domingo, 21 de diciembre de 2014

Recuento del año

Finaliza el año y, como no podría ser de otra forma, es inevitable echar la vista hacia atrás para ver cuánto has avanzado en el camino y crecido como persona. Y he de decir que en este año he hecho más cosas de las que pensaba y algunas que no imaginaba que me atreviera a hacer.
Tras un vistazo a la entrada de fin de año del 2013, me he esforzado en rememorar todos los sucesos desde comienzo de año y aquí dejaré plasmado unos cuantos para que el año que viene cuando los relea me de cuenta de que, aunque a veces parezca que no he hecho nada con mi vida, he vivido más de lo que soy capaz de recordar en el momento.

Empecemos por una maravillosa visita a Madrid, la primera vez que dormía fuera de mi hogar y que, a pesar de haber enfermado, no dudaría en volver. Continuemos por un fantástico cumpleaños rodeado de mis mejores amigos y un carnaval preguntándonos qué sonido hace el zorro. El comienzo de las prácticas, que fue un gran paso hacia mi soltura ante el público, con el inglés y con mis compañeros. Día de campo y juegos con mis amigos. Un verano tranquilo y donde pude reencontrarme con una fabulosa persona que hacía dos años que no veía y conocer un poco más a otra persona muy importante para mi mejor amiga. He llegado a conocer más profundamente a mi mejor amigo. Me he atrevido a ir más lejos de mi zona de confort y he descubierto una libertad que no sabía que tuviera y una paz interior y conmigo misma que me hace feliz y me da seguridad en lo que hago. He hecho nuevos compañeros, pues el calificativo de amigo no se lo dedico a cualquiera, personas encantadoras y divertidas con las que, a pesar de no salir en el mismo plan que yo, me llevo bastante bien y me hacen sentir una más en clase aunque no me vean ni la mitad de tiempo que al resto.

He vivido experiencias nuevas y aunque no he podido hacer todo lo que me hubiera gustado, ha sido un estupendo año con muy buena compañía (algunas muy lejanas) y con un gran crecimiento personal para mí.

viernes, 19 de diciembre de 2014

"Quien quiero ser"


"Había estado luchando para pensar qué decir, así que dejé de pensar.
Estaba convencida que no sabía quien quería ser. Y luego, me dí cuenta de que la respuesta estaba a mi alrededor.
Quiero ser alguien que sea capaz de perdonar.
Quiero ser alguien que se preocupe más por los demás que por sí misma.
Quiero ser alguien que pueda decir las cosas como son.
Quiero ser alguien que pudiera abandonar todo por la razón correcta.
Quiero ser alguien que ve lo mejor en cada persona.
Quiero ser alguien que sea un verdadero amigo.
Quiero ser alguien que siempre trate de ser una persona mejor, y alguien que aprenda de sus errores.
Supongo que solo quiero ser alguien que tenga todas esas cosas para así finalmente poder ser esa chica que no necesita a un hombre para ser feliz porque sabría como bailar por mi cuenta."

Jenna Hamilton - La chica invisible (Awkward)

martes, 16 de diciembre de 2014

Las cosas claras y el chocolate espeso

Tras haber saboreado la libertad de hablar con quien sea de lo que sea sin que me preocupe lo que piensen los demás ni lo que puedan decir a mi espalda no quiero perderla. Esto no significa que antes no la tuviera solo que no me había percatado de ello o, mejor dicho, que no la he sabido aprovechar por la inseguridad en mi misma y la timidez. El estar con alguien no debería cambiar eso pero pienso que lo cambiaría, al menos en mi caso.

Durante un tiempo estuve dudando de mis sentimientos por alguien y el simple hecho de hablar con una persona del otro sexo o incluso de considerar la hipotética idea de que pudiera gustarle a algún otro chico de mi entorno con los que hablaba me hacía sentirme mal, horrible, como si le estuviera siendo infiel a la persona que estaba empezando a conocer, y recalco la palabra conocer porque eso era exactamente lo que estábamos haciendo, hablando para saber más el uno del otro.

Y ahora le tengo que dejar claro lo que siento, o para ser exactos lo que no siento por él, y noto un extraño peso en el pecho aunque se que debo aclarárselo lo antes posible para evitarle falsas ilusiones. A veces me pregunto qué problema tengo. Conozco a personas maravillosas a las que no soy capaz de corresponder. Es más, me empiezan a hablar y me gustan un poco pero conforme pasa el tiempo me van gustando menos como pareja y más como amigos.

Pero hay que dejar las cosas claras y cuanto antes para impedir heridas mayores.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Clarificación

Y una vez más la historia se repite. Puede que hoy no haya sido un buen día para ambos, o solo un día raro, pero se supone que las personas no te gustan un día sí y al otro no, y al siguiente te vuelve a gustar, sino que es algo continuo. Puede que me esté adelantando al concluir que ya tengo claros mis sentimientos, que ya se ha zanjado la cuestión y que podemos seguir con una amistad. Pero es lo que siento hoy.

Ninguna mala palabra, ningún gesto desagradable... En absoluto, sino todo lo contrario, es un chico simpático de muchas virtudes, con el que comparto los mismos ideales y mantenido conversaciones de varios temas. En resumen, una vez más, el problema soy yo.

No conscientemente, claro. No se elige quien te gusta y quien no. No se qué esperaba sentir cuando le viera pero desde luego no era eso. Se supone que cuando ves a la persona que te gusta te late el corazón más deprisa, sientes un cosquilleo, un nerviosismo en el estómago, o mariposas si lo prefieres llamar así, se dibuja una sonrisa en tu cara y no te quieres alejar de su lado... Llamadme peliculera, romántica o fantasiosa pero yo lo veo así.

Quiero sentir pasión, quiero sentir que necesito hablar con esa persona aunque sea un par de minutos al día, ver sus fotos y suspirar ensimismada, notarlo en mi cabeza (a pesar de que eso pueda llegar a ser molesto a veces), pensar que a pesar de sus imperfecciones es perfecto para mi, tener que esforzarme por concentrarme en lo que está diciendo por estar demasiado embobada en el movimiento de sus labios...
Se que no hay prisa, que ya llegará. Y que cuando llegue merecerá la pena la espera. Pero mientras tanto, quiero sentir todo eso y más.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Miedo al amor?

Amores platónicos, flechazos hacia chicos sin nombre, no dar un paso con temor a lo que pueda ocurrir... Ese es el resumen de mi vida amorosa, si es que se puede llamar así. En esta nueva, o tal vez no tan nueva, etapa de mi vida, decidí dejar de darle vueltas a la cabeza con el tema "chicos" y todo me está yendo bastante bien. De hecho, me he centrado tanto en solo divertirme con mis amigos y compañeros de clase e ignorar lo que los demás digan o piensen sobre mi que he captado la atención de alguien.

Alguien encantador, atento y al que solo he visto dos veces aunque hablamos todos los días. Alguien a quien, dependiendo del día o del momento del día, lo veo de una forma u otra. Alguien con quien me gusta hablar pero en el momento en el que se menciona volver a vernos me entra un pinchazo de miedo. Y yo me pregunto, ¿miedo a qué? ¿A que llegue a sentir por él algo más que simple amistad? ¿A que cuando me conozca más le deje de gustar? ¿A cómo nos puedan ver los demás juntos? ¿A enamorarme?

Soy una soñadora, una de esas personas que se imaginan más historias de las que vive, una chica con demasiados pájaros en la cabeza y eso ha hecho que más de una vez, y no solo en aspectos románticos, me haya llevado más de una decepción. Mi conclusión es que voy a seguir mi propio consejo de no darle vueltas a la cabeza y dejar que el tiempo transcurra. Lo que tenga que ser será, no hay prisa.

CAPÍTULO 12 - LA CARTA

Catherine había vuelto al piso de alquiler hacía una semana para asistir a las últimas clases que tenía antes de que le dieran varios días libres para que pudiera prepararse en condiciones los exámenes finales de la última semana de enero y la primera de febrero. Yo me había quedado en mi ciudad natal para que me pusieran el pie de carbono y, de paso, pasar más tiempo con mis padres.
Hacía unas horas que habían sustituido mi antiguo pie ortopédico por el nuevo y noté el cambio nada más apoyar la pierna en el suelo. Era mucho más flexible, más cómodo y amortiguaba mejor mis pisadas. Debía quedarme por el pueblo por si surgía algún problema con mi nueva pieza para así poder acudir a mi médico de forma más rápida.
Para estrenarlo había decidido ir a correr con mi padre. No me podía creer lo bajo en forma que me encontraba aunque mi padre estaba peor que yo. Pidió que descansáramos un momento y bebió de una fuente del parque. Coloqué mi pierna semi-robótica sobre un banco de madera y estiré el muslo. Mis músculos agradecían este ejercicio, se me estaba empezando a agarrotar el cuerpo.
- ¿Cuánto hacía que no corrias? - Le pregunté a mi padre.
- ¿Septiembre, octubre? Más o menos por esa fecha. - Se secó la boca con el dorso de la mano. - Ya se me empiezan a notar los años.
- Y los días petrificado en el sillón de casa. - Sonreí y estiré la otra pierna.
- Antes corría a menudo, no me perdía un día de carrera por mucho que lloviera o hiciera frío. - Movió el cuello y oí cómo le crujía. - Estoy perdiendo facultades.
- Yo antes podía correr durante una hora sin apenas sudar, ahora tengo suerte si consigo aguantar 45 minutos. - Tomé un sorbo de agua de la fuente. - ¿Seguimos? - Le pregunté a mi padre, que se secó el sudor de la frente y asintió.

Llegamos a casa tras una hora de carrera y otra de marcha, completamente sudados. El frescor del aire de mediados de enero había enfriado mi rostro y lo notaba tirante y pringoso.
- Ya no voy más a correr contigo. - Dijo mi padre mientras abría la puerta. - Madre mia, mañana no me voy a poder levantar de la cama. - Solté una carcajada y le di una palmadita en la espalda.
- Unas cuantas semanas más y te acostumbrarás. - Me miró.
- ¿Semanas? No creo que aguante tanto. - Negó con la cabeza aunque pude ver la sombra de una sonrisa en los labios.
- ¿Qué tal la caminata, chicos? - Preguntó mi madre con el cesto de la colada apoyado en la cintura.
- Agotadora. - Resumió mi padre.
- Pero gratificante. - Añadí. - Me lo agradecerás en un par de días, ya verás.
- Lo que tú digas, me voy a la ducha. - Dijo frotándose la parte baja de la espalda mientras subía los escalones.
- ¿Y la pierna? ¿Te ha dolido?
- Afortunadamente no, la media que me mandó la doctora es bastante cómoda y el pie nuevo se adapta a mi forma de correr como si fuera el mío propio. - Le respondí a mi madre.
- ¡Priscilla! ¿Dónde diantres has metido mi maquinilla de afeitar? - Gritó mi padre desde el primer piso.
- ¡Yo que sé, tú sabrás donde dejas tus cosas! - Respondió a voz en grito mi madre. Todavía seguían enfadados, o disgustados, como mi madre prefería decirlo, y yo seguía sin saber por qué. Se suponía que por algo que había hecho mi padre aunque me daba la sensación de que yo tenía algo que ver en el asunto.
- ¿Aún disgustados? - Curioseé.
- Si y como tu padre siga en las mismas voy a tener que intervenir. - Murmuró para sí. Entonces me miró con los ojos muy abiertos, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado más de lo que debía. - Olvídalo, hijo. ¿Cuándo vuelves a la gran ciudad? - Cambió de tema.
- Cuando Cath termine los exámenes, no quiero distraerla aunque me cuesta no tenerla cerca. ¿Tan pronto quieres perderme de vista? - Me hice el ofendido.
- ¿Cómo se te ocurre decir eso? Te quiero aquí a mi lado, y cuanto más cerca mejor. Solo preguntaba para saberlo.
- Ya lo sé, mamá. Estaba de broma. - Le pellizqué una de sus regordetas mejillas y le guiñé un ojo. Me dispuse a subir las escaleras.
- Pues ni se te ocurra pensar eso. - Me contestó muy seria y siguió con sus quehaceres.

Mis días desde que se había ido Catherine se resumían en echarla de menos, hablar apenas un par de horas con ella por teléfono, pasar tiempo con mis padres y ver a Jack cuando tenía algún hueco libre no ocupado por Isabelle. Estaba jugando con mi padre al baloncesto en la canasta que estaba colgada sobre el garaje, hice una pausa y entré en casa para saciar mi sed. Mi madre estaba sentada en la mesa de la cocina, moviendo pensativa su bolsita de manzanilla en la taza. La saludé al entrar y me serví una bebida energética.
- ¿Estás bien? - Le pregunté y ella asintió, sacando la bolsita. Se echó una cucharada de miel y removió el contenido haciendo girar la cuchara. No dejaba de moverla y miraba seria a la mesa, perdida en sus pensamientos. - Creo que la miel ya se ha disuelto. - Dije, miró la taza y dejó la cuchara en el pequeño plato sobre el que reposaba.
- Cariño, ¿te importaría traerme una rebeca del último cajón de mi cómoda? Me está entrando un poco de fresco.
- ¿Ahora? - Señalé al patio. - Es que estamos en mitad de un partido.
- Déjalo, no tengo tanto frío.
Volví junto a mi padre con una extraña sensación. Debería haberle hecho ese favor a mi madre, no me costaba nada. Bueno, en realidad, subir las escaleras era un reto para mi cada vez que lo hacía a pesar de tener mi nuevo juguete.
Terminamos de jugar y me dirigí a mi habitación a por ropa limpia para ducharme. Para llegar a la mía antes debía pasar por la de mis padres, la puerta estaba entornada. Me detuve en el pasillo, pensativo. Escuchaba a mis padres empezar, o mejor dicho, retomar una discusión en la planta baja pero, como en las otras ocasiones, no conseguía entender qué decían. Me colé en su dormitorio siguiendo mi intuición y sentí como si pisara un lugar sagrado. Solo entraba en esa habitación si era estrictamente necesario y esta era una de esas ocasiones.
Miré a mi alrededor y lo vi todo ordenado, con algunas fotografías en blanco y negro de familiares ya fallecidos y el crucifijo sobre la cama. Pensé en la petición de mi madre, el último cajón de la cómoda. Con la sensación de que estaba haciendo algo malo abrí el cajón y descubrí que ahí era donde mi padre guardaba sus camisetas de verano. ¿Y la rebeca que me había pedido mi madre? Siguiendo un impulso rebusqué entre sus prendas y encontré algo más, que crujió entre mis dedos. Un sobre blanquecino con la dirección de la casa y a mi nombre. Era fino y no se veía antiguo ni estropeado, parecía como si se hubiera recibido hacía poco tiempo. Y ya estaba abierto. Oí la voz de mi padre acercándose, cerré el cajón y me encerré en mi habitación sin que se diera cuenta.
Una vez allí escondí el sobre bajo la almohada y esperé a oirle bajar las escaleras para recuperarlo. Me senté en la cama y saqué su contenido. Era una carta formada por dos hojas. La leí:

Hola, Dean.

No se si me recuerdas pero soy Thomas Carter, periodista de investigación en Afganistán, ¿cómo va tu pierna? - Claro que me acordaba de él. Nos habíamos encontrado en el refugio oculto en el sótano de una casa tras las explosiones que me hicieron las quemaduras y me hirieron la pierna. Era el único que hablaba mi idioma y me explicó que no habían tenido más remedio que amputármela o sino la infección se hubiera extendido y hubiera muerto. No podría olvidar a ninguno de los supervivientes que habían estado allí refugiados conmigo. - Siento mucho decírtelo pero esta no es una carta de cortesía, Faheema me ha pedido que te haga llegar un mensaje y esta es la mejor forma que se me ha ocurrido ya que en este momento no dispongo de una conexión a internet en condiciones para encontrarte. - Faheema, la niña afgana que me salvó la vida llevándome hasta un lugar seguro tras las explosiones. - No me voy a andar más por las ramas, te traduzco palabra por palabra lo que ella te quería decir:

Dean, ¿me recuerdas? Yo a ti sí, y mucho. Espero que te vaya bien y muchas gracias por tu ayuda, ahora las explosiones no son mi principal problema aunque aun tengo pesadillas con mi hermano y contigo. - Tú también estás en mis pesadillas, pensé. - El primo de mi padre me quiere vender a un rico comerciante de Pakistán y no quiero ni pensar en lo que me van a obligar a hacer. Tiene fama de ser un hombre malo y he oido cosas de él que no me atrevo a repetir. No se cuándo me comprará, espero que te llegue este mensaje antes de que sea demasiado tarde.
Tengo miedo, Humayoon. - Significaba afortunado, así era como me solía llamar. No me cabía duda de que era ella. - Ayúdame, llévame contigo, sácame de aquí. Por favor, sálvame.

Las manos me temblaban y tuve que tomar aire para terminar de leer el contenido de la carta:

Por favor. - Repitió. - Si pudiste alejarme de las bombas, podrás alejarme también de ese horrible hombre. Que Alá te proteja.

Mi dirección está en el remitente. Ahora mismo no paso mucho tiempo allí pero no te preocupes, tengo una persona de fiar a cargo. Cuídate.

P.S.: Te dejo mi correo electrónico: mrcarter-thomas@email.com 
Thomas Carter

Me quedé mirando la carta, con un torbellino de sentimientos y pensamientos acumulándose en mi interior. Mi padre era el que la había ayudado, había conseguido encontrar a su familia y le había mandado con ellos, aunque ahora esa parecía haber resultado una pésima idea. Mi padre, quien había leido esta carta y la había escondido de mi. No me lo podía creer, la había leído y no había hecho nada ante las súplicas de esa pobre niña.
Me levanté bruscamente y encontré a mi padre sentado en su sillón de siempre viendo un concurso en la televisión.
- ¡¿Cómo se te ocurre?! - Le grité.
- ¿Perdona? - Me miró extrañado a la vez que molesto por mi tono.
 - ¿Quién te crees que eres para violar mi intimidad? - Agité la carta en el aire. - ¡No tienes derecho abrir cartas a mi nombre y mucho menos a esconderlas!
- ¿Cómo has encontrado eso? - Preguntó poniéndose en pie. - ¿Te lo ha dicho tu madre?
- ¿Eso es lo que te preocupa? ¿El cómo? A mi me importa más el por qué. ¿Por qué lo hiciste?
- Porque soy tu padre, es mi deber alejarte de todo lo que te pueda perjudicar.
- Esto es el grito de auxilio de una niña indefensa, - dije conteniendo la voz - ¿y no pensabas hacer nada? - Terminé alzándola de nuevo. - ¡Acudió a mi en busca de ayuda y yo ni siquiera sabía la existencia de esta carta! ¿Cuánto tiempo me la llevas ocultando?
- Dos meses. - Sentí como si me hubieran dado un patada en el estómago. Primero me quedé sin aire y luego vino el dolor.
- ¡¿Dos meses!? - Repetí. Mi madre apareció en el salón alertada por nuestros gritos.
- ¿Qué ocurre? - Preguntó. Me giré hacia ella, dolido.
- ¿Tú lo sabías durante todo ese tiempo y tampoco me dijiste nada? - Le enseñé la carta. Negó con la cabeza.
- Solo desde hace dos semanas, poco antes de tu cumpleaños. - Entonces entendí sus discusiones, el comportamiento extraño de mi madre, cuando dijo que tendría que intervenir si mi padre no cambiaba de idea, su petición de antes... Estaba tratando de que descubriera la carta por mi mismo sin que fuera demasiado evidente que me lo había dicho ella, y todo por temor a las represalias de mi padre.
Nos quedamos en silencio, los tres. Un silencio que se me hizo eterno pero que solo duró unos segundos. Me seguían temblando las manos, esta vez de rabia. Me volví hacia mi padre.
-¿Por eso querías pasar tiempo conmigo: los Tigres, salir a correr conmigo, el baloncesto...? ¿Para sentirte mejor contigo mismo? ¿Menos culpable?
- No, ¡no! - Distinguí un tenue destello de remordimiento en su mirada aunque su cabezonería siempre iba por delante. - Lo hice porque quería hacerte un gran regalo, uno que te gustara de verdad y te hiciera feliz. Y mereció la pena, esos ojos brillantes por la emoción y la alegría merecen todas las mentiras y trampas que tenga que hacer para que seas feliz.
- ¿Crees que soy feliz ahora? - Le pregunté, serio. Me di media vuelta y pasé junto a mi madre.
- Dean, por favor. - Murmuró. Cogí la chaqueta y salí de casa. - ¡No te vayas!
- ¡¿Adónde crees que vas, jovencito?! - Escuché la voz autoritaria de mi padre a mi espalda.
- ¡Lejos de vosotros! - Respondí sin girarme. Notaba la rabia en mi interior y caminé sin detenerme hasta llegar a casa de Catherine. Entonces recordé que no estaba allí. Me dirigí al parque que solíamos visitar ella y yo cuando empezamos a salir, aquel en el que le di la noticia de que me iba a la guerra. Estaba desierto, no hacía un buen día para que los niños juguetearan en la calle. La furia había desaparecido y ahora me sentía cansado y traicionado. Me senté en un banco refugiado del viento, los ojos me escocían por las lágrimas acumuladas y lloré. Lloré de rabia, de impotencia, de tristeza ante la situación de Faheema y de dolor ante las mentiras de mis padres.

Era bien entrada la noche, desde el patio trasero de mi casa veía las luces encendidas de la planta baja. Ya no me quedaban lágrimas que derramar, solo una firme determinación de que tenía que alejarme de allí y solucionar el problema de Faheema lo antes posible. Miré el árbol junto a la ventana de mi habitación por el que solía bajar y subir siendo niño. Ahora me era imposible debido a mi pierna así que tendría que entrar por la puerta, aunque fuera la trasera.
Abrí la puerta de la calle que daba a la cocina y entré con sigilo. Miré los malditos escalones con una mueca y los subí despacio, tratando de no hacer ruido. La madera crujió bajo mis pies y mi madre apareció corriendo con una expresión de alivio en su rostro.
- ¡Dean, has vuelto! - Me abrazó y me dejé. Me era muy difícil estar enfadado con ella, al fin y al cabo me había ayudado a encontrar la carta. Mi padre apareció a su espalda, muy serio. Le miré con todo el rencor, el dolor y la decepción que sentía hacia él.
- No estaré mucho por aquí así que no os acostumbréis. - Aparté a mi madre con suavidad y ascendí lo escalones que me quedaban para llegar al rellano. Me encerré en mi habitación e ignoré los intentos en vano de mi madre para que comiera algo. Catherine me llamó a la hora de siempre.
- ¡Hola, mi querido esposo! - Su voz me relajó y me hizo sentirme mejor. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
- ¿Nos hemos casado y no me he enterado? - Rió.
- Tan tontorrón como siempre. ¿Qué tal? - Mi sonrisa se borró.
- Esperando tu llamada. - Respondí eludiendo su pregunta. - ¿Cómo te ha ido el día?
- Fatal. - Ya éramos dos. - El estúpido del señor Shu... ¿Te acuerdas de él, el incordioso profesor que siempre nos está mandando callar, de ahí su mote, de la peor asignatura que tengo y al que le caigo mal?
- Como para olvidarlo. - Respondi.
- Pues me ha mandado a repetir el trabajo porque cree que es "superficial e infantil". - Casi podía verla hacer las comillas en el aire y poner los ojos en blanco. - Palabras textuales. Entonces, ahora, además de estudiar para todos los exámenes que tengo, tengo que empezar mi trabajo desde cero. Ya que lo tenía todo organizado, las horas que le tenía que dedicar a cada asignatura, los días para cada tema... Estoy agobiadísima, apenas tengo tiempo para comer, para dormir, ni para hablar contigo, ni siquiera para mi misma...
- Muy bonito, pones a la comida y a dormir por delante mia...
- Sabes que si no duermo bien no soy persona y que si tengo hambre no me puedo concentrar. - Lo sabía de sobra. Suspiré, la necesitaba a mi lado.
- Lo sé. - Hubo un silencio.
- ¿Me vas a contar ya lo que te pasa o tengo que hacerte un interrogatorio?
- ¿Por qué piensas que me pasa algo?
- Dean, por favor... Te conozco mejor que a mi misma. Cuéntame. - Tomé aire y comencé a relatarle, sin omitir detalle, todo lo ocurrido. Bueno, quizás omitiera que me puse a llorar como un niño pequeño en un solitario parque infantil, pero eso carecía de importancia. Tras una pausa dijo:
- Y yo que pensaba que repetir el trabajo del señor Shu era malo... - Solté una carcajada sin saber por qué.
- Te echo de menos. - Dije.
- Yo también. Ojalá estuvieras aquí, te abrazaría y no te soltaría nunca.
- ¿Nunca?
- Nunca. - Repitió.
- ¿Ni aunque tuviera que ir al baño? - La escuché reirse al otro lado de la línea.
- En ese caso haría una excepción. - Seguimos hablando hasta altas horas de la madrugada. Ella había decidido saltarse su autoimpuesta hora de dormir para hablar conmigo y se lo agradecía. Tanteamos varias formas de ayudar a Faheema pero no se nos ocurrió ninguna realmente útil.

David, mi compañero fallecido en batalla, me estaba diciendo algo pero no conseguía oirle. Estaba en mitad del desierto y una humadera de polvo me impedía verle bien. Llevaba su reloj de bolsillo con la inscripción Siempre contigo en el reverso sobresaliéndole del uniforme militar. No la dejes, leí sus labios. No la dejes, repitió. De repente, se convirtió en Faheema.
- Ayuda. - Pidió. Antes de que pudiera acercarme a ella un tipo con la cara tapada la cogió en brazos y se la llevó. Gritó, completamente pálida.
Me incorporé sobresaltado. Me sudaba todo el cuerpo y el corazón retumbaba en mis oídos. Había sido un sueño, solo eso. Parpadeé para acostumbrarme a la oscuridad y vi a David sentado en la silla de mi habitación, mirándome con gesto de desaprobación.
- No vas a poder salvarla al igual que no pudiste salvarme a mi.
Abrí los ojos conteniendo un grito. Di un respingo al ver una sombra alargada sobre la silla. Pestañeé con fuerza y suspiré aliviado al darme cuenta de que solo era un montón de ropa sucia. Apoyé la espalda en el cabecero de la cama y me froté la cara. Esta vez estaba despierto de verdad, me sequé el sudor de la frente y miré la oscuridad sumido en mis pensamientos.

martes, 25 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 11 - MI CUMPLEAÑOS

- Despierta, dormilón. - Me dijo mi madre en voz baja. Refunfuñé y me giré hacia el otro lado de la cama. Abrió la persiana lentamente. El sol brillaba e iluminó mi habitación como si fuera un foco alumbrando un escenario. Me cubrí la cabeza con la manta. - Tus tíos vendrán en una hora, así que te quiero en pie y listo para entonces. - Me destapó hasta la cintura y me dio un beso en la frente. - Felicidades, cariño.
- Gracias. - Murmuré con voz ronca. Cerró la puerta al salir de mi dormitorio y miré mi móvil. Solo habían pasado quince minutos desde el mediodía y ya tenía siete mensajes de felicitaciones, sin contar los de las redes sociales y los que recibiría durante el resto del día. Uno de ellos era de Catherine que, además de haberme felicitado nada más pasar la medianoche, me había vuelto a felicitar esta mañana: "Buenos días, cumpleañero. Ahora sí, ¡¡¡FELICIDADES!!! Ha llegado tu gran día, muchas, muchas, muchísiiiiiiiiiiiiimas felicidades. Me encargaré personalmente de que sea un día especial, aunque todos los días son especiales a tu lado. Te quiero y que no falte la canción repetitiva de los cumpleaños." Junto a este mensaje venía uno de audio en el que se oía a Catherine cantando, o más bien destrozando, la canción de Cumpleaños Feliz. Sonreí y leí el resto de los mensajes.
Me preparé y al bajar las escaleras me crucé con mi padre.
- ¡Feliz cumpleaños, hijo! - Nos abrazamos.
- Gracias, papá.
- Iba a subir a buscarte. - Dio media vuelta y bajó a mi lado. Odiaba tener que usar las escaleras con público, tardaba más que antes, aunque claro, había que tener en cuenta que una de mis rodillas había sido sustituida por un armatoste artificial... Y mi pantorrilla... Echaba de menos tener dos pantorrillas de carne y hueso, dos espinillas, dos pies... En fin, no era el mejor momento para ponerse nostálgico.
- Pues aquí estoy. - Se adaptó a mi paso. Mirándolo por el lado positivo, aún me quedaba la otra pierna, había visto cosas peores y personas que hubieran vendido su alma por estar en mi situación. - ¿Ya han llegado los primos?
- Todavía no, pero están de camino. - En el rellano nos cruzamos con mi madre, que llevaba un gran bol de ensaladilla cubierto por papel transparente.
- Bien, ya que estáis aquí, dejad esto en la mesa. - Nos ofreció el cuenco y lo cogí al ver que mi padre no lo hacía. Me pareció que le dirigió una mirada hostil a este antes de volver a la cocina. La noche anterior habían discutido, les había escuchado desde mi dormitorio aunque no había logrado entender lo que decían pues procuraron mantener la voz baja en los momentos clave.
Entré en el salón. Habían puesto una gran tabla de madera que hacía las veces de mesa sobre unos caballetes de madera y colocado el mantel y los cubiertos. Dejé el bol entre las dos copas que contenían las servilletas. Mi padre se sentó en su sillón y siguió viendo los resultados del sorteo de la lotería.
- Hay que ver, nunca toca nada. Eso es tongo. - Le dejé con su discusión con la televisión y me acerqué a mi madre, que estaba preparando el almuerzo.
- ¿Puedo ayudarte en algo? - Me ofrecí.
- Si pudieras ir haciendo unos sandwiches de atún con el pan de molde sería estupendo. - Me contestó mientras ella seguía preparando la sopa. Me senté en la pequeña mesa rectangular en la que solíamos almorzar y me puse a prepararlos.
- Mamá. - Hablé tras unos minutos en silencio.
- ¿Hmmm? - Preguntó sin dejar de trocear una zanahoria.
- ¿Va todo bien entre papá y tú? - Durante el tiempo que me habían dado por muerto se habían planteado el divorcio, pero cuando volví todo cambió y parecían haber hecho las paces, hasta ahora... Se detuvo un momento, sin mirarme.
- Claro, ¿por qué lo dices? - Continuó cortando ágilmente.
- Os escuché anoche. - Echó la zanahoria troceada a la olla y se volvió hacia mi.
- ¿Y qué escuchaste?
- Solo vuestras voces hablando en un volumen más alto de lo normal pero no entendí nada.
- Sí, discutimos. - Suspiró.
- ¿Por qué?
- Cosas de tu padre. - Sacudió la cabeza y apretó la mandíbula. Pocas veces había visto a mi madre enfadada así que debía de ser algo grave. - Pero tú no te preocupes, tu padre entrará en razón, ya lo verás.
- ¿Alguien me trae una cerveza? - Gritó el susodicho desde el salón. Mi madre suspiró.
- ¿Puedes ir tú, por favor? - Me pidió en un tono tan amable que no me pude negar.

Mis tíos de la granja entraron los primeros, seguidos de sus hijos: Tyler, un inquieto y escandaloso chico de cinco años, y Kira, responsable aunque inconformista, dos años mayor que yo. Se llevaban 19 años, una diferencia de edad bastante grande, seguramente un descuido por parte de los progenitores.
- ¡Primo Dean! - Dijo Tyler al verme. Le levanté y me lo eché al hombro, con la cabeza hacia abajo.
- Pero mira a quién tenemos aquí. - Se rió entre pataleos y le bajé.
- ¡Felicidades, viejo! Pero mi hermana es más vieja todavía. - Se burló señalándola con el dedo. Ella le miró entrecerrando los ojos y se acercó a paso rápido, él salió corriendo riéndose entre gritos.
- ¡Feliz cumpleaños, bichito! - Me saludó Kira con dos besos en las mejillas. - ¿Cómo estás?
- Muy bien, ¿y tú? - Ella fue la que insistió en que fuera a la verbena que se celebraba en el pueblo en la que conocí a Ashley. Fue muy comprensiva conmigo y me ayudó a adaptarme a la granja.
- Perfectamente. En febrero me voy a hacer las prácticas de medicina al extranjero. Es alucinante, ¿verdad? - Dijo emocionada. - Yo fuera del pueblo, ¡del país! - Sacudió la cabeza como si no se lo creyera. - A lo mejor incluso lo echo de menos. - Hizo una pausa. Soltó una carcajada y la imité.
- ¿Tú? ¿Echar de menos la granja? No lo creo... - Negué con la cabeza y le di un fuerte abrazo. - Enhorabuena, Kira.
Las hermanas pequeñas de mi madre no pudieron venir porque vivían a kilómetros de aqui y se habían llevado a mi abuelo con ellas, así que solo estábamos mis tíos y primos de la granja, mis padres, Catherine, que llegó media hora después que ellos, y yo. Nos sentamos a la mesa y soporté las preguntas sobre qué estaba haciendo actualmente y sobre lo que iba a hacer en el futuro con una educada expresión en mi rostro y respuestas escuetas. Mi prima y Catherine se llevaban bien, aunque solo se habían visto en contadas ocasiones, y Tyler me encantaba. Curiosamente, yo adoraba a los niños pequeños y Cath... bueno, digamos que los soportaba lo mejor que podía. Éramos una pareja inusual en ese sentido.
Tras el almuerzo, la tarta y los regalos, mi madre y mi tía se quedaron en la cocina charlando y fregando los cubiertos y platos mientras que mi padre y su hermano se quedaron embobados mirando la televisión con una gran copa de coñac en las manos. Eran tal para cual aunque la mentalidad de mi tío era bastante abierta teniendo en cuenta que vivía en una granja en un pueblo escondido entre dos colinas. Nosotros subimos a mi habitación y sacamos los juegos de mesa. Catherine y Kira nos ganaron a Tyler y a mi en un juego de adivinar la palabra que era con gestos.
- Vale, ¿a qué jugamos ahora? - Pregunté frotándome las manos. Mi prima consultó su móvil.
- ¿Qué os parece jugar al Quién es quién? - Comentó Catherine.
- Lo siento, mi novio está a punto de llegar. - Dijo.
- ¿Por qué no le dices que se quede? - Propuse.
- Él no es muy amante de estos juegos.
- Pues jugamos a otra cosa, ¿al twister?
- No se, tal vez otro día. - Se oyó un claxón y Kira, como impulsada por un resorte, miró por la ventana. - Es él. Me lo he pasado muy bien, chicos. - Se despidió de Catherine y de mi. - Ya nos veremos y felicidades de nuevo, Dean. - Se dirigió a su hermano. - Te veré en casa, pecoso.
Este le sacó la lengua. Salió de la habitación deprisa, con su largo cabello negro ondeando tras ella. Catherine miró por la ventana con curiosidad y yo hice lo mismo. Había un chico con una cazadora de cuero y vaqueros oscuros montado en una enorme moto, parecida a las que usaban en las carreras.
- ¡Menuda moto! - Se maravilló Catherine. Kira apareció y le dio un largo beso al tipo de cabellos claros que había debajo del casco. Tras ese intercambio de saliva, ella se colocó el suyo y se marcharon a toda velocidad. Crucé una mirada con Catherine y arqueé las cejas con una media sonrisa.
- Bueno, ¿y que hacemos ahora? - Pregunté. Ella volvió la cabeza hacia el niño de cinco años que había sobre mi cama toqueteando las cartas del juego que acabábamos de terminar. Me volví hacia él, casi se me había olvidado que seguía ahí.
- ¡No estaba haciendo trampas! - Escondió las manos detrás de la espalda y puso cara de inocencia, como si le fuéramos a regañar.
Tyler era incansable, habíamos jugado al parchís, a la oca e incluso al escondite con él y seguía queriendo más. Le adoraba pero quería pasar tiempo a solas con Catherine.
- ¿Puedo ver tu pierna otra vez? - Preguntó Tyler por cuarta vez. Me levanté la pernera del pantalón y puso la misma cara de fascinación que las veces anteriores. - ¡Cómo mola! - Exclamó.
Estabamos sentados en el suelo de mi habitación, con los pocos juguetes que conservaba y las cajas de los juegos de mesa tirados a nuestro alrededor. Catherine entró, había bajado a por algo de beber. Le dio a Tyler un zumo y me tendió mi refresco. Observé sus largas piernas enfundadas en unos pantalones rosa ajustados que realzaban su trasero. Me puso una mano en el hombro mientras se sentaba en el suelo junto a nosotros con las piernas cruzadas. Su blusa blanca era elegante y discreta aunque se le había bajado el escote al sentarse. Noté como ella también me recorría con la mirada, desde mis sencillos pantalones beige, subiendo por la camisa celeste con finas líneas verticales de un azul aun más claro, deteniéndose brevemente en mis labios, pasando por mis ojos, hoy verdosos, hasta mi cabello negro levantado en forma de una pequeña cresta. Reposó los dedos sobre mi muñeca, adornada por la pulsera de trenzas de cuero marrón que había visto en la feria de invierno. Catherine me la había comprado el mismo día en que fuimos, aprovechando un despiste por mi parte, y me la acababa de regalar, junto con Shot or Die II, la continuación del juego de tiros al que no paraba de jugar en el piso.
- Catherine, ¿tú has visto su pierna? - Tyler interrumpió nuestro mutuo análisis. Ella asintió. - ¿A que mola?
- Mola muchísimo. - Respondió.
- ¿Y mi otra pierna no mola? - Pregunté, levantándome la otra pernera.
- ¡Tyler, que nos vamos! - Gritó mi tía desde abajo.
- ¡Jo, yo quiero quedarme!
- ¡Tyler! ¡No me hagas subir! - Le reprendió. El niño protestó para si mismo pero aun así le obedeció. Nos miró.
- Ahora bajamos. - Le dije. El sentarme en el suelo había sido una mala idea, para levantarme lo tendría complicado y no quería que Tyler me viera así. Asintió y nos dejó al fin a solas. Catherine me acarició la pantorrilla de la pierna buena.
- A mi me molan tus dos piernas. - Comentó respondiendo a mi pregunta anterior. Sin apartar su mano de mi pantorrilla nos besamos por tercera vez en todo el día. - Me encantan tus... tu - se corrigió - pantorrilla, entre otras cosas claro. - Otro beso.
- ¿Ah, sí? - Dije entre beso y beso con una sonrisa. - ¿Como qué? - Puse una mano sobre su cadera.
- Debemos bajar. - Me recordó. Suspiré.
- Claro. - Se levantó con una envidiosa rapidez y me ofreció su ayuda sin pedírselo.
- ¿Vamos a mi casa dentro de un rato? - La miré alzando una ceja. Acepté su ayuda y me puse en pie. - Mi madre quiere felicitarte en persona. - Parecía como si fuera a añadir algo más. Se le escapó una sonrisa pícara. - Y después ha quedado con Roger así que...
- Estaríamos solos. - Terminé la frase por ella. Le abracé por la espalda mientras caminábamos por el pasillo y le besé en la coronilla. - Me parece una idea estupenda.

Llegamos a casa de Catherine, las luces estaban apagadas. Supuse que su madre estaría encerrada en su despacho, con sus importantes papeles del hotel, del cual era ya directora. Catherine metió las llaves en la cerradura de forma demasiado ruidosa y abrió la puerta. La casa estaba extrañamente silenciosa y oscura. Me llevó al salón.
- ¡Sorpresa! - Gritaron unas voces conocidas, poniéndose en pie. Se encendió la luz y pude reconocer sus caras: Jack, Isabelle, Anne, John, Charlotte, Rose y...
- ¿Ashley? - Pregunté extrañado. - Te imaginaba ya muy lejos.
- Ya os dije que no tenía tiempo para quedarme por aquí pero - miró a Catherine - tienes una novia muy convincente.
La miré y sonreí. Observé a los demás, me había quedado sin palabras. Algunos me estaban grabando con sus móviles, sentí que tenía que decir algo.
- No me lo esperaba. - Fue lo mejor que se ocurrió. Rieron y se acercaron a saludarme.
Me enteré que Catherine tenía pensado montar esta fiesta desde hacía semanas y que quiso conseguir el número de Ashley pero no le había sido posible así que le vino de perlas que ella apareciera como por arte de magia el día antes de mi cumpleaños, por eso tardaron tanto en el baño de la cafetería, estaban hablando de eso. Catherine lo había dejado todo listo para que Jack y los demás solo tuvieran que esconderse y esperar a que apareciera. Incluso había hecho una llamada mientras estaba en mi casa para asegurarse de que todo seguía en orden, aprovechado el momento en el que había ido a por las bebidas. Rose también estaba allí para felicitarme en persona, tal y como había dicho Catherine, y después se marchó con Roger.
Me dispuse a hacer las presentaciones pertinentes pero ya todos habían conocido a Ashley. Tomamos más tarta, más refrescos, cantamos canciones, nos hicimos fotos y bailamos al son de la música que había elegido Catherine para la fiesta, la mayoría canciones que me gustaban. Reimos sin parar y disfrutamos como niños pequeños en una piscina de bolas. Ashley y Anne parecían compartir gustos y hacían comentarios sobre series y actores de los que no tenía ni idea.
La noche llegó sin darnos cuenta y pedimos pizza para todos. Después de la cena, Ashley se tuvo que marchar, volvimos a jugar al Tabú y al cabo de un rato el resto la imitó.
- Nosotros nos vamos ya. - Se despidió John, señalando a Charlotte y a Anne. - ¡Felicidades! - Volvió a decirme con una sonrisa y los pulgares alzados.
- Gracias, tío. - Le respondí con otra sonrisa. Nos dimos la mano.
- Sí, nosotros también. - Secundó Jack. Me dio un apretón de manos acompañado por un abrazo. - ¡Enhorabuena! Oficialmente eres el más viejo de todos. - Se acercó a mi oido. - Me dio la impresión de que la madre de Catherine iba a tardar, y bastante, así que ya sabes... - Me guiñó un ojo y me dio una palmadita en la espalda. - ¡La noche es joven! - Alzó la voz y le di una suave colleja mientras sonreía.
Me despedi del resto y Catherine también. Jack fue el último en irse.
- ¡Pasadlo bien lo que queda de cumpleaños y no rompáis nada! - Dijo antes de salir.
- No te preocupes, si rompemos algo diremos que has sido tú. - Le guiñé un ojo y soltó una carcajada. Cerré la puerta y miré a Catherine, que sonrió negando con la cabeza.
- Este Jack nunca cambia. - Comentó y mantuvo su mirada en mis ojos, me besó y creía que iba a ir a más pero se detuvo. - Tengo que limpiar.
La seguí hasta el salón, donde empezó a recoger los cubiertos y platos de plástico. Le ayudé, pero al ver lo poco que habíamos ensuciado, me senté en el sofá y esperé a que pasara para recoger el vaso que había sobre la mesa de cristal frente a mi para agarrarle la muñeca con suavidad.
- No hay prisa, siéntate un rato conmigo. - Tiré de ella hacia mi y la hice sentarse a mi lado. Apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello y le acaricié el pelo.
- Hoy estás radiante, Dean. - Me miró y me acarició la mejilla.
- ¿En serio, brillo? - Miré mi cuerpo, fingiendo sorpresa. Se rió y me dio un golpecito en el pecho.
- No, tonto. Pero estás más guapo de lo normal, con esa sonrisa sincera y... no sé, a lo mejor sí que brillas un poco. - Rio de nuevo y solté una carcajada. Se volvió a apoyar en mí, me besó en el cuello y movió los dedos en círculo en mi pecho.
- Lo cierto es que me siento más o menos así. Estoy... - busqué la palabra adecuada. - feliz. - Dudé, sí, esa era la palabra que me definía en ese instante. - He pasado un inolvidable día rodeado de mi familia y mis amigos. Y la fiesta sorpresa me ha encantado, ni siquiera me lo había imaginado.
- Por eso es sorpresa. - Puntualizó Catherine.
- Definitivamente, es el mejor cumpleaños de todos. - Disfruté del olor a pizza que aun llenaba la casa, del calor y el tacto de mi novia a mi lado y de los recuerdos del día.
- Pues todavía te queda un regalo. - Murmuró al cabo de un rato. Me miró con picardía y nos besamos. Recorrió mi cuello con sus labios y mi torso con sus manos. Me quitó la camisa y desabrochó los botones de mi pantalón mientras bajaba por mi pecho dandome pequeños besos.

martes, 18 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 10 - VISITA SORPRESA

Escuché una vibración proveniente de mi móvil y me removí bajo las sábanas, aun somnoliento. Desde que me estaba tomando las pastillas que me había recetado la doctora había conseguido dormir sin interrupciones. Abrí los ojos y ví sobre la mesa escritorio, que estaba frente a mi cama, la camiseta enmarcada de Chris Meyers, mi jugador de baloncesto preferido de los Tigres. Bostecé y sonreí. La relación con mi padre estaba mejorando, incluso habíamos acordado ir a correr juntos, como en los viejos tiempos, cuando me pusieran el nuevo pie en la prótesis.
Estiré el brazo hacia la mesita de noche y alcancé el móvil con facilidad. Era un mensaje de Catherine: "Buenos días, pre-cumpleañero. Solo un día más y te podré felicitar en condiciones. Hoy es el último día que tendrás 21 años así que despídete de ellos, que ahora vienen los dos patitos." Había estado haciendo la cuenta atrás para mi cumpleaños desde hacía cinco días. A partir de pasado mañana, sus buenos días serían más tradicionales. Le respondí: "Buenos días a ti también, mi niña de los 19. En poco más de un mes te unirás al club de los veinte. Nos vemos esta tarde." Habíamos quedado para ir al cine.
Me levanté, hice mis ejercicios diarios y me di una ducha. Mientras me secaba el pelo con la toalla mi móvil sonó. Respondí sin mirar siquiera la pantalla.
- Buenos días, cariño. - Dije. Catherine me solía llamar tras su desayuno.
- ¿Cariño? - Preguntó una voz que no era la suya. - Vaya, Dean. No sabías que me veías de esa forma. - Me resultaba familiar pero no conseguía ponerle cara. - ¿Eso significa que me has echado de menos? - Rió. Esa risa era inconfundible.
- ¿Ashley? - Pregunté. Era la chica que conocí en el pueblo de mis tíos, la que me ayudó en esos momentos de baja autoestima y autodescubrimiento.
- La misma. - Respondió risueña, como siempre.
- Hace mucho que no hablamos. - Solíamos mantener el contacto por correo electrónico aunque últimamente apenas nos escribíamos. - ¿A qué se debe esta llamada?
- Lo preguntas como si fuera algo malo. Verás, estoy cerca de tu pequeña ciudad y había pensado en hacerte una visita. Se que es precipitado pero, ¿tienes planes para esta tarde? - Abrí la boca, dispuesto a negarlo pero recordé la quedada del cine con mi chica.
- Había quedado con Cath pero, ¿qué te parece mañana por la mañana?
- Lo siento, no puedo quedarme mucho tiempo por aquí. ¿Por qué no le dices que se venga y así la conozco? Será un honor conocer a la famosa Catherine. - Tal vez la hubiera mencionado unas cuantas veces delante suya o, seguramente, bastantes.
- Vale, se lo diré. ¿Dónde quedamos?
- Lo único que conozco del pueblo es una gran plaza frente a una iglesia.
- ¿Que tiene una estatua con tres mujeres en el centro? - Pregunté para asegurarme de que hablábamos del mismo lugar.
- Sí, creo que sí.
- De acuerdo, entonces allí a las ¿cinco?
- Perfecto. Nos vemos esta tarde.
- Hasta luego. - Colgué. Iba a dejar el móvil sobre la cama cuando volvió a sonar. Esta vez era Catherine.
- Cath, no te imaginas quién me acaba de llamar...

Hacía una fría tarde de principios de enero y soplé en mis manos enguantadas para entrar en calor. Catherine estaba a mi lado, con la bufanda que le había hecho mi madre y el cuello del abrigo subido. Llevaba los pendientes que le había comprado en la feria de invierno y yo el gorro gris que me había regalado por Navidad con los guantes a juego. Miré el reloj, ya casi eran las cinco. Busqué a mi alrededor, estaba nervioso por volverla a ver y a la vez deseando que la conociera Catherine. No le había hecho gracia que cancelara nuestros planes y los hubiera cambiado por otros sin consultarle antes pero había aceptado a acompañarme.
- Gracias por venir. - Le dije. - Otro día iremos al cine, te lo prometo.
- No te preocupes por eso. - Sacó las manos de los bolsillos y jugueteó con el botón de mi abrigo. - Estoy deseando conocerla, te ayudó mucho y lo menos que puedo hacer es darle las gracias en persona. - Me sonrió. Le di un beso en la frente y me di cuenta de lo fría que estaba.
- Estás helada. - La rodeé entre mis brazos y le froté la espalda para darle calor. - Se supone que el friolero aquí soy yo. - Ella era mi estufa personal, desprendía mucha calor, sobre todo cuando dormía, lo que era estupendo para las noches de invierno, y también para algunas frías de verano.
Nos quedamos un rato así hasta que vi una pequeña figura caminando hacia el centro de la plaza a paso ligero.
- Ahí está. - Catherine siguió mi mirada. Ashley llevaba un gorro de un mapache y sonrió al vernos. Nos separamos y fuimos a su encuentro.
- ¡Dean! - Me abrazó, su cabeza quedaba a la altura de mi pecho. - ¿Has crecido desde la última vez que te vi o siempre has sido así de alto? - Alzó la cabeza para mirarme y después se volvió hacia Catherine.
- Ashley, esta es...
- ¡Catherine! Ya se quién es. - Me cortó emocionada. - Encantada de conocerte en persona. - Le dio un abrazo y Cath me miró por encima de su hombro, sorprendida.
- Lo mismo digo, Ashley. Me encanta tu gorro, por cierto.
- Gracias y a mi tu bufanda. - Parecían haber congeniado.
- ¿Queréis tomar algo caliente? - Propuse. Las dos asintieron a la vez.

Fuimos a una cafetería cercana y pedimos tres tazas de humeante chocolate. Parecía que Catherine y ella se conocieran de toda la vida y que no había pasado más de un año desde que Ashley y yo nos habíamos visto por última vez en persona.
- ¿Os apetece una ración de churros para acompañar el chocolate? - Preguntó Catherine al rato. Asentimos. - Yo invito.
Antes de que pudiera contradecirla, se levantó y se acercó a la barra.
- Me encanta, es adorable. - Me comentó Ashley. - Y la forma en que os mirais... ¿Para cuándo la boda? - Bromeó.
- Todavía es pronto para pensar en eso.
- Pero ya estáis conviviendo juntos, eso es un gran paso.
- Olvidas que somos tres en el piso.
- Bueno, es más o menos lo mismo. - Le quitó importancia con un movimiento de mano.
- ¿Y con tu novio qué tal? - Dejó de soplar su taza y sonrió.
- Genial, estoy muy contenta con él. ¿Sabes qué? Vamos a ir a visitar el parque de atracciones de Harry Potter.
- ¿Sí? Eso es estupendo.
- Es fabuloso tener un novio al que le guste casi tanto Hogwarts como a mi.
- Me alegro por ti, Ashley.
 - Cuidado, que queman. - Avisó Catherine, dejando la bandeja con churros en la mesa.
Nos pusimos al día entre risas y el tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta. Fuera ya había oscurecido.
- Y además, me he apuntado en una asociación sobre cine y estamos empezando a grabar un corto. Estoy deseando que lo veáis.
- ¿Cuándo lo tendréis terminado? - Preguntó Catherine.
- Todavía no lo sabemos, supongo que en un par de meses. - Ashley miró su teléfono móvil. - ¡Vaya, qué tarde es! Me tengo que ir, pero antes... ¿Dónde están los servicios? - Miró a su alrededor y enseguida los localizó.
- Te acompaño. - Dijo Catherine dejándome solo en la mesa. Pagué los chocolates y las esperé de pie junto a la puerta de la cafetería.
Justo cuando calculaba las probabilidades que existían de que un agujero negro hubiera surgido de la nada y se las hubiera tragado, aparecieron.
- ¿Qué ha pasado? Pensaba que iba a tener que ir a buscaros.
- Había cola. - Contestó Ashley con rapidez. Catherine la miró.
- Sí, bastante. ¿Vamos? - Salimos de allí y acompañamos a Ashley hasta su coche.
- Ha sido una visita bastante corta. - Me quejé.
- Lo sé, pero por lo menos os he podido ver. Más os vale venir a visitarme algún día.
- Espero que la próxima vez que nos veamos no haya pasado tanto tiempo. - Le di un abrazo de despedida.
- Yo también. - Murmuró mientras Catherine se despedía de ella.
- Espero volver a verte pronto. - Dijo mi chica.
- No os prometo nada. - Ashley alzó las palmas de las manos y se subió al coche.
- Es encantadora, ahora entiendo por qué sois amigos. - Me confió Catherine mientras la veíamos desaparecer calle abajo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Salir de la zona de confort es duro, pero la mayoría de las veces merece la pena. Te das cuenta de hasta donde puedes llegar, de que eres capaz de hacer mucho más de lo que te imaginas y de lo que te atreves a imaginar.
Porque a veces solo basta con dar un pequeño paso y luego otro, y así sucesivamente hasta que te das cuenta de todo el camino que has recorrido y de que, aunque aun queda mucho por andar, has crecido como persona y aprendido a desenvolverte con lo que te rodea como nunca antes.
Que no importa lo que digan ni piensen los demás porque es tu vida. Eres libre de elegir donde quieres ir y de tomar tus propias decisiones a pesar de que haya ocasiones en las que no lo parezca.
Porque no puedes controlar las circunstancias que te rodean pero sí intentar sacar el máximo provecho de ellas.

martes, 11 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 9 - TIGRES VS HALCONES

Estas vacaciones de Navidad estaban siendo las mejores que tenía desde hacía mucho: cenas en familia sin que hubiera discusiones, reencuentros con familiares que apenas recordaba, salidas con amigos sin ningún altercado, una Nochevieja sin tener ningún encontronazo con Peter... Y para rematar, mi padre me había hecho un regalo anticipado de cumpleaños: dos entradas para ver a mi equipo preferido de baloncesto, que jugaban muy cerca del pueblo, solos padre e hijo. Hacía mucho que no pasábamos tiempo a solas y en parte me preocupaba, no quería que este momento de felicidad se estropeara nunca.
Pagamos para usar el aparcamiento del estadio y mi padre refunfuñó sobre el precio, también se quejó de las largas colas para comprar aperitivos para el partido y de cómo abusaban de los fans de los deportes para subir el coste de los productos. Tomé aire para aguantar los próximos 40 minutos que duraba el partido más los 10 de descanso escuchándolo blasfemar contra todo lo que se moviera, y sobre lo que no también.
Subimos la escalera para las gradas y me asombré de lo grande que era el interior. Hacía un buen día así que habían dejado abierto el techo y el sol calentó mi rostro. Nos sentamos lo más cerca que pudimos de la cancha y observé a mi alrededor maravillado. Los colores de los dos equipos se mezclaban, creando una combinación extraña que simbolizaba una amistosa rivalidad entre ambos. Los locutores ocupaban su sitio en lo más alto del estadio, tras unos gruesos cristales, con sus micrófonos a mano. Mi padre me dio una palmadita en la rodilla y me señaló la pista. Las mascotas ya estaban listas para animar el partido: Rufus, el tigre, y Skyred, el halcón.
- De pequeño te ponías triste cuando no veías a Rufus. ¿Te acuerdas? - Comentó. Negué con la cabeza. - Te gustaba más que ver a los jugadores, de hecho, creo que tienes una foto con él.
- Ah, si. - Me vino a la memoria una imagen de mi mismo con unos 10 años y una persona disfrazada de tigre gigante que me cogía en brazos. Mi sonrisa lo decía todo. - Recuerdo que  me dijo que podría hacer todo lo que quisiera si me lo proponía. - Lo que, ahora que lo pensaba, no era muy alentador que me lo dijera un tipo de a saber cuántos años vestido de animal. - Me pregunto si será el mismo tipo.
- Quién sabe, a lo mejor ha llegado muy lejos siguiendo su propio consejo. - Dijo. Me encogí de hombros.
Tras un breve y cálido recibimiento por parte de las animadoras, los equipos salieron a la cancha y calentaron durante unos minutos. Compartí opiniones sobre la destreza de los jugadores y el cambio de entrenador de este año con mi padre y me sorprendió darme cuenta de que teníamos más en común de lo que pensaba. Con una bocina se indicó el comienzo del partido, los Halcones consiguieron el balón y se acercaron a la canasta pero el nuevo fichaje de los Tigres, Robert Cousy, desvió el lanzamiento a canasta. Aplaudí.
- Te dije que era muy bueno. - Le recordé a mi padre.
- Esperemos que siga así toda la temporada. - Le dio un sorbo a su bebida.

Pasados los primeros 20 minutos de partido, llegó el descanso. Los Tigres iban empatados con los Halcones. Los jugadores descansaron y las animadoras salieron a la pista.
- Ahora vuelvo. - Se excusó mi padre. - ¿Quieres que te traiga algo?
- Sí, un perrito caliente, por favor. - Abrí la cartera y le tendí dinero pero lo rechazó.
- ¿Crees que te voy a dejar pagar? Yo invito. - Me puso una mano en el hombro y con la otra me revolvió el pelo. - Eres mi hijo, no lo olvides.
- Gracias, papá. - Asintió con la cabeza y se marchó. Hoy estaba de muy buen humor, ya podría estar todos los días así. Disfruté del espectáculo de las animadoras.
Miré el reloj, el descanso estaba a punto de terminar y mi padre aun no había vuelto. Me levanté, pensando en ir a buscarle pero le vi subir hacia las gradas con mi comida y una cerveza en las manos.
- Lo siento, hijo. Es que había mucha cola. - Ya me estaba empezando a preocupar.
- Un poco más y te pierdes el comienzo de la segunda parte. - Le dejé paso y se sentó a mi lado. Tenía una sonrisa extraña en el rostro, por no decir que el simple hecho de que estuviera sonriendo era raro de por sí.
El resto del partido estuvo muy reñido, se podía notar la tensión en el aire. Casi me atranganté con el perrito caliente cuando no pitaron falta a uno de los Halcones cuando estaba claro que lo era. Los Halcones iban ganando por muy poco y se notaba que los Tigres estaban en más baja forma que ellos, de lo que sacaban provecho. Pidieron tiempo muerto.
- Ven. - Dijo mi padre levantándose y se echó la pequeña mochila que llevaba consigo al hombro.
- ¿Qué? ¿Ahora? - Asintió. - ¿No podemos esperar a que termine el partido?
- No, tiene que ser ahora. - Me puse en pie a regañadientes y le seguí sin dejar de mirar la cancha. El tiempo muerto había acabado y estaban jugando de nuevo.
- ¿Dónde vamos? - Le pregunté mientras recorríamos los pasillos vacíos del interior del estadio, por esa parte no habíamos pasado antes.
- Es una sorpresa. - Nos detuvimos junto a una puerta cerrada que ponía "Solo personal autorizado" junto a unos tipos con pinta de trabajar allí. No se sorprendieron al vernos pero aun así no nos quitaban la vista de encima. Había una pantalla en la que se retransmitía el partido en directo y me quedé mirándola. No entendía por qué habíamos cambiado nuestro privilegiado sitio en las gradas para ver el final del partido en una fría pantalla, pero me alegraba que no me lo fuera a perder.
- ¡Sí! - Grité cuando los Tigres se pusieron por delante de los Halcones.
- Ahora solo tienen que pasar los 15 segundos que quedan de partido. - Murmuró mi padre, nervioso.
Los 15 segundos se alargaron como si fueran horas. El marcador de los Halcones subió, quedando tres puntos sobre mi equipo. Quedaban unicamente siete segundos y el locutor, aunque lo intentaba, no era objetivo, se notaba que estaba de parte de Los Tigres. Mi jugador favorito consiguió el balón, esquivó la defensa y se lo pasó al nuevo fichaje, Robert Cousy.
- Fantástico pase de Meyers. Cousy tiene el balón. - Habló el comentador. - Hace un juego de manos y se acerca a la canasta a paso rápido. - Cada vez estaba más alterado. - ¡Quedan dos segundos! Salta, lanza y... - El defensa de los Halcones desvió el tiro con su antebrazo izquierdo. - ¡No! El tiempo ha acabado. - Trató de recuperar la compostura. - Los Halcones ganan por tres puntos.
Me llevé las manos a la cabeza, el partido había finalizado y no había prórroga. Tanto los propios trabajadores como mi padre y yo nos quedamos en silencio, asimilando la derrota. Uno de ellos, que llevaba una chapa con los colores de los Tigres aplaudió.
- No importa, han jugado un gran partido. - Dijo asintiendo. Le seguimos los aplausos y se pudieron a hablar entre ellos.
- Todavía no me has dicho qué hacemos aquí. - Le recordé a mi padre cuando hubo pasado unos minutos.
- Espera y verás. - Observé los rostros de decepción de los seguidores de los Tigres y la alegría de los de los Halcones que captaba la cámara.
- Ya podéis pasar. - Dijo uno de los trabajadores tras hablar con otro hombre. Nos abrieron las puertas y cruzamos un pasillo débilmente iluminado y que olía a sudor. En mi mente se empezó a formar una idea de nuestro destino.
- ¿Qué...? - Pregunté. Mi padre me mandó a callar con un "shhh", se puso detrás mia y me colocó las manos sobre los hombros, empujándome hacia delante.
- No digas nada todavía.
El olor a sudor se hizo más fuerte al igual que un murmullo de voces masculinas. No podía ser, estaba en el vestuario de los Tigres, el entrenador había terminado su discurso de consolación y los jugadores se felicitaban entre ellos. El entrenador se nos acercó y saludó a mi padre.
- Muchas gracias por hacerme este favor, Lou. - Dijo mi progenitor.
- No hay de qué, lo que sea por un viejo amigo. - Respondió el tal Lou. Volvió su vista hacia mi. - ¡Cuánto has crecido, chico! No te veía desde que eras así. - Puso su mano a la altura de su cadera. - ¿No me recuerdas? Es normal, después de tanto tiempo y, además, no llevo mi antigua indumentaria.
- ¿Rufus? - Pregunté entrecerrando los ojos.
- ¡En efecto! O, por lo menos, uno de ellos. Te dije que podrías lograr todo lo que quisieras si te lo proponias, fíjate dónde he llegado yo. - Me quedé sin habla y él me dio una palmadita en el hombro, dejándome la mano allí mientras se volvía hacia su equipo. - ¡A ver, chicos! - Gritó sin que le hicieran mucho caso. - ¡Chicos! - Repitió y esta vez guardaron silencio. - Este es Dean, dentro de poco es su cumpleaños y, ya que es un gran fan de los Tigres desde que era pequeño, ¿qué mejor regalo que estar en el vestuario de su equipo preferido?
Era subrealista, todos esos jugadores que tantas veces había visto por la televisión estaban mirándome curiosos, esperando que dijera algo.
- He visto todos vuestros partidos. Tengo que decir que os admiro, vosotros me motivásteis a empezar en baloncesto y llevo vuestros colores con orgullo. - Me toqué la bufanda amarilla y azul que llevaba alrededor del cuello. - Y hoy puedo confirmar que sigo orgulloso de mi equipo. Ha sido un partido duro y reñido pero, aunque hayamos perdido, puedo salir de aquí con la cabeza bien alta y decir: "Hemos luchado hasta el final para conseguirlo."
Se hizo un silencio y unos tímidos aplausos sorprendidos.
- ¡Eh, Lou! Al chico se le da mejor dar discursos que a ti. - Dijo Robert Cousy y los demás rieron. La mayoría se levantaron y me dieron la mano.
- Es un placer conocer fans como tú. Hay otros que solo nos apoyan cuando ganamos. - Me confió mi jugador favorito, Chris Meyers. Me abrazó y me dio una palmada en la espalda.
- Esos no son auténticos fans. - Murmuré, sin creer que estaba realmente hablando con Chris Meyers. - El placer es mio. ¿Podrías firmarme la camiseta? - Le pregunté con temor a oir una respuesta negativa.
- No, haré algo mejor. - Se quitó la camiseta y me la entregó.
- ¿En serio? - Asintió.
- Iba a jubilarla de todas formas así que me gustaría que la tuvieras.
- Gracias. - Dije con la voz rota de la emoción. - Gracias. - Repetí más alto.
Me hice un par de fotos con los jugadores y con el entrenador, mi padre también salía en ellas. Y antes de poder hacer o decir nada más, el manager nos echó de allí, diciendo que los jugadores tenían que descansar y prepararse para la prensa. No importaba que el tiempo que hubiera estado allí hubiera sido poco, había merecido la pena.
Seguía en shock y no podía apartar los ojos de la camiseta de Chris Meyer con el número 12 en la espalda que tenía en mis manos. Miré a mi padre, que observaba detenidamente la expresión de mi rostro con una sonrisa satisfecha.
- Gracias, muchas gracias, papá. - Le abracé y respondió a mi abrazo con calidez y fuerza.
- Feliz cumpleaños, Dean. - Seguía sin soltarle.
- El mejor de todos, estoy seguro. - Traté de calmarme aunque seguía con una gran sonrisa en mis labios.
- ¿Más que esa vez que te llevamos a DisneyLand? - Caminamos para la salida con lentitud.
- Mucho más. - Afirmé sin dudar.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El poder de la imaginación

Desde siempre he tenido una imaginación poderosa, y con eso no me quiero referir a inventar historias, sino a situaciones de la vida real. Hablar con alguien (o incluso sin hablar, solo con verle) y haberte una idea de esa persona que no corresponde con la realidad. Te recuerdas a ti misma que ya sabías que le estabas "idealizando", que la persona con la que estabas hablando a través de la pantalla no era exactamente la misma que con la que hablas en carne y hueso.

Lo sabías. Pero no puedes evitar retomar la fantasía de esa persona de tu mente porque es más fácil y bonita que la realidad. Porque vemos a los demás como queremos verlos. Porque la mente es mucho más poderosa de lo que creemos. Porque, a pesar de no sentir nada por él, te decepciona sin saberlo y sin ser culpable de ello.

Todo estaba muy claro desde un principio pero, de nuevo, vuelvo a caer en la misma trampa creada por mí misma. Esta vez, al menos, la caía no fue desde un noveno piso sino desde un par de escalones.

martes, 4 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 8 - LA FERIA

Me pasé los dedos por las cejas para peinármelas y me coloqué la chaqueta sobre el polo blanco. Escuché la bocina de un coche y me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón vaquero. Me despedí rápidamente de mis padres y fui hacia el coche de Jack, Isabelle estaba en el asiento del copiloto. Íbamos a la feria de invierno que habían montado durante tres días en nuestra pequeña ciudad.
- Hola. - Saludé al abrir la puerta. Me senté y tuve que ayudarme con las manos para meter la pierna en el vehículo.
- Hola. - Me respondieron a la vez. Me coloqué el cinturón.
- ¿Cómo te va todo, Isabelle? - Pregunté mientras nos poníamos en marcha.
- Muy bien aunque el mes que viene tengo los exámenes del primer cuatrimestre y, a decir verdad, tendría que haber empezado a estudiar ya.
- Me imagino que el empalagoso de tu novio tendrá algo que ver en eso de no haber podido estudiar. - Jack me fulminó con la mirada a través del espejo retrovisor.
- Oye, a mi no me eches la culpa, es ella la que no se concentra conmigo alrededor.
- Claro. Además, tú también deberías estar estudiando. - Le recordé.
- A lo mejor es ella la que no me deja estudiar a mi y no al contrario.
- Pero bueno, ¿quién es el que siempre me está proponiendo planes cuando me decido a coger los apuntes? - Dijo Isabelle.
- ¿Y quién los acepta? - Preguntó a su vez Jack, medio sonriendo.
- ¡Niños, tranquilidad! - Hice de intermediario como si fuera el padre del grupo. - Los dos tenéis razón.
- Eso no me vale. - Murmuró Jack aun sonriendo. Nos detuvimos en casa de Catherine y sali del coche. Me dirigí al porche mientras un elegante automóvil aparcaba detrás del de Jack, de él se bajó un tipo con traje de chaqueta, un refinado abrigo y mocasines. Subí los escalones con cuidado y llamé a la puerta. El hombre de los mocasines se puso a mi lado, esperando con las manos entrelazadas delante de su cuerpo. Yo iba en deportivas y vaqueros, con una camiseta interior bajo el polo blanco para no pasar frío.
- Buenas noches. - Me saludó.
- Buenas noches. - Respondí educadamente. Le eché un vistazo rápido, por la descripción que me había dado Catherine ese tenía que ser el amigo especial de su madre.
- Tú debes de ser Dean, el novio de la hija de Rose. - Se me adelantó.
- Exacto. - Le confirmé.
- Mi nombre es Roger Cross. - Le estreché la mano.
- Encantado. - Catherine abrió la puerta. Estaba preciosa con ese vestido gris de manga corta que tenía pensado ponerse desde hacía semanas y su corto cabello ondulado, con un brillante adorno sujetándole un mechón rebelde que solía caer sobre su mejilla derecha.
- ¡Hola! Vaya, estáis los dos aquí. - Nos sonrió. - Veo que ya os habéis presentado. - Se hizo a un lado. - Pasad, por favor, no os quedéis en la puerta. - Le obedecimos. El vestido resaltaba sutilmente sus curvas y le marcaba el trasero. - Mi madre bajará enseguida. ¿Queréis tomar algo?
- No, gracias. - Respondimos a la vez. Catherine me dio un pudoroso beso en la mejilla.
- ¿Cómo fue la jornada de puertas abiertas? - Le preguntó a Roger. Él era agente inmobiliario, su madre y él se conocieron cuando fue a dar una charla al hotel donde ella trabaja.
- Un éxito. Fue muy buena la idea de poner marcos digitales por la casa con varios ejemplos de cómo podían decorar y aprovechar todo ese espacio. ¿Has pensado en dedicarte a la venta de casas?
- Lo cierto es que no. No se me da demasiado bien eso de vender.
- ¿Y tú, Dean?
- La verdad es que nunca lo había pensado. - Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me tendió una tarjeta.
- Pues si lo piensas y estás interesado, aquí tienes mi número.
- Gracias. - Murmuré. Hasta su tarjeta personal era elegante y sencilla.
- Ahí está. - Dijo Catherine con orgullo, seguí su mirada. Una irreconocible Rose bajaba por las escaleras. Llevaba un vestido azul marino manga al codo con suaves estampados, se había recogido el cabello en un moño e iba más maquillada de lo que solía ir.
- Buenas noches, Roger, Dean.
- Estás preciosa, Rose, más que de costumbre. - Le halagó Roger.
- Estoy de acuerdo con él, señora, está deslumbrante. - Ella sonrió y se sonrojó ligeramente. En ese momento me recordó a Catherine.
- Muchas gracias a los dos, sois muy amables.
- Nosotros ya nos vamos, nos están esperando. - Comentó Catherine mientras cogía su abrigo. Se escuchó un claxon confirmando su frase. - Ese debe de ser Jack.
- De acuerdo, pasadlo bien. Nosotros saldremos ahora, el tiempo de coger mi bolso y el abrigo. - Dijo la madre de Cath.
- Un placer conocerle, señor Cross. - Le estreché la mano de nuevo.
- Puedes llamarme Roger y lo mismo digo. - Me sonrió dándome un cálido apretón. Catherine se despidió también y salimos.
- ¿Qué te ha parecido? - Me susurró Catherine mientras bajamos las escaleras de la entrada.
- Parece un buen tipo, me da buenas vibraciones. - Asintió.
- A mi también, espero que así sea. - Entramos en el coche.
- Hombre, por fin apareceis. Pensaba que no íbais a salir nunca de esa casa. - Protestó Jack sin estar molesto realmente.
- Vamos, seguro que habéis sabido aprovechar ese tiempo. - Repliqué sonriente. Jack se volvió hacia mi, con rostro inexpresivo.
- En serio, ¿me estás espiando? - Solté una carcajada y Jack se rió. Arrancó el coche y Catherine me besó.
- No te había podido saludar en condiciones. - Explicó.
- No te hace falta excusas para besarme. - Le dije y esta vez el que la besó fui yo.
- ¡Eh, parejita! ¿Qué estáis haciendo ahí atrás? - Nos interrumpió Jack. - En mi coche no, ¿eh?
Nos sonreimos y nos tomamos de la mano. Hicimos la última parada para recoger a Anne antes de llegar a la feria. Catherine se bajó y llamó a la puerta de su casa. Cuando salió se abrazaron calurosamente y empezaron a hablar. Se dirigieron al coche agarradas del brazo.
- Buenas noches, grupo. - Saludó Anne. Catherine se sentó entre Anne y yo.
- ¿Qué tal, Dean? - Extendió la mano para saludarme y se la estreché con delicadeza.
- Bien, ¿y tú?
- No puedo quejarme. - Me dedicó una leve sonrisa, sin que esta se viera reflejada en sus ojos. Catherine le apretó el brazo con suavidad. Aun estaba algo afectada por su ruptura con Darren pero parecía estar superándolo.

Habíamos quedado en encontrarnos con John y Charlotte en la entrada de la feria de invierno. Les saludamos.
- ¿Llevais mucho tiempo esperando? - Llegábamos quince minutos más tarde de la hora acordada.
- No, unos cinco minutos o así. - Respondió John quitándole importancia.
Caminamos lentamente por la feria. La noche era fresca pero no hacía viento y el cielo estaba despejado. Había puestos de ropa, complementos, comidas y bebidas a ambos lados, un par de tómbolas y puestos de tiros, dos de algodón de azúcar y buñuelos, unas cuantas atracciones para los más pequeños y una noria de brillantes colores. Las chicas se paraban en cada puesto mirando pulseras o bolsos, o cualquier cosa que pudieran llevar colgadas mientras que nosotros nos quedábamos esperándolas fuera.
Entramos en un tenderete con camisetas de grupos de música, series y películas y con pulseras y carteras de hombre. En esta ocasión tanto nosotros como ellas nos quedamos un rato en ese puesto. Me quedé mirando una pulsera trenzada marrón.
- ¿Te gusta? - Le pregunté a Catherine quien se encogió de hombros. Me la probé por encima, no quedaba mal pero ¿qué hacía yo con una pulsera? La dejé en su sitio y Catherine me hizo una señal con la cabeza para que me pusiera en marcha, el grupo ya estaba en otro puesto.
Al final me compré una carcasa para el móvil y me fijé en unos pendientes que le habían gustado a Catherine para regalárselos por Navidad, me pasaría al día siguiente a comprárselos. Las chicas lideraban la marcha, con nosotros tres detrás, de vez en cuando nos íbamos cambiando de sitio, con cortas charlas entre unos y otros. Aproveché un momento que John estaba delante con las chicas para preguntarle a Jack:
- Oye, lo que me contaste el otro día, lo del pelo tieso. - Le recordé. - No retomamos el tema. ¿Tienes ese problema?
- Solo fue una vez pero ya está solucionado, creo que fue la tensión del momento. Estaba más distraido pensando que alguien podía entrar en cualquier momento por la puerta que en lo que me debía concentrar. - Le di una palmadita en la espalda.
- Me alegra oir eso.
- Gracias por seguirme el rollo cuando apareció mi hermana.
- No hay de qué, fue divertido.
- A mi no me lo pareció. - Dijo ladeando la cabeza. Escuché un estallido y me sobresalté. Me agaché y tiré de Jack hacia abajo, habían sonado como disparos. Me volví hacia el sonido, solo eran unos globos siendo explotados por unos dardos en uno de los puestos de tiro. Me puse en pie ante la atenta mirada de Jack y de unas cuantas personas más. Ningún otro miembro del grupo se había dado cuenta de mi vergonzoso desliz.
- ¿Estás bien? - Me preguntó Jack, poniéndome una mano en el hombro. - Solo son globos.
- Sí, es que me ha pillado desprevenido. - Todavía me estaba recuperando del susto cuando tras un pequeño silencio volvió a hablar.
- Oye, no me has contado cómo es vuestra compañera de piso. - Me quedé pensativo un momento.
- Es morena, con flequillo, más o menos igual que Catherine de alta, pechugona y le gustan las cosas de Japón y de ese estilo.
- ¿Has dicho pechugona? - Estaba seguro de que eso era lo único con lo que se había quedado. Asentí. - Anda, que tienes que estar en la gloria rodeado de mujeres. - Me dio con el codo en las costillas con una sonrisita.
- Lo dices como si viviera en un harén, además, para mi la única mujer que me vale es Catherine. - Aclaré. Él afirmó con la cabeza, probablemente pensando en Isabelle.
Nos paramos en un puesto de comida y pedimos unas baguettes y refrescos. Juntamos dos mesas y nos sentamos. Me froté las sienes, aun preocupado por mi arrebato anterior. Miré a la derecha siguiendo un impulso y vi a Peter sentado a un par de mesas de nosotros con dos chicos más. Él también me había visto y nos sostuvimos la mirada. En el fondo no le guardaba rencor, se había metido con mi chica y yo por poco le había roto la nariz, se podía decir que estábamos en paz. Lo cierto era que le echaba de menos, habíamos sido amigos cercanos desde hacía mucho, casi tanto como con Jack. Me apené al darme cuenta de que ya no era posible que recuperásemos nuestra amistad. Miré a Catherine, parecía absorta en la conversación que mantenía con Anne, John e Isabelle.
Casi habíamos terminado de comer cuando Jack me dio un ligero codazo.
- No mires pero allí está Peter. - Me lo señaló con la cabeza discretamente. Tan observador como de costumbre.
- Lo sé, le he visto al sentarnos. - Contesté con indiferencia, dándole el último mordisco a mi bocadillo. Por el rabillo del ojo vi a Peter levantarse.
- Le voy a saludar. - Asentí, ya le había dicho que no tenía por qué dejar de hablarle por mi culpa. Cuando pasó por nuestro lado, Jack se puso de pie y le estrechó la mano. Noté la mirada sorprendida de Catherine puesta en mi tras verle, observando mi reacción.
- ¿Qué hay, Jack? - Saludó Peter, nos miró a los presentes, deteniendo su vista en mi. - Dean.
- Peter. - Dije sin moverme de la silla. A simple vista su nariz parecía la de siempre pero si te fijabas bien se podía ver que el tabique seguía una ligera curva hacia la izquierda. - Te veo bien.
Como si acabara de recordar nuestro último encuentro, se llevó la mano a la nariz, apartándola en cuanto se dio cuenta de lo que hacía.
- Podría decir lo mismo. - Miró a Catherine. - Bueno, os dejo con vuestra compañía habitual. - Murmuró como si fuera algo malo. Aferré las manos con fuerza al reposabrazos de la silla, controlándome para no montar un numerito. Tras su marcha hubo un silencio incómodo. Inspiré hondo tres veces y conseguí relajarme.
- ¿A alguien más le parece que estas baguettes están deliciosas? - Comentó Charlotte, tratando de romper el hielo que se había formado en un momento.
- La verdad es que sí, son las mejores que he probado desde hacía mucho. - Continuó Jack. La conversación se alargó y cada uno aportó su comentario sobre la comida.

Retomando nuestro recorrido por la feria, nos detuvimos esta vez en una barraca de tiro al blanco. Había tres escopetas, cada una con su correspondiente munición de perdigones y sus ocho blancos frente a ellas, estos tenían forma de bolos y eran amarillos. Las chicas estaban comentando qué peluche les gustaba más mientras John le pagaba al feriante y preparaba su arma.
- Nueve tiros. - Le informó.
- Fijaos en la serpiente gigante azul. - Dijo Anne.
- A mi me encanta la ardilla. - Opinó Isabelle.
- Mirad el elefantito gris de la esquina. Es monísimo. - Comentó Catherine. Se hizo el silencio cuando John se acomodó la escopeta en el brazo y empezó a disparar. Derribó seis de ocho.
- Maldita sea. - Murmuró para sí mismo.
- Yo te conseguiré tu ardillita, Izzy. - Afirmó Jack dirigiéndose a Isabelle. Solo consiguió tirar dos. - Tal vez la próxima. ¿Vas a intentarlo, Dean? - Me ofreció el arma y la miré con recelo. Había usado demasiadas armas en estos años, armas reales y dañinas, y desde el incidente no había vuelto a coger ninguna.
La acepté y la sentí ligera en mis manos, señal de que no contenía balas ni pólvora. Observé que tenía el cañón sutilmente desviado y me acostumbré a su tacto. Una vez rellena con su inofensiva munición, me la coloqué en posición y apunté teniendo en cuenta el ángulo de desviación. Primer bolo derribado, el segundo también. Cada vez estaba más cómodo con ellla, sentía como si me hubiera vuelto a encontrar con un viejo amigo.
- Uno más y me superas. - Comentó Jack.
Tercero y cuarto objetivo abatidos. Buen trabajo soldado, dijo mi superior. Disparé. El quinto objetivo cayó al suelo como si fuera un cuerpo inerte en la arena del desierto. El sexto sucumbió a mi certero tiro y su sangre se desparramó a su alrededor, sin embargo seguía vivo y alzó su arma contra mi, apreté el gatillo sin vacilar y se desplomó sobre su espalda. Me pareció oir gritos y más disparos y una neblina gris me impedía la visión.
- ¿Dean? - Escuché la voz de Catherine tensa a lo lejos. Cerré los ojos y tomé aire. No estás de servicio, estás en la vida civil, donde no hay muertos por donde vayas, ni bombas, ni tiroteos, me dije a mi mismo. Me lo repetí unas cuantas veces más y bajé el arma. Abrí los ojos aun confuso.
- ¿Estás bien, chico? - Preguntó el feriante. Asentí. - Te quedan dos tiros.
Tomé aire. Me acomodé la escopeta de perdigones una vez más y tiré los dos bolos que quedaban en pie. Dejé el arma en su sitio y apoyé las manos sobre el mostrador para que no se me notara el temblor. Me volví hacia Catherine que me miraba preocupada.
- ¿Qué peluche quieres? - Le pregunté. Sacudió la cabeza, demasiado desconcertada para responderme. Me dirigí al feriante. - Deme el elefante de la esquina, por favor.
- Enhorabuena. - Me felicitó mientras me daba el peluche.
- Gracias. - Se lo di a Catherine que lo acogió con cariño entre sus brazos.
- Como no, si yo también hubiera ido a las prácticas de tiro con el ejército hubiera derribado todos los bolos. - Dijo Jack.
- Admítelo Jack, no tienes buena puntería. - Le piqué, fingiendo normalidad.
- Ahora vas a ver. - Volvió al mostrador, pagó y cogió la escopeta. En esta ocasión derribó cuatro.
- Bueno, vas mejorando. - Le di una palmadita en la espalda. - Sigue así. - Solté una carcajada ocultando mi inquietud.
- Y sigues con la guasa. Me vas a tener que enseñar a disparar.
- Ya veremos... - Respondí esquivo. La idea de volver a coger un arma y revivir esos momentos no me atraía en absoluto.
Continuamos andando y Catherine se puso a mi lado. Me agarró del brazo y aminoramos la marcha mientras dejamos que los demás nos sacaran ventaja.
- ¿Estás bien? Tenías una mirada extraña mientras tirabas.
- Sí, claro. - Arqueó una ceja, incrédula. Desvié mi vista hacia el frente mientras caminábamos. - Es solo que... me han venido recuerdos de la guerra. No te preocupes.
- ¿Cómo quieres que no me preocupe? - Controló su tono. - ¿Eso es normal? ¿Te pasa a menudo? - Negué con la cabeza.
- No, no me ocurría desde que volví de Afganistán. Tardó más de un mes en quitárseme.
- ¿Por qué no me lo contaste en su momento? - Me encogí de hombros.
- No era importante, es común entre los veteranos de guerra, un síntoma de estrés postraumático, igual que las pesadillas. - Que habían disminuido notablemente desde que me estaba tomando las nuevas pastillas. - Y antes me había parecido escuchar disparos cuando solo era un globo explotando.
- ¿Cómo conseguiste que se te pasara?
- Con ayuda de mi psicólogo, los medicamentos y creo que el paso del tiempo también ayudó. - Me cogió de la mano y me hizo detenerme.
- Por eso te fuiste al pueblo con tus tíos. - Asentí, ese era uno de los motivos. - Me gustaría que me hubieras dejado ayudarte.
- Lo sé. - Le miré a los ojos. - Te prometo que si necesito desahogarme o hablar del tema, serás la primera persona a la que acuda.
- Eso espero. - Nos abrazamos aunque el elefante se interpuso entre nosotros. Catherine lo miró y acarició su suave superficie. - No tendrías por qué haber seguido jugando solo para conseguírmelo.
- ¿No te gustaba el elefante? ¿Hubieras querido otro peluche? - Alcanzamos al resto del grupo y le pasé el brazo por los hombros.
- No, este está bien, pero no merecía la pena que lo pasaras mal para que lo tuviera.
- Pero, ¿te gusta? - Sonrió, eso era lo que quería.
- Sí, pesado. Me encanta el elefante, es adorable. Mira que orejitas más monas. - Las movió.
- Y grandes. - Puntualizó Anne, volviéndose hacia nosotros.
- Y tiene los ojos azules. - Señaló Jack, mirando el peluche y luego a mi. - Creo que ya se por qué te gusta ese peluche.
- ¿Estás diciendo que me parezco a un elefante? - Se encogió de hombros. Me dirigí a Catherine. - ¿El elefante te recuerda a mi?
- No lo sé, no lo había pensado. - Observó el peluche. - Simplemente me gustaba, aunque ahora que lo decís sí que os dais un aire. - Se rió y le miré entrecerrando los ojos.
- ¿Ah, sí? - Le intenté hacer cosquillas pero se alejó de mi, le agarré por la cintura desde la espalda y di una vuelta con ella entre mis brazos. Volvió a reír y yo con ella. - Te quiero. - Dije solo para ella. Sonrió y nos besamos.

Habíamos dado varias vueltas al recinto ferial y solo nos quedaba una cosa por hacer.
- ¿Nos montamos en la noria? - Propuso Isabelle posando la mirada en todos pero centrándose más en Jack.
- Sí, vamos. - Respondió John enseguida.
- ¿Sabeis? - Comentó Charlotte. - Nunca me he subido a una noria. La veo muy romántica y no había tenido nadie para compartir ese momento, hasta ahora. - Le dedicó una mirada significativa a John. Se oyó un "oh, que bonito" proveniente de Anne y Catherine.
- ¿Y vosotros que decís? - Nos preguntó Isabelle mientras nos dirigíamos hacia la atracción.
- Las alturas no son lo mío. - Respondió Jack. - Pero por ti haré una excepción. - Añadió tras ver la mirada de decepción en sus ojos.
- No tienes por qué hacerlo. - Aclaró Isabelle.
- Lo se, pero quiero. - Se besaron y se escuchó otro "oh", esta vez solo de Catherine, apoyó su mejilla contra mi brazo.
- ¿Y el resto? - Retomó la pregunta John. Catherine se puso recta.
- Yo creo que paso. - Le miré extrañado, ella compartía la misma idea romántica de la noria que Charlotte. Le dirigió una mirada de soslayo a Anne y entonces lo comprendí, salir rodeada de parejas para dar un paseo era una cosa pero montarse en una noria con el amor flotando en el aire habiendo sufrido recientemente una ruptura era otra muy distinta.
- Yo también. - La secundé.
- Tengo una idea. - Habló Anne. - ¿Por qué no os montáis todos y yo os espero aquí? No me importa, en serio.
- No digas tonterías. No tengo ganas de noria. - Afirmó Catherine y le agarró del brazo.
- Yo tampoco, sería complicado subir y bajar con mi pierna. - Respondí señalándomela. Cath me sonrió, agradeciendo mi gesto.
Estábamos frente a la taquilla de las entradas.
- ¿Estáis seguros? - Preguntó John. Asentimos. Compraron los tickets y les observamos al pie de la noria mientras se subían en una de las cabinas, en las que cabían cuatro personas.
- ¿Nos sentamos ahí en frente? - Sugerí, indicando un puesto de comida con mesas y sillas vacías. Las chicas asintieron.
- Esperad, voy a comprarme buñuelos, ¿queréis? - Preguntó Anne. Negué con la cabeza.
- No, pero algodón de azúcar si. - Respondió Catherine. Los algodones de azúcar estaban en el puesto justo al lado del carrito de los buñuelos.
- Id, yo os espero aquí. - Dije, sentándome en una de las sillas. Estar tanto tiempo de pie me cansaba.
- Vale, enseguida volvemos. - Catherine me dio un beso en la frente y me pidió que sujetara el peluche. Miré al elefante, ¿de verdad me parecía a eso? Era gris, y tenía unas marcadas cejas negras sobre unos ojos azul-celeste. Puede que tuvieran algo de razón... No, me negaba a ser comparado con un elefante.
Catherine ya había comprado su algodón de azúcar y estaba esperando con Anne en la cola de los buñuelos, solo había dos personas por delante de ellas. Me miró y me sonrió mientras se llevaba un trozo del rosado algodón a la boca, lamiéndose la yema de los dedos. La cola avanzó y enseguida les atendieron. Al dar media vuelta Catherine se chocó con el chico que tenía detrás, murmuró lo que supuse que sería una disculpa y se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de quién era. Yo también, definitivamente el mundo era un pañuelo. Tras el primer silencio por la sorpresa, Nigel empezó a hablar con ella. A pesar de que el puesto estaba cerca, no podía oir lo que decían aunque sí les veía mover los labios. Me removí en la silla, nervioso, sin saber si debía intervenir. Catherine me señaló y Nigel miró. Le saludé con un asentimiento de cabeza. Esa era la señal que necesitaba, me puse en pie y me acerqué a ellos.
- Hola, Nigel. - Le di un frío apretón de manos.
- Dean, ¿qué tal? - Catherine se puso a mi lado.
- Bien, aqui dando una vuelta con mi novia y mis amigos. - Recalqué. - ¿Y tú?
- Más de lo mismo. - Respondió señalando con la cabeza una mesa en la que había dos chicas y un chico.
- ¿Tú con novia? - Pregunté sorprendido. - Quién te lo iba a decir...
Asintió y le entregaron dos cajas cuadradas con buñuelos cubiertos con sirope de chocolate.
- Bueno, vuelvo con los mios. - Miró a Catherine. - Me ha alegrado volver a verte. Te sienta muy bien el pelo corto.
- Gracias y disfruta de la noche.
- Lo mismo digo. - Nos miró a Anne y a mi y luego se fue. Nos sentamos en la mesa en la que estaba hace un momento. Se hizo un silencio incómodo.
- ¿Queréis buñuelos? - Nos ofreció Anne.
- No, gracias. - Respondí.
- Menuda sorpresa encontrarnos a Nigel aquí. - Comentó Catherine tras rechazar el ofrecimiento de Anne con un movimiento de cabeza.
- No tanto, él también vive aquí así que había bastantes posibilidades de encontrárnoslo, ¿no crees? - Se encogió de hombros y se comió un trozo de algodón.
- Supongo. - Nuestras miradas se cruzaron.
- Voy a por una servilleta, ahora vuelvo. - Dijo Anne, marchándose.
- ¿A qué viene ese tono? - Me preguntó Catherine cuando se hubo ido. - No creerás que lo he hecho a conciencia, ¿no?
- Tú sabrás. - Pero no lo creía. Suspiré y me froté las sienes. - Lo siento, se que ha sido un encuentro casual. - Como el de Peter, pensé. - No me hagas mucho caso, ha sido una tarde intensa.
- No te pongas celoso - Colocó su mano sobre la mia. - No tienes de qué preocuparte, Nigel es historia antigua, lo nuestro, si es que realmente hubo un nosotros alguna vez, terminó hace mucho y no tengo intención de que se repita. - Hizo una pausa. - Te quiero a ti.
- ¿Puedes repetir eso último?
- Te. Quiero. A. Ti. - Dijo, haciendo incapié en cada palabra, sobre todo en la última. Se inclinó sobre la mesa para besarme y sus labios sabían a pura azúcar.

martes, 28 de octubre de 2014

CAPÍTULO 7 - REVISIÓN

Los hospitales siempre me habían parecido fríos, deprimentes y cargados de gérmenes, por eso, y por la rapidez y un trato más personalizado, habíamos elegido una clínica privada para tratar todo el asunto de mi prótesis. Aun así, la clínica solo se diferenciaba por unas líneas de color en la pared y unos sillones más cómodos en la sala de espera. Moví las piernas, mirando la hora, llevaban diez minutos de retraso.
- ¿Estás nervioso? - Preguntó mi madre a mi lado. Había insistido en acompañarme.
- No, ¿por qué lo dices? - Dejé las piernas quietas.
- Es solo una revisión habitual, no pasa nada. - Asentí y miré la pantalla del televisor sin sonido que teníamos en frente. No entendía por qué hacían eso, ponían música relajante de fondo pero dejaban la televisión encendida.
- Cuéntame, ¿cómo te va en la ciudad?
- Bien, no hago nada útil con mi vida pero todo va bien. - Levantó la mirada de la revista que estaba ojeando y me miró.
- No hables como tu padre, ya te saldrá algo. - Hizo una pausa. - ¿Y cómo es compartir piso con Catherine?
- Me gusta. Eso de poder verla todos los días nada más despertar me encanta. Tenemos nuestras pequeñas discusiones pero supongo que es normal.
- Lo es. - Me apretó la mano. - Me alegro mucho, cariño. Es una buena chica y te sienta bien estar con ella, estás mucho más animado desde que volvisteis juntos. Tienes buen gusto para las chicas.
- No hay más que verte, mamá. - La abracé. - Nunca te agradezco todo lo que has hecho y haces por mí.
- Sí que lo haces.
- Pero no es suficiente. - Me pellizcó la mejilla.
- El niño de mis ojos. Eres un regalo del cielo. - Volvió a abrazarme.
- ¿Cómo va todo por casa? - Suspiró y se apoyó en el respaldo.
- Como siempre. Tu padre refunfuñando, aunque menos que antes, he de admitirlo. Y yo estoy encantada con mis clases de costura, incluso he salido un par de veces con las chicas.
- Sí, me lo comentaste. Te viene bien salir y despejarte de la casa.
- Ya, pero a tu padre no le hace mucha gracia. - Puse los ojos en blanco.
- Piensa en ti por una vez y haz lo que quieras. Se egoísta, date un capricho. - Le aconsejé. - Si a papá no le gusta pues que le den.
- ¡Dean! - Me regañó.
- Es cierto. ¿Él puede hacer lo que quiere y tú no?
- Él no me lo impide, solo protesta.
- ¿Y cuándo no protesta? - Dije. Se rió, hacía mucho que no la oía reírse. Sonreí, disfrutando de ese sonido.
La puerta se abrió y escuché mi nombre. Me puse en pie, dándole una palmadita en la pierna a mi madre.
- ¿Seguro que quieres entrar solo?
- Sí, mamá. Ya soy mayorcito. - Le guiñé un ojo y entré en la consulta del médico. Cerré la puerta y miré extrañado a la señora con bata blanca que estaba detrás de la mesa. Mi doctor habitual era un hombre de mediana edad que se reía de sus propios chistes malos.
- Toma asiento, por favor. - Pidió ella mientras desviaba la vista de la pantalla del ordenador a mi.
- ¿Y el doctor Laidus? - Pregunté mientras la obedecía.
- Está de vacaciones. Soy su sustituta, la doctora Madeleine Gallagher, pero no te preocupes, conozco tu expediente. Dean, ¿verdad? - Asentí. - Veamos... - Consultó unos apuntes que tenía sobre la mesa.- Corrígeme si me equivoco: sufriste una amputación transfemoral hace 22 meses, elegiste una prótesis de titanio con liner de silicona, una buena elección, desde mi punto de vista, - puntualizó - con rodilla policéntrica, también bastante recomendable, pues el eje del giro imita mejor a una rodilla humana.
- Exacto.
- De acuerdo. Vamos a ver esa pierna. - Me señaló una camilla a un lado de la sala. Casi a regañadientes, me bajé la pernera del pantalón y me quedé de pie. Estaba incómodo, no quería que ningún otro doctor me examinara la pierna. Me gustaba el doctor Laidus, era cálido y sus bromas sin gracia rompían la tensión que me producía enseñar mis heridas. - Siéntate, por favor. - Me apoyé en la camilla y me examinó.
- ¿Estás teniendo problemas con esta prótesis? - Me palpó la parte baja del muslo y el encaje que sujetaba la estructura de metal a mi pierna. Era profesional y parecía saber lo que hacía, eso me relajó.
- Normalmente no, pero el otro día se me hinchó el muslo. Fui a urgencias y me mandaron anti-inflamatorios.
- Suele pasar y veo que funcionaron. ¿Hiciste algún esfuerzo anormal?
- Estuve jugando al baloncesto. - Esperaba una mirada de reproche por su parte pero solo asintió con la cabeza.
- Para eso necesitarías otra clase de prótesis o, por lo menos, dinamizar esta. ¿Puedes quitártela? - Lo hice. Se puso unos guantes de látex y miró la cicatriz de mi muñón. - ¿Sientes molestia en la herida?
- A veces.
- Tienes la piel irritada, los anti-inflamatorios te han ayudado y supongo que te estarás poniendo la pomada que te mandó el doctor Laidus. - Asentí. - ¿Usas medias ortopédicas para disminuir el roce?
- No, me daban calor y me salían llagas en la piel.
- Ahora han salido unas medias de mejor calidad, son transpirables y transportan la humedad de tu piel al exterior, así esta respira mejor. Te las recomiendo. - Se quitó los guantes. - Puedes vestirte. - Volvió a su mesa y me subí el pantalón. Me senté en la silla frente a ella.
- ¿Estás interesado en usar fundas cosméticas? - Debió ver en mi rostro que no tenía ni idea de lo que estaba hablando. - Son una funda color carne que simulan la piel y te sería útil para cubrir tu prótesis endoesquelética. - Mi anterior doctor no usaba ese lenguaje tan técnico conmigo.
- Te refieres a la estructura de metal. - Dije para asegurarme. Asintió. - Tal vez en verano, cuando lleve pantalones cortos probaré la funda cosmética.
- De acuerdo. - Lo apuntó en el ordenador. - ¿Cómo te sientes actualmente con llevar prótesis?
- Bien, ya me estoy acostumbrando.
- ¿Te está afectando en tu vida diaria?
- Hombre, es duro bajar y subir las escaleras pero para eso están los ascensores. - Bromeé. Asintió con una leve sonrisa.
- Conservas el sentido del humor, eso es bueno. ¿Y en lo personal, tu familia, amigos, pareja?
- Mi familia sigue como siempre, no me tratan diferente, al igual que mis antiguos amigos y mi novia. - Ya incluso se atrevía a tocarme el muñón. El problema era el hacer nuevos amigos, no sabía cómo reaccionaría la pandilla de baloncesto cuando les enseñara mi pierna, aunque Roderic reaccionó bastante bien. - ¿Y estas preguntas?
- Debo hacerlas, es parte del proceso de adaptación de la amputación. He de decir que has llegado a la última de las etapas, la de aceptación, aunque debería corroborarlo un psicólogo. - Cogió un panfleto y me lo dio. - Si alguna vez sientes algunos de estos síntomas: depresión severa, comportamiento violento, ideas suicidas... no dudes en consultarlo con un profesional y pedir ayuda. En este panfleto también hay un teléfono al que puedes llamar cuando necesites hablar con alguien sobre el tema.
- Ahora me dirá que vaya a terapia de grupo, ¿verdad? - Esa charla ya me la conocía de sobra.
- Si la necesitas, sí. - Miré el folleto, "Discapacidad no es incapacidad" rezaba el título, por lo menos era mejor que el que me dieron la primera vez: "Mi prótesis y yo". - Te voy a mandar una nueva pomada y la media ortopédica que te he mencionado antes. Y sobre lo de practicar deporte... ¿Querrías una nueva prótesis especial para realizar ejercicios fuertes?
- No hace falta, el único deporte que practico es el baloncesto y no a diario.
- ¿Has pensado en practicarlo en sillas de ruedas?
- No, ni me gustaría. - Respondí rotundo. ¿Estar más discapacitado todavía? No, gracias.
- De acuerdo. Podrías utilizar un pie de carbono en vez del dinámico que usas. Estos son ideales para los deportes de ocio como el baloncesto y el tenis, pesan menos, tiene una mayor amortiguación al pisar con el talón, se adaptan mediante cuñas de talón y son bastantes adecuados para tu grado de movilidad.
- Suenan bien, ¿y cuánto tardarían en llegar?
- Tendrían que adecuarlo a tu peso y tamaño así que calculo que unas dos semanas, como muy poco. Y, teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, probablemente más, sobre tres semanas o un mes. Te avisaríamos en cuanto lo tuviéramos.
Me informé del precio, de las ventajas y desventajas y cogí cita para que me hicieran las pruebas. Le pedí también que mandara algo para las pesadillas, me despedí de la doctora y salí más animado que cuando entré. Tenía posibilidades de jugar al baloncesto sin que me molestara la prótesis. Mi madre se levantó del sillón cuando me vio salir.
- ¿Qué te ha dicho el médico? Por tu cara parecen buenas noticias. - Asentí y se lo conté. Nada más irnos de allí, paramos en una farmacia para comprar lo que me habían mandado. Yo me quedé en el coche mientras mi madre iba a comprarlos.
Miré mi móvil, que seguía en silencio. Tenía un mensaje de Catherine diciéndome que le avisara cuando saliera del médico. Marqué su número y la llamé.
- Hola. - Me respondió.
- Hola, Cath. Acabo de salir de la consulta.
- ¿Y qué tal?
- Puedo volver a jugar al baloncesto. - Dije emocionado.
- Eso es estupendo, Dean. - Noté su sonrisa al otro lado de la línea.
- Solo necesito que me hagan un pie nuevo, tardarán unas cuantas semanas en hacérmelo.
- Pero merecerá la pena. ¿Qué te dijo cuando le contaste que se te hinchó la pierna?
- Que suele pasar, no le dio mucha importancia. Y según la doctora estoy en la última etapa del proceso de adaptación de una amputación, la de aceptación.
- Eso es muy bueno, cariño. - Me alegré al poder compartir la felicidad que sentía ahora mismo con ella.
- Y cuéntame, ¿ya has conocido al famoso Roger? - Era la primera vez que conocía al novio de su madre en persona.
- Sí, y parece un buen tipo, espero que también lo sea. - Asentí inconscientemente, mirando a través del parabrisas sin ver realmente el paisaje.
- ¿Tienes algo que hacer ahora mismo?
- No, la verdad es que no. - Respondió.
- Pues dejo a mi madre en casa y paso a recogerte.
- Genial. Te voy a dar un gran abrazo de los que asfixian en cuanto aparezcas, esto de verte solo un par de horas al día no es bueno. - Sonreí.
- Ya no estoy seguro de querer verte, no me gustaría que me asfixiaras. - Bromeé.
- Tonto. - La puerta del copiloto se abrió y apareció mi madre con una bolsa de la farmacia. Me pilló con una sonrisa boba en el rostro.
- Ahora nos vemos.
- ¡Hasta ahora, te quiero!
- Yo también. - Colgué. Mi madre me observaba con una sonrisita.
- Era Catherine, ¿verdad?
- Sí. Después de dejarte iré a por ella.
- Salúdala de mi parte e invítala mañana a comer a casa.
- Lo haré. - Arranqué el coche y me puse en marcha.
Cuando Catherine me abrió, apoyé el brazo en el marco de la puerta, mirándola a través de mis gafas de sol. Ella prefería que no las llevara porque decía que me tapaban "esos ojos tan bonitos" pero a la vez le gustaba como me quedaban.
- Hola. - Me saludó como ronroneando.
- Hola. - Dije mientras bajaba las gafas ligeramente y le miraba a los ojos por encima de ellas. Noté mi frente arrugarse y le dediqué una media sonrisa. - ¿No me vas a dar un beso? - Sonrió ampliamente, se puso de puntillas y alcanzó mis labios.