-
¿Pero qué clase de jefe hace que sus empleados pasen fuera la primera noche del
año? - Le dije a mi madre, indignada. Tenía una pequeña maleta de viaje abierta
sobre la cama de su habitación.
- Yo
no doy las órdenes, cariño, solo las obedezco.
- Ya
lo sé. - Pensé en alguna alternativa. - ¿Y no puedes salir mañana temprano?
-
Tengo que estar en la reunión a las 7 y media, si quisiera llegar a tiempo
tendría que salir de aquí antes de las 5 de la madrugada y pasar más de dos
horas conduciendo, eso sin contar con los atascos, con que el tiempo siga
estable y con que no haya ninguna obra en la carretera. - Enumeró. - Y sabes
que no me gusta ir con prisas, además, me conviene estar despejada para la
reunión. - Suspiré, sentándome en su cama.
- Si
quieres puedes venir conmigo. - Propuso.
- ¿Y
pasar toda la mañana encerrada en el hotel mientras tú charlas con esos tipos
trajeados? Creo que paso. De todas formas he quedado con Dean esta tarde, no me
daría tiempo verle e irme contigo. - Añadí. Mi madre sonrió.
-
Entonces que no me acompañes no tiene nada que ver con esos tipos trajeados.
- Imitó mi tono. Bajé la mirada con una sonrisa. - ¿Vais a volver?
-
Supongo, o por lo menos vamos a intentarlo. - Pensé en la noche anterior. -
Hizo mal en pelearse con Peter, no me lo imaginaba tan violento. Lo hizo para
defenderme pero eligió la forma equivocada para hacerlo. - Asintió, expresando
su conformidad.
- Al
menos sabes que te protegería si hiciera falta, sin importar la relación que
tenga con la otra persona.
- Eso
sí. - La observé mientras elegía la ropa para llevarse a la reunión de trabajo.
Me enseñó dos trajes, le señalé el que tenía en la mano derecha. - Ese.
¿Debería darle una segunda oportunidad a nuestra relación?
-
Debes hacer lo que veas mejor, cielo. - Respondió tras pensarlo un momento.
Metió la ropa en la maleta con cuidado. - No puedo decidir por ti, eso es algo
entre vosotros dos. Piensa en si le quieres y en si merece la pena volverlo a
intentar. - Asentí lentamente, considerando los pros y los contra.
Aquella
misma tarde llamaron a la puerta y bajé corriendo las escaleras. Dean había
llegado puntual, como siempre.
- Voy
yo. - Dije alzando la voz. Comprobé que el gorro de lana seguía en su sitio y
me recoloqué el pañuelo alrededor del cuello. Tomé aire para tranquilizarme y
abrí la puerta tras retocarme el pelo una vez más. - Hola.
Dean
levantó el ramo de rosas que tenía en la mano y me lo ofreció.
-
Pensé en muchas cosas para decirte mientras te daba estas rosas pero lo único
que me sale es que te amo, mucho más de lo que imaginé amar a alguien. - Me
quedé sin habla, mirándole emocionada. - Siento mucho lo de anoche, no volverá
a pasar.
Le
abracé en silencio, cogiendo el ramo cuidadosamente con un brazo.
-
¡Son preciosas! Gracias, por todo. - Añadí. - Las pondré en agua. Pasa. - Le
hice una seña con la mano. Mi madre apareció por las escaleras con su maleta.
-
Mira lo que me ha traido Dean, mamá. - Le mostré el ramo.
-
¡Qué bonitas! Es todo un detalle. - Dijo. - Feliz año nuevo, Dean.
-
Feliz año nuevo a usted también. ¿Le ayudo con eso? - Se ofreció él.
- No,
no hace falta, gracias. - Respondió. Coloqué las flores en un jarrón con agua,
más tarde me encargaría de arreglarlas en condiciones.
- ¿Ya
te vas? - Le pregunté a mi madre.
- Sí,
antes de que oscurezca más. - Le abracé. - Ten mucho cuidado, cariño.
- Lo
tendré, nada de abrir la puerta a extraños, ni de dejar el gas encendido y todo
eso.
-
Exactamente. - Me dió un beso en la cabeza.
- ¿Se
va, señora? - Dijo Dean.
- Sí,
mañana temprano tengo una reunión de negocios.
-
Nada más empezar el año, eso sí que es dedicación. - Comentó él.
- Qué
se le va a hacer, el trabajo es el trabajo. - Respondió ella encogiéndose de
hombros.
- Te
acompañaremos al coche. - Dije. Dean le cogió la maleta a mi madre y le ayudó a
meterla en el maletero.
-
Adiós. - Le dí un último abrazo antes de que se marchara. - Ten cuidado tú
también, mamá. - Se montó en el coche. - Avísame cuando llegues. - Agité la
mano mientras la veía marchar.
Observé
a Dean que seguía mirando el lugar por donde había desaparecido mi madre.
Llevaba un pantalón vaquero y una sencilla camisa de cuadros bajo una gruesa
cazadora negra. Aún de perfil su oreja se veía grande y en su labio tenía el
pequeño corte que se había hecho al pelearse con Peter. No me imaginaba mi vida
sin él. Le quería y me pareció que nunca había dejado de quererle realmente.
Incluso estando con Nigel había seguido pensando en él, por eso entre Nigel y
yo no hubiera podido pasar nada más. Dean me miró a través de sus espesas cejas
con sus preciosos ojos azulados y me sonrió con algo de timidez.
-
¿Qué ocurre? - Preguntó ante mi mirada. Sacudí la cabeza.
-
Nada. ¿Vamos a dar una vuelta?
-
¿Cojo el coche?
- No,
me apetece andar. Además, no hace tanto frío como pensaba.
En
algún momento de la charla, mientras caminábamos por el paseo marítimo,
nuestras manos se entrelazaron. Las últimas luces del atardecer se apagaron,
volviendo el firmamento oscuro.
-
¿Sabes cómo está Peter? - Le pregunté.
-
Jack me ha dicho que él está bien pero que su nariz no tanto. - Puso una media
sonrisa pero se contuvo y dejó su rostro inexpresivo. - No está rota pero se le
quedará un poco torcida. - Sonreí al imaginarme la cara que tendría Peter
ahora.
- Te
pasaste, y bastante. - Traté de mantenerme seria.
-
Podría haberle roto la nariz si hubiera querido. Además, así estará más guapo.
- Esta vez no pude contener la risa. Me tapé la boca con la mano, sintiéndome
una mala persona por reirme de su lesión.
-
¿Vas a volver a hablarle? - Añadí tras una pequeña pausa.
- Si
se disculpara contigo, tal vez me lo pensaría.
- Era
tu mejor amigo, ¿cómo habéis podido llegar a esto?
-
Pregúntale a él. Dejó de hablarme hace mucho. - Le miré frunciendo el ceño.
- ¿Y
eso? - Se encogió de hombros.
-
Hizo nuevos amigos y le volvieron idiota. - ¿Más todavía?, pensé. - Y no
sabes las cosas que dice sobre ti. - Suspiré.
-
¿Por qué me odia tanto? Pero si no le he hecho nada.
-
Tengo una teoría. - Tomó aire. - Creo que te echa la culpa de que yo fuera a la
guerra y de que volviera así. - Señaló su pierna. - No es capaz de aceptar que
ahora tengo limitaciones, que no podré jugar al fútbol, ni salir a correr como
solíamos hacer los domingos. No entiende por qué me apunté al ejército, ni por
qué necesitaba espacio y tiempo para mi mismo... - Negó con la cabeza. - Su
mente es demasiado estrecha. Es incapaz de ponerse en el lugar de otra persona
que no sea él.
-
Puede que solo necesite tiempo para acostumbrarse.
-
Será eso... Aún así, no debería culparte de nada. - Alzó la cabeza hacia el
cielo, seguí su mirada. - Parece que va llover. - Unas nubes negras se abrían paso
a gran velocidad oscureciendo aún más la noche. Asentí.
-
Volvamos a casa.
Caminamos
más deprisa, sin soltarnos de la mano. Se escuchó un trueno y, seguidamente,
las nubes descargaron su contenido sobre nosotros. Me encogí ante la fuerza del
agua, pegando un pequeño grito de sorpresa. Dean rió y le respondí con una
sonrisa. Tiré de él, buscando un lugar donde resguardarnos. Aunque su zancada
era larga, no lograba seguir mi paso debido a su pierna. Aminoré la marcha,
adaptándome a su ritmo.
Había
un puesto de vigilancia a pocos metros de nosotros, tenía dos pisos y estaba
hecho de madera. En ese momento estaba cerrado pues no había nadie a quien
vigilar en la playa. Nos escondimos bajo su pequeño techo, apoyé mi espalda en
la pared. Nos miramos el uno frente al otro, con la respiración alterada por la
carrera y una sonrisa en nuestras caras. Como movidos por un resorte invisible,
juntamos nuestros labios y pude notar como las gotas de agua de su rostro
resbalaban por el mio.
- Se
te ha abierto la herida del labio. - Observé cuando nos separamos. De ahí el
regusto de sangre en mi boca. Se pasó la lengua por el corte con lentitud,
siendo tremendamente sexy sin pretenderlo.
-
Merece la pena. - Ladeó una sonrisa y me besó con fuerza colocando una mano
sobre mi nuca.
El
agua, que antes caía con fuerza, ahora solo era una fina llovizna y el cielo,
aunque seguía cubierto de nubes que amenazaban con más lluvia, nos deleitó con
un precioso arcoiris. Dean estaba a mi espalda, rodeándome por la cintura.
-
Parece que el tiempo se ha calmado por lo pronto. - Susurró, haciendo que mi
cabello se moviera con su aliento.
-
Vamos a casa, vaya a ser que nos caiga otro chaparrón. - Dije.
Momentos
antes de llegar al umbral de mi casa se escuchó otro trueno. Aceleramos el
paso, poniéndonos a cubierto bajo el porche. El agua repiqueteó en el techo con
violencia.
-
Justo a tiempo. - Comentó Dean con una sonrisa.
Le
hice pasar y me quité el abrigo, la bufanda y el gorro, que estaban empapados.
Me froté las manos, en el interior de mi casa hacía más frío que en la calle.
Subí la calefacción y me aseguré de que las ventanas estuvieran cerradas.
-
Puedes ponerte cómodo. - Dejó su cazadora en una silla. Su ropa aún estaba
húmeda y temblaba ligeramente. - Ven, vas a coger frío.
Entré
en mi habitación seguida por Dean. Se sentó en mi cama haciendo una mueca y
frotándose la rodilla.
- ¿Te
duele? - Pregunté mientras buscaba en mi armario una toalla para que se secara.
- Un
poco, todavía no encuentro una prótesis que se adapte al muñón. - A veces
olvidaba que le faltaba una pierna.
-
Toma. - Le tendí la toalla y saqué otra para mi. - Creo que deberías cambiarte
si no quieres pillar un resfriado. - Me dirigí hacia la cómoda. - Tengo algo
que te puede servir.
- ¿El
qué? - Preguntó de pie junto a la cama. Se acababa de quitar la camisa y se
estaba secando la cabeza con la toalla que le había dado, dejando su pecho
húmedo al descubierto. Tardé un momento en recordar lo que estaba buscando. Le
enseñé la sudadera roja que me había dado un año atrás, ese horrible día en el
que me dijo que se iba a la guerra. Se habían producido demasiados cambios
desde ese día.
-
Todavía la guardas. - Dijo sorprendido.
-
Claro, no podría deshacerme de ella. - La miré con nostalgia. Me traía tantos
buenos recuerdos que, aunque ya había perdido el olor de la piel de Dean, me
hacía sentir como en casa. - Me recordaba a ti. - Murmuré en voz baja. Dean
puso sus manos sobre las mias y alcé la vista, encontrándome con una mirada
llena de dulzura y amor.
-
Ahora ya me tienes aquí. No pienso marcharme de nuevo y mucho menos si no es
contigo. - Se inclinó hacia mi y lo que empezó como un delicado beso se
transformó en algo más apasionado y salvaje.
Nuestros
cuerpos encajaban a la perfección, como hechos el uno para el otro. El sonido
de la lluvia repiqueteando en los cristales de la ventana hizo de ese momento
algo más mágico.
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