martes, 11 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 9 - TIGRES VS HALCONES

Estas vacaciones de Navidad estaban siendo las mejores que tenía desde hacía mucho: cenas en familia sin que hubiera discusiones, reencuentros con familiares que apenas recordaba, salidas con amigos sin ningún altercado, una Nochevieja sin tener ningún encontronazo con Peter... Y para rematar, mi padre me había hecho un regalo anticipado de cumpleaños: dos entradas para ver a mi equipo preferido de baloncesto, que jugaban muy cerca del pueblo, solos padre e hijo. Hacía mucho que no pasábamos tiempo a solas y en parte me preocupaba, no quería que este momento de felicidad se estropeara nunca.
Pagamos para usar el aparcamiento del estadio y mi padre refunfuñó sobre el precio, también se quejó de las largas colas para comprar aperitivos para el partido y de cómo abusaban de los fans de los deportes para subir el coste de los productos. Tomé aire para aguantar los próximos 40 minutos que duraba el partido más los 10 de descanso escuchándolo blasfemar contra todo lo que se moviera, y sobre lo que no también.
Subimos la escalera para las gradas y me asombré de lo grande que era el interior. Hacía un buen día así que habían dejado abierto el techo y el sol calentó mi rostro. Nos sentamos lo más cerca que pudimos de la cancha y observé a mi alrededor maravillado. Los colores de los dos equipos se mezclaban, creando una combinación extraña que simbolizaba una amistosa rivalidad entre ambos. Los locutores ocupaban su sitio en lo más alto del estadio, tras unos gruesos cristales, con sus micrófonos a mano. Mi padre me dio una palmadita en la rodilla y me señaló la pista. Las mascotas ya estaban listas para animar el partido: Rufus, el tigre, y Skyred, el halcón.
- De pequeño te ponías triste cuando no veías a Rufus. ¿Te acuerdas? - Comentó. Negué con la cabeza. - Te gustaba más que ver a los jugadores, de hecho, creo que tienes una foto con él.
- Ah, si. - Me vino a la memoria una imagen de mi mismo con unos 10 años y una persona disfrazada de tigre gigante que me cogía en brazos. Mi sonrisa lo decía todo. - Recuerdo que  me dijo que podría hacer todo lo que quisiera si me lo proponía. - Lo que, ahora que lo pensaba, no era muy alentador que me lo dijera un tipo de a saber cuántos años vestido de animal. - Me pregunto si será el mismo tipo.
- Quién sabe, a lo mejor ha llegado muy lejos siguiendo su propio consejo. - Dijo. Me encogí de hombros.
Tras un breve y cálido recibimiento por parte de las animadoras, los equipos salieron a la cancha y calentaron durante unos minutos. Compartí opiniones sobre la destreza de los jugadores y el cambio de entrenador de este año con mi padre y me sorprendió darme cuenta de que teníamos más en común de lo que pensaba. Con una bocina se indicó el comienzo del partido, los Halcones consiguieron el balón y se acercaron a la canasta pero el nuevo fichaje de los Tigres, Robert Cousy, desvió el lanzamiento a canasta. Aplaudí.
- Te dije que era muy bueno. - Le recordé a mi padre.
- Esperemos que siga así toda la temporada. - Le dio un sorbo a su bebida.

Pasados los primeros 20 minutos de partido, llegó el descanso. Los Tigres iban empatados con los Halcones. Los jugadores descansaron y las animadoras salieron a la pista.
- Ahora vuelvo. - Se excusó mi padre. - ¿Quieres que te traiga algo?
- Sí, un perrito caliente, por favor. - Abrí la cartera y le tendí dinero pero lo rechazó.
- ¿Crees que te voy a dejar pagar? Yo invito. - Me puso una mano en el hombro y con la otra me revolvió el pelo. - Eres mi hijo, no lo olvides.
- Gracias, papá. - Asintió con la cabeza y se marchó. Hoy estaba de muy buen humor, ya podría estar todos los días así. Disfruté del espectáculo de las animadoras.
Miré el reloj, el descanso estaba a punto de terminar y mi padre aun no había vuelto. Me levanté, pensando en ir a buscarle pero le vi subir hacia las gradas con mi comida y una cerveza en las manos.
- Lo siento, hijo. Es que había mucha cola. - Ya me estaba empezando a preocupar.
- Un poco más y te pierdes el comienzo de la segunda parte. - Le dejé paso y se sentó a mi lado. Tenía una sonrisa extraña en el rostro, por no decir que el simple hecho de que estuviera sonriendo era raro de por sí.
El resto del partido estuvo muy reñido, se podía notar la tensión en el aire. Casi me atranganté con el perrito caliente cuando no pitaron falta a uno de los Halcones cuando estaba claro que lo era. Los Halcones iban ganando por muy poco y se notaba que los Tigres estaban en más baja forma que ellos, de lo que sacaban provecho. Pidieron tiempo muerto.
- Ven. - Dijo mi padre levantándose y se echó la pequeña mochila que llevaba consigo al hombro.
- ¿Qué? ¿Ahora? - Asintió. - ¿No podemos esperar a que termine el partido?
- No, tiene que ser ahora. - Me puse en pie a regañadientes y le seguí sin dejar de mirar la cancha. El tiempo muerto había acabado y estaban jugando de nuevo.
- ¿Dónde vamos? - Le pregunté mientras recorríamos los pasillos vacíos del interior del estadio, por esa parte no habíamos pasado antes.
- Es una sorpresa. - Nos detuvimos junto a una puerta cerrada que ponía "Solo personal autorizado" junto a unos tipos con pinta de trabajar allí. No se sorprendieron al vernos pero aun así no nos quitaban la vista de encima. Había una pantalla en la que se retransmitía el partido en directo y me quedé mirándola. No entendía por qué habíamos cambiado nuestro privilegiado sitio en las gradas para ver el final del partido en una fría pantalla, pero me alegraba que no me lo fuera a perder.
- ¡Sí! - Grité cuando los Tigres se pusieron por delante de los Halcones.
- Ahora solo tienen que pasar los 15 segundos que quedan de partido. - Murmuró mi padre, nervioso.
Los 15 segundos se alargaron como si fueran horas. El marcador de los Halcones subió, quedando tres puntos sobre mi equipo. Quedaban unicamente siete segundos y el locutor, aunque lo intentaba, no era objetivo, se notaba que estaba de parte de Los Tigres. Mi jugador favorito consiguió el balón, esquivó la defensa y se lo pasó al nuevo fichaje, Robert Cousy.
- Fantástico pase de Meyers. Cousy tiene el balón. - Habló el comentador. - Hace un juego de manos y se acerca a la canasta a paso rápido. - Cada vez estaba más alterado. - ¡Quedan dos segundos! Salta, lanza y... - El defensa de los Halcones desvió el tiro con su antebrazo izquierdo. - ¡No! El tiempo ha acabado. - Trató de recuperar la compostura. - Los Halcones ganan por tres puntos.
Me llevé las manos a la cabeza, el partido había finalizado y no había prórroga. Tanto los propios trabajadores como mi padre y yo nos quedamos en silencio, asimilando la derrota. Uno de ellos, que llevaba una chapa con los colores de los Tigres aplaudió.
- No importa, han jugado un gran partido. - Dijo asintiendo. Le seguimos los aplausos y se pudieron a hablar entre ellos.
- Todavía no me has dicho qué hacemos aquí. - Le recordé a mi padre cuando hubo pasado unos minutos.
- Espera y verás. - Observé los rostros de decepción de los seguidores de los Tigres y la alegría de los de los Halcones que captaba la cámara.
- Ya podéis pasar. - Dijo uno de los trabajadores tras hablar con otro hombre. Nos abrieron las puertas y cruzamos un pasillo débilmente iluminado y que olía a sudor. En mi mente se empezó a formar una idea de nuestro destino.
- ¿Qué...? - Pregunté. Mi padre me mandó a callar con un "shhh", se puso detrás mia y me colocó las manos sobre los hombros, empujándome hacia delante.
- No digas nada todavía.
El olor a sudor se hizo más fuerte al igual que un murmullo de voces masculinas. No podía ser, estaba en el vestuario de los Tigres, el entrenador había terminado su discurso de consolación y los jugadores se felicitaban entre ellos. El entrenador se nos acercó y saludó a mi padre.
- Muchas gracias por hacerme este favor, Lou. - Dijo mi progenitor.
- No hay de qué, lo que sea por un viejo amigo. - Respondió el tal Lou. Volvió su vista hacia mi. - ¡Cuánto has crecido, chico! No te veía desde que eras así. - Puso su mano a la altura de su cadera. - ¿No me recuerdas? Es normal, después de tanto tiempo y, además, no llevo mi antigua indumentaria.
- ¿Rufus? - Pregunté entrecerrando los ojos.
- ¡En efecto! O, por lo menos, uno de ellos. Te dije que podrías lograr todo lo que quisieras si te lo proponias, fíjate dónde he llegado yo. - Me quedé sin habla y él me dio una palmadita en el hombro, dejándome la mano allí mientras se volvía hacia su equipo. - ¡A ver, chicos! - Gritó sin que le hicieran mucho caso. - ¡Chicos! - Repitió y esta vez guardaron silencio. - Este es Dean, dentro de poco es su cumpleaños y, ya que es un gran fan de los Tigres desde que era pequeño, ¿qué mejor regalo que estar en el vestuario de su equipo preferido?
Era subrealista, todos esos jugadores que tantas veces había visto por la televisión estaban mirándome curiosos, esperando que dijera algo.
- He visto todos vuestros partidos. Tengo que decir que os admiro, vosotros me motivásteis a empezar en baloncesto y llevo vuestros colores con orgullo. - Me toqué la bufanda amarilla y azul que llevaba alrededor del cuello. - Y hoy puedo confirmar que sigo orgulloso de mi equipo. Ha sido un partido duro y reñido pero, aunque hayamos perdido, puedo salir de aquí con la cabeza bien alta y decir: "Hemos luchado hasta el final para conseguirlo."
Se hizo un silencio y unos tímidos aplausos sorprendidos.
- ¡Eh, Lou! Al chico se le da mejor dar discursos que a ti. - Dijo Robert Cousy y los demás rieron. La mayoría se levantaron y me dieron la mano.
- Es un placer conocer fans como tú. Hay otros que solo nos apoyan cuando ganamos. - Me confió mi jugador favorito, Chris Meyers. Me abrazó y me dio una palmada en la espalda.
- Esos no son auténticos fans. - Murmuré, sin creer que estaba realmente hablando con Chris Meyers. - El placer es mio. ¿Podrías firmarme la camiseta? - Le pregunté con temor a oir una respuesta negativa.
- No, haré algo mejor. - Se quitó la camiseta y me la entregó.
- ¿En serio? - Asintió.
- Iba a jubilarla de todas formas así que me gustaría que la tuvieras.
- Gracias. - Dije con la voz rota de la emoción. - Gracias. - Repetí más alto.
Me hice un par de fotos con los jugadores y con el entrenador, mi padre también salía en ellas. Y antes de poder hacer o decir nada más, el manager nos echó de allí, diciendo que los jugadores tenían que descansar y prepararse para la prensa. No importaba que el tiempo que hubiera estado allí hubiera sido poco, había merecido la pena.
Seguía en shock y no podía apartar los ojos de la camiseta de Chris Meyer con el número 12 en la espalda que tenía en mis manos. Miré a mi padre, que observaba detenidamente la expresión de mi rostro con una sonrisa satisfecha.
- Gracias, muchas gracias, papá. - Le abracé y respondió a mi abrazo con calidez y fuerza.
- Feliz cumpleaños, Dean. - Seguía sin soltarle.
- El mejor de todos, estoy seguro. - Traté de calmarme aunque seguía con una gran sonrisa en mis labios.
- ¿Más que esa vez que te llevamos a DisneyLand? - Caminamos para la salida con lentitud.
- Mucho más. - Afirmé sin dudar.

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