martes, 30 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 4 - EL CHICO BIÓNICO

El tiempo pasaba lento e imperturbable. Estábamos en la segunda semana de diciembre y aún no había hecho nada útil con mi vida. La convivencia con Catherine era maravillosa pero había momentos en los que pasar casi las 24 horas del día juntos me agobiaba y discutíamos por tonterías así que llegamos a un acuerdo: ya no iría a recogerla a la universidad como si fuera una niña pequeña, palabras textuales salidas de su boca, excepto en casos puntuales y repartiríamos el tiempo entre nosotros y nuestros amigos. Sonaba estupendo, el problema era que yo me pasaba toda la tarde encerrado en casa sin hacer nada mientras ella salía con sus compañeros de universidad, entre los que se encontraban Katy y Sam. A su favor, habría de aclarar que ella me había invitado varias veces pero yo me había negado.
Los chicos del baloncesto me habían avisado varias veces para jugar pero cada vez que lo hacía la pierna se me resentía y temía que se me rompiera la prótesis por el esfuerzo, así que siempre encontraba alguna excusa para darles. Ahora mis días se resumían en escuchar música deprimente, jugar a videojuegos de tiros, buscar información en internet sobre amputaciones y consecuencias psicológicas, físicas y psiquiátricas de los conflictos bélicos y ver películas y documentales sobre guerras, ya fuera la primera, la segunda, la de Vietnam o la de Irak, daba igual. En esos momento estaba sentado en el sofá tomando una cerveza y viendo un reportaje sobre la Guerra de los Diez Años, por la independencia de Cuba contra el dominio español. Las llaves repiquetearon en la cerradura y la puerta se abrió.
- Ya estoy aquí. - Canturreó Catherine, guardándose las llaves de nuevo en el bolso. - He traído alitas de pollo que se que a ti te gustan. - Llevó el recipiente que las contenía a la cocina.
- Gracias. - Alcé la cabeza y ella se inclinó para darme un beso por encima del sofá, de esta forma su barbilla quedaba a la altura de mi nariz. Su cabello me acarició el rostro al retirarse.
- ¿Te gusta? - Acababa de volver de la peluquería y se tocó las puntas, que le llegaban a la altura del cuello. Me preguntaba cuándo se dejaría el pelo largo de nuevo.
- Estás preciosa. - Respondí con sinceridad. De ambas formas estaba igual de guapa. Murmuró un "gracias" y rodeó el sofá. Tomó un sorbo de mi cerveza e hizo una mueca.
- Nunca me acostumbraré a su sabor. - Se sentó. - ¿Qué ves? - Extendí el brazo y se acomodó en mi pecho. Cogí la carátula del DVD.
- "Diez años por la libertad" - Leí el título.
- ¿Otro documental sobre guerras? - Suspiró y se apoyó contra el respaldo del asiento, volviendo la cabeza hacia mi. - ¿Por qué te haces esto?
- No me estoy haciendo nada.
- Estás hurgando en la herida y no vas a parar hasta que sea demasiado tarde. - Cogió el mando y le dio a la pausa. - Si te apetece ver películas sobre guerras hay bastantes, y menos truculentas que estos documentales.
- Primero, la información es poder. ¿Sabías que a la mayoría de los militares que vuelven de la guerra se le diagnostican trastorno por estrés postraumático? ¿Que casi 700 veteranos de la guerra de Afganistán tienen amputadas alguna extremidad? ¿Y que las lesiones craneoencefálicas son comunes entre los afectados por explosiones de guerra, siendo el 77% de ellas leves por durar menos de 24 horas? - Me daba por aludido en todos los casos, excepto el último, del que no estaba muy seguro, pues pasé bastante tiempo inconsciente tras la explosión por la rústica amputación de pierna que me hicieron en el escondite al que me llevó Faheema, la niña afgana. Me preguntaba qué habría sido de ella. Hice una pausa para tomar aire y retomarlo por donde lo había dejado. - Y segundo, - le quité el control remoto de las manos - las películas bélicas están llenas de inexactitudes y de escenas románticas que no me interesan.
Presioné el botón de "play" y mantuve mi vista fija en la pantalla, sin prestar realmente atención a lo que decían.
- Pues no tendrás escenas románticas durante un tiempo. - Farfulló Catherine, levantándose bruscamente de mi lado. Dio un portazo al meterse en nuestra habitación. Cerré los ojos y me pasé la mano por la cabeza. Mi móvil sonó, expulsé todo el aire que pude de mis pulmones y miré la pantalla, era Jack. Le quité el sonido al documental y me llevé el teléfono a la oreja.
- Hey, pero que sorpresa. - Le respondí. - ¿Por fin has sacado algo de tiempo libre para hablar con tu viejo amigo? - Noté su sonrisa al otro lado de la línea.
- No hagas que me arrepienta. - Sonreí a mi vez. - ¿Cómo va todo por Villa Paraíso?
- Creo que he sido expulsado temporalmente del Jardín del Edén. - Estiré el cuello y vi que la puerta de Catherine seguía cerrada. Retuve un suspiro. - ¿Y a ti qué tal te va?
- El sol brilla reluciente sobre el azul del cielo.
- ¡Qué poético estás! Lo que hace el amor...
- Pues sí. - Escuché un sonido que me era familiar, como el de un beso amortiguado, y una voz de fondo. Abrí los ojos, sorprendido.
- ¿No me digas que me estás llamando agarrado a Isabelle?
- Bueno, agarrado, lo que se dice agarrado...
- ¿Qué te apuestas a que tienes ahora mismo el brazo sobre su hombro? - Hizo una pausa antes de contestar.
- ¿Has puesto cámaras en mi casa? - Fingió escepticismo.
- Sí, es que, ya sabes, me apetecía verte andar en bolas por ahí.
- En serio, ¿dónde las tienes escondidas? - Arqueé una ceja.
- En serio, - dije imitando su tono - ¿te has vuelto más estúpido desde que no estoy allí? - Soltó una carcajada y reí también. - Te echo de menos, tío.
- Yo también. - Nos quedamos en silencio un segundo. - Ahora es cuando nos acercamos corriendo a cámara lenta y nos damos un beso con lengua, ¿verdad?
- Eso resérvatelo para tu novia, Jack. - Respondí.
- Vale. - Casi podía escucharles intercambiar saliva, o tal vez fuera mi imaginación. - Me lo ha dicho Dean. - Le dijo a Isabelle.
- Deja de hacerte el gilipollas y cuéntame qué es de tu vida. - Seguía viviendo en la pequeña ciudad de la que tanto Catherine como yo proveníamos. Me contó que estaba bastante contento con la carrera que había elegido y que tenía mucha suerte de que Isabelle no se hubiera mudado tampoco para hacer sus estudios universitarios.
- Vendrás dentro de poco, ¿no?
- Sí, en algo más de una semana me tendrás ahí.
- No podría pasar una Navidad sin tí, ¿preparo ya el muérdago?
- Tío, estás obsesionado. Dile a tu chica que te baje el calentón o lo haré yo mismo de un guantazo.
- Se lo diré inmediatamente.
- No quiero detalles.
- Adios, chico biónico. - Fue extraño, pero no me molestó que se dirigiera a mi de esa forma. Debía de extrañarle demasiado.
- Adios, prototipo de duende. - Lo último que oí antes de colgar fue su risa.
Después de la pelea que tuvimos Peter y yo la Nochevieja pasada, Jack era mi único amigo. Conocía a más personas, obviamente, pero esos eran antiguos compañeros de clase o conocidos cualquiera con los que no tenía el nivel de confianza que con Jack.
Miré el móvil y vi que Roderic estaba conectado.
- ¿Echamos unas canastas? - Le pregunté, necesitaba despejarme. Del grupo, era con el que me llevaba mejor.
- Michael y James están en la boda de su tía pero se lo diré a Lukas. En 1 hora en las pistas. - Respondió enseguida.
- Allí estaré.
Fui hacia la puerta del dormitorio, que seguía cerrada. Llamé con los nudillos.
- Cath, voy a dar una vuelta. - Silencio. - ¿Me dejas coger algo de abrigo? - Abrió, echándose a un lado. No sabía qué había hecho pero ella todavía parecía molesta. Me cambié la vieja sudadera que llevaba por una en mejores condiciones con capucha y me puse la cazadora de cuero encima. Me incliné para besarla pero bajó la cabeza, alejando sus labios de mi, así que le dí un beso en un lateral de su recién arreglada cabellera. Permaneció inmóvil.
- Ten cuidado. - Dijo mientras salía de la habitación.
- No te preocupes. - Abrí la puerta de la calle y le guiñé un ojo. Pude ver un amago de sonrisa antes de cerrar la puerta.

martes, 23 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 3 - CUATRO AÑOS Y DOS MESES

Me miré en el espejo de forma ovalada del salón. Por alguna extraña razón hoy tenía los ojos más azules que otros días. Me pasé la mano por el pelo, volviéndolo a elevar en forma de una pequeña cresta, como le gustaba a Catherine. Llevaba una camisa de cuadros azul con un pantalón beige. Hoy hacía cuatro años y dos meses que estábamos juntos y lo estábamos celebrando. Habíamos decidido contar también los meses que me habían dado por muerto y los de nuestra breve ruptura, aunque técnicamente no estábamos juntos durante ese tiempo. No importaba, era como si nada hubiera pasado, excepto por la metálica y evidente prueba que tenía colgando del muñón.
Me senté en el sofá y moví inquieto la pierna buena de forma inconsciente. Acabábamos de llegar de una cena romántica a la luz de las velas en un tranquilo restaurante junto al puerto, Catherine se había encerrado en la habitación y había dicho que esperara un momento. Hacía semanas que no estábamos a solas en el piso, lo que significaba nada de sexo. Elaine se había ido de fiesta y dormiría en casa de otra amiga, con suerte no volvería hasta mañana por la tarde. Estaba nervioso e impaciente pero ahí estaba, esperando a que Catherine terminara de hacer lo que fuera que estaba haciendo. Escuché la puerta abrirse y me levanté.
- Ya estoy. - Dijo con voz cantarina.
Catherine salió con un camisón de raso azul oscuro y se apoyó en el marco de la entrada del pasillo de forma seductora. Sus largas piernas lo parecían aun más por lo corto de su atuendo y tenía encajes en puntos clave de su cuerpo. Aquella noche se había alisado su oscuro cabello, que le había crecido lo suficiente para caerle sobre los hombros. Me acerqué sin apenas ser consciente, despacio, como si un movimiento en falso pudiera hacerla desaparecer.
- Guau. - Fue lo único que era capaz de decir. Catherine sonrió satisfecha y sonreí a su vez. Le acaricié el pelo brillante con delicadeza y la acerqué a mí, esta vez con más brusquedad.
Nuestros labios chocaron, su lengua jugó en mi boca y noté la suavidad de la seda y de su piel bajo mis manos, ambas igual de agradables. Caminamos por el pasillo mientras nos acariciábamos y besábamos sin control.
- ¿Llevas braguitas de encaje? - Pregunté sonriendo, sintiéndolas en las yemas de los dedos.
- ¿Te gustan? - Dijo mientras me desabrochaba los botones de la camisa con destreza. Sus besos en el cuello me distrajeron. Me ayudé con la pared del pasillo para alzarla y alcanzar su garganta sin dificultad.
- ¿No lo notas? - Respondí con otra pregunta pegándome más a su cuerpo. La risa con la que me respondió era música para mis oídos.
- Vamos al dormitorio. - Sus piernas dejaron de rodearme y se dirigió hacia la habitación. Me deshice de los pantalones y la seguí. Cerré la puerta a mi espalda.
Me dio un beso que me supo a poco y, sin recordar si había sido ella o yo, ya no tenía nada de tela bajo la que esconderme. Me empujó hacia la cama, me quité la pierna y se sentó sobre mi regazo. El resbaladizo camisón impulsado por mis manos pareció flotar en el aire antes de caer al suelo.
La tumbé sobre la cama y me deshice de la última prenda que separaba su piel de la mía. Me coloqué sobre ella y empezamos a movernos. A los pocos minutos, noté un dolor en la pierna amputada que empezó en la cicatriz y se extendió por el muslo.
- ¿Cambiamos? - Pedí. Coordinados, rotamos y al hacerlo su cabello me hizo cosquillas en el rostro.
- ¿Estás bien? - Preguntó preocupada, aminorando el ritmo. Asentí e hice un gesto para que no se detuviera.

Medio tapados bajo el edredón, miré al techo. ¿Ahora también estaba limitado en eso? Me froté el muñón, preguntándome qué había sido ese dolor. Desde el día del baloncesto mi cuerpo estaba resentido y me lo demostraba con esas punzadas que parecían pinchazos de agujas en los momentos menos oportunos. Aun no se lo había comentado a Catherine, no quería preocuparla por algo que carecía de importancia.
- ¿En qué estás pensando? - Catherine tenía la vista puesta en mi y me observaba seria pero con un brillo especial en el rostro.
- Eres preciosa. - Dije. Siempre lo estaba pero después de hacerlo estaba más bonita que antes. Mi piropo tuvo el resultado que esperaba. Negó con la cabeza sin creérselo pero aun así sonrió.
- Vale, no me lo cuentes. - Se encogió de hombros y apoyó la mejilla en mi brazo. Tras un silencio volvió a hablar. - Te quiero.
La miré, sonreí y le di un beso en la frente.
- Yo también te quiero. - Cerré los ojos y saboreé el momento. Al cabo de un rato suspiró profundamente.
- ¿Y ese suspiro? - Los abrí y me volví hacia ella.
- No se, me siento como nueva. - Sonrió tímidamente. Se acercó a mi oído y susurró pudorosa:
- Creo que lo necesitaba más de lo que pensaba. - Le miré con una sonrisa pícara. Bajó la mirada y se sonrojó ligeramente. Por muchos años que pasaran, y aunque ya era más extrovertida, seguía siendo aquella chica tímida de la que me enamoré nada más verla.
- Pues si eso te ha gustado espera a ver esto. - Poniendo especial atención en apoyar todo mi peso en los brazos y en la pierna buena, le recorrí el cuello a besos y poco a poco fui bajando mis labios por su torso y sus caderas...

Me desperté, agradecido de haber tenido solo pesadillas ligeras, como yo las llamaba. Eran en las que tenía una horrible sensación angustiosa pero soportable que se me pasaba en cuanto era consciente de estar en el mundo real. Abrí los ojos y vi que Catherine cerraba los suyos de golpe. Sonreí.
- Te he pillado. - Siguió haciéndose la dormida. Le di unos golpecitos en la frente con suavidad. - No cuela, Cath. - Arrugó la nariz y abrió los ojos.
- No es justo, ¿por qué yo no te pillo mirándome? - Le dediqué una media sonrisa.
- Porque se disimular mejor que tú. Buenos días, por cierto. - Me besó y se separó con una gran sonrisa.
- Buenos días, cariño.
Era sábado así que Catherine no tenía que ir a la universidad. Nos quedamos tumbados, abrazados bajo las mantas y hablando todo y de nada, principalmente de cosas sin sentido. En ese momento estábamos charlando sobre su madre.
- Y algo me dice que ese tal Roger, amigo de mi madre, no es tan amigo como ella me hace creer. Cuando hablamos siempre acaba nombrándole por algún motivo y hace un par de semanas me preguntó si veía bien que rehiciera su vida con él. - Le acaricié el hombro.
- ¿Así, tan directa?
- No, hombre. Fue más sutil, me lo preguntó en general pero no soy tonta.
- ¿Y qué le dijiste?
- En resumen, que si dos personas se gustan y se hacen felices mutuamente, ¿por qué no van a estar juntas? - Me besó en el pecho. - El gandul de mi padre ya le hizo bastante daño, es hora de que conozca a alguien mejor. - Murmuró.
- ¿Qué tal le va, por cierto? - Lo último que sabía de él era que acababa de salir de rehabilitación para la ludopatía.
- Cuando se enteró de que mi madre no volvería con él por mucho que lo intentara, volvió a recaer. Está interno de nuevo. - Alcé las cejas.
- No se por qué pero no me sorprende. - Se recolocó a mi lado y apreté mi mejilla contra la parte superior de su cabeza. Cerré los ojos y aspiré el olor de su cabello. El estómago de Catherine rugió y se llevó la mano al vientre. Reí.
- Algo me dice que tienes hambre.
- ¿Tú no tienes? - Negué con la cabeza. Me había zampado un paquete de galletas con pepitas de chocolate a mitad de la noche, en ese momento si que estaba hambriento. Volvió a sonarle la barriga y reimos.
- Voy a prepararte el desayuno. Hay que calmar ese ruidoso estómago. - Hice ademán de retirar el edredón pero ella me detuvo.
- Tú lo hiciste el otro día, hoy te lo preparo yo. - Se levantó pasando por encima mía, por lo que no pude dejar las manos quietas, le di en el costado y se retorció. Ella me las apartó con una sonrisa y se tropezó con mi prótesis sin querer.
- Lo siento. - Se disculpó. - Eso te pasa por hacerme cosquillas.
- ¿Qué puedo decir? Me es imposible evitar la tentación. - Abrió el cajón del armario y se puso mi sudadera roja. Le quedaba grande pero estaba muy sexy con ella, tan sexy como con el camisón que llevaba la noche anterior, o incluso más. - Sobre todo respecto a ti. - Le cogí de la mano y tiré de ella. Se sentó en la cama, la rodeé con mis brazos y le besé, en la frente, en la nariz, en las mejillas, en los labios...
Ella pataleó riéndose, me correspondió con más besos y la dejé ir.
- ¿No quieres nada, entonces? - Preguntó con la mano en el pomo de la puerta. Negué con la cabeza y salió de la habitación.
Me desperecé dando un gran bostezo, me senté en la cama y estiré los brazos antes de colocarme mi encantadora pierna postiza. Ya me había movido bastante la noche anterior así que decidí dejar mis ejercicios diarios para otro momento. Me puse en pie y abrí la puerta.
- ¿Dónde está mi amor? - Pregunté empalagoso aun sabiendo la respuesta. En el salón me encontré con una sorpresa.
- Hola, - dijo Elaine haciendo una pausa y recorriéndome con la mirada - grandullón. - No hacía falta aclarar que en ese momento estaba completamente desnudo. Me tapé con las manos, lamentando no haberme puesto calzoncillos y sintiendo más vergüenza de que viera mi pierna y mis quemaduras que todo lo demás.
- ¡Elaine! - Exclamó Catherine sorprendida, salió de la cocina y se puso delante mía. - ¿Qué haces tan pronto aquí?
- Mi amiga tenía que irse así que no me iba a quedar yo sola en su casa. Además, pensé: ¿no tengo yo un piso muy bonito en el que descansar? Lo que no había pensado es que la parejita que vive allí iba a necesitar más tiempo a solas.
Carraspeé.
- Bueno, yo voy a... ponerme algo de ropa. - Fui bajando la voz conforme hablaba. Me di media vuelta y caminé hacia la habitación.
- ¿Te importaría cortarte un poco? Es mi novio. - Escuché que le decía Catherine a Elaine a mi espalda antes de cerrar la puerta. Las paredes eran de papel así que seguía oyendo su conversación.
- Oye, es él el que se pasea desnudo por la casa. Y tengo que admitir que no está mal, pero que nada mal. Los ojos no son lo único que tiene bonito. - Me puse el chándal y cogí el protector impermeable de ducha para mi prótesis.
- ¿Qué te esperabas? - Creí oír murmurar a Catherine, orgulloso.
- Solo una pregunta, ¿qué le ha pasado?
En ese momento salí de la habitación dirección a la cocina y aproveché para responder yo mismo.
- Me molestaba la pierna y me la arranqué a mordiscos. Tú sabes, lo normal. - Me encogí de hombros mostrando indiferencia. Elaine frunció el ceño, sabiendo que le tomaba el pelo. Encendí el calentador de agua y volví a pasar por el salón. Catherine parecía entre divertida y molesta. - Voy a la ducha. - Le guiñé un ojo.

Cuando entré a la habitación para ponerme ropa limpia me encontré con Catherine.
- No puedo creer que te haya visto desnudo. - Habló en susurros para que no la oyera Elaine. - ¿Por qué no te has puesto algo?
- Creía que estábamos solos. - Me defendí, también bajando la voz y poniéndome unos calzoncillos limpios.
- Tendrías que haber visto cómo te devoraba con la mirada mientras volvías al dormitorio. - Se abrazó a sí misma y desvió la mirada. Sonreí.
- ¿Sabes que estás muy guapa cuando te pones celosa? - Si las miradas matasen en ese momento hubiera muerto entre terribles sufrimientos. Le deshice el nudo que había formado con sus brazos delante del pecho.
- Ella me habrá visto todo. - Le puse las manos en la cintura. Aparte de Catherine y mi médico, era la única que me había visto completamente desnudo desde el incidente. - Lo que es todo, todo pero todo.
- ¿Quieres llegar a alguna parte con eso? - Me cortó Catherine. Había conseguido picarla.
- Sí. Aunque ella me haya visto todo - repetí, esta vez sin poder aguantar una pequeña sonrisa al ver su expresión - eres tú la única que lo va a disfrutar. - Para demostrárselo le coloqué sus manos en mi trasero. - Ella nunca va a poder hacer esto - Sonrió. La besé. - Ni esto.
- ¿Quieres que te enseñe más cosas que ella no va a poder disfrutar conmigo? - Continué. Nos volvimos a besar pero me detuvo.
- Ya lo he pillado. - Se apartó y se dirigió a la puerta.
- ¿Segura? No me importa hacerte otra demostración. - Se mordió el labio con una sonrisa pícara.
- No me tientes. Tal vez más tarde. - Añadió antes de salir de la habitación.

martes, 16 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 2 - RUTINA

Me senté en un banco que estaba junto a un delgaducho árbol. La universidad estaba llena de vida: un grupo de hipsters con sus gafas de pasta de cristales falsos, tres chicos con pantalones caídos, uno de ellos de media melena, y grandes auriculares alrededor del cuello como adorno, dos chicas agarradas del brazo que gesticulaban mucho al hablar, un gran grupo con personas de todo tipo, una chica solitaria leyendo un libro en un escalón de la cafetería... Todos ellos con metas y sueños, sabiendo lo que querían hacer y con un pie en un futuro esperanzador. Yo era una mancha negra en ese sitio.
Una de las dos chicas, que gesticulaban dos veces por cada palabra que decían, me miró al pasar por mi lado y una sonrisa apareció en sus labios. Le susurró algo a su amiga y esta volvió la cabeza como si tuviera un resorte, me pasó la vista de arriba a abajo y le asintió a su amiga. Ambas se quedaron observándome pero pronto perdí el interés en lo que hacían, pues algo muchísimo más interesante había captado mi atención.
Me puse en pie. Catherine esquivó la corriente de estudiantes que iba en sentido contrario y pasó entre ellos. Sus movimientos me recordaron al de las hojas caídas de los árboles siendo arrastradas por el viento, ágiles y suaves. Su cabello corto y ondulado se movía con ella. Alzó la cabeza y sonrió al verme. Llevaba unos vaqueros ajustados y una de sus camisetas preferidas para empezar su primer día de clase. Me incliné para besarla y me abrazó.
- ¿Qué tal te ha ido? - Nos cogimos de la mano y empezamos a caminar.
- Tengo un profesor que es un muermo, le llaman el Señor Shu, porque siempre está mandando a callar a los demás, y encima la asignatura no es de mis preferidas así que me lo voy a tener que currar bastante, pero por lo demás bien. Estas cuatro horas de clase se me han hecho larguísimas y más sin poder verte.
Me rodeó la cintura con los brazos y la apreté contra mi costado con uno de los míos mientras que con el otro le quitaba la pequeña mochila que llevaba colgando de un hombro y me la cargaba a mi espalda.
- Yo también te he echado de menos. - Le besé en la cabeza.
- ¿Y tu día? ¿Qué has estado haciendo? - Me encogí de hombros. Había sido una de las mañanas más aburridas de mi vida.
- No mucho, la verdad. Viniendo hacia aquí he visto un tailandés que tiene muy buena pinta, ¿almorzamos allí?
- Vale.

Aquella noche, como en tantas otras, me desperté de madrugaba sobresaltado, de nuevo con pesadillas. Abrí los ojos de par de par, me incorporé y me pasé el dorso de la mano por mi frente sudorosa. Escuchaba los latidos de mi corazón resonar en mis oídos. Catherine se incorporó también.
- ¿Otra pesadilla? - Me puso una mano en el hombro. Asentí con la cabeza.
- La misma de todas las noches. - Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. - Siento despertarte.
- No te preocupes. ¿Te tomaste la tila que te di?
- Sí, pero no me hace efecto.
- Habrá que pedir algo más fuerte en la farmacia para que duermas del tirón. - Ni todas las medicinas relajantes juntas podrían hacer algo en contra de mis pesadillas llenas de sangre, muerte, explosiones y, sobre todo, fantasmas del pasado. - Intenta dormir de nuevo, anda.
Me tumbé y ella apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello, lo que me hizo sentir mucho mejor. La rodeé entre mis brazos.
- Gracias. - Susurré.
- No tienes por qué dármelas, estoy aquí para ti. - Contestó en otro susurro. - Ojalá pudiera hacer algo más para ayudarte.
No puedes, tuve ganas de decirle. Estoy roto y no se me puede arreglar por muchas piezas nuevas que me pongan. Observé la pierna ortopédica descansando junto a la mesita de noche.
Permanecí despierto hasta mucho después de que Catherine hubiera cogido el sueño de nuevo. Me dediqué a contemplarla en silencio. Con las primeras luces del alba sentí que mis párpados caían bajo su propio peso.

martes, 9 de septiembre de 2014

Ser amable marca la diferencia

Hoy he podido comprobar una vez más lo variada que es la raza humana:

Ir a pedir una solicitud a un centro docente (que deben tener allí para rellenar a mano), que te atiendan desde el asiento más lejano al otro lado de la ventanilla de secretaría y te digan que lo tienes que echar por Internet. Quedarte tan perpleja por la "atención" recibida y sus inmensas ganas de trabajar que solo asientes, das las gracias por nada y te vas por donde has venido.

Plantearte el volver a casa tras haber recorrido los 43 km (40 minutos para los que no entiendan de kilómetros, como yo) que te separan de allí. La opción que elegí fue buscar alguna biblioteca o ciber-café (si es que siguen existiendo) en los que rellenar e imprimir la solicitud, no tuve éxito.

Pasar tan casual frente a un colegio y tener el pensamiento de que tal vez allí dieran algún ciclo y tuvieran una solicitud en papel que pudiera servirme para el otro ciclo. No lo tenían. Aun así, y aquí viene la parte importante, esa persona preguntó en jefatura si alguien me podía ayudar, esa segunda persona me llevó a una tercera que buscó junto a mi la página web donde estaba la solicitud, lo encontramos y me dejó a solas para rellenarla. Cuando terminé, la mandó a imprimir, pero como esa impresora tenía pendiente 600 hojas que sacar e iba por la 240, el amable tercer señor lo intentó por otra, que resultó no tener tinta. Finalmente, pasó el archivo a un pendrive y lo imprimió exitosamente, haciéndome incluso una copia por si acaso.

Me quedé tan impresionada por su amabilidad y sus ganas de ayudarme que sentí que no le había dado las gracias tantas veces como debería haberlo hecho así que he decidido compartir mi experiencia con vosotros para que comprobéis que aun quedan buenas personas en el mundo.

No hay tanta cantidad de lo malo como creemos pero la mayoría de las veces eclipsa lo bueno.

CAPÍTULO 1 - LA LLEGADA

Escuché unas llaves y, a continuación, una puerta abrirse.
- No mires. - Me repitió Catherine por segunda vez. Oí las ruedas de nuestras maletas resonando en el suelo.
- No estoy mirando. - Dije aún con los ojos cerrados. El sonido paró. Tiró de mi brazo y caminé unos pasos hasta que me hizo determe. La puerta se cerró detrás de mi.
- Ya puedes abrir los ojos. - Lo hice.
Estábamos en el salón del tercer piso de un edificio situado casi en el centro de la ciudad, por suerte tenían ascensor. La pierna tenía sus días buenos y malos, la cicatriz de la mejilla se había quedado en una fina línea que apenas se notaba y las quemaduras del brazo derecho seguían ahí pero algo más cicatrizadas.
Miré a mi alrededor, era un salón de tamaño medio con una mesa de comedor a un lado. A la izquierda se entreveía la puerta de una cocina. Una de las habitaciones estaba justo al pie del salón y, muy cerca de esta, había un estrecho pasillo con dos puertas más, supuse las de la otra habitación y el cuarto de baño. Catherine se puso frente a mi.
- ¿Qué te parece? - Su cabello castaño oscuro seguía siendo corto, aunque ahora le llegaba por los hombros, tenía los ojos brillantes de la emoción y una sonrisa contagiosa.
- Muy bonito. - Respondí.
- Para mi gusto es un poco pequeño pero encontrar un alquiler a buen precio tan cerca de la facultad es difícil, y más con ascensor. - Me cogió de la mano y me guió por el pequeño apartamento.
Me enseñó la cocina, no era muy grande pero habían sabido aprovechar el espacio que tenían; la habitación que estaba más cerca del salón, formada por una cama individual, un gran armario y una mesa escritorio; el baño, bastante espacioso; y, por último, el otro dormitorio, algo más grande que el anterior, equipado también con una mesa escritorio y un armario del mismo tamaño, un sillón encajado en el hueco bajo la ventana y una cama de matrimonio.
- Y esta es nuestra habitación. - Abrió los brazos mostrándome la estancia y se sentó en la cama.
Estábamos a finales de septiembre pero aun se podía sentir el verano. Tras nuestra reconciliación, Catherine había continuado su rutina en la universidad y nos habíamos visto cuando nos había sido posible. Sin ella, nuestra pequeña ciudad me parecía vacía y el tener tanto tiempo libre tampoco ayudaba. Traté de encontrar un empleo y, con la ayuda de un amigo de mi padre, conseguí mantenerme ocupado durante seis meses haciendo chapuzas y pintando casas pero eso no era vida para mi. Todavía no había encontrado mi vocación, como hubiera dicho Catherine, e iba dando tumbos, buscando cursos, talleres, algo que me llamara la atención y me hiciera sentir útil. Nada. En lo único que era bueno era en baloncesto y en recibir órdenes de mis superiores en el ejército, y ahora ambas cosas me eran imposible hacerlas, a no ser que trabajara en un despacho militar rodeado de papeles y atendiendo a gente. Nada más pensarlo me entraban ganas de vomitar.
Así que ahí estaba, dando el primer paso para compartir piso con mi novia y una de sus compañeras de universidad, e iniciar una nueva vida en otra ciudad. Un pez recién sacado de la pecera metido en alta mar. Aunque la idea de vivir con Catherine me resultaba bastante atractiva. La observé allí, sentada en la cama, inclinada hacia atrás apoyándose en sus brazos, con mirada seductora y esa camiseta que resaltaba su escote.
- Podría acostumbrarme a vivir aquí. - Me incliné, puse una mano sobre su nuca con suavidad y le besé. Perdió el equilibrio y acabé sobre ella, con mi rodilla buena impidiendo que dejara caer todo mi peso sobre su cuerpo. Volvió a pegar sus labios a los míos y noté una sonrisa en ellos. Me puso las manos en el pecho y nos separamos.
- Tengo que ir al servicio. - Dijo con una sonrisa de disculpa.
- ¿Ya vas a estrenar el baño? - Le dejé paso y me senté en la cama.
- Para que veas.
- Y yo que pensaba que íbamos a estrenar la cama antes... - Me sacó la lengua antes de desaparecer tras el umbral de la puerta.
Me tumbé con los brazos bajo mi cabeza. Definitivamente me podría acostumbrar a eso, no más padres, no más distancia, solo ella y yo...
- ¿Hola? Cath, ¿estás aquí? - Y nuestra compañera de piso. La puerta se cerró de golpe. Me incorporé. - Vaya, hay corriente... - Murmuró para sí misma.
Fui al salón. Junto a nuestras maletas había dos más y una chica con cabello negro y flequillo un año mayor que Catherine escribiendo a toda velocidad en su móvil, llevaba una camiseta negra con dibujos. Levantó la cabeza, no parecía sorprendida al verme.
- Hola. - La saludé.
- Hola, tú debes de ser Dean. - Me dio dos besos.
- Y tú Elaine. - Cath me había hablado de ella. Me dijo textualmente: "Es un poco promiscua pero buena persona y muy divertida."
- ¡Elaine! - Catherine la abrazó, ambas eran de la misma altura. - Veo que ya os habéis presentado.
- Sí. Por cierto, es más guapo en persona. - Dijo como si yo no estuviera presente.
- Y por dentro es igual o incluso más guapo. - Me apretó los mofletes con una mano. - Bueno, ¿y cómo te ha ido el verano? - Me soltó y moví la mandíbula para que mi rostro volviera a su forma.
- Más vale que te sientes porque va para largo. - Se dirigieron al sofá.
- ¿Has vuelto a ver a tu amigo? - El tono en el que Catherine dijo amigo daba a entender que era algo más que eso.
- Sí, y me dijo que me había echado mucho de menos. - Respondió la otra poniendo los ojos en blanco.
- Bueno, voy a ir guardando el equipaje. - Murmuré sin querer interrumpir la conversación.
- Vale, ahora te ayudo. - Dijo mi chica. Se volvió hacia su compañera. - No le habrás creído, ¿no?
- ¡Por supuesto que no! Esta vez se lo he dejado bastante claro. - Puso una sonrisa traviesa. - Aunque antes me divertí un poco con él...
Llevé las maletas a nuestra habitación, aun así las escuchaba perfectamente.
- ¿A qué te refieres con divertirte? - Puse la mía sobre la cama y la abrí.
- Pues... Ya sabes. - Las oí reirse y dar pequeños gritos. Negué con la cabeza. Chicas... pensé.
Después de ponerse al día con Elaine, Catherine vino a echarme una mano y fuimos buscando sitio a nuestras pertenencias. Todavía teníamos algunos retoques que hacerle a la habitación: ella quería una estantería para colocar algunos de sus libros y películas que había cogido de su casa y yo me traería un par de juegos y la pequeña televisión que tenía en mi habitación del pueblo para conectar la consola. Estaba emocionado por empezar esta nueva etapa de mi vida.

jueves, 4 de septiembre de 2014

FIREWORK. Canciones que inspiran.


Do you ever feel like a plastic bag
drifting through the wind wanting to start again?

Do you ever feel, feel so paper-thin
like a house of cards one blow from caving in?

Do you ever feel already buried deep
six feet under screams but no one seems to hear a thing?

Do you know that there's still a chance for you
'cause there's a spark in you, you just gotta
ignite the light and let it shine.
Just own the night like the Fourth of July.

'Cause baby, you're a firework. 
Come on show them what you're worth. 
Make them go, "Oh, oh, oh".
As you shoot across the sky.

[...] You're original, cannot be replaced. [...]

Maybe the reason why all the doors are closed
so you could open one that leads you to the perfect road.

- Firework by Katy Perry