domingo, 1 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 1 - DESPEDIDA

Las nubes cubrían el cielo y el viento otoñal arrastró las hojas muertas de los árboles por el suelo. Me balanceé suavemente en el columpio, sin levantar los pies del suelo. Trataba de asimilar sus palabras pero aún no me lo podía creer, o mejor dicho, no quería hacerlo.
- ¿No dices nada? - me preguntó Dean, que estaba de pie frente a mi. Le miré. Sus ojos, normalmente azules, hoy tenían un tono verdoso y su pelo, negro como el azabache, se levantaba en una minúscula cresta.
- ¿Y qué quieres que diga? - dije con voz inexpresiva. Respiré profundamente intentando encontrarle sentido a todo. Se iba a ir, al ejército. Le habían llamado hacía dos días, se marchaba mañana por la mañana y me lo decía ahora. Me sentía traicionada. ¿Acaso no eramos novios? Se suponía que debía habérmelo contado antes.
- ¿Dónde te han destinado? - pregunté con un nudo en la garganta.
- A Afganistán. - Tragué saliva. El parque consistía en un rectángulo vallado con suelo de arena, dos columpios, unos cuantos toboganes, un balancín y una rueda de juegos. Estábamos solos y únicamente se escuchaba el rechinar de las cadenas del columpio. Dejé de moverme y reinó el silencio.
- ¿Cómo se lo han tomado tus padres? - se encogió de hombros y le dió una patada a una piedrecita, esta salió rodando.
- Mi padre me dijo que le hiciera sentir orgulloso, que por fin había tomado la dirección correcta. - Su padre, un ex-militar jubilado de mente estrecha.
- ¿Y tu madre?
- Ella se lo tomó peor de lo que yo pensaba, se puso a llorar. - dijo avergonzado.
- ¿Cómo querías que se lo tomara? ¿Su único hijo se marcha a la guerra y va a pegar saltos de alegría? - bufé. Me levanté y le puse una mano en el brazo. - Todavía puedes echarte atrás. Podrías decirle que estás enfermo o que te ha surgido algo.
- Ya es tarde, debo cumplir mi obligación con el país. - puse los ojos en blanco. - Además, ¿para que otra cosa puedo servir?
- Para muchas cosas. - me miró alzando una ceja, como poniéndolo en duda. - Vale que los estudios no sean tu fuerte pero eso es porque no has encontrado algo que realmente te guste. Tienes que encontrar tu vocación, yo te ayudaré, seguiremos buscando en Internet, preguntaremos a los orientadores del instituto... - me interrumpió.
- Déjalo. He tomado una decisión y tengo que cumplirla. - Noté como los sentimientos tomaban forma dentro de mi: frustración, tristeza, ira... Los ojos se me llenaron de lágrimas y miré a mis pies para que Dean no se diera cuenta. Abrió los brazos y me envolvió con ellos, le rodeé con los mios sintiendo su calor. Era una cabeza y media más alto que yo y su espalda y hombros eran anchos. Me cogió del mentón y me levantó la cabeza obligandome a mirarle, una lágrima rebaló por mi mejilla.
- No llores. - me la limpió con un dedo. - Volveré por Navidad.
- ¿Seguro? - dije sin apenas voz.
- Te lo prometo. - me besó. No quería que se fuera, lo quería aquí a mi lado. ¿Y si le...? No quería ni pensarlo, no podía imaginarme mi vida sin él. Le puse la mano en la nuca y lo acerqué más a mi.

Aparcó el coche frente a mi casa. Mi madre estaba a 12 horas de coche de aqui, en una reunión muy importante, estaban a punto de ascenderla. Eso significaba que teniamos la casa para nosotros solos. Me quité el cinturón de seguridad.
- ¿Vienes? - dije señalando mi casa con la cabeza.
- ¿Tu madre está todavía en la reunión?
- Si, volverá mañana por la tarde. - dije ya saliendo del coche. Me siguió y abrí la puerta con mis llaves. Las dejé sobre la mesa del recibidor y encendí la luz. Había dejado algunas ventanas abiertas y la casa estaba helada. Las cerré y me froté los brazos. Dean se acercó y puso las manos en mis caderas. Le rodeé el cuello con los brazos y pegué su frente a la mia.
- No quiero que te vayas. - susurré.
- Volveré pronto. No notarás que no he estado. - sonrió para suavizar la situación.
- Eso es imposible, todavía no te has ido y ya te echo de menos... - notaba otra vez como las lágrimas volvían a mis ojos pero las retuve. Ya tendría tiempo para llorar, ahora debía disfrutar de estos momentos con él.
Nos besamos, primero con dulzura y después con más fiereza. Subimos a mi habitación. Le quité esa sudadera roja que le sentaba tan bien. Sus labios recorrieron mi cuello y me quitó la rebeca. Me alzó apoyándome contra su cuerpo y le rodeé la cintura con las piernas. Lo habíamos hecho más veces pero esta vez un triste ambiente de despedida lo envolvía todo.

Nuestra ropa estaba esparcida por el suelo y nosotros en la cama, únicamente tapados por las sábanas. Me acurruqué a su lado, sus dedos subían y bajaban por mi espalda con suavidad. Levanté la cabeza para mirarle, mantenía la vista al frente, pensativo. Me mordí el labio pero no pude evitar preguntar:
- ¿En qué piensas? - Desvió lentamente su mirada hacia mi y me observó con detenimiento. Su mirada me hizo sonrojarme y sonreí tímidamente. Tomó aire sin apartar la vista.
- No sé si te lo había dicho antes pero te quiero. - <<Si me quisieras no te irías>>, pensé.
- Mm... creo que si que me lo habías dicho pero me encanta que me lo repitas. - mi sonrisa se amplió. - Yo también te quiero. - Me besó en la frente y me abrazó con fuerza. - ¿A qué hora te vas mañana?
- A las seis tengo que estar en la base.
- Quiero ir contigo. - negó con la cabeza.
- Bastante duro será despedirme de mis padres como para tener que hacerlo también de ti.
- Ya lo estás haciendo. - dije en voz baja.
- No quiero ver llorar a nadie más, suficiente será con mis padres. - Tenía razón, no sería capaz de contener mis lágrimas. - Además, mañana tienes instituto.
- Lo sé. - cerré los ojos y le apreté con fuerza contra mi. - Te voy a echar mucho de menos.
- Yo también a ti. - Nos quedamos en silencio. Se me vino algo a la cabeza. Me levanté y abrí mi joyero. - ¿Qué pasa? - Saqué una fina cadena con un crucifijo de oro. Me senté a su lado y se lo enseñé.
- Me lo regaló mi abuela poco antes de morir, me dijo que me protegería. Siempre que estaba asustada lo apretaba contra mi mano y me tranquilizaba. - le cogí la mano y se lo puse en su palma. - Quiero que lo tengas.
- Pero tú... - no le dejé terminar.
- Tu lo necesitas más. - le cerré la mano alrededor de él.
- Gracias. - me cogió la cara con la mano libre y me besó.
- ¿Te quedas a cenar? - Miró la hora en el despertador de mi mesita de noche.
- La verdad es que le había dicho a mis padres que cenaría con ellos. - asentí.
Se levantó de la cama y se empezó a vestir. En ningún momento aparté la vista de él, quería recordar cada detalle de su cuerpo. Me puse la ropa interior. Cuando estaba a punto de ponerse su sudadera dudó, la miró y luego a mi.
- Toma. - Me la tendió. - Se que te gusta, te la regalo. - le miré sorprendida.
- Pero, es tu sudadera favorita, además te sienta genial. - me la metió por la cabeza e introduje los brazos por sus mangas. Me miró complacido.
- A ti te queda mejor. - No era verdad, me quedaba ancha y las mangas tapaban completamente mis manos. - Así, cuando me eches de menos estaré más cerca de ti.
Nos abrazamos.

Me puse los pantalones y le acompañé hasta la puerta. Allí nos volvimos a despedir y le observé alejarse en su coche. Me rodeé con los brazos, tenía su olor pegado a mi piel, aspiré profundamente y disfruté de su aroma. Cerré la puerta y sentí la casa terriblemente vacía. Me duché y me puse el pijama. Saqué una pizza congelada de la nevera y la metí en el microondas. Encendí la tele para que llenara el silencio y me senté en una silla de la cocina esperando a que terminara de calentarse.
Respiré hondo e intenté verlo todo desde otra perspectiva. Dean se iba pero volvería por Navidad. Estábamos casi a finales de octubre lo que significaba que faltaban apenas dos meses que, esperaba, se me pasarán volando entre hacer los deberes y estudiar para 2º de Bachillerato y, si con eso no bastaba, ocuparía mi tiempo libre en leer, que ya le había echado el ojo a algunos libros en la biblioteca que parecían interesantes; a salir con mis amigos, ya que últimamente los tenía algo abandonados; o incluso podría trabajar los fines de semana.
El timbre del microondas sonó y llevé la humeante pizza al salón. La apoyé sobre la mesa baja frente al sofá y me acomodé. Llamaron al teléfono.
- ¿Si? - respondí al altavoz.
- Soy yo. - era mi madre y parecía contenta. - Buenas noticias, volveré mañana por la mañana, para cuando hayas vuelto del instituto ya estaré yo alli.
- Estupendo. - sonreí, ahora la necesitaba a mi lado. - ¿Cómo ha ido la reunión?
- Todavía no es seguro, pero el director jefe ha dicho que el puesto de director en nuestro hotel está vacante y ya tienen unos cuantos candidatos y me ha mirado a mi cuando ha dicho eso. - soltó una risita nerviosa.
- Eso es fantástico. - me alegraba por ella, con todo lo que había trabajado para conseguirlo se lo merecía.
- Si. ¿Y cómo va todo por ahí? Te noto un poco apagada, ¿estás bien? - había intentado disimularlo en mi voz pero mi madre me conocía demasiado bien. Suspiré.
- Si... ya te contaré. - Prefería explicárselo en persona que por teléfono.
- Vale, cariño. - Se oyó un murmullo de voces detrás de ella. - Tengo que dejarte, cena de empresa, tú sabes. ¿Seguro que estás bien?
- Si, mamá. No te preocupes, no es nada. - Dije sonriendo para que no se me escuchara tan triste.
- ¿Podrás pasar bien la noche sola? Llama a Dean si acaso. - Sentí una punzada en el pecho al oir su nombre. A mi madre no le hacía mucha gracia que pasara la noche a solas con él pero lo comprendía, en septiembre había hecho dos años que estábamos juntos. Le había conocido en un partido de baloncesto. Había ido a ver a mi primo jugar y allí estaba él. Yo apenas había sido consciente de él hasta que mi primo nos presentó al terminar el partido y, poco a poco, nos fuimos conociendo. Más tarde me enteré que fue Dean quien le pidió a mi primo que nos presentara.
- Mm... no, estaré bien sola.
- ¿Te ha pasado algo con Dean? ¿Habéis discutido o algo? - dijo preocupada.
- No, no. Luego te cuento. Ve a cenar que no quiero que llegues tarde por mi culpa. - suspiró.
- Menos mal que mañana ya estaré en casa. Te quiero, cielo. Ten cuidado.
- Si. Yo también te quiero. Hasta mañana. - le mandé un beso por el teléfono, ella me respondió con otro y colgó.
Me comí la pizza y apagué la televisión. Subí a mi habitación y metí en la mochila los libros que necesitaría para las clases de mañana. Cerré la puerta de la calle con llave, apagué las luces y me eché en la cama. No podía dormir así que cogí la sudadera de Dean, que había dejado sobre el respaldo de la silla de mi habitación, y me la puse. Aún contenía algo de su calor. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño acompañada por su olor.

Apagué ese irritante sonido que venía del despertador y me tumbé sobre el otro costado. Hoy menos que nunca tenía ganas de ir al instituto. Dean ya estaría de camino a Afganistán y yo tendría que seguir con mi aburrida rutina. Apenas había podido dormir por las pesadillas. Pesadillas sobre perder a Dean. Me froté los ojos tratando de olvidar la última, estabamos en su casa, tumbados en el sofá viendo la televisión, de repente empezó a llover y Dean desapareció de mi lado y se marchó sin decirme adios. Solté el aire de los pulmones y me levanté de inmediato. Como siguiera dándole vueltas a la cabeza iba a ser peor.
Cogí los vaqueros del día anterior, una camiseta de manga larga y una cazadora. Me miré al espejo, todavía tenía la cara hinchada de llorar y unas sombras oscuras se marcaban debajo de mis ojos. Me lavé la cara y me cubrí las ojeras con un poco de maquillaje. Tenía el pelo encrespado así que me lo recogí en una coleta. Intenté desayunar algo más sólido que la leche con cacao pero no me entraba nada. Me puse unas cómodas zapatillas deportivas de flores y salí de casa.
Justo dos calles antes de llegar a la parada, el autobús pasó por delante mia. Empecé a correr pero el asa del que llevaba colgada mi mochila se rompió y se cayó al suelo.
- Maldita sea. - dije en voz alta. La recogí y fui hacia el autobús pero ya había arrancado. Cerré los ojos e inspiré hondo. ¿En serio? Vaya asco de día y acababa de empezar. Arreglé el asa como pude y fui andando al instituto.

Llegué sin aliento a la puerta de mi clase, ya estaban todos dentro, incluido el profesor. Toqué la madera con los nudillos, asomando mi rostro por la pequeña ventana de vidrio, me abrieron.
- Buenos días. Perdón por llegar tarde. - Me dirigí a mi sitio lo más rápido que pude ignorando las miradas que se dirigían a mi.
Mi compañera de sitio y mejor amiga, Anne, me lanzó una mirada interrogante.
- He perdido el autobús. - Le expliqué en voz baja.
- Lo suponía, tú nunca llegas tarde. - sonrió levemente. Tenía el pelo moreno y liso y una fina trenza en la parte frontal sujeta por una horquilla le apartaba el flequillo de la cara. Era inteligente, atenta y divertida y se le daban bien los deportes, al contrario que a mi.
Por fin sonó el timbre. Cogí mis libros y salí de clase. Anne me cogió del brazo.
- Catherine, ¿dónde vas? - le miré sin entender por qué me hacía esa pregunta.
- A latín, ¿no? - me fijé en que ella no llevaba ningún libro en la mano.
- Ahora toca lengua. Latín es a cuarta hora. - Dejé los libros y me apoyé sobre mi mesa.
- Es verdad. - Me froté los ojos.
- Venga, cuéntame qué te pasa. - Levanté la vista hacia ella. Sus grandes ojos avellana de largas pestañas me observaban con detenimiento.
- ¿Por qué me tiene que pasar algo? - Era más fácil guardármelo que hablar de ello. Se cruzó de brazos y alzó una ceja. Me conocía demasiado bien para saber que algo iba mal. - Vale. - Miré a mi alrededor, cada uno iba a lo suyo. No soportaba que se metieran en mis asuntos. - Es Dean. - Me senté en la silla y le hice una seña para que ella también lo hiciera. Me temblaban las manos y sentí un nudo en la garganta.
- ¿Qué te ha hecho ese orejón? - preguntó a la defensiva al verme tan abrumada. Sí que tenía las orejas grandes, cosa en la que no me había fijado hasta que me lo dijo ella, pero eso le hacía especial, al igual que su mandíbula cuadrada.
- Se ha ido a la guerra. - dije soltando el aire de mis pulmones.
- Pero, ¿cómo que se ha ido a la guerra? - dijo tras un pequeño silencio. - Estás de coña, ¿no? - negué con la cabeza. - Pero ¿así porque sí? ¿Sin avisarle antes ni nada? ¿Dónde?
- Le avisaron el viernes. - Dije apretando los dientes, enfadada porque no me lo había contado antes. - Se va a Afganistán. ¿Recuerdas que te dije que se apuntó a la academia militar el año pasado? ¿Que él decía que no iba a ir a una guerra de verdad? Mira ahora.
- Vaya, eso sí que no me lo esperaba. - dijo todavía incrédula. Noté como se me humedecían los ojos.
- Pues imagínate yo. - Se acercó y me abrazó.
- Pronto lo tendrás de vuelta. - dijo en mi oido, la aparté con suavidad. No quería ponerme a llorar en clase.
- Por Navidad, se supone, va a ser el mejor regalo de todos. - sonreí en un intento de animar la situación.
- Ya verás.
- ¿Qué te ha pasado? - dijo Samantha que se acercó a nuestra mesa con Isabelle. Aunque las cuatro eramos amigas no tenía la misma confianza con ellas como con Anne. Samantha tenía el pelo por los hombros y llevaba gafas. En cuestión de cotilleos era la primera en enterarse de todo. Isabelle era más discreta y tranquila, su pelo negro y liso le llegaba hasta la cintura. Negué con la cabeza y me encogí de hombros.
- Nada. - dije una vez que controlé las ganas de llorar.
- ¿Por qué has llegado tarde? - añadió. Así que a eso se refería.
- Ah, he perdido el autobús. Se me ha roto el asa de la mochila y he tenido que hacerle un apaño. - Contesté señalándola.

Subí los escalones de la entrada hacia mi casa y metí la llave en la cerradura. Las dejé en el cuenco de la entrada y vi que había otro juego dentro.
- ¿Mamá? - solté la mochila en el suelo.
- Estoy aquí, cariño. - dijo saliendo de la cocina con el delantal puesto. Fui hacia ella y la abracé. Me apretó entre sus brazos y me besó las mejillas y la frente. - Que alegría verte. - me apretó los mofletes entre sus manos. - He preparado un delicioso plato de lasaña.
- Ñam, mi plato preferido.
- Lávate las manos y a comer.
Mientras disfrutábamos con la pasta mi madre me puso al día con su reunión, no le habían dado el puesto de directora sino de subdirectora. No estaba conforme con ese puesto pero estaba contenta de que la hubieran ascendido.
- Bueno, a ver, ¿que te ha pasado con Dean? - suspiré. Tomé aire y se lo conté.
- ¿¡Pero ese niño es que no piensa!? - preguntó al aire. - ¿Y sus padres se lo han permitido? - Me encogí de hombros.
- Tiene casi 20 años, no pueden hacer nada por evitarlo. - bajé la vista, ojalá pudieran.
- Ya verás como volverá. Como él te dijo, estas navidades estará aquí. Estoy segura. - me apretó la mano. - Y te traerá un ramo de flores, como hizo por San Valentín o como la vez esa que estuvisteis un mes sin hablaros por una discusión tonta. - Sonreí al recordarlo en la puerta de mi casa con las rosas en sus manos. A veces se comportaba como un estúpido engreído, con demasiado orgullo y cabezonería para ver las cosas de otra forma que no sea la suya, pero esos románticos detalles lo compensaban.
- Esta vez no nos hemos peleado. No vendrá con rosas. - le aclaré.
- ¡Qué mas da! Lo que importa es que venga. - reí por la forma en que lo dijo. Le volví a abrazar. Si alguien podía hacerme sentir mejor esa era mi madre.

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