lunes, 2 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 2 - UNA REAPARICIÓN INESPERADA

Habían pasado tres semanas desde que Dean se había marchado. Por suerte, tenía suficientes deberes como para mantenerme ocupada y podía contar con mis amigos cuando quisiera. Estaba en mi habitación tratando de memorizar las declinaciones de latín cuando el timbre sonó. Mi madre abrió la puerta de la calle y escuché una voz masculina que no me resultaba nada familiar, mi madre parecía alterada. Dejé los apuntes a un lado y bajé las escaleras. Ambos se callaron y me miraron. El hombre tenía el cabello negro con algunos mechones canos y entradas, barriga cervecera y ojos marrones, conocía esa cara pero no lograba recordar de qué.
- ¿Catherine?- Me sonrió. - ¡Cuánto has crecido! - Abrí los ojos como platos. No podía ser. - Soy yo, tu padre, ¿no me recuerdas? - Mi padre nos había abandonado a mi madre y a mi cuando poco antes de mi noveno cumpleaños, los recuerdos que tenía de él estaban enterrados bajo una gruesa capa de polvo en el rincón más oscuro de mi cabeza. La sorpresa dio paso al enfado.
- ¿Qué haces aquí? - le observé con recelo.
- Quería verte. Fíjate, te has convertido en toda una mujercita. - Me fue a tocar los brazos pero me aparté. - ¿Qué te pasa, Cathy?
- Nada que te interese y no me llames Cathy. - Me volví hacia mi madre. - ¿Por qué le has dejado pasar?
- Dice que tiene una explicación de porqué se fue.
- ¿En serio? - Esta vez le miré a él. - Cuéntaselo a quien le importe. - Abrí la puerta de la calle y le invité a que se marchara. Le echó una mirada interrogativa a mi madre y ella se encogió de hombros.
- Me alegro de vert... - le cerré la puerta en la cara.
- ¿Por qué ha vuelto? Y lo peor, ¿por qué te molestas siquiera en hablar con él?
- Merece tener la oportunidad de aclarar lo que pasó. - bufé.
- Ese tio no se merece nada. Se marchó, nos abandonó, ¿y tantos años después aparece buscando perdón? Pues no, las cosas no son así.
- Catherine, tiene derecho a conocerte, es tu padre.
- Dejó de serlo en cuanto se largó. ¿Por qué le defiendes? Parece como si aún le... - entonces caí en la cuenta. - ¿Todavía le quieres? ¿Después de todos estos años de abandono? - estaba casi gritando.
- Cariño, no seas injusta. Solo quiero conocer su versión. - Sonreí incrédula. No me podía creer que le perdonara después de todo este tiempo. - Dale una oportunidad. - Me pidió con ojos brillantes. Desvié la vista.
- Vale, pero solo una.
- Con eso me conformo. - Me besó en la mejilla y abrí la puerta, mi padre continuaba allí.
- Ya puedes empezar a explicarte. - Se le iluminó la cara. - Pero no esperes que te llame papá, para mi serás solo Tom. - Trataba de herirle, tal y como había hecho él con nosotras y pareció funcionar.

Nos contó que estaba asustado, que fue un cobarde y huyó porque no podía con la responsabilidad de mantener a una familia. Decía que se avergonzaba de su comportamiento y que estaba muy arrepentido.
- ¿Por qué ahora, tantos años después? - inquirí.
- Nunca es tarde para darse cuenta de las cosas. - Me levanté del sofá.
- Bueno, pues ya te has disculpado, tu conciencia está tranquila. Puedes volver a la vida que tengas ahora. - Él no se movió.
- También quería saber que es de ti, lo que te gusta, como te va en los estudios... - Hizo una pausa. - ¿Tienes novio? - Esa pregunta reavivó mi añoranza hacia Dean. Lo que me molestó aún más.
- Creo que por hoy has tenido bastante con verme. Ahora, si no te importa, me voy. - Subí las escaleras.
- Tienes que darle tiempo, ya verás como razona. - Escuché decir a mi madre cuando llegué a lo más alto de la escalera. En ese momento más que nunca necesitaba a Dean, su forma de hacerme sentir bien, un abrazo, incluso con su simple presencia me bastaría.
Se quedó más tiempo del que esperaba. Aunque no podía escuchar de qué hablaban sospeché que su principal tema sería yo. En cuanto le escuché irse, bajé para hablar con mi madre.
- ¿Qué es lo que quiere de nosotras? - le pregunté cruzando los brazos sobre el pecho.
- Nada, solo hemos estado charlando. Parece sinceramente arrepentido y quiere invitarnos a cenar el viernes.
- Qué bien, espero que le hayas dicho que no, ¿verdad? - Me miró con expresión culpable y bajó la vista. - ¡Mamá! Tú le conoces mejor que yo y sabes que nunca va a cambiar. Es un gorrón, un jugador, un desagradecido, un mal padre y un mal marido. - Fui enumerando cada palabra con los dedos. - ¿Y no recuerdas que te robó? Vendió las joyas de tu abuela sin consultarte para conseguir dinero para apostar...
- Cariño, la gente cambia. - Me puso las manos en los hombros, su contacto me relajó.
- No creo que tanto. - murmuré. - ¿Por qué le dejas entrar de nuevo en nuestras vidas?
- Creo que tiene derecho a conocerte y para ti será bueno tener una figura paterna. No quiero que en un futuro te arrepientas de no haber podido conocer realmente a tu padre.
- ¿Vas a volver con él? - Suspiré.
- No lo sé. - Dijo tras un momento de silencio. - Me hizo mucho daño y me hizo aún más daño que te hiriera a ti. Tendría que demostrarme mucho para que volviéramos juntos.
Esto me tranquilizó y la abracé.
- Le he pedido que no vuelva a venir aquí sin avisar. - Asentí, estaba totalmente de acuerdo.

Las semanas siguientes se me hicieron eternas pero los deberes, exámenes y los intentos por parte de mi madre y mis amigos de que saliera para entretenerme me ocuparon lo bastante como para que el vacío que había dejado Dean no pareciera tan tremendamente profundo. Además, el reaparecido de mi padre quería que hiciéramos cosas juntos como ir a pescar, a almorzar o simplemente dar una vuelta por el paseo marítimo. Intentaba darle largas lo máximo que podía aunque nos vimos más días de los que esperaba.
Faltaban dos semanas para las vacaciones de Navidad. Era sábado por la mañana, me acababa de duchar y el pelo húmedo caía sobre mis hombros. Llevaba un chandal ancho y la sudadera de Dean. Fuera llovía a cántaros. Cogí los deberes que me habían mandado y los extendí sobre la mesa del comedor. Empecé por los más fáciles y dejé los difíciles para el final. Estaba haciendo los de geografía cuando llamaron a la puerta.
- Voy yo. - dijo mi madre, que estaba en el salón organizando la plantilla del hotel. Escuché un murmullo de sorpresa, el sonido de unos besos y una voz que me era muy familiar. El corazón me dió un vuelco. Corrí hacia el recibidor. No me lo podía creer.
- ¡Dean! - dije lanzándome a sus brazos. Le besé. - ¿Pero qué haces aquí? Creía que vendrías la semana que viene. Da igual. ¡Estás aqui! - le volví a abrazar.
- Catherine, no le atosigues. Déjalo que entre que está empapado. - dijo mi madre.
- Si, claro. - Le dejé pasar y cerré la puerta. Con la emoción no me había dado cuenta. - Quítate esa cazadora que vas a coger frío.
- Le traeré una manta.
- Oh, no hace falta que se moleste Rose. - pero estaba empezando a temblar y tenía los labios un poco morados.
- Tonterías. Y ya te he dicho un montón de veces que me tutees. - Mi madre desapareció escaleras arriba. Llevé a Dean al salón y encendí la estufa. Se la puse a sus pies y colgué la cazadora en el respaldo de una silla. Le observé. Tenía la cabeza rapada y estaba más delgado pero ahí estaba, sano y salvo. Mi madre trajo la manta y le cubrió con ella.
- Gracias. - le dijo Dean.
- No hay de qué. Me alegra verte por aquí de nuevo. - Le puso una mano en el hombro. Recogió sus hojas de la mesa del salón. - Si me necesitais estaré en el despacho con mis papeles. - dijo señalándolos y se fue.
Dean se echó hacia delante en el asiento y acercó sus manos a la estufa.
- ¿Quieres tomar algo? ¿Cacao, café, té, una sopa calentita? - negó con la cabeza.
- No, ven aquí. - Levantó la manta para que me sentara junto a él. Me pasó el brazo por encima y me apoyé en su hombro.
- Llevas mi sudadera. - Dijo con una sonrisa.
- Si, no sabes cuánto te he echado de menos. - Le abracé.
- Yo también te he echado mucho de menos. - Me besó lentamente y sonrió. - Bueno, ¿y que hay de nuevo por aquí?
- Algo que nunca te creerías... - Le conté el inesperado regreso de mi padre, sus intentos de ser un buen padre y que, por lo pronto, lo estaba haciendo mejor de lo que esperaba.
- Vaya, ¿y tú estás contenta de que haya vuelto? - Estudió mi rostro.
- Bueno... - hice una pausa. - Al principio me molestaba pero ahora no me disgusta estar con él. El problema es que no quiero encariñarme demasiado, vaya a ser que se largue de nuevo. - Sería más doloroso que la última vez ya que no me perdonaría haberle dado otra oportunidad.
- ¿Y tú? ¿Qué tal todo? - su sonrisa se borró un poco. Qué preguntas más estúpidas tenía... - ¿Cómo es que has venido antes? - retomé mi pregunta anterior.
- La cosa estaba tranquila, nos han dado permiso para volver.
- Me alegro. - Le volví a abrazar. Nos quedamos en silencio, le notaba distante, triste y cansado. - ¿Te vas a quedar a comer?
- No puedo. Voy a almorzar con mis abuelos, mis tios y eso. Va a ser un rollazo. ¿Me haces compañía?
- Es un poco precipitado. - Ya era casi la hora de almorzar y tenía mucho que arreglarme si quería estar presentable para reunirme con su familia. - Tal vez otro día.
- Como veas. - Suspiró. - Creo que me tengo que ir ya.
- Que visita más corta. - me quejé. Se puso en pie y cogió su cazadora.
- Esta noche mis padres me van a hacer una pequeña fiesta de bienvenida en casa. ¿Vienes, verdad?
- Allí estaré. ¿A qué hora?
- Sobre las nueve o así. Si quieres avisa a Anne y esta gente.
- Vale. ¿Voy antes y os ayudo a prepararlo?
- Venga, vente sobre las siete o siete y media. - Me agarró por la cintura y me abrazó con ternura. Nos separamos lentamente. - Me tengo que ir ya, Rose. - elevó la voz para que mi madre lo escuchara.
- Hasta luego, Dean. Perdona que no salga, estoy con una llamada importante. - dijo desde el despacho.
Le dejé un paraguas y le subí la cremallera de la cazadora.
- Ten cuidado. - Juntó sus labios con los mios.
- Nos vemos esta tarde. - se despidió. Saboreé ese corto beso y le observé alejarse.

Después de comer me alisé el pelo y me pinté las uñas de rojo oscuro. Una vez secas, abrí mi armario en busca de un conjunto adecuado, al final me decanté por unos pantalones cortos de cuadros blanco y negro, una camiseta granate con las mangas hasta el codo y una cazadora de cuero negra. Me puse unas medias negras y unas botas altas gris oscuro. Rimel, sombra de ojos plateada, delineador de ojos y pintalabios cereza. Hacía tanto tiempo que no me preparaba que casi no me reconocí en el espejo. Cogí mi bolso y bajé las escaleras.
- Mamá, ya estoy lista.
- Vale, me pongo las botas y te llevo. - salió de su despacho y me miró de arriba a abajo. - ¡Qué guapa!
- Gracias. - Le sonreí. - Entonces, ¿voy bien? - Cogi unos mechones de mi pelo y me los eché sobre los hombros. - ¿No voy demasiado arreglada? Es que quiero que Dean me vea mona, no como esta mañana, hecha un adefesio.
- Estás perfecta. Y esta mañana ibas bien, estabas en tu casa. Además a Dean le gustas te pongas lo que te pongas. - sonreí, me colocó bien la cazadora.
- Como aquella vez que estaba enferma y vino a cuidarme mientras tú estabas trabajando.
- Le dije que no me importaba faltar, que yo cuidaría de tí, pero insistió tanto... - una sonrisa se dibujó en sus finos labios. -
- Tenía la nariz roja por el resfriado y bastante fiebre. - solté una risita tonta. - Después lo cogió él y me tocó cuidarle a mi. Ya le dije que se lo pegaría.
- Bueno, te voy a llevar ya, no vaya a ser que llegues tarde. - Con sus botas ya puestas cogió las llaves del coche.

Me limpié los pies en el felpudo frente a la puerta y llamé. Me retoqué el pelo por enésima vez. La madre de Dean, Priscilla, abrió. Era más baja que yo y estaba un poco rellenita, rondaba los 50 años y tenía una sonrisa amable y cálida, a juego con su personalidad.
- Catherine, ¡cuánto tiempo! - me abrazó. Durante estos meses apenas habíamos hablado un par de veces por teléfono. - Déjame que te vea. ¡Estás guapísima!
- Gracias. - Me dejó entrar.
- Dean está en su habitación. Estaba tan cansado que se ha echado una siesta.
- No se preocupe. No sabía qué traer así que he comprado estos dulces. - le enseñé la bandeja con el envoltorio de plástico que llevaba en la mano.
- No tendrías que haberte molestado. Hay comida de sobra. - Pasamos al salón. El padre de Dean, Vincent, estaba viendo la televisión.
- Buenas tardes. - le dije educadamente.
- Buenas tardes, Catherine. - Había una autoridad en su voz grave que me impedía relajarme en su presencia, como si temiera que me reprendiese. - No te esperaba tan pronto.
- He venido antes para ayudar. - Expliqué.
- Eso es una chica responsable, igualito al holgazán de mi hijo. - se quejó. - Pricilla, ve a despertarlo para que ayude él también.
- No hace falta, estará cansado del viaje. - dije enseguida.
- Además entre nosotras dos nos la apañaremos bien, ¿verdad? - ayudó Priscilla.
- Claro. - dije asintiendo.

Hicimos sandwiches mixtos y de atún y huntamos canapés. Pusimos la mesa a un lado del salón y colocamos los aperitivos encima. Retiramos el sofá con ayuda de Vincent y decoramos el salón con globos y un cartel de "Bienvenido a casa". Al reproductor de música le enchufaron unos altavoces. Miré el reloj, eran casi las nueve.
- Catherine, ¿puedes ir a despertar a Dean? Ya va siendo hora de que se prepare. - subí las escaleras y me paré frente a su habitación. La puerta estaba entornada y las luces apagadas, la abrí sin hacer ruido. Dean dormía plácidamente en su cama tapado con la manta hasta el cuello. Su cara de niño se apreciaba más que nunca, la blancura de su piel resaltaba con el negro de su cabello y de sus cejas y sus pestañas se curvaban ligeramente hacia arriba. Le observé un rato más en silencio antes de despertarle.
- Dean. - susurré acercándome. Le acaricié el brazo por encima del edredón. - Dean, es hora de levantarse.
Se despertó con un respingo y miró desorientado a su alrededor. Cuando supo donde se encontraba su rostro se relajó y me miró sonriendo con cara de sueño.
- Hola. - dijo con voz ronca frotándose los ojos. - ¡Qué pronto has llegado!
Se sentó en la cama con lentitud.
- Ya son las nueve, llevo un rato aqui.
- ¿Por qué no me has despertado antes?
- Necesitabas descansar. - Sonó el timbre. Le besé en la mejilla. - Ya están tus invitados aquí, ve a prepararte.
Salí de la habitación cerrando la puerta a mi espalda. La madre de Dean abrió la puerta. Eran Peter y Jack, los mejores amigos de Dean.
- Hola chicos. Ahora baja Dean. Pasad, pasad. - Me miraron mientras bajaba las escaleras. Jack me caía bien, era un tipo bajo y sonriente, algo infantil, pero siempre amable y divertido, en cambio, Peter... era un creido y se creía superior a todos los demás, cuando él y Dean se juntaban se volvían insoportables aunque, según John, mi mejor amigo y compañero de clase de Peter, cuando no estaba con sus amigos era un chico de lo más normal y agradable. La verdad es que tenía sus momentos graciosos pero siempre pretendía ser el centro de atención y decía muchas tonterías.
- Hola. - les saludé. - Bueno, ¿cómo os va todo?
- Bien, ¿y tú qué? - respondió Jack. Me encogí de hombros.
- Ahora mejor. - dije con sinceridad. Al poco tiempo apareció Dean. Llevaba unos vaqueros y el jersey negro que le regalé en su cumpleaños. Ya no tenía cara de dormido y parecía más animado que esta mañana.
- Hey, tíos. - bajó los escalones de dos en dos y les saludó.
- ¡Pero mira quien ha vuelto a casa por Navidad! - dijo Peter dándole una palmadita en la espalda.
- Soy como el turrón. Os echaba de menos. - Se saludaron unos a otros con la alegría reflejada en los ojos, brillantes de la emoción. Antes de que el ambiente se volviera más sentimental, Dean dió una palmada y se frotó las manos. - Bueno, vamos a animar un poco esto. - se dirigió al salón y puso música.

Los padres de Dean se fueron a cenar fuera y, poco a poco, el resto de los invitados fue llegando. Dean les saludaba y sonreía, hablaba con ellos y se ponían al día. Anne y John llegaron.
- Por fin estáis aquí. - les dije cuando abrí la puerta.
- ¿Nos echabas de menos? - bromeó Anne. Asentí.
- Me alegra que hayais venido. - les abracé.
- ¿Tan mal te lo estás pasando? - preguntó John.
- No, es que Dean está con sus amigos y... - una chica a la que conocía de vista del instituto se puso a nuestro lado sin decir nada, como si formara parte del grupo, escuchando la conversación. Los tres la miramos.
- Hola. - dije seca.
- Qué bien que ya esté tu novio aquí, ¿verdad?
- Pues si, la verdad es que si. - le respondí un poco molesta. No me gustó el tono en el que lo dijo. Nos quedamos en silencio. Miré a mis amigos pensando en una forma de librarme de ella.
- Perdona, ¿querías algo? - le dijo Anne fulminándola con la mirada.
- Eh, yo... - sonó el timbre.
- ¿Puedes ir tú, Vicky? - le dije a la chica, tiré de los brazos de John y Anne, alejándonos. - ¡Qué pesada es esa tía! No sé cómo la puedes soportar en tu clase, John. - se encogió de hombros.
- No tengo más remedio, además el resto de la clase también es odiosa. - sonreí, siempre estaba con lo mismo. Era raro la persona de su clase que le cayera bien.
- ¿Y el reaparecido? - preguntó Anne. Enseguida lo encontré.
- Ahí, venid. - Les hice una seña para que me siguieran y nos acercamos. - Mira quiénes están aquí.
- ¡Cuánto tiempo! - dijo Dean y les saludó con más alegría de la que esperaba por su parte.
- Me alegra que estés aquí. Así todos estamos más contentos. - dijo Anne lanzándome una mirada significativa. ¿Tanto se me notaba que le echaba de menos? Por lo visto sí. Le saqué la lengua. Rodeé a Dean por la cintura y me dió un beso en la frente. Volvió a sonar el timbre.
- Voy yo. - dije y me alejé. Llevaba toda la fiesta abriendo la puerta, esta vez decidí dejarla abierta de par en par. Puse una silla para que no se cerrara con el viento.

Cada vez había más gente. No sabía a cuántas personas habían invitado los padres de Dean pero eran bastantes. Fui a la mesa de las bebidas y me serví coca-cola en un vaso de plástico. Unos brazos muy familiares me rodearon la cintura desde la espalda.
- ¿Te lo estás pasando bien? - me susurró Dean en el oído. Su aliento me hizo cosquillas. Sonreí.
- Si, ¿y tú? - aflojó su abrazo y me di media vuelta. Al mirarle a la cara sentí como si miles de mariposas revolotearan por mi estómago. Sus ojos azules y su piel blanca resaltaban contra el negro de sus cejas y de ese jersey con cuello en uve que le quedaba tan sexy. Nos besamos. Se retiró lentamente y suspiró.
- Bien, pero es muy poco tiempo para repartir entre tantas personas. - Pegó su frente a la mía. Le rodeé el cuello con los brazos. Sonaba egoísta pero quería tenerlo solo para mi. Con tanto atender a sus invitados apenas habíamos estado juntos. De hecho, creía que este era el primer beso en condiciones que me había dado desde que nos habíamos visto esa misma mañana. Una parte de mi le reprochaba el no haber estado conmigo pero no era justo, no quería hacerle sentir culpable. Era normal que sus amigos también quisieran estar con él y al contrario.
- No te preocupes por mi. Mañana podremos estar a solas.
- ¿Mañana? - se separó un poco.
- Si, ¿no vamos a quedar? - No lo habíamos hablado pero lo había dado por hecho. Abrió la boca pero la volvió a cerrar sin decir nada. Alcé una ceja.
- ¿Ya has hecho planes? - dije poniendo los brazos en jarras.
- Eh, si... yo... he quedado para jugar al fútbol con esta gente. - miré hacia la ventana.
- Está lloviendo. - le informé.
- Mañana no ha dado lluvia, y a unas malas iremos a un campo cubierto. - Tomé aire, encima tenían plan B por si el tiempo seguía así. Asentí lentamente. Es normal que quiera estar con sus amigos, es normal, me repetí en mi cabeza, pero también sería normal querer pasar tiempo con su novia a la que hace dos meses que no ve, ¿no?
- No te enfades. - me frotó los brazos. Le aparté las manos lo más suavemente que pude teniendo en cuenta lo cabreada que estaba.
- No me enfado. - tomé aire. - Está bien, queda con ellos. Uy, se han acabado las patatas, voy a por más. - Entré en la cocina y cogí un paquete nuevo, hice demasiada fuerza al abrirlo y el plástico se rompió, cayéndose todas las patatas al suelo. Bufé.
- Con que no estás enfadada, ¿eh? - dijo Dean desde la puerta de la cocina.
- No. - Dije apretando los dientes. Cogí la escoba y reuní las patatas en el recogedor.
- Ven aquí. - dijo con voz dulce. Me quitó la escoba y el recogedor de las manos y me apretó contra su pecho. Me acarició el pelo con la mano. - Lo siento, no podía decirles que no. - susurró. - Te aseguro que pasaremos tiempo juntos, y pronto. - Alcé la cabeza y le miré a los ojos.
- ¿Lo prometes?
- Te lo prometo. - me besó. - ¿Qué te parece el lunes cuando salgas del instituto? - Asentí.
- Perfecto. - Junté mis labios con los suyos de nuevo.
- ¡Estáis aqui! - dijo Dafne, una amiga de Dean, entrando en la cocina. - Dean, John quiere hacerte un truco. Venid.
Hizo una seña con la mano y desapareció por donde había venido. Dean me miró. Levanté las manos con inocencia.
- Yo no se nada. - Era cierto. Nos acercamos al salón donde John estaba al otro lado de la mesa, con una baraja de cartas en su mano. Le encantaban los trucos de magia, los de cartas y todo lo que se jugara con ellas. Nunca salía de casa sin una baraja en el bolsillo, decía que le traía suerte.
- Siéntate, Dean. - le señaló la silla que estaba frente a la mesa. Se formó un corro alrededor de ellos y me puse al lado de Anne. - Estamos aquí para celebrar tu vuelta y las cartas me han dicho que quieren darte la bienvenida también.
Manejó las cartas con destreza e hizo elegir a Dean una por la parte frontal. Reunió de nuevo las cartas, sopló en la baraja, la sacó y en la parte de atrás de la misma carta que acababa de elegir estaba escrito un: "Bienvenido a casa" en mayúsculas con rotulador negro. Se oyeron murmullos de sorpresa y aplaudimos.
- ¿Cómo lo has hecho? - le preguntó Dean revisando la carta.
- Un mago nunca revela sus trucos. - dijo John en tono misterioso.
- ¿Me la puedo quedar? - Dean aún parecía sorprendido.
- Claro, es toda tuya. - John se guardó la baraja en el bolsillo. La sorpresa general dió paso a la curiosidad y los invitados se acercaron a Dean para tocar la carta. Anne y yo incluidas.
- Pero, ¿cómo lo has podido hacer? Si acababa de elegir la carta. ¿Cómo sabías que elegiría esa carta?
- No lo sabía. - respondió John.
- ¿Hubiera salido de escoger otra? - preguntó Anne.
- Si, con cualquiera.
- Guau, ha estado genial tío. - dijo Dean. - Gracias. - le dio un abrazo.

Eran más de la una de la madrugrada, la comida se acabó y los invitados se empezaron a marchar. Anne y John fueron de los últimos en irse. Les acompañé a la puerta.
- Gracias por venir, chicos. - les abracé a ambos. - John, tu truco ha sido alucinante. Aún estoy dándole vueltas a cómo lo has hecho.
- Y nunca lo sabrás. - Movió las manos con aire misterioso. Reí.
- Malvado. - Crucé los brazos sobre el pecho y le miré entrecerrando los ojos pero sin dejar de sonreir. - Nos vemos el lunes en el instituto, ¿no?
- Allí estaremos. - dijo Anne asintiendo.
- ¡Qué remedio! - se quejó John en voz baja.
- ¿Quieres que te ayudemos a recoger o algo? - preguntó Anne.
- No, Dean y yo nos la apañaremos.
- Entiendo... - Anne me guiñó un ojo con una sonrisa y se fueron.
- Claro que se las apañarán. - dijo Peter con tono pícaro pasando por mi lado. - Los dos aquí solitos, después de tanto tiempo, con la casa vacía... - Me empezó a entrar calor y noté mis mejillas arder.
- Pete... - le advirtió Dean acercándose.
- Con tantas habitaciones donde elegir... - añadió Jack.
- Jack... - le dijo en el mismo tono tratando de esconder una sonrisa traviesa. Cogió a Jack y le levantó del suelo. Este movió las piernas de forma bastante cómica en el aire. Reí. Dean le sacó de casa y le dejó en la acera.
- Bueno, vale, me voy. Pero porque yo quiero, que conste, nadie me obliga. - dijo Jack sonriendo. - Pasaoslo bien. - dijo en tono lascivo. Me cubrí con los brazos, cada vez más incómoda.
- Y tened mucho cuidado. ¡Protección, eh! - Peter alzó el dedo índice como advertencia.
- ¡Callaos ya! - dijo Dean arrugando un vaso de plástico y tirándoselo a Peter en la espalda.
- No nos lo canses mucho, Catherine, que mañana tenemos partido. - continuó, dándole un codazo a Jack. Este soltó una carcajada.
- ¡Largo! - Dean se fue a quitar el zapato pero Peter alzó los brazos en señal de paz.
- Vale, vale. Ya nos vamos. - Dijo aún riendo. Dean cerró la puerta y me miró con una sonrisa juguetona. Le devolví la sonrisa.
- Venga, vamos a recoger esto. - Tiré de su mano y lo llevé al salón. No quería que sus padres llegaran y lo vieran así de desordenado.

Una vez tirados los platos y vasos de plástico sucios y barrido el suelo pusimos los muebles en su sitio. Terminamos de recoger la cocina. No había ni rastro de que hubiera habido una fiesta. Me volví hacia Dean y apoyé los brazos en la encimera que tenía a mi espalda.
- Pues ya está todo limpio. - le dije con una sonrisa. Me devoró con la mirada de arriba a abajo y se acercó lentamente a mi.
- No te lo he dicho antes pero estás guapísima. - Me pasó una mano por el pelo y la deslizó hasta mi cintura. Tiré de su jersey hacia mi y nos besamos con pasión. Bajé mis labios por la línea de su mandíbula y luego por su cuello. Me sentó en la encimera. Mis piernas colgaban a ambos lados de su cadera. Noté sus manos cálidas por debajo de mi camiseta. Le quité el jersey. Me deleité con la vista, aunque había adelgazado estaba más musculoso que antes.
- Vaya. - exclamé.
- ¿Te gusta? - preguntó con una sonrisa doblada. Asentí y le seguí besando, acariciando su modelado torso. Escuché una puerta cerrarse y pegué un brinco. Unas voces conocidas llenaron el silencio de la casa.
- ¡Tus padres! - dije conteniendo un grito. Me bajé de la encimera y Dean se puso el jersey. Estiré mi camiseta y me pasé los dedos por el pelo.
- Ah, estáis aquí chicos. - dijo Priscilla entrando en la cocina. Todavía tenía la respiración acelerada.
- Que pronto habéis vuelto. No os esperaba hasta más tarde. - dijo Dean molesto.
- Tu padre, ya sabes cómo es, no le gusta dar paseos tan tarde. - puso los ojos en blanco y se sirvió un vaso de agua. - ¿Y vosotros qué tal?
- Bien, estábamos... recogiendo los restos de la fiesta. - aclaró Dean. - Hace poco que se han ido los invitados.
- ¿Cómo os lo habéis pasado?
- Muy bien, el amigo de Catherine me ha hecho un truco con las cartas y todo. - dijo enseñándole la carta.
- ¡Qué detalle más bonito! - dijo Priscilla cogiéndola. Hubo un pequeño silencio.
- Bueno, creo que debo irme ya, es tarde. - cogí mi cazadora de la silla.
- Yo te llevo. - se ofreció Dean, asentí.

Dean aparcó frente a mi casa. Había una luz encendida en el segundo piso, seguramente mi madre estaría leyendo antes de acostarse. Miré a Dean, que tenía la vista fija en el salpicadero.
- Me encanta que hayas vuelto. - Le recorrí el brazo con un dedo. Me cogió la cara con ambas manos, me miró con ojos tristes y me besó con una delicadeza y ternura que parecía que no fueramos a volver a vernos nunca. Nos apartamos lentamente.
- No te lo tomes a mal, me ha gustado mucho, pero, ¿y ese beso? - frotó su nariz contra la mia.
- Te quiero pero no te merezco. -  puse los ojos en blanco.
- No digas tonterías. Tú vales mucho más que yo. - negó con la cabeza y bajó la mirada. Tenía los ojos brillantes como si estuviera a punto de llorar.
- Eso no es verdad. Si supieras lo que he hecho. Las cosas tan horribles que he tenido que hacer... - se le quebró la voz. - ya no me querrías. - dijo con un hilo de voz.
- Te seguiría queriendo. Hicieras lo que hicieras...
- He matado. - Una lágrima se resbaló por su mejilla, se la limpió rápidamente. Sus palabras me golpearon bruscamente pero traté de recomponerme enseguida.
- Eran tú o ellos. - Le rodeé los hombros con los brazos y lo acerqué a mi lo máximo que pude, teniendo en cuenta que nos separaban el freno de mano y la palanca de cambios. - No tenías otra opción.
Sollozó en silencio.
- Murió por mi culpa, debí dispararle. - susurró. Le miré sin comprender. - David, el compañero con el que me asignaron... Cada vez que cierro los ojos le veo. Le dejé morir. Acabábamos de limpiar de rebeldes un área, o eso creíamos, estábamos inspeccionando la zona, rematando a los muertos. - Parecía costarle cada palabra que decía. Se alejó de mi y tomó aire mirando a un punto fijo a través del parabrisas.
>> Había un joven, casi un niño, tendría 13 o 14 años, tirado en el suelo, cubierto de mugre y sangre, no se movía, pensaba que ya había sufrido lo bastante y guardé el arma. "Todo limpio", le dije a David y nos alejamos. Me estaba contando la ilusión que le hacía volver a ver a su mujer y a sus hijos, sobre todo a la pequeña, que cumple un año el día de Navidad. - sonrió brevemente, luego su sonrisa se borró y apretó la mandíbula. - Si hubiera disparado a ese chico. - cerró la mano y golpeó la tapicería.
>> Se levantó y, antes de que me diera tiempo a reaccionar, le quitó el arma a David, nos disparó pero nos echamos al suelo. "Dispara", me dijo David, pero yo estaba paralizado. "Venga, dispara", repitió. Cogió mi arma y fue tras él. Traté de seguirle pero mis piernas no reaccionaban. Cuando fui capaz de levantarme y corrí tras ellos ya era tarde, escuché los disparos. Fueron tres: dos consecutivos y uno un poco más tarde, seguido de un gemido y el sonido de un cuerpo al caer en el suelo arenoso. El de David.
>> Me acerqué y recogí mi arma del suelo. Apunté al chico y disparé. Le vi caer a la arena. Me arrodillé junto a David, respiraba con dificultad. La bala le había dado en una arteria y salía sangre a borbotones. Rompí un trozo de mi camisa y presioné sobre la herida. Nunca olvidaré sus últimas palabras: "Dale esto a mi hijo" - se sacó un reloj de bolsillo de la cazadora, lo giró y acarició el grabado que había en el reverso. - "Y dile que le quiero, a él, a la pequeña y a mi esposa".
>> Aún respiraba pero la herida no paraba de sangrar. Miró el arma que sujetaba en mis manos y luego a mi, con ojos suplicantes. No podía creer lo que me estaba pidiendo. - Tragó saliva. - Le apunté con el arma, él asintió levemente con la cabeza y cerró los ojos. Las manos me temblaban. Bajé el arma. No pude, no pude ser capaz de ponerle fin a su sufrimiento, pero no hizo falta, a los pocos segundos su corazón dejó de latir, ya no sufriría más. Lleno de rabia fui hacia el bulto que había en la arena.
>> El chico estaba tirado en el suelo, no se había movido un milímetro desde que le había derribado. Pero no iba a cometer el mismo error dos veces, le apunté con el arma y deseé con toda mi alma que el chico estuviera vivo para que pudiera sentir el mismo dolor que había sentido David. Le rematé. Vacié casi la mitad de mi munición en él. Después, sin saber que hacer, recogí el cuerpo de David y lo llevé al campamento.
El interior del coche se quedó en silencio. Incluso la llovizna había parado. Me sequé las mejillas y miré el reloj que sostenía en sus manos.
- ¿Qué pone en la parte de atrás?
- Siempre contigo. - le dio vueltas entre los dedos, pensativo.
- No fue culpa tuya. - le apreté la mano. - Tú no le mataste.
- Pero podría haberlo evitado. - me miró con unos ojos fríos como el hielo. No pude aguantarle la mirada y la aparté. - Aún no me he atrevido a llevárselo a su familia. Me culparán, sabrán que soy el culpable de que su marido haya muerto, de que su padre haya muerto.
- Nadie te va a culpar. - puso una sonrisa irónica y negó con la cabeza. Arrancó el coche con la vista puesta al frente.
- Necesito estar a solas. - asentí y agaché la mirada. Abrí la puerta pero antes de bajar le dije:
- Gracias por contármelo. - le besé en la mejilla, cerré la puerta y, antes de que me diera tiempo de entrar en casa, se marchó haciendo chirriar las ruedas en el asfalto.

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