio. - Señalé el servicio. - Disfrutad de la noche.

- ¿Quieres saber qué me dijo Elaine? - Me preguntó Catherine. Estábamos sentados junto a la mesa, Katy y un amigo de Adam estaban a nuestro lado, charlando. Ella miraba hacia su amado de reojos aunque él estaba bastante entretenido con el resto de sus colegas. Asentí.
- Que ella no va a dormir esta noche en casa y no llegará hasta mañana por la tarde, dice que nos avisará de todas formas antes de subir. - En su rostro apareció una sonrisa pícara. Dibujó un camino serpenteante en mi pecho con su dedo. - Eso significa...
- Que tenemos la casa para nosotros solos. - Terminé la frase por ella, con una media sonrisa.
- Y no tengo que estudiar, ni que madrugar al día siguiente. - Cruzamos una mirada. Los dos estábamos pensando en lo mismo pero ella reaccionó primero. - ¿Nos vamos?
Asentí y nos despedimos de sus amigos poniendo de excusa que estábamos cansados. Cogimos nuestros abrigos y nos fuimos. Nos besamos nada más salir del pub y caminamos hacia el piso a un paso más rápido de lo normal mientras intercambiábamos miradas y cortos besos. Se puso a buscar las llaves en el bolso mientras yo le apartaba el cabello y le recorría el cuello con los labios. Consiguió abrir la puerta del portal y llamamos al ascensor. Una vez dentro, los besos se hicieron más ardientes y los abrigos sobraban. Le recorrí la espalda y el trasero con mis manos y la pegué más a mi. Ella acarició la forma de mi espalda y mi estómago bajo la camisa. Llegamos al rellano, le quité las llaves de las manos y abrí la puerta del piso.
Nada más entrar, tiramos nuestros abrigos sobre el sofá y continuamos por donde lo habíamos dejado. Se quitó los zapatos y yo la camisa de cuadros apenas separando nuestros labios unos segundos. Como iba andando de espaldas, me choqué con la mesa del comedor y me di cuenta de que no podría esperar hasta llegar a la habitación. Catherine pareció pensar lo mismo, apartó el adorno que había sobre la mesa y tiré de sus medias hacia abajo. Ella me ayudó a quitárselas y la subí a la gruesa mesa de madera. Me bajé los pantalones y me acogió entre sus piernas. A los pocos minutos Catherine habló.
- ¿Cuánto hacia que no...? - Su frase se convirtió en un gemido.
- Demasiado. - Respondí cuando me concentré en lo que había dicho.
Cuando terminamos, Catherine se tumbó sobre la mesa, con una pierna colgando del filo y la otra flexionada y yo me senté en una de las sillas que habíamos apartado de nuestro camino.
- Te prometo que la próxima vez me organizaré mejor. - Dijo cuando recuperó el aliento.
- ¿Qué?
- Con los exámenes. Tendré tiempo para todo. - Hizo otra pausa. - No lo hemos hecho desde el día que volviste del pueblo, ¿verdad? Cuando nos pilló Elaine en el sofá.
Asentí, luego me di cuenta de que no me podía ver desde su posición.
- Sí, un mes o así.
- Vaya... Ha parecido más tiempo. - Acerqué la silla para verle el rostro. Estaba reluciente.
- Dímelo a mi. - Le sonreí. Alargó un brazo y me cogió de la mano.
- Pobrecito mio.
Fui a beber agua y volví a la silla junto a la mesa. Catherine se había sentado en el borde de esta y las piernas le colgaban, sin llegarle al suelo. Tenía la camiseta fuera de la falda y todos los botones abierto excepto uno.
- Pues ahora tenemos que recuperar el tiempo perdido. - Me dijo con una sonrisa. - En todos los sentidos.
Se levantó y se sentó sobre mi, con un brillo de lujuria en sus ojos.
- ¿Silla, sofá o cama? - Preguntó con una sonrisita traviesa.
- ¿Qué te parece silla, sofá y cama? - Respondí con una media sonrisa haciendo hincapié en la y. Rió.
- ¿A qué estamos esperando? - Nos besamos lentamente, saboreando la intimidad de ese momento.

domingo, 8 de febrero de 2015

LO "NORMAL"

Tengo la oportunidad de visitar un nuevo país, de coger un avión por primera vez en mi vida, es un lugar que nunca me ha llamado la atención, con un idioma y unas personas que apenas conozco pero que podría llegar a conocer más una vez allí. En cambio, no me atrevo a dar el paso, a desafiarme a mi misma, a ignorar los consejos de los demás y dejarme llevar por la insensatez por una vez en mi vida.
La sensatez ha sido mi mejor amiga desde que tengo memoria, me ha ahorrado disgustos innecesarios, palabras que hubiera lamentado decir y heridas físicas y mentales con las que quizá no fuera quien soy hoy en día. Pero también me ha evitado nuevas experiencias, de las que me pudiera haber arrepentido o no: lugares que hubiera podido ver, gente que hubiera podido conocer, amores impulsivos y seguramente dañinos, pero vivencias al fin y al cabo.
No me arrepiento de mi vida, en absoluto, estoy contenta con el camino que estoy eligiendo, con las cosas que hago y con las personas que me rodean. Si mi pasado fuera otro, todo sería distinto, tal vez para peor o para mejor, eso nunca se sabe, pero diferente. Aun así, en ocasiones, no demasiadas, me pregunto por qué soy de esa forma, por qué no me dejo llevar por la corriente, cometer los mismos errores que veo hacer a los demás, ser una "adolescente", ser más como la mayoría, más fiestera... Luego me escucho a mi misma y me respondo una vez más: porque no soy así. Me gusta salir con mis amigos y mi familia, visitar sitios nuevos, moverme, echar unas risas, hacer el tonto y también ir de fiesta de vez en cuando, pero para bailar, no para emborracharme o ligar, solo bailar y sentirme parte de la multitud.
Hay veces que me cuestiono si debería cambiar y ser como la mayoría pero me doy cuenta de que no es que no lo haga porque no pueda, sino porque no quiero. No me gusta la idea compartir mi cuerpo y parte de mí misma con una persona que solo conozco de un rato, de vivir las noches y luego despertarme con lagunas, como si nada hubiera pasado. Me sentiría mal conmigo misma, no sería capaz de mirar a la cara a los demás ni de caminar con la cabeza alta. Aunque supongo que te acabas acostumbrando o que mi mente es demasiado... llamémosla clásica, para una joven de 20 años en esta sociedad.
Y todo esto ha salido a flote por una inocente conversación con la conclusión de que es muy difícil encontrar a una buena mujer y también a un buen hombre de mi edad actualmente. Y esa frase la afirmó alguien que considero que se comporta como es "lo normal" a nuestra edad, lo cual me hace preguntarme si con lo de buena mujer se refiere a alguien como él o a alguien como yo, lo que resultaría algo hipócrita por su parte si criticara su propio estilo de vida.

En resumen, cada uno vive su vida como quiere y puede y debería respetar lo que hacen los demás, le guste o no.

miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPÍTULO 16 - LA CULPA

La luz del sol hacia que los ojos me ardieran, refunfuñé y me tapé la cabeza con la manta. Notaba la boca seca y con un regusto amargo. Miré el reloj, era la una de la tarde. Mi intento de levantarme fue frustrado por un mareo y un fuerte dolor de cabeza. Cuando logré sentarme en la cama el dolor de cabeza aumentó. Me coloqué la pierna con dificultad y perdí el equilibrio al ponerme en pie, sentía las piernas débiles.
Cada paso que daba resonaba en mi cabeza como si estuvieran golpeándomela con un martillo. Abrí la puerta de la habitación y fui al baño. Tenía náuseas pero no podía vomitar. Al pasar por el salón me encontré a Catherine estudiando en la mesa del comedor.
- Buenos días, dormilón. Por fin te has levantado. - Su voz retumbó en mi cerebro, parecía como si de pronto tuviera la cabeza hueca y todo hiciera eco.
- No grites, por favor. - Escuchar mi voz también resultaba doloroso. Me llevé las manos a la cabeza con un siseo.
- ¿Resaca? - Preguntó bajando la voz. Asentí lo más lento que pude.
- Creo que necesito una ducha.
Ahora estaba limpio, fresco, con un dolor permanente de cabeza y un mareo que iba y venía a su antojo. Me senté en el sofá tapado con una manta y con el estómago revuelto. Catherine se acercó y me acarició el pelo con ternura.
- ¿Quieres que te prepare algo? ¿Té, café, manzanilla? - Murmuró en voz baja.
- Una manzanilla estaría bien. - Respondí en el mismo volumen. Elaine salió de su habitación con tan mala cara como yo.
- ¿También resacosa? - Le dijo Catherine. Elaine alzó el índice y se llevó una mano a la cabeza.
- No hables. - Le mandó callar tras sisearle.
- ¿Quieres una manzanilla también? - Ella negó con la cabeza.
- La mejor solución para la resaca es beber mucho líquido, descansar todo lo que se pueda y mi mezcla especial, cien por cien fiable, nunca me falla.
- Tomaré una de esas. - Dije. Me encontraba fatal, no volvería a emborracharme en lo que me quedaba de vida.
- Que empiece la magia, entonces. - Se metió en la cocina. Catherine me dio un beso en la frente y la siguió.
Pasados varios minutos volvieron con un vaso de medio litro de un color naranja-rojizo cada una. Elaine ya se había tomado la mitad del suyo y Catherine me paso el que tenía ella. Tomé un sorbo, no estaba tan malo como pensaba. Seguí bebiendo, esperando que lo que fuera que tuviera eso me aliviara el dolor de cabeza y el estómago. Al cabo de un tiempo los síntomas se redujeron.
- Funciona. - Afirmé sin dirigirme a nadie en general.
- Claro que funciona, ¿acaso lo dudabas? - Habló Elaine. Ella también parecía encontrarse mejor. Estábamos ambos sentados, yo el sofá y ella en el sillón individual que estaba al lado.
- ¿Qué lleva?
- Un poco de todo: verduras y frutas pasadas por la batidora, limón y el ingrediente secreto.
- Que no me vas a decir aunque te pregunte cuál es, ¿verdad? - Me guiñó un ojo.
- Parece que ya nos vamos conociendo.
A pesar de la borrachera recordaba perfectamente nuestro beso y el breve pero intenso toqueteo. Noté el estomágo revuelto pero esta vez estaba provocado por la culpabilidad. Miré a Catherine, que se había cambiado su pijama por unos vaqueros y una camiseta sencilla.
- ¿Te vas? - Pregunté, temiendo estar a solas con Elaine de nuevo por lo que pudiera pasar.
- Sí, no quiero llegar tarde al exámen. - No recordaba que hoy tenía el penúltimo examen del cuatrimestre.
- Te acompaño. - Me ofrecí, echando la manta a un lado.
- No hace falta. Tú descansa, que lo necesitas.
- No importa. Además, acabo de acordarme que había quedado con Roderic, no quiero dejarle plantado. - Mentí. Me puse en pie. Definitivamente, me encontraba mucho mejor aunque aún estaba cansado.
- Vale, te espero. - Me cambié rápidamente y le envié un mensaje a Roderic. Llevaba tiempo diciéndome que fuera a su casa para que probara el nuevo videojuego que se había comprado así que se recibió mi mensaje con gran alegría.
- Ya estoy. - Dije yendo al salón y abriendo la puerta.
- Bien. Hasta luego, Elaine. - Se despidió Catherine.
- Hasta luego y suerte. - Le deseó ella.
Le acompañé hasta la entrada de su facultad y nos despedimos con un largo beso y un fuerte abrazo. Me dirigí a casa de Roderic, tratando de recordar si había ocurrido algo más la noche anterior de lo que mi mente me permitía ver. Estaba seguro que no, solo un beso. Ella se lanzó, yo la paré a tiempo. Fin de la historia. ¿O yo le había respondido al beso? ¿Había habido lengua? ¿Había cerrado mi mano sobre su pecho?
Llegué a mi destino sin haber resuelto esas preguntas. Era la segunda vez que iba al apartamento de Roderic. Sus padres eran una pareja de cincuentones algo serios que parecían tener trabajos importantes aunque no sabía cuáles. Roderic me abrió la puerta.
- Hey, Dean. - Nos dimos un apretón de manos. - Vamos, entra.
Me llevó a su habitación, decorada con pósters de videojuegos y series de anime. Estuvimos jugando durante un par de horas, charlando sobre temas poco importantes, lo que me ayudó a olvidar el problema de Faheema y la indecisión de si contarle a Catherine o no mi beso con Elaine.
Nos despedimos y volví al piso. Elaine estaba sentada en el sofá, con las piernas estiradas y pintando en un bloc de dibujo con carboncillo. Me miró cuando cerré la puerta.
- Hola. - Me saludó.
- Hola. ¿Catherine ha vuelto?
- Todavía no. - Colocó las pies en el suelo y dejó el bloc en la mesa. - Dean. - Se puso en pie y yo me quedé inmóvil donde estaba, a pocos pasos de la puerta.
- Tiene que estar a punto de salir, iré a recogerla. - Dije tras un tenso silencio.
- Dean, espera. - Caminó hacia mi y se detuvo a unos metros de distancia. - Supongo que te comportas así por lo de anoche. - Desvié la vista. - Solo quería decirte que siento lo que pasó, no debería haber hecho eso. - Asentí. Se tocó un mechón de su cabello negro terminado en azul y se lo echó a la espalda. - ¿Podrías no decírselo a Catherine? No quiero que nuestra convivencia se vuelva... incómoda. Y realmente no pasó nada, habíamos bebido y fue un beso tonto.
- Será nuestro secreto de colegas borrachos. - Añadió encogiéndose brevemente de hombros. Lo medité. No sabía si eso era ético pero desde luego era lo mejor para todos.
- De acuerdo, no le diré nada. - Me sonrió, asintió y volvió a continuar con su dibujo.

jueves, 29 de enero de 2015

CAPÍTULO 15 - YO NUNCA

Estábamos a principios de febrero y a Catherine le quedaban solo dos exámenes para terminar el cuatrimestre. Habíamos almorzado mis deliciosos macarrones gratinados, preparados con cariño para el disfrute de mi chica. Había sobrado para un plato más, así que lo dejé en la nevera por si le apetecía a Elaine o alguno de nosotros quería repetir. Me senté frente al ordenador y consulté mi correo una vez más. Publicidad, un aviso de cumpleaños de dos amigos en una red social y, por fin, la respuesta que llevaba esperando tanto tiempo. Hice click en el mensaje de Thomas Carter, el periodista:

Hola Dean,
Me alegro que hayas optado por la vía electrónica, es mucho más fácil y económica. Siento haber tardado tanto en responder, he estado bastante ocupado.
Hace unos días pasé por el pueblo en el que estaba viviendo Faheema y siento decirte que ya no está con el primo de su padre. No he preguntado directamente, pero se rumorea que se marchó con el comerciante pakistaní hará una semana. Me he estado informando y ese tipo no es trigo limpio: trafica con niños, los trata como esclavos, los prostituye o los envía como niños bomba a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero o bienes.
Faheema es una chica lista, sabrá arreglárselas. Haré todo lo que esté a mi alcance para encontrarla, pero no te mentiré, ya es "de su propiedad", le pertenece, así que me será imposible liberarla, lo único que podría hacer sería ver cómo se encuentra, eso en el caso de que logre localizarla.
Se que no es ético pero te recomiendo que te olvides de ella y vivas tu vida lo mejor posible. Eres joven, tienes familia, amigos, pareja y un próspero futuro por delante, no lo tires todo por la borda.

Te aconseja tu amigo, Thomas Carter.

Eso no solo no era ético, era inhumano. No podía abandonar así como así a alguien que me había pedido ayuda, aunque hasta la fecha no hubiera podido hacer nada para echarle una mano. Me sentía terriblemente mal, un completo inútil. Se me habían ocurrido unas cuantas ideas para sacarla de allí pero ninguna era lo suficientemente realista y práctica para que saliera bien. Empecé a escribirle una respuesta:
Eres un inhumano. - Lo borré y empecé de nuevo.
Primero, gracias por tu contestación, Thomas. Segundo, se que lo has dicho con la mejor intención del mundo pero ¿cómo se te ocurre pensar que voy a vivir tranquilo dejando a un ser humano pasar por esas calamidades y más a una niña inocente? - Tomé aire y suprimí la última frase. Esto era más difícil de lo que pensaba.
Catherine entró en la habitación, ya que yo había cocinado, ella se había encargado de lavar los platos, era lo justo. Colocó las manos sobre mis hombros y me los masajeó ligeramente, apoyé la mejilla contra su mano.
- ¿Qué haces? - Preguntó curiosa.
- Thomas me ha respondido al correo que le envié hace semanas.
- ¿Malas noticias?
- Juzga por ti misma. - Abrí el brazo, invitándola a sentarse en mi regazo. Aceptó mi invitación y se inclinó hacia la pantalla.
Su rostro cambió de neutro a triste mientras terminaba la lectura. Le dí un suave beso en la parte superior del brazo, que quedaba a la misma altura que mis labios.
- Es horrible. - Dijo finalmente. - Entonces, ¿no hay ninguna forma de ayudarla? ¿No se puede denunciar a los del defensor del menor o a alguna asociación que se dedique a esto? - Me miró con indignación y pena y me encogí ligeramente de hombros, con la mente demasiado ocupada buscando una solución como para responderle. - No es justo, nadie hace nada para ayudar a esos pobres niños que lo están pasando tan mal, el ejército no interviene, y si interviene es para matarlos. Solo buscan riqueza, si no hay petróleo de por medio no les interesa ayudar...
Se volvió hacia mi, todavía en mi regazo, y me abrazó. Cerré los ojos, su contacto me relajó y me hizo sentir como si todo fuera a salir bien aunque en el fondo sabía que no iba a ser así. No sabía cuánto tiempo había durado ese abrazo, de lo que estaba seguro era que ella iba a permanecer a mi lado para apoyarme en lo que hiciera. Se recolocó sobre mis piernas, mirando hacia la pantalla.
- ¿Qué le vas a responder?
- ¿Además de que es un insensible por aconsejarme eso y que no me diga cómo debo vivir mi vida? No se me ocurre nada.
- No lo ha dicho con mala intención. - Lo sabía, pero no lo iba a admitir. Se quedó pensativa. - ¿Puedo? - Me pidió permiso, señalando el teclado. Asentí y sus dedos escribieron con rapidez, siempre se le habían dado mejor las palabras que a mí. Se detuvo y me miró. - ¿Qué te parece esto?
Lo leí:

Hola, Thomas.
Primero, gracias por tu contestación. - Hasta ahí era lo que yo había escrito. - No hace falta que te disculpes por la tardanza, imagino que tendrás muchas noticias que cubrir en un lugar donde ocurren tantos sucesos que deben ser conocidos por el mundo.
Gracias también por ponerme al día con lo que sabes de Faheema, aunque lamento oír esas novedades. Se que es una chica muy valiente pero necesita ayuda. Hazme saber si puedo hacer algo para echar una mano, tanto a ella como a tí en tu propósito de darle auxilio.
Aunque agradezco tu consejo, no voy a rendirme tan pronto. Por favor, mantenme informado.

Tu amigo, Dean.

- ¿Cómo sabes que Faheema es muy valiente?
- Lo he deducido por lo que me has contado de ella. Entonces, ¿te gusta?
- Yo no le hubiera dado las gracias por el consejo pero sí, me gusta. - Lo envié y le besé. - Gracias.
- Para eso estoy.
Se quedó un rato más en mi regazo hasta que tuvo que retomar su estudio. El descanso había acabado.

El cielo estaba nublado aunque no hacía demasiado frío así que, siguiendo mi nueva rutina, había ido a correr. Me notaba más en forma, más ágil y con más resistencia, ahora podía recorrer la misma distancia que hacía un mes pero sin cansarme. Me quité los auriculares y entré en el piso.
- ¿Catherine? - Pregunté al no verla.
- ¡En la ducha! - Gritó para que la pudiera oír. Entré en el baño y vacié mi vejiga. - ¿Qué tal el paseo? ¿Has corrido mucho?
- Un poco más que el otro día, parece que ya vuelvo a estar en forma. - Me lavé las manos.
- Yo siempre te he visto en forma. - Cerró el grifo y salió de la ducha, poniendo los pies en la alfombrilla que había debajo. - ¿Me pasas el albornoz? - Lo cogí pero me lo pensé mejor antes de dárselo.
- ¿Qué me das a cambio? - Le dediqué una media sonrisa y me acerqué lentamente, recorriendo su cuerpo desnudo con la vista. Sonrió tímidamente, se puso de puntillas y me besó. El vapor había hecho que se le encresparan los cortos mechones que se le escapaban de su cabello recogido en lo alto de su cabeza.
- Hubieras esperado cinco minutos y te hubiera hecho compañía en la ducha. - Tuvo un escalofrío por el cambio de temperatura y se le pusieron los vellos de punta. Le eché el albornoz sobre los hombros.
- Lo sé. Muy pronto. - Susurró con una sonrisa. Me lo tomé como una promesa. Nos alejamos y se cerró el albornoz. - Me voy a cambiar que me está empezando a entrar frío.
Me duché mientras Catherine se preparaba para ir a repasar a la biblioteca con Sam y Katy. Decía que de esa forma se le quedaba mejor lo que había estudiado y era una forma amena y diferente de aprenderse los temas. Cuando salí, Catherine llevaba unos pantalones vaqueros y una sencilla camiseta de mangas largas bajo su chaqueta de cuero negra, me la encontré en la habitación.
- Te estaba esperando para irme. - Cogió su bolso y me dio un beso. - No se cuánto tiempo nos llevará repasarlo todo, por si acaso no me esperes despierto.
- Vale, que te cunda el estudio.
- ¡Gracias! - Me lanzó un beso con la mano. A través de la ventana le observé montarse en la parte trasera del coche de Sam, Katy estaba en el asiento del copiloto. Me vestí, encendí la tele y me preparé un bocadillo de tortilla para cenar.

Casi una hora después llegó Elaine, bastante contenta.
- Hola, grandullón. - Me revolvió el pelo y dejó un gran bolso negro de mano sobre la mesa del salón con delicadeza. - ¿Dónde está Cath?
- Ha ido a estudiar. - Puso los ojos en blanco.
- No tiene remedio... - Sacudió la cabeza y abrió su bolso. - Pues traía algo para los tres. - Sacó una botella de whisky. - Te presento a mi amigo Daniels, Jack Daniels. - Dijo cambiando la voz. Me la tendió y observé la marca.
- ¡Vaya! ¿Qué celebramos?
- Estaba esperando esa pregunta. ¡El fin de mis exámenes! - Exclamó abriendo los brazos. - Esperaba que también estuviera Catherine pero bueno. - Se encogió de hombros y sacó también del bolso vasos altos de chupitos. - Más para nosotros. - Se quitó las botas de un tirón y las lanzó a su habitación, una entró pero la otra se quedó en el umbral de la puerta. - ¡Casi! - Murmuró. - Voy a mear, ahora vengo. - Volvió la cabeza y negó con un dedo. - No vayas a empezar sin mi. - Me dio la sensación de que ella ya había empezado a celebrarlo mucho antes.
Observé de nuevo la botella, tenía 40 grados de alcohol. No iba a ser la primera vez que bebiera pero sí la primera en probar el whisky. Me preguntaba a qué sabría. Elaine volvió enseguida y se sentó en el suelo frente a la mesa con las piernas cruzadas, yo seguía en el sofá. Apagó la televisión y retiró todo lo que había en la mesa para hacerle sitio a los vasos y a la botella.
- Tengo una idea, ¿jugamos al "yo nunca"? - Sugirió. Abrí el tapón no sin dificultad.
- Vale, ¿tú cómo lo juegas? - Llené los vasos.
- Uno dice: yo nunca he hecho esto, si el otro lo ha hecho bebe, sino, bebe el que ha hablado. - Nunca había jugado de esa forma pero parecía divertido.
- De acuerdo. - Alzó su vaso y brindamos. Vaciamos el contenido del chupito de un sorbo y noté un ardiente calor recorriéndome la garganta. No estaba nada mal.
- Empiezo yo. Comencemos por algo suave... - Se quedó pensativa. - Yo nunca he estado fuera del continente Europeo.
Bebí.
- Me toca. Yo nunca había probado el whisky hasta ahora.
Puso los ojos en blanco y bebió.
- Por ese yo nunca tan estúpido te exijo que hagas otro. - Me pidió que le rellenara el vaso y pensé en otra frase.
- Vale, ¿qué te parece este? Yo nunca me he hecho un tatuaje.
Bebió.
- Mejor, pero te lo tienes que currar más.
- ¿Qué es? - Pregunté curioso.
- Un dragón negro desde la cadera hasta que empieza el muslo. Me encantan los dragones. - Añadió. - Vale, mi turno. Vayamos con algo más fuerte. - No tuvo que pensarlo mucho. - Yo nunca lo he hecho en una cocina.
No bebí así que ella tuvo que hacerlo.
- ¿Tampoco? Está en mi lista de sitios pendientes...
- ¿Tienes una lista?
- Escrita no, está en mi mente. - Asentí.
- Yo nunca lo he hecho con dos personas a la vez.
No bebió.
- ¿No? - Dije sorprendido.
- No, tengo mis límites. Bebe. - Empujó mi vaso para que lo vaciara.
- Yo nunca me he enamorado. - Dijo sin mirarme. Bebí, estaba absolutamente enamorado de Catherine por muchos alti-bajos que tuviéramos.
- ¿Nunca? - Negó con la cabeza. - ¿Entonces tu primera vez fue sin amor? - Me sorprendí. Normalmente las chicas solían esperar a estar enamoradas y convencidas de estar seguras de ello antes de hacerlo, aunque claro, cada persona era un mundo.
- ¿Tan raro te parece? Me han atraído, gustado y he tenido flechazos por muchas personas pero nunca me he enamorado con todas las letras. ¿Cuándo fue tu primera vez, por cierto?
- A los 18, con Catherine.
- ¡Qué tarde! - Esta vez la que se sorprendió fue ella. - Y con lo guapo que eres pensaba que habías tenido cientos de ligues antes de conocer a Catherine. ¿También fue tu primer beso? - Negué con la cabeza. Mi primer beso había sido con 8 años mientras jugaba con un amigo del colegio y su vecina, y fue ella la que se lanzó a por mí. Recuerdo que me limpié la boca asqueado, a esa edad no estaba interesado en chicas. - Menos mal, me habías asustado.
- ¿Y tú?
- Primer beso a los 12 y primera vez a los 14.
- Pero si eras una niña... - Se encogió de hombros.
- Siempre he sido muy precoz para mi edad. - Explicó. - Tu turno.
- Yo nunca me he acostado con alguien de mi mismo sexo.
Bebió y esperé que hiciera algún comentario.
- ¿Esperas que te de detalles o algo?
- No, no hace falta. - No sabía por qué sentía curiosidad sobre ese tema. Puso los ojos en blanco.
- Ya, claro, estás deseando escucharlo. Pues fue en uno de esos viajes de intercambio en los que vives durante un tiempo en casa de otra familia. Era dos años mayor que yo, estábamos solas y simplemente ocurrió. Fue más por probar que por otra cosa. ¿Contento? Más vale que no te masturbes pensando en mi y en mis experiencias sexuales. - Hizo una mueca mientras señalaba mis partes bajas.
- Yo no me masturbo. - Repliqué, de repente avergonzado.
- ¿Ah, no? - Puso los ojos en blanco. - Por favor, Dean, estamos en confianza. Es más, te escuché ayer en la ducha y se que Catherine no estaba contigo. - Me quedé sin palabras. - ¿O a lo mejor es que te frotas con muchas ganas? - Puso una media sonrisa - ¿Cuándo fue la última vez que lo hicisteis? - Guardé silencio. - Vamos, yo te he contado mi momento lésbico.
- El día que volví del pueblo, cuando nos pillaste en el sofá.
- ¡Buff! ¿Y eso cuándo fue, hace tres semanas? - Asentí. Tres semanas y dos días. - Pobrecito, te tienen que estar a punto de explotar los huevos. - Tan clara y directa como de costumbre.
- ¿Y tú?
- Esta tarde.
- ¡¿Esta tarde?! - Sabía que llevaba menos tiempo sin hacerlo que yo pero no me esperaba que fuera tan poco. - Pero, ¿cuándo...? Yo pensaba que habías estado haciendo un examen.
- ¿Y eso que tiene que ver? Termine con mis obligaciones estudiantiles y después salí a celebrarlo. Me hubiera quedado hasta más tarde pero la gente es muy aburrida y tiene cosas que hacer. - Tomó un trago por su cuenta y rellenó el vaso vacío.
- Me toca. - Continuó y me miró con una sonrisa extraña. - Yo nunca me he masturbado mi miembro masculino en la ducha en los últimos tres días.
- Has sido bastante concreta. - Bebí, admitiendo con ese gesto que ella tenía razón. - Yo nunca lo he hecho en un sitio público.
- ¿Bromeas? - Bebió. - Es divertidísimo, deberías probarlo un día. Menos en la playa, no te lo recomiendo a menos que estés muy necesitado. Se te llena el culo de arena y lo que no es el culo también. - Hizo una pausa. - A partir de ahora te voy a hacer preguntas más precisas. Yo nunca le he practicado sexo oral a Catherine.
- ¿Eso vale? - Bebí mientras le miraba entrecerrando los ojos.
- Yo he propuesto el juego así que yo pongo las normas. - Me dedicó una sonrisa triunfante.
- Si te pones así... Yo no me he acostado con el camarero pelirrojo del restaurante japonés hoy.
- No has dicho "yo nunca" pero la doy por buena. - Bebió. - Se llama Leo, por cierto.
- Un nombre raro, pero le pega.
- Opino lo mismo. Imagínate durante un orgasmo gritando su nombre. ¡Leo, Leo, Leo! - Gimió mientras se movía simulando estar haciéndolo. Cogió su vaso. - Parece que quieres que todo el mundo sepa que estás leyendo algo. - Se lo bebió y reí, no lo había visto de esa forma.
- Ah, se me ha ocurrido una normal. - Dijo tras rellenar su chupito. - Yo nunca he pillado a mis padres haciéndolo.
- ¿Y esa es normal? Es asquerosa. - No bebí, nunca me había encontrado en esa situación y esperaba que siguiera así. - Por no encontrarnos jamás a nuestros padres dándole al tema. - Propuse un brindis, ella asintió y chocamos nuestros vasos.
Continuamos el juego hasta que solo quedaron dos dedos de la botella. Elaine había tomado más chupitos pero yo no estaba acostumbrado a beber así que nos encontrábamos en las mismas condiciones. Fui yo el que decidió parar el juego, tenía la cabeza embotada y me estaba empezando a entrar mareo. Elaine se había quitado la cazadora. Llevaba unos pantalones de cuero ajustados y una camiseta blanca de tirantes gruesos rota en algunas zonas estratégicas, insinuando más que enseñando. Yo iba con la ropa de casa: un pantalón de chandal cómodo y una camiseta de manga corta.
- Quiero bailar. - Comentó. Se fue ligeramente hacia un lado cuando se puso en pie. - Tengo las piernas dormidas. - Se excusó.
Entró en su habitación, esquivando por muy poco la bota que se había quedado en la puerta, y salió con unos altavoces que enchufó a su reproductor de música portátil. El salón se llenó con canciones ritmosas y fáciles de bailar y me tendió ambas manos para que me levantara del sofá.
- Vamos, grandullón. - Accedí y me sentí torpe y adormecido al lado de Elaine, que se movía con soltura y movimientos sensuales.
En una parte de la canción en la que decía textualmente "toca, toca, toca", Elaine obedeció y me pasó las manos por el torso, bajando desde el pecho y parando antes de llegar a mis pantalones. Me dio la espalda y movió el trasero mientras que yo no pude evitar mirárselo, era casi hipnótico. La música descendió y se pasó a la siguiente melodía.
- ¡Me encanta esta canción! - Subió el volumen y se puso a saltar y cantar, cogiendo la botella como si fuera un micrófono. Su escote era provocador y los saltos no ayudaban a que lo fuera menos. Me invitó a saltar con ella, aunque a los dos saltos paré y le seguí el ritmo con la cabeza, cantando con ella parte del estribillo. Que mi prótesis me estuviera dejando de dar graves problemas no significaba que tuviera total libertad de movimientos ni que no notara una ligera molestia en la zona de unión de vez en cuando.
Aguantamos así un par de canciones más hasta que me dejé caer en el sofá, cansado. Ella se sentó a mi lado, aprovechando el final de una de ellas para descansar. Sus pechos rebotaron al sentarse. Cogió la botella de whisky y la movió, observando lo que quedaba.
- Un poco para tí. - Se acercó más a mi y la colocó sobre mi boca como si fuera un biberón. - Eso es. - La retiré después de un par de tragos y sentí la cabeza más embotada, no podía pensar con claridad. - Bien hecho, grandullón. - Me dio unas palmaditas en el muslo y dejó la mano allí mientras vaciaba la botella con tres largos tragos. Cerró los ojos de lo fuerte que estaba y una gota resbaló de su boca, rodó por su barbilla y le cayó justo en el cananillo, o canalón en su caso. Apoyó la cabeza en el respaldo, junto a la mía.
Nos miramos. Sus labios estaban tan cerca que solo me hubiera bastado con estirar el cuello para besarla. Ella parecía estar pensando lo mismo. Su mano subió por mi pierna y descansó en mi entrepierna. Dirigí la vista hacia allí y ella me levantó la barbilla con la otra mano, haciendo que volviera a encontrarme con su magnética mirada. Tenía los ojos castaños, puros, sin ninguna otra tonalidad, pero lo que realmente atraía era su forma de mirar. Me besó. Sus labios sabían a alcohol, a lo salvaje y a lo prohibido. Me cogió una mano y me la colocó sobre su pecho. Era esponjoso y me ocupaba toda la palma de la mano, incluso podría decir que era igual de grande que ella. Me aparté.
- Estás borracha. - Argumenté con la boca pastosa. Le quité la mano de mi bragueta.
- No lo estoy, tengo más aguante del que piensas. - Intentó besarme de nuevo pero me alejé.
- Quiero a Catherine. - Dije con seguridad y volví la cabeza hacia el otro lado lo que me costó un fuerte mareo. Cerré los ojos para evitar ver las paredes moverse.
- Pero también quieres hacerlo. - Subió la mano por mi muslo de nuevo. Me levanté tan bruscamente que los contornos de mi visión se oscurecieron un instante antes de volver a la normalidad. El salón giraba a mi alrededor y di unos pasos vacilantes antes de recuperar el equilibrio.
- No, no quiero.
- Pues tu otra cabeza no opina igual. - Señaló mi pantalón. A través de la fina tela de algodón del chándal se marcaban mis evidentes ganas de sexo.
- Me voy a la cama y tú deberías hacer lo mismo. - Di unos pasos y luego me volví hacia ella. - Pero cada uno a la suya. - Le dejé claro, por si acaso. Todavía notaba el sabor de sus labios en los míos.

Noté que alguien se tumbaba a mi lado, bajo las sábanas. Di un brinco, con el corazón latiéndome con fuerza. Abrí los ojos de golpe, la habitación estaba completamente a oscuras.
- Shhh, sigue durmiendo. - Me susurró Catherine a mi espalda. Por un segundo había pensado que Elaine se había atrevido a meterse en mi cama. Me volví hacia ella. - Siento despertarte.
- ¿Qué hora es? - Pregunté con la lengua pastosa y un regusto a alcohol en la boca.
- Las tres de la mañana.
- ¿Acabas de venir? - Dije extrañado.
- Sí, entre repasar un tema y otro se nos ha hecho tarde. - Me buscó el rostro con ambas manos. - ¿Has estado bebiendo? - Afirmó más que preguntó tras oler mi aliento.
- Sí, Elaine quería celebrar que ha terminado sus exámenes. - Respondí. Me besó.
- ¿A qué sabes? - Comentó riéndose en voz baja.
- A whisky. - Y a los labios de Elaine. Se acomodó a mi lado, con la cabeza apoyada en mi pecho.
- Me alegra que os llevéis tan bien Elaine y tú. - Hizo una pausa. - ¿Sabes? Al principio pensaba que convivir con ella nos iba a traer problemas pero me equivocaba.
Permanecí en silencio, no podía decirle que quizás tenía razón, que había sido una mala idea vivir con ella. Debería haber visto venir que Elaine intentaría algo conmigo, pero, de todas formas, no había pasado nada, le había parado a tiempo. Entonces, ¿por qué me sentía tan culpable?

miércoles, 21 de enero de 2015

¿Cómo soy?

Es difícil saber cómo definirse a uno mismo. No puedes ser objetivo, verte desde fuera sin añadir ninguna exageración o infravalorarte.

Cuando tengo que describirme a mi misma ante alguien nunca se que decir, porque no soy siempre igual. Con esto no me refiero a que tenga dos caras, que sea una hipócrita o una falsa, sino a que no me comporto de la misma forma en clase que cuando estoy con mis amigos; cuando salgo de fiesta o mientras camino por una calle abarrotada de gente; cuando estoy sola o cuando tengo compañía.

Soy tímida con las personas que no conozco e incluso a veces con las que conozco, en cambio si estoy sola esperando en algún sitio y se me ocurre algún comentario que hacer a un desconocido, hablo. Me cuesta participar en una conversación cuando estoy en un grupo grande, en cambio, puedo sacar temas casi sin dificultad para hablar con uno o dos compañeros que están en silencio a mi lado si me veo con ganas de charlar.

Hay días en los que no tengo problema para participar en clase, respondiendo en voz alta y clara a lo que preguntan, en cambio, hay otros en los que el corazón me late con fuerza en el pecho y las manos me tiemblan nada más pensar que tengo que decir algo delante del resto.

Mi conclusión es que si quieres conocer a alguien tienes que tratarle a diario, ver cómo trata a los demás, la forma en que pide un café, las veces que usa el "por favor" y el "gracias", la forma en que se comporta con sus amigos o cuando ve algo que le encanta, los comentarios que hace respecto a los que le rodean, sus aficiones y gustos, etc. Porque:

CAPÍTULO 14 - LEO

Mi rutina cambió durante esos días en los que la estresada y estudiosa Catherine se había adueñado de mi chica. Iba a correr casi todas las tardes, la mayoría de las veces solo, otras acompañado por Roderic. Echábamos un partido de baloncesto a la semana y me sentía ágil y normal, aunque aun tuviera una ligera cojera. Thomas todavía no había respondido a mi correo, lo revisaba todos los días y buscaba casos parecidos en internet para encontrar una solución a la situación de Faheema sin resultado alguno. Evitaba hablar con mi padre y las conversaciones por teléfono con mi madre eran superficiales y breves. Ya que Catherine siempre estaba ocupada, me entretenía jugando al videojuego que me regaló por mi cumpleaños y viendo una serie de comedia que echaban todos los días en la televisión con Elaine. No hacía falta decir que las muestras de cariño entre mi novia y yo eran escasas e insuficientes para un chico de 22 años que convivía con dos preciosas mujeres.
Era por la tarde, ya habíamos comido y estaba acomodado en la cama con el portátil de Catherine en mi regazo, dando tumbos por la red tratando de ocupar mi tiempo. Ella estaba sentada en el asiento bajo a la ventana, con los apuntes sobre sus piernas, repasando. Era el mismo sitio que solía utilizar cuando se ponía a leer. Me encantaba contemplarla y observar sus reacciones conforme avanzaba en su lectura. Llevaba de nuevo mi sudadera roja y esas mallas negras ajustadas. El sol alumbraba su rostro y en sus ojos resaltaba más el verde que el marrón. Tenía una pequeña vena hinchada a un lado de la frente por el esfuerzo de estudiar.
- Dean. - Dijo sin apartar la vista de sus papeles. - Deja de hacer eso.
- ¿El qué? - Pregunté. Ella dirigió su mirada hacia mi.
- Mirarme, me desconcentras. - Le sonreí y dejé el ordenador a un lado. Fui cojeando, pues había dejado la prótesis a los pies de la cama, hasta su lado. Apartó las piernas para dejarme sitio.
- A lo mejor te vendría bien desconectar un rato. - Le besé y recorrí lentamente su cuello con mis labios.
- No sé, tengo que tener terminado el trabajo del señor Shu para mañana a mediodía. - Le quité los apuntes y los dejé sobre el escritorio estirando el brazo.
- Todavía tienes tiempo. - Le acaricié las piernas lentamente, subiendo las manos con suavidad desde sus tobillos hasta los muslos. Exhaló el aire de sus pulmones tras recorrerle un escalofrío. Me detuvo.
- No tengo tiempo y mucho menos si no me dejas terminar de estudiar este tema. - Recuperó sus apuntes y me dio un pequeño beso, solo rozándome los labios. - ¿Por qué no quedas con Roderic?
- Tiene que ensayar para una importante prueba musical. Se va a pasar toda la tarde tocando el clarinete. - Como yo si la situación no cambiaba...
- ¿Y con Elaine? Creo que iba a una exposición o algo esta tarde. ¡Elaine! - La llamó. Esta golpeó la puerta con los nudillos y la abrió tapándose los ojos con una mano.
- ¿Estáis vestidos? Ni se os ocurra proponerme que me una a vosotros. Puede que no lo parezca pero no me van los tríos.
- No es eso. - Le aclaró Catherine. - ¿Vas a salir esta tarde?
- Sí, voy a la exposición de arte callejero que se inaugura hoy.
- ¿Por qué no te llevas a Dean? - Preguntó como si yo no estuviera delante y fuera un perro al que tuvieran que sacar a pasear.
- Vale, salimos en quince minutos. - Me avisó señalándome con el dedo y cerró la puerta.
- ¿Una exposición de arte? - Me quejé mirando a Catherine. Se encogió de hombros.
- ¿Tienes algún plan mejor? - Quedarme encerrado toda la tarde en la habitación con ella, pero ya que eso no podía ser accedí.

Elaine me llevó a un edificio en una parte de la ciudad en la que no había estado nunca. Al contrario de lo que yo pensaba había que hacer cola para entrar. Un cartel indicaba que la exposición de arte urbano estaba dentro.
- Pensaba que habías dicho que era arte callejero. - Comenté.
- Y así es. Concedieron este edificio a la Escuela de Arte donde estudio y unos pocos privilegiados han tenido el honor de pintar con spray sus paredes y dejar plasmado una parte de ellos en su interior. - Habló con admiración y orgullo. Parecía emocionada por entrar y decidí no hacer bromas al respecto.
Una vez dentro, caminamos siguiendo los pasillos y las discretas indicaciones que nos llevaba a distintas formas de expresión. La mayoría habían aprovechado los recovecos, grietas y plantas que crecían en ese edificio abandonado para dar más vida a sus obras de arte. Me detuve frente a una pared en la que habían dibujado a una mujer desnuda encogida sobre si misma entre dos muros que decían sociedad y machismo. A pesar de estar completamente desnuda, no se le veía ninguna parte "censurable" de su cuerpo y el rostro lo tenía oculto tras su largo cabello, que le caía ondulado e indomable, tapándole un ojo. Su expresión y su postura me transmitieron la rabia y frustación que debía estar sufriendo esa mujer.
- ¿Te gusta? - Preguntó Elaine. Asentí, observando cada detalle del dibujo. - Fue un boceto que hice hace unos años, por entonces me sentía así. - La miré sorprendido.
- ¿Lo has hecho tú?
- Sí. - Volvió su vista a la pared y yo hice lo mismo. - Estaba avergonzada de mi cuerpo, de que me gustara tanto el sexo, de que los demás me etiquetaran a la ligera, sin conocerme realmente. ¿Por qué cuando un hombre se acuesta con muchas mujeres es un máquina, un ligón y cuando es al contrario a la mujer la ponen de fresca para arriba? - Resopló y murmuró para si misma. - Maldita sociedad patriarcal...
Me quedé en silencio observando su obra y pensando en lo que tuvo que pasar Elaine para que de esa experiencia surgiera aquello.
- Ven, te voy a enseñar mi preferido. - Tiró de la manga de mi chaqueta y la seguí.
Subimos a la primera planta y entramos en lo que debía haber sido en su tiempo un cuarto de baño. De la pared sobresalía una tubería que habían doblado hacia abajo, como si se hubiera derretido, y pintado como un fusil de asalto. Habían dibujado a un soldado con la cabeza hacia abajo sujetándolo, mirando a una niña con coletas que le abrazaba con expresión triste y unos grandes ojos suplicantes. El rostro del soldado era de compasión. Eso me recordó a Faheema, su petición, la guerra, la sangre, el dolor, los muertos... Salí de allí notando que me faltaba el aire. El no saber cómo ayudarla me estaba matando, como Thomas no me respondiera pronto iría a buscarla yo mismo. Fui a la terraza y Elaine me alcanzó.
- Para tener solo una pierna eres muy rápido. - Bromeó y se apoyó en la inestable barandilla a mi lado. - Es precioso, ¿verdad? - La miré y vi que estaba observando el jardín de la planta baja. Lo habían recortado como un laberinto y dibujado en el centro una niña persiguiendo a un conejo blanco. No respondí, aun estaba pensando en la otra obra.
Guardó silencio. No me preguntó qué me había ocurrido ni trató de entablar una conversación. Se quedó allí, sin decir nada, haciéndome compañía mientras intentaba recomponer una vez más las piezas rotas que me formaban.
- ¿Te apetece un onigiri? - Dijo al cabo de un rato.
- ¿Un qué?

El onigiri resultó ser un tentempié japonés que consistía en una bola de arroz, con forma esférica o triangular, rellena de otro ingrediente a elegir, que podía ser pollo, atún con mayonesa, arroz rojo, ciruela, etc. Resumiendo, el típico arroz en forma de triángulo con un alga oscura que siempre aparecía en los dibujos animados japoneses.
Elaine me llevó al barrio chino y nos sentamos en una mesa de un pequeño restaurante japonés. El chico chino, japonés o coreano de la entrada nos saludó con una corta reverencia y Elaine le respondió con otra.
- ¿La mesa de siempre, señorita? - Le preguntó a Elaine con una agradable sonrisa que achinó aun más sus ojos.
- Sí, por favor. - Nos llevó hasta una mesa a un lado del local con vistas a una relajante fuente de agua con flores de loto flotando en ella. - ¿Qué vais a tomar?
- Lo de siempre y dos onigiris, Hikari. - Ella me miró y me encogí de hombros.
- ¿Qué me recomiendas? - Me dijo varios nombres de platos extraños y elegí el que más normal parecía y un onigiri. Hikari se fue, Elaine apoyó los codos sobre la mesa y me miró descansando la barbilla en sus manos.
- Bueno, Dean. Háblame de ti.
- No hay mucho que contar. - Puso los ojos en blanco.
- Por favor, tu vida debe ser bastante interesante. No todo el mundo tiene una pierna ortopédica... - Sonreí y sacudí la cabeza. Le hice un breve resumen de mi vida, omitiendo los detalles dolorosos y las sensiblerías.
- ¿Y por qué no vas a la universidad? - Me preguntó cuando terminé. Reí a carcajadas.
- ¿Yo en la universidad? Se nota que no me conoces. A duras penas conseguí terminar bachiller.
- No es tan difícil. Te estudias la mitad de los temas y el resto copias de un amigo inteligente que te hayas echado o te haces tu propio guión. - Me guiñó un ojo. El camarero nos trajo nuestra comida, la miré receloso, para el nombre que tenía parecía normal y comestible.
- Gracias. Tú eres nuevo, ¿verdad? - Le preguntó Elaine al camarero. Rondaría nuestra edad, tenía el cabello pelirrojo y los ojos verde oscuro.
- Llevo un par de días, ¿tanto se me nota? - Preguntó cohibido.
- No, es que vengo mucho por aquí y no te había visto antes. - Le sonrió y el chico le respondió con otra sonrisa.
- Pues a partir de ahora me verás a menudo. - Se mantuvieron la mirada un instante y él volvió al trabajo tras desearnos buen provecho.
- Lo que te decía, con un poco de suerte y práctica apruebas. - Concluyó aun mirando al camarero. Se giró hacia mi. - Catherine es demasiado legal, se toma sus estudios demasiado en serio. Nunca ha hecho chuletas, ¿cómo va a ser eso?
- Como tú has dicho, es legal. - Sentí como si atacara a mi novia y le miré molesto.
- No me malinterpretes, me cae bien esa chica. Es solo que a veces me saca de quicio tanta honradez. - No hice ningún comentario al respecto, su honradez era una de las cosas que más me gustaba de ella. Probamos nuestra comida en silencio. Elaine estudió mi rostro cuando probé el onigiri y sonrió.
- Sabía que te iba a gustar. Nunca falla. - Dijo cuando tragué un trozo.
- Está riquísimo. - Le dí otro delicioso bocado. Asintió.
- ¿Sabes? Siempre me he preguntado cómo es Catherine en la cama. - Dijo sin venir a cuento. Me atraganté con el arroz y bebí un sorbo de sake.
- Vaya, no sabía que tuvieras esa inclinación sexual. - Comenté tosiendo un par de veces más.
- Mi etapa de exploración acabó. - Le miré con curiosidad pero no profundizó en el tema. - ¿Te hace cositas? - Curioseó animada.
- No te voy a contar nuestras intimidades, eso es algo muy personal. - Hizo un puchero.
- Venga, solo un poquito. No hace falta que entres en detalles, solo en general. Parece tan buena y dócil... - Pensé en cómo le sentaría a Catherine que hablara de cómo era ella en ese aspecto. - No le diré nada, ni la juzgaré. Lo prometo. - Dudé pero al final cedí.
- Digamos que no es tan tranquila como aparenta, tiene un lado más... salvaje. - Respondí finalmente. Un lado que me sorprendió cuando lo descubrí y a ella también.
- ¡Lo sabía! - Casi saltó en el asiento.
- ¿Ella no te cuenta nada? - Pregunté mientras continuaba comiendo.
- No mucho, solo cosas en general. Aunque tampoco es que hablemos mucho últimamente. - Asentí, la comprendía. - Si quieres te puedo enseñar un par de truquitos, o a ella. ¿Disfrutas cuando lo hacéis?
Estuve a punto de volver a atragantarme.
- Claro que sí. - Contesté.
- ¿Y ella?
- Sí, supongo. - No era a mi a quién le correspondía responder a esa pregunta.
- ¿Supones? Si sigues mis consejos vas a conseguir que se derrita en tus brazos. Te sorprendería la de mujeres que no están satisfechas con su vida sexual.
- Hablas como si fueras una experta. - Me echó una mirada de "es evidente que lo soy".
- Soy mujer y por lo tanto conozco nuestros cuerpos mejor de lo que vosotros creéis saber. Veamos, ¿qué le haces? - Alcé una ceja. - Ah, es verdad. Respetar la privacidad de Catherine. - Se quedó pensativa y se llevó un trozo de su comida a la boca. - Vamos a ver por donde empiezo...
Me explicó con todo lujo de detalles los pasos que debía seguir para que Catherine disfrutara más en nuestros momentos íntimos, la mayoría los sabía aunque no ponía en práctica todos, además de recomendarme las posturas más placenteras para la mujer. Gesticulaba sin cortarse y yo no podía evitar mirar a nuestro alrededor, preocupado porque alguien nos escuchara. Cuando terminó su explicación, tenía la boca seca y unas ganas inmensas de ver a Catherine es ese instante.
- Cada mujer es un mundo pero eso es lo esencial. - Concluyó. Tragué saliva y ella tomó un buen sorbo de sake.
- ¿Y Bryan con 'y' griega te hace todo eso? - Vació la botella.
- ¿Quién? Ah, vale, ese... No se le daba mal pero me dejaba las tetas hechas polvo. - Se las tocó. - Parecía que creía que estaba ordeñando a una vaca. Además, el estar todo el día en el gimnasio y tomar esteroides le habían dejado su cosita diminuta. - Indicó el tamaño dejando un pequeño espacio entre el dedo índice y el pulgar. - Pero se movía bien, hay que admitirlo, y sabía cómo usar su lengua.
Se me hizo una idea bastante clara de para qué la había usado y sacudí la cabeza tratando de deshacerme de esa imagen.
- ¿Ya no estáis juntos?
- En realidad no estábamos lo que se dice juntos. Fueron varios encuentros en unas dos semanas o así pero no éramos nada. Sin ataduras ni complicaciones, mejor así.
Terminamos nuestra merienda-cena comentando los capítulos que habíamos visto de la serie de comedia, reflexionando sobre qué final le darían y haciendo breves comentarios sobre lo buena que estaba la comida.
- Ahora vuelvo. - Me disculpé y fui al servicio. Cuando salí, el camarero pelirrojo estaba en nuestra mesa. Decidí dejarles algo de intimidad, me acerqué a la barra y pedí un onigiri y un rollito de primavera para llevar. Cuando me lo sirvieron me dirigí hacia la mesa.
- Termino mi turno en tres horas, así que...
- Lo tendré en cuenta. - Dijo Elaine con voz seductora. El camarero me vio y pareció entrarle prisa.
- Bueno, enseguida os traigo la cuenta. - Dijo nervioso y se marchó no sin antes dirigirle una sonrisa a mi compañera de piso.
- ¿Interrumpo algo? - Pregunté con una sonrisa pícara.
- En absoluto, solo estábamos charlando. - Me devolvió la sonrisa. Señaló la bolsa. - ¿Qué es eso?
- Para Catherine. - Mi móvil sonó, era un mensaje suyo preguntándome si me lo estaba pasando bien y que cuándo volvería a casa. - Hablando del rey de Roma...
Le respondí y el chico pelirrojo nos trajo la cuenta. Pagamos cada uno nuestra parte y Elaine le dejó una generosa propina al camarero.
- Esto para ti. Has sido muy eficiente, se lo diré a Hikari.
- Gracias, Elaine. Ojalá todos los clientes fueran tan simpáticos y divertidos como tú. - Nos pusimos en pie.
- Y todos los camareros tan aduladores como tú, Leo. - Se rozaron brevemente al pasar por al lado.
- Solo digo la verdad. - De nuevo un cruce intenso de miradas. Desvié la vista, sintiendo que sobraba. Así es como se debía sentir Elaine a veces con Catherine y conmigo.
- Ya nos veremos. - Se despidió Elaine.
- Y espero que sea pronto. - Dijo Leo. Nos fuimos y, tal y como le había dicho al chico, le halagó frente a Hikari, el japonés de la entrada, que parecía ser el dueño del local.

Era la 1 de la madrugada y estaba jugando a Shot or Die II mientras Catherine continuaba con su trabajo en el portátil. Nuestra conversación a mi regreso había sido breve y superficial y comió lo que le traje sin apenas saborearlo. Sacó el pendrive del portátil.
- ¡Lo terminé! - Dijo triunfante. - Ahora lo que necesito es un buen baño relajante.
Me ahorré el preguntarle si quería compañía pues supuse que necesitaba tiempo para si misma. Terminé la partida, quité el juego y consulté mi correo. Todavía no tenía ninguna respuesta. Me senté en la cama, esperando a mi chica.
Cath apareció en albornoz con una expresión de relajación en el rostro. Se puso su pijama de invierno y se acostó a mi lado tras darme un beso de buenas noches. Apagué la luz y me tumbé detrás de ella, aspirando el dulce olor que el gel de baño había dejado impregnado en su piel. Recordé los consejos que me había dado Elaine. Le acaricié su cuerpo, empecé poquito a poco, seguí la curva de sus pequeños pechos y bajé por sus caderas.
- Dean, lo siento mucho. Estoy agotada. - Me miró. - Sabes que normalmente estoy de humor pero ahora mismo estoy segura de que me quedaría dormida antes de empezar. - Aparté la mano antes de llegar a su zona clave. - Otro día, ¿vale? - Suspiré.
- Está bien.
- Te quiero. Buenas noches.
- Buenas noches. - Me acomodé sobre mi costado.
- Aun así podemos achucharnos. - Noté un tono pícaro bajo su voz cansada. Le abracé desde la espalda y me pegué a su cuerpo como si fuéramos dos cucharas puestas de perfil.

Entré en mi habitación y me encontré a Catherine en la cama... Con Elaine. Ambas estaban en ropa interior y se besaban y acariciaban como si yo no estuviera delante. Elaine se percató de mi presencia, me dedicó una sonrisa provocadora y me incitó a que me uniera a ellas moviendo su dedo índice...
Lo último que soñé antes de despertarme era que mantenía ambas piernas intactas, como siempre me pasaba cuando yo aparecía en mis sueños más que como un mero espectador. Bueno, y el estar los tres desnudos en la cama, que era más grande que la de la realidad.
Abrí los ojos. Esos no eran los sueños que solía tener aunque era, obviamente, mucho más agradable que los habituales. Miré a Catherine, que estaba profundamente dormida, y luego hacia mi entrepierna, que había decidido despertarse por su cuenta.
Volví del baño y me tumbé en la cama de nuevo. Me había desvelado y ahora no conseguía coger el sueño. Aun era de madrugada y quedaban cuatro horas hasta que el despertador de Catherine sonara. Escuché el ruido de la puerta al abrirse y el breve sonido de las patas de una silla siendo arrastradas ruidosamente por el suelo. Me puse en pie lo más rápido que me permitió mi pierna y abrí la puerta de la habitación con sigilo, pensando que había un intruso en casa.
- Shhh, que les vas a despertar. - Susurró Elaine. Me alivió saber que no había peligro aun así me quedé mirando con curiosidad.
A través de la puerta entreabierta pude ver parte de su cuerpo y unas manos que le manoseaban el trasero. Se movieron y entonces les vi claramente, estaba besándose con un chico pelirrojo con una camiseta verde. Era Leo, el camarero del restaurante japonés de esa tarde.
- Tengo que preguntártelo, ¿lo tienes todo pelirrojo? - Él sonrió.
- ¿Te respondo o prefieres comprobarlo por ti misma? - Ella le acarició sus partes sobre la ropa, le desabrochó el pantalón y miró con fingida inocencia su interior. Alzó la mirada hacia Leo con sorpresa.
- Pues va a ser que sí y esa no es la única gran sorpresa que me espera ahí abajo. - Ladeó una sonrisa y tiró de la camiseta del chico hacia ella, desapareciendo de mi limitada perspectiva. Sacudí la cabeza y regresé a la cama cojeando, me había levantado tan deprisa que ni siquiera me había molestado en ponerme la pierna. Me sorprendió mi lado voyeur, como había dicho Elaine hacía un mes, cuando le encontré con Bryan en la ducha.
Cerré los ojos, dispuesto a dormirme y entonces empezaron los gemidos. Al principio, lentos y tenues, luego más seguidos y altos. Resoplé y volví a mirar a Catherine, que continuaba sumida en el sueño. ¿No se despertaba con el ruido?
Se hizo el silencio y lo agradecí. Me preparé para que Morfeo viniera a por mí pero, justo cuando estaba en el frágil momento entre el sueño y la vigilia, volvieron a la carga. Puse los ojos en blanco. ¿Otra vez? En esta ocasión el cabecero golpeó la pared siguiendo el ritmo de sus gritos. Catherine se removió y se giró hacia mi. Pensaba que se había despertado pero me equivocaba, solo había cambiado de postura. ¿Cómo podía no escucharles? Murmuró algo ininteligible y después mi nombre. Sonreí y le aparté un mechón de pelo que le había caido sobre los ojos. Debía de estar profundamente dormida.

jueves, 15 de enero de 2015

CAPÍTULO 13 - SAM

Pulsé el botón del ruidoso ascensor que me llevaría a la tercera planta, a reunirme con mi preciosa Catherine. Había decidido darle una sorpresa y aparecer en el piso antes de lo que tenía planeado. No quería pasar más tiempo cerca de mi padre, ese mentiroso egoísta, y mi pierna estaba portándose bien así que no tenía ninguna razón para quedarme.
Una vez que llegué al tercer piso le escribí por chat a Catherine.
- ¿Y mi chica, qué está haciendo? - Apenas había podido hablar con ella esa misma mañana. Los estudios y el tener que repetir el trabajo del señor Shu le ocupaban demasiado tiempo.
- Ahora mismo limpiando el salón.
- No lo estarás fregando, ¿verdad? ¿Y si viniera una visita? Te lo pisarían todo.
- ¿Por qué iba a venir alguien de visita? - Escribió. Toqué el timbre.
- No puede ser. - Escuché que murmuraba al otro lado de la puerta. Abrió y su rostro se iluminó al verme. Llevaba puesto un chandal gris con una camiseta rosa y su corto cabello recogido en una cola.
- ¿Me echabas de menos? - Pregunté. Se lanzó a mis brazos con tanta intensidad que casi perdí el equilibrio. Entré y dejé mi maleta a un lado.
- No te esperaba hasta dentro de dos semanas. - Dijo con los ojos brillantes de la emoción.
- Si quieres me voy. - Hice ademán de dar media vuelta pero me agarró del brazo.
- Ni hablar. - Sonreí y le besé. Sentía sus manos en mi espalda, apretándome contra ella. Miré hacia el pasillo.
- Está fregado. - Dijo siguiendo mi mirada.
- ¿El salón también? - Negó con la cabeza.
- No me ha dado tiempo. - Nos seguimos besando y me quitó el abrigo. - ¿Cómo estás con la pierna?
- Estupendamente. - Dijimos entre beso y beso.
Caminamos hasta el sofá sin apenas separar nuestros labios mientras me deshacía de su cazadora. Se sentó y me despojé de la camiseta, tirándola a mi espalda. Pidiéndome permiso con la mirada, me quitó la prótesis con destreza. Me acarició el muñón bajo el pantalón y un agradable cosquilleo me recorrió el muslo. Me tumbé sobre Catherine y me rodeó la cintura con sus piernas. Metí las manos bajo su ropa y me desabrochó el vaquero. La puerta se abrió y dimos un brinco, aun así apenas nos separamos.
- Hombre, grandullón, veo que has vuelto. - Saludó Elaine, ambos la miramos sin saber cómo reaccionar. Tenía el pelo más largo y se había pintado las puntas de azul eléctrico. - Siento interrumpir. No os preocupeis por mi, subiré el volumen de los auriculares y me encerraré en mi habitación.
Siguió caminando como si no hubiera visto nada y cerró la puerta. Crucé una mirada con Catherine, que se mordió el labio.
- Deberíamos esperar a que no esté. - Comentó. Miré hacia donde nuestras caderas se rozaban.
- ¿Y dejarlo así? Ha dicho que no le importa. - En su rostro vi el debate entre el deseo y la consideración hacia Elaine, ambas emociones luchando a ver cuál podía más.
- ¡Ya está! - Gritó Elaine desde su dormitorio. - ¡Ahora no escucho nada, podéis seguir!
Le miré expectante.
- Vamos a la habitación, da igual si el pasillo no está seco del todo. - Decidió finalmente. Me levanté, abrochándome de nuevo los pantalones para no tropezarme con ellos y cogí mi prótesis.
Catherine me ayudó a llegar a la habitación con una sola pierna y me dejé caer sobre la cama, deshaciéndome definitivamente del pantalón. Cerró la puerta y lo retomamos por donde lo habíamos dejado.

Apoyé la cabeza en su estómago, que subía y bajaba con cada respiración. Me acarició el pelo.
- ¿Crees que es una falta de respeto lo que hemos hecho? - Preguntó tras un rato. La miré frunciendo el ceño.
- ¿Qué?
- Me refiero a hacerlo con Elaine en casa. ¿No es un poco irrespetuoso? - Me incorporé para mirarle mejor.
- Veamos, ella es la primera que lo hace, además de traer a chicos que no conocemos a casa, así que no creo que le importe. Segundo, nos dio su bendición. - Le recordé. - Y tercero, - sonreí - tenemos todo el derecho a celebrar nuestro reencuentro en condiciones. - Le besé en el vientre y ella paseó la yema del dedo por el borde de mi oreja. Se me quedó mirando con una sonrisa hasta que esta se convirtió en una fina línea.
- ¿Cómo estás después de lo de la carta? - Suspiré y apoyé mi mejilla contra su piel.
- Enfadado con mi padre por ocultármelo durante todo este tiempo, algo molesto con mi madre por no decírmelo directamente, aunque entiendo sus razones, y preocupado por Faheema. La carta llegó hace dos meses a mi casa pero a saber cuánto tiempo ha pasado desde que la escribió. - ¿Sería ya demasiado tarde para ayudarla? Además, ¿cómo podía sacarla de allí? - Me siento impotente. A no ser que vaya allí y la traiga ilegalmente no se me ocurre ninguna otra cosa.
- Tiene que haber otra forma legal de traerla. ¿Le respondiste a Thomas?
- Sí, le envié un correo electrónico diciéndole que acababa de leer su carta y preguntándole si tenía más información sobre Faheema. Aun no me ha escrito nada. - Guardamos silencio y me abrazó.
- Se nos ocurrirá algo, ya verás. - Me consoló mientras me acariciaba el pelo.

Abrí los ojos, me había quedado dormido. El viaje en autobús y el entusiasmo de nuestro reencuentro me habían dejado tan agotado que me había tenido que echar una pequeña siesta sin proponérmelo. Había una bandeja sobre la mesita de noche en la que había un plato tapado por una servilleta y un vaso de agua. Busqué a Catherine con la vista, estaba de pie junto al escritorio rebuscando algo entre sus papeles, iba vestida con mi sudadera roja y unas mallas negras. Me froté un ojo y me incorporé apoyándome en un brazo.
- ¿Qué estás haciendo? - Pregunté adormilado. Se volvió hacia mi.
- Perdón, ¿te he despertado? - Negué con la cabeza y miró en el interior del bolso que llevaba a la universidad. - Estoy buscando unos apuntes. No los encuentro por ninguna parte y me vendrían genial para el trabajo, además de que puede caer en el examen. Por cierto, te he preparado un bocadillo de atún como a ti te gusta, tienes que estar hambriento. - Me dedicó una sonrisa. - Estabas tan dormidito que me daba pena despertarte. - Tiró su bolso al suelo y resopló. - ¿Dónde los habré dejado?
Se paseó desde la mesa hasta la ventana y viceversa, pensativa. Me senté y le pegué un mordisco al bocadillo mientras le veía dar vueltas por la habitación.
- ¿No se los has prestado a nadie? - Dije con la boca llena.
- A Sam, pero me los devolvió... - Se detuvo. - ¿O no?
Cogió su móvil, toqueteó la pantalla tactil y se lo llevó a la oreja.
- Sam, soy yo. Por casualidad, no tendrás tú mis apuntes del tema 11 del señor Shu, ¿verdad? - Hizo una pausa. - Vale, espero.
Me miró mientras se apartaba unos mechones rebeldes de su rostro y los aguantaba con la mano sobre su cabeza. Suspiró aliviada y bajó las manos, haciendo que volvieran a su sitio.
- ¿En serio? No sabes el peso que me quitas de encima, los había dado por perdido. - Sonrió. - No hace falta que te disculpes, un despiste lo tiene cualquiera. ¿Te importa si voy a recogerlos ahora? Es que lo necesito para el trabajo. - Ella escuchó y asintió aun sabiendo que no podía verla.
- Vale, en media hora estoy en tu casa. - Otra pausa. - Sí, no hay problema, te lo volveré a explicar. Con la paciencia que has tenido tú enseñándome a hacer los teoremas de la señora Foster es lo menos que puedo hacer. ¡Hasta ahora!
Se llevó el móvil al pecho y volvió a suspirar.
- Menos mal, Sam los tiene. - Saltó a la cama y me besó en la frente. - Gracias por tu ayuda. - Pasó sobre mi y se cambió mi sudadera por una blusa larga que tenía en el perchero de detrás de la puerta.
- No hay de qué. - Ya me había terminado mi merienda, bebí un sorbo de agua.
- Voy a su casa a recogerlo y le tengo que repetir unas lecciones de francés que no pilla. - Se colocó la cazadora negra de cuero con pelo sintético en su interior que tenía la cremallera a un lado. - ¿No te importa?
- No te preocupes, estaré bien aquí. - No entendía por qué me hacía esa pregunta, no era la primera que me quedaba solo en casa mientras ella estaba fuera. Me sonrió y se despidió con un beso largo.
- Te quiero. - Dijo.
- Yo también. - Cerró la puerta detrás de si.
No me sorprendió descubrir que Catherine ya se había encargado de recoger la ropa que habíamos dejado tirada por el suelo del salón y de llevarla, junto a mi maleta, a la habitación. Aun era por la tarde aunque ya había oscurecido. Tras remolonear unos minutos más en la cama, me di una buena ducha caliente, desempaqueté mis cosas y fui al salón. Elaine estaba sentada en el sofá con los pies sobre la mesa, viendo la televisión. El cabello oscuro le caía liso hasta debajo del pecho, con las puntas azules moviéndose al ritmo de su respiración, y el flequillo recto le quedaba justo sobre sus cejas.
- Hola, Elaine. - Le saludé en condiciones, ya que nuestro primer encuentro después de vacaciones no había sido muy normal. - ¿Qué tal las navidades?
- Hola, grandullón. - Me senté en el asiento junto al reposabrazos contrario a ella. - Pues he echado de menos el verte desnudo o semidesnudo por casa. - Me miró de reojos conteniendo una sonrisa mientras tomaba un sorbo de su botella de cerveza.
- Me imagino. - No me acobardé ante su comentario. - Eso es lo que pasa, una vez que me ves sin ropa no me puedes sacar de la cabeza. - Sonreí. - Sino que se lo pregunten a Catherine.
- Hablando de ella, ¿dónde ha ido? Más vale que a comprar algo para cenar porque en la nevera no hay nada de valor.
- Mala suerte, vas a tener que ir tú misma. Ha ido a casa de Sam.
- ¿Sola? - Me preguntó como si le pareciera extraño.
- Sí. - Asintió lentamente con la cabeza.
- Vaya, me encantaría tener un novio como tú. No tendrás algún hermano para mi, ¿no? - Fruncí el ceño. - Bueno, me sirve con un primo...
- ¿A qué te refieres con eso? ¿Tan malo es el barrio donde vive su amiga Sam? - Elaine soltó una carcajada y dejó la cerveza sobre la mesa.
- ¿Amiga? - Me miró de la forma en que se le mira a alguien que no ha entendido una explicación tras habérsela repetido varias veces. - Dean, Sam es un chico.
- ¿Qué? - Siempre había pensado que era una chica. Sam y Katy, sus amigas aquí en la ciudad, con las que salía siempre, con las que pasaba el tiempo que no estaba conmigo o en clase. Entonces era Sam de Samuel, no de Samantha. Me sentó como un cubo de agua helada.
- Sí, ya sabes, un chico, un tío, con sus cosas de hombre... - Todavía no me hacía a la idea. Durante todo este tiempo había pensado que Sam era una chica. Por eso me había preguntado Catherine si me importaba que fuera a su casa. - ¿Estás bien? Pareces un poco descompuesto.
- Si... - Respondí sin pensar. - ¿Y tú le conoces?
- Solo de vista. - Esperé a que continuara y ella se quedó pensativa. - Rubio, ojos verdes, viste a la moda y creo que tiene un estudio con vistas al mar para él solito, la ventaja de tener unos papaitos ricos. - Recordé haber visto un chico rubio hablando con Catherine uno de los días que le había ido a recoger a la universidad, tal vez fuera él...
- Espera, ¿vive solo? - Asintió y me apoyé en el respaldo del sofá, mirando hacia el televisor pero sin verlo. Ese tipo y Catherine solos en su estudio... Sacudí la cabeza, había ido para recoger sus apuntes, no para enrollarse con él. Aunque también le tenía que explicar algo. Podría alargarse la cosa, un descanso para recobrar fuerzas en el que tomaban un par de copas, entre bromas él le acaricia el hombro y sin darle tiempo a reaccionar la besa a traición.
Me puse en pie y fui a la habitación resistiendo las ganas de dar un portazo. Miré la pared y tomé varias bocanadas de aire. Solo están estudiando, solo están estudiando, me repetí para tranquilizarme. Miré el móvil, no tenía ningún mensaje de Catherine. Volví al salón.
- ¿Quedan más cervezas? - Le pregunté a Elaine.

Elaine encargó comida china para los dos y miré el primer trozo, desconfiado.
- Vamos, es comida, para comer. - Me aclaró Elaine como si fuera idiota. Ella manejaba los palillos con destreza y se llevaba los trozos enteros a su enorme boca.
- ¿En serio? - Le contesté en el mismo tono. - No sabía que la comida se comía.
- Todos los días se aprende algo nuevo. - Concluyó ella.
No conseguía cogerle el truco a los palillos así que comí con un tenedor sin poder dejar de mirar el reloj. Catherine volvió a las tres horas de haberse marchado y la veía risueña.
- Ya estoy aquí.
- Genial, pero llegas tarde. Solo hemos pedido cena para dos. - Comentó Elaine poniendo una expresión de pena.
- Tranquilos, no tengo hambre. He picado algo en casa de Sam antes de venir y ha insistido en traerme. - Lo que faltaba, habían cenado juntos y la había llevado en su coche de niño pijo. - Creía que no te gustaba la comida china. - Me dijo tras darme un beso en la frente.
- Para que veas, hay muchas cosas que no sabemos. - Vi el desconcierto en su mirada.
- ¿Te estás poniendo filosófico o ha pasado algo mientras he estado fuera? - Nos miró a Elaine y a mi.
- ¿Por qué no me dijiste que Sam es un tío? - Pregunté sin más rodeos. Elaine se apresuró a terminar su cena.
- Porque creía que lo sabías. Ah, y Katy es una chica, por si acaso no te lo imaginabas. - Se puso a la defensiva.
- Y de nuevo la tercera rueda sobra. - Murmuró Elaine para sí poniéndose en pie. Se marchó a la cocina.
- ¿Has visto lo que has conseguido? - Me reprochó Catherine indicando con un brazo el lugar por el que se había ido.
- Ah, ¿yo? - Me señalé sorprendido. - Tú eres la que ha ido a casa del ricachón de Sam para "enseñarle francés". - Dibujé las comillas en el aire.
- No sé que clase de películas te estás montando pero Sam es mi amigo y nada más. - Tuvo la intención de ir a la habitación pero se detuvo. - Además, te he pedido mil veces que vengas con nosotros, que le conozcas, a él y a Katy. Así hubieras descubierto que Sam no es una chica y nos estaríamos ahorrando esta absurda conversación. - Hizo una pausa. - Me ofende que no confíes en mi.
Se fue a la habitación y me sorprendió que no diera un portazo. Suspiré y moví el cuello en círculo para relajarme. Me fastidiaba admitirlo, pero ella tenía razón. Me levanté y caminé despacio hacia el dormitorio. Elaine me observaba apoyada en el umbral de la cocina, que consistía en un arco sin puerta. Llamé con los nudillos.
- Cath, ábreme. - Pedí.
- ¿Por qué? ¿Crees que tengo un tío escondido bajo la cama y vienes para asegurarte? - Eso no tenía sentido.
- ¿Lo tienes? - Le seguí el juego aunque una parte de mi sabía que no debía. La oí gruñir al otro lado.
- Muy elocuente. - Comentó Elaine sarcástica desde su lugar en primera fila para verme disculparme. Se estaba comiendo un paquete de patatas con forma de fantasma. Una pequeña parte de mi se preguntó cómo podía seguir teniendo hambre si acababa de cenar, el resto estaba concentrado en arreglar mi metedura de pata. La fulminé con la mirada y volví a golpear la puerta.
- Era una broma. Cath, venga. Sabes que confío en ti, es solo que me sorprendió que fuera un chico y mi imaginación me jugó una mala pasada.
- Y no piensas en lo que dices hasta que es demasiado tarde.
- Así es, tengo que aprender a controlarme. - Le dí la razón. Abrió la puerta y vi que tenía los ojos llorosos.
- Yo también he saltado enseguida. - Se disculpó ella. - Es que con tanta tensión por cualquier cosita exploto. Por eso era mejor que estuvieras lejos hasta que acabara los exámenes. - Le di un golpecito en la nariz con un dedo.
- Pues mala suerte porque no me voy a alejar de ti. - Sonrió.
- Intentaré controlarme si tú - empujó su dedo índice contra mi pecho - te controlas también. No más celos.
- No más celos. - Prometí.
- Esto es mejor que la tele. - Dijo Elaine haciendo crujir una patata en su boca. Ambos la miramos. - ¿Ahora es cuando os besáis y la pantalla se funde en negro para no poner las escenas de sexo? - Catherine y yo cruzamos una mirada.
- ¿Una patata? - Nos ofreció Elaine.