- ¿Puedo preguntarte algo? - Dijo Dean. Aún era de noche, estábamos tumbados en la cama el uno junto al otro sin poder dejar de mirarnos mutuamente.
- Claro. - Respondí, apoyando la cabeza en mis brazos cruzados.
- ¿Tú y Nigel...? - Trató de encontrar las palabras adecuadas. Me recorrió la espalda con la yema de sus dedos y un agradable cosquilleo se extendió por mi cuerpo. Detuvo su mano en la parte más baja de mi espalda. - Ya sabes, ¿intimasteis?
- Con intimar te refieres a lo que acaba de pasar entre tú y yo, ¿verdad? – Pregunté para asegurarme. Asintió. - ¿Eso importa?
- No va a cambiar nada entre nosotros pero siento curiosidad. - Me incorporé y me acerqué a su rostro.
- Nunca llegamos a "intimar", como tú dices. - Le acaricié el pelo. - Aún eres el único. - Le aseguré en un susurro. Una tímida sonrisa orgullosa apareció en sus labios y le di un beso en la frente.
Encargamos comida china para cenar y nos sentamos en el sofá a ver la televisión. La lluvia había amainado aunque de vez en cuando se escuchaba algún que otro trueno. Dean dejó el paquete vacío de fideos en la mesa baja del salón. Llevaba puesta la sudadera roja, le quedaba mejor de lo que recordaba.
- ¿Te ha gustado? - Le pregunté mientras yo seguía comiendo.
- Está rico, aunque donde esté una buena hamburguesa... – Sonrió. Tiró de mis piernas, que estaban apoyadas sobre su regazo, hacia él, acortando la distancia entre nosotros. - ¿Y cuándo has probado tú este tipo de comida? Con lo tradicional que tú eres...
- En la universidad. - Sorbí los fideos sin hacer ruido. - Mi compañera de habitación es una especie de obsesa con respecto a todo lo oriental. También he probado la japonesa pero eso del pescado crudo no me termina de convencer.
- ¿Y qué más has probado en la universidad? - Preguntó con un sutil tono pícaro. Puse el envoltorio de mi comida sobre la mesa. Sonreí, terminando de masticar.
- Pues un poco de todo. Es cierto eso que dicen de que en la universidad se experimenta. - Disimulé una sonrisa ante su cara de desconcierto.
- ¿Qué quieres decir con eso? - Me encogí de hombros. Mantuvo sus ojos fijos en los míos, con el rostro serio, tratando de averiguar si estaba de broma. Sostuve su mirada hasta que no pude más y la aparté, soltando una risita.
- Mentirosa... - Me acusó, empezando a hacerme cosquillas. Me retorcí en el sofá, tratando de zafarme de él aunque sin parar de reírme.
- No, para, para. - Le conseguí sujetar ambas manos. Su rostro estaba a pocos centímetros del mío. Miró mis labios, humedeciéndose levemente los suyos. Nos acercamos poco a poco y nos besamos. El teléfono sonó y pegamos un brinco. Reímos tontamente. Me incorporé y levanté el auricular.
- ¿Si? - Dije, apoyando las rodillas en el sofá.
- Cariño, ya he llegado al hotel. - Era mi madre. - ¿Cómo va todo por ahí?
- Estupendamente. - Miré a Dean con una sonrisa.
- Bien. ¿Ya has cenado?
- Sí, hemos encargado comida china. - Las manos de Dean rodearon mi cintura desde la espalda.
- ¿Hemos? - Preguntó mi madre extrañada.
- Sí, le he dicho a Dean que se quede a cenar. - Este me apartó el pelo y comenzó a darme pequeños besos en el cuello.
- Espero que haya avisado a sus padres, no quiero que se preocupen por él, que bastante han tenido que pasar ya. - Aparté a Dean con suavidad. No lograba concentrarme en la conversación.
- Sí, ya les ha llamado. Bueno, suerte con la reunión de mañana, mamá. - Le corté. - ¡Buenas noches!
- Buenas noches, cielo. Y ten cuidado.
- Sí, no te preocupes. - Le mandé un beso y colgué. Me giré hacia Dean, rodeándole el cuello con los brazos. - ¿Por dónde íbamos?
Los rayos del sol entraban tímidamente por las ranuras de la persiana, iluminando tenuemente la habitación. Sentí el peso de un cálido brazo sobre mí, sonreí. Podía sentir la respiración de Dean a mi espalda. Tenían razón cuando decían que lo mejor de las discusiones eran las reconciliaciones. Observé la quemadura de su brazo, tardaría en curársele, al igual que las que tenía en las piernas, pero parecían estar más cicatrizadas que la primera vez que las vi.
Me di media vuelta con cuidado de no despertar a Dean. Su piel ligeramente bronceada por el trabajo de campo no conseguía disimular la negrura de su cabello, sus cejas y sus pestañas. Su pecho al descubierto subía y bajaba en una respiración lenta y profunda, le tapé un poco más con la manta para que no cogiera frío. Me quedé mirándole un buen rato hasta que empezó a removerse en sueños y a balbucear sonidos que no conseguían formar ninguna palabra entendible. Antes de que me diera tiempo a despertarle ya había abierto los ojos. Se los frotó algo desorientado, parpadeó y luego me miró con una sonrisa.
- Buenos días. - Susurró con voz ronca.
- Buenos días. - Dije con el mismo volumen. - ¿Qué tal has dormido?
- No mucho. - Sonreí, notando mis mejillas sonrojarse. - Pero mejor de como lo he hecho en mucho tiempo. - Me apartó un mechón de pelo que caía sobre mi frente y me dio un rápido beso en los labios.
Nos quedamos tumbamos el uno frente al otro, con las manos entrelazadas y las narices casi rozándose. Sentí su piel desnuda bajo las sábanas y entrelazamos nuestras piernas. Intenté no sobresaltarme al notarle un solo pie. Paseé mi vista por la habitación.
- ¿Buscas mi prótesis? - Preguntó Dean sin alzar la voz. Asentí levemente. - La he dejado junto a la mesita de noche, espero que no te importe.
- En absoluto. - Negué con la cabeza. - Solo sentía curiosidad. - Me mordí el labio. - ¿Puedo ver tu pierna? – Nunca se había quitado la prótesis delante mía.
- ¿Estás segura? - Asentí con firmeza, sentándome en la cama. Se incorporó, echando las mantas a un lado. Su corpulento muslo, que en la pierna izquierda acababa en una ancha pantorrilla con un gran pie, terminaba poco antes de empezar la rodilla, con un muñón redondeado marcado por varias cicatrices. Dean observaba mi reacción con detenimiento y procuré mantener mi rostro neutro.
- Nunca me has contado que pasó exactamente. - Desvié la vista hacia su cara. Se volvió a cubrir la herida, lo que agradecí.
- No querrías saberlo.
- A lo mejor si me lo contaras aliviaría un poco tu carga... - Sugerí. Respiró profundamente, y expulsó el aire poco a poco.
- De acuerdo. - Se sentó más erguido, apoyando la espalda en el cabecero de la cama. Me tumbé sobre mi costado, acomodándome sobre el codo. - ¿Te importaría? - Dijo señalando mi cuerpo. Me tapé con las mantas hasta el pecho. - Mejor.
Volvió a tomar aire y me preparé para oír su historia.
- Como sabrás, ese día se produjeron varios ataques en las torres de vigilancia, hubo dos explosiones. Por suerte, en ese momento no me encontraba en mi puesto, había bajado para informar a mi superior sobre actividades rebeldes que se habían producido los días anteriores en un pueblo cercano.
>> La primera bomba estalló segundos después de que abandonara la torre, me tiré al suelo, cubriéndome. Los nuestros respondieron con más disparos. Al alzar la cabeza vi a dos civiles, una chica de no más de 13 años y un niño pequeño, su hermano, de unos 6, al que cargaba en sus brazos, no parecía moverse.
>> Escuché el silbido de la segunda bomba antes de que cayera y me lancé hacia ellos, tratando de protegerles. Esa explosión fue más cercana, saltaron trozos de metal, de madera... Mi uniforme prendió en llamas y rodé sobre mi mismo tratando de apagarlo. El brazo me ardía. En un acto impulsivo me arranqué la tela, llevándome también la piel. - Se llevó una mano a la quemadura del brazo derecho, con la mirada perdida hacia el frente. Suspiró.
>> La chica estaba bien, algo aturdida pero sana y salva, el chico en cambio... – Se aclaró la garganta. - Con temor a que se produjeran más explosiones nos alejamos de ese lugar. Fue cuando me di cuenta de que algo pasaba con mi pierna, un fuerte dolor me impedía andar bien. Un trozo de metal se había clavado en mi pantorilla, que sangraba a través de lo que quedaba de mi uniforme. No había tiempo para lamentaciones, dejamos el cuerpo de su hermano atrás y tiré de ella buscando un refugio. No muy lejos de nosotros se abría un hueco en una pared rocosa lo suficientemente ancho para los dos.
>> Una vez a cubierto me examiné la pierna. No había forma de sacarme el trozo de metralla sin los utensilios adecuados. Traté de taponar la herida con trozos de mi uniforme pero no dejaba de sangrar.
Hizo una pausa para tomar aire.
- Volvimos a escuchar disparos cada vez más cercanos y tuvimos que huir de nuevo. Mi arma se había caído en algún lugar durante la explosión y no teníamos con qué defendernos. La chica me llevó hasta las ruinas de una casa, abrió una trampilla oculta en el suelo bajo un tapiz polvoriento y me guió por un oscuro pasadizo bajo tierra. Hacía calor, olía a húmedo y podredumbre. La herida me dolía a más no poder y sentí que perdía el conocimiento.
>> Al despertarme ya no tenía pierna y estaba rodeado de otros supervivientes. Un periodista de investigación que hablaba mi idioma me explicó que no tuvieron más remedio que cortármela, la infección se había extendido y no habían podido hacer otra cosa. Perdí la noción del tiempo, me dio fiebre y la pierna, o la que ya no lo era, me seguía doliendo.
>> Cuando logré recuperarme me adapté a las normas del grupo: conseguir comida, no llamar la atención y proteger a los más débiles o enfermos. Su objetivo era refugiarse hasta que se cesaran los ataques. La chica que me había llevado hasta ellos era mi compañera en las expediciones para buscar comida. Se llama Faheema que significa inteligencia en afgano, un nombre muy adecuado para ella. Estaba conmigo cuando me encontraron, no le permitieron entrar en el país pero se quedó con una unidad de salvamento. No sé que habrá sido de ella ni de los otros supervivientes.
Le observé en silencio, aún perdida en su historia.
- Perdiste tu pierna por un buen motivo. Salvaste a esa chica. - Dije finalmente.
- Eso me gustaría pensar pero no estaré tranquilo hasta que sepa que se encuentra bien. Les he preguntado a los de mi unidad pero dicen que es información confidencial. - Me quedé pensativa.
- Tu padre era sargento, ¿no?
- Sí, ¿por qué?
- Podría usar su antiguo cargo para ayudarte a averiguarlo. A lo mejor a él sí que le permiten acceder a esa información. - Sopesó esa posibilidad y asintió lentamente.
- Puede ser que funcione. Aunque ya esté jubilado mi padre dejó un buen recuerdo en el ejército. - Se le iluminó la cara. - Sí, es una grandísima idea. Gracias.
Se abalanzó sobre mí, dándome un fuerte abrazo. Perdí el equilibrio y sentí su cuerpo sobre el mío, reímos tontamente.
- Gracias por confiar en mí. - Dije.
- Gracias a ti por escucharme. - Me acarició la mejilla y me besó con ternura. Recordé que ninguno de los dos tenía ropa y sentí sus dedos recorriendo mi piel. Me miró con una sonrisa de deseo y le respondí con otra. Sin necesidad de palabras ambos supimos exactamente en lo que estábamos pensando.
Apreté el bote de tortitas instantáneas sobre la sartén, dándoles forma. Dean me abrazó por la espalda.
- Ya verás el desayuno tan rico que te voy a preparar. – Le dije. Me dio un beso en la coronilla.
- Mmm... tortitas. - Tomó asiento en la mesa de la cocina.
Saqué la tortita ya dorada y la coloqué en un plato junto a las otras. Me senté frente a él, dándole su plato. Le eché sirope de chocolate a las mías.
- ¡Qué golosa eres! - Me dijo. Le saqué la lengua y me llevé a la boca un trozo de ellas, manchándome sin querer de chocolate. Dean sonrió, sacudiendo la cabeza. Cogí una servilleta. - Deja que lo haga yo. - Se acercó lentamente y me besó, llevándose el sirope de mi labio superior. Se relamió. - Ya está.
- ¿Seguro? - Me manché de nuevo, esta vez intencionadamente. - Creo que te has dejado un poco.
Sonreí y me incliné sobre la mesa, alcanzando sus labios con facilidad.
Después de desayunar y de limpiar los pocos platos que habíamos usado, Dean se tenía que marchar. Antes de que saliera por la puerta le abracé con fuerza. Por mucho tiempo que pasara con él siempre me sabía a poco.
- Ojalá todos los días fueran así. - Dijo tras darme un beso.
- Podrían serlo. - Le sonreí.
- Nada me gustaría más. - Me respondió con una sonrisa más amplia.
- Te quiero. - Dijimos a la misma vez y reímos tontamente.
Nos dimos unos cuantos besos de despedida más y le observé alejarse, yendo hacia su coche. Antes de subirse a él giró la cabeza y cruzamos otra sonrisa.
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